HORA SANTA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
VI Abril
(Pedidle gracia para escuchar su voz divina)
En una Hora Santa como ésta, hora de silencio y de plegaria íntima,
confió Jesús-Eucaristía los anhelos de su Corazón a Margarita María, su
primer apóstol. ¡Oh!, qué momento de ventura, qué solemne instante
aquél, en que la tierra volvió a resonar con la súplica ardorosa del
Dios-Hombre, que, gimiendo, mendigaba amor... Sí, pedía amor, y ofrecía
en pago, no los tesoros ya entregados en la Cruz..., regalaba, en esa
noche radiante y deliciosa más que el cielo, nos entregaba su adorable
Corazón...
Cristianos fervorosos: ¡Hosanna en las alturas!... ¡Él nos pertenece desde entonces por entero!...
Almas reparadoras: ¡Hosanna acá en la tierra!... ¡Él es nuestro en la
vida y será nuestro más allá de los umbrales de la muerte!...
Oremos, hermanos, y si lo amamos, levantemos un clamor de fe y de
caridad, roguémosle nos descubra, en esta Hora Santa, las ansias
vehementes de su apasionado Corazón... “Revélanos, Señor Jesús, a tus
amigos, descúbrenos aquí, como a tu dichosa confidente los anhelos, los
propósitos de triunfo que encerraste en esta prodigiosa devoción.
Di, Señor, ¿qué pides?... Habla sin tardanza, reclama con imperio,
exige..., pues ya ves cómo esperamos sedientos tu palabra... Somos tus
consoladores..., queremos ser el nido blando en que descanse tu cabeza
destrozada; y acéptanos, como a Gabriel, de aliento y de sostén en tu
agonía redentora... Míranos, Señor, como miraste a la Verónica, pues
nuestras almas deben ser el lienzo de pureza que recojan tus hermosas
lágrimas... Aquí estamos los fidelísimos, los resueltos, que hemos
querido velar una hora con tu Corazón agonizante... Habla, Jesús
Sacramentado, ya que todos éstos que rodean el Calvario del altar
solicitan, como el Cireneo, el premio anticipado de llevar tu Cruz.
Corazón Divino, cuéntanos en este instante de divina confidencia tus
ambiciones de reinado, confíanos tus anhelos de victoria... Ordena,
Jesús, que muramos por tu amor, y moriremos. Háblanos por esa herida del
Costado, que, desde hace ya tres siglos, está venciendo con ternura y
con perdón al mundo... Que no nos hablen otros... háblanos Tú,
Jesús-Eucaristía, y viviremos...”.
(Pausa)
(Pedidle gracia para escuchar su voz divina)
VOZ DE JESÚS: Acércate, alma
querida, soy Yo, no temas... No traigo majestad que te espante... vengo
pobre, me llego a ti desamparado... no tengo en este instante más
resplandores de gloria que mis llagas, ni más tesoro que este Corazón
que te ha querido tanto... Soy el Nazareno, hijo del pueblo, nacido en
un establo... He sido un artesano humilde y pobrecito... he caminado
descalzo y he sufrido incertidumbres y penurias infinitas por el amor
del pueblo. Quiero reinar en él..., quiero ser su Soberano..., quiero
que los humildes, que los que trabajan, que los que sufren, acepten la
realeza amabilísima de mi Corazón Divino... ¡Oh, sí!... Quiero que el
pueblo sea mío, conquistado en la desnudez de Belén y del Calvario...,
quiero y reclamo que la muchedumbre que llora, que padece hambre de pan y
sed de justicia, adore, crea, espere y ame..., quiero que sea mía...
Vosotros, mis amigos íntimos, preparadme esa Pascua y el trono y la
diadema en la Hora Santa... Clamad ante el altar, rogad sin tregua y
devolvedme así el alma de ese pueblo, que me arrebatan indignados los
que reniegan de la Cruz y de mi sangre. Haced venir a mí a los
pobres...; entronizadme en sus hogares, soy Jesús, el Nazareno pobre...
(Pausa)
LAS ALMAS: Sí, Jesús, Tú
reinarás entre los pobres, y el pueblo, vencido por tu dulce Corazón, te
aclamará su Rey... Cediendo, pues a tu reclamo, recoge la plegaria que
va a resonar ahora mismo en tu Sagrario.
Por tus lágrimas vertidas en la cueva humilde de Belén.
(Todos en voz alta) Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus lágrimas derramadas en secreto en el Nazaret de tus cariños.
(Todos en voz alta) Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus lágrimas lloradas en la muerte de tu amigo Lázaro.
(Todos en voz alta) Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus lágrimas sentidas que te arrancaron la ruina de tu pueblo y de tu patria.
(Todos en voz alta) Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus lágrimas de sangre que empaparon el huerto de Getsemaní, mil veces venturoso.
(Todos en voz alta) Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus lágrimas amargas, arrancadas por la pérfida traición de Judas.
(Todos en voz alta) Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus lágrimas de desengaño, lloradas en la triple negación de Pedro y en el abandono de todos tus apóstoles.
(Todos en voz alta) Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus lágrimas de desconsuelo, derramadas al ver destrozado el Corazón de tu Madre en la Vía Dolorosa.
(Todos en voz alta) Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus postreras lágrimas con que, en el Calvario, te despediste de la tierra, y en especial, de los pobres tus amigos.
(Todos en voz alta) Triunfa entre los pobres, tus amigos, ¡oh Divino Corazón!
(Pausa)
VOZ DE JESÚS: ¡Cómo os
bendice mi Corazón, consolado por la súplica ardorosa que acabáis de
hacerle!... Sí, triunfaré; soy Rey; para esto nací y vine al mundo. Ese
mundo ingrato, como un mar embravecido, me rechaza... En la barca de mi
Iglesia atravieso las edades ofreciendo la calma, la libertad, la paz a
los humanos... ¡Ay, la tempestad arrecia!... Hay gobernantes que quieren
el naufragio de la Iglesia, esta Arca salvadora... y hay muchos hombres
ricos, sabios, poderosos, que, como el inicuo Sanedrín, traman la ruina
del sacerdocio y de mi templo... Mi Vicario está afligido... mi
soberanía, desconocida oficialmente... dispersos, por el huracán del
odio, y desterrados mis apóstoles y amigos... Profanados muchos lugares
de retiro y oración...; conculcados mis derechos y mi Ley... Soy Rey
porque soy Jesús, el Hijo del Dios vivo.
¡Ah!, los que amáis de veras la gloria de mi nombre... vosotros, al
menos, mis amigos, pedid conmigo, pedid al cielo la victoria sacrosanta
de mi Iglesia... no olvidéis que sus congojas son las mías... Quien la
ultraja, ultraja y hiere mi Divino Corazón...
(Pausa)
LAS ALMAS: Hemos oído,
Jesús, la sentencia de blasfemia contra Ti y tu santa Iglesia... y
también el grito de dolor que te arranca esa ingratitud de los
poderosos, a quienes diste autoridad... y de las naciones a quienes
otorgaste libertad por tu Evangelio...
Perdona, Monarca escarnecido, y confunde a tus enemigos... te lo pedimos con apremio fervoroso.
Por la desnudez y el desamparo de tu maravilloso nacimiento.
(Todos, en voz alta) Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por la oscuridad en que viviste tantos años en el taller de Nazaret.
(Todos, en voz alta) Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por tu fuga tan penosa hasta el Egipto, perseguido por encarnizados enemigos.
(Todos, en voz alta) Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por tu retiro de cuarenta días de plegaria y penitencia en las soledades del desierto.
(Todos, en voz alta) Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por el desdén de los Doctores de Israel, por las afrentas con que recibían la predicación de tu Evangelio.
(Todos, en voz alta) Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por la ingratitud con que te lastimaron tantos a quienes bendijiste con bendición de milagros portentosos.
(Todos, en voz alta) Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
Por la veleidad incomprensible de ese pueblo que pagaba tus favores pidiendo para Ti la sentencia de la Cruz...
(Todos, en voz alta) Triunfa en tu Iglesia, ¡oh Divino Corazón!
(Pausa)
VOZ DE JESÚS: Almas
fervorosas, si por lo menos, tuviera mi Corazón; ya tan lastimado y
perseguido, el refugio tan ambicionado del hogar... el calor de la
familia. ¡Ay, ese santuario caería hecho pedazos si satán y el mundo
consiguieran desterrarme de él, a Mí, que soy la vida en el amor! ¡Oh,
preguntad a Lázaro, a Marta y a María, mis amigos de Betania, qué mal
resiste, qué dolor no se endulza, qué herida no se cicatriza, cuando Yo,
Jesús, traslado mis reales al seno de un hogar que adora y ama!...
Padres que arrastráis una vida fatigosa, abrumados por el peso de
incertidumbre y responsabilidades, dejadme entrar a vuestro hogar... Yo
soy el sol de paz, de fuerza: Yo soy el alma de una vida nueva...
Madres acongojadas..., que sufrís por vosotras y por vuestros hijos...
madres dolorosas, como mi dulce Madre..., ¿por qué no me invitáis a
bendecir la aurora y el crepúsculo, la paz y la tribulación, las risas y
las lágrimas del hogar querido?... Vosotros, testigos cariñosos de la
mística agonía de mi Corazón en el Sagrario, sabed que vuestra fe y que
vuestro apostolado podrán abrirme las puertas del hogar, que se me
cierran culpablemente tantas veces. Velad por mis derechos, y orad...
pedid que reine en la familia cristiana y a pesar del infierno,
triunfará mi Corazón...
(Breve pausa)
LAS ALMAS: Jesús, errante
Peregrino... ven... No quedes en el umbral de nuestras casas, empapados
tus cabellos y tu túnica en el rocío de la noche... Ven... y entra..., y
avasalla las familias de nosotros todos, que te amamos... ¡Oh, sí!
Jesús Esposo, Jesús Hermano, Jesús Amigo..., ven... Reina en todos los
hogares..., te lo rogamos.
Por el amor filial que profesaste a tu divina Madre, por las ternuras y los desvelos de su Corazón Inmaculado.
(Todos en voz alta) Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!
Por el afecto de santa intimidad que profesaste al Carpintero humilde, a quien llamaste padre.
(Todos en voz alta) Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!
Por el cariño de predilección con que trataste a Juan, el apóstol de tus inefables confidencias...
(Todos en voz alta) Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!
Por la simpatía que tuviste siempre por los pequeñitos del rebaño, por los niños, tus amigos fidelísimos...
(Todos en voz alta) Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!
Por aquella amistad envidiable, deliciosa, de Betania..., donde no había
sino un solo sufrimiento insoportable y era el de tu ausencia.
(Todos en voz alta) Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!
Por la fineza que gastaste con los esposos de Caná y por tu ternura con la arrepentida Magdalena.
(Todos en voz alta) Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!
Por la deferencia que tuviste con Zaqueo, y con Simón el Fariseo... y,
en fin, por la sed que despertaste en el alma de la feliz Samaritana.
(Todos en voz alta) Triunfa en los hogares, ¡oh Divino Corazón!
(Breve pausa)
VOZ DE JESÚS: Puesto que
habéis venido a consolarme, que no termine esta Hora Santa sin recordar
aquí, a mis plantas, a los preferidos de mi Corazón piadoso: son los
caídos, los pródigos, los extraviados del redil...
¡Ah, cómo pasan delante de esta Hostia, que me oculta a vuestros ojos,
cómo desfilan los soberbios que ultrajan mi humildad..., los blasfemos
que me escarnecen con el fango..., los apóstatas y los impíos que llegan
hasta mí con la hiel de su sarcasmo...! ¡Ay!, qué numerosa es la legión
de los ingratos... e infinito es el número de los que me atormentan con
glacial indiferencia... ¡Quién lo diría!... los veo desde aquí; hay
también amigos traidores, desleales... Sí, y también hay niños...,
oídme, madres, hay niños que maldicen el Corazón de Jesús, su amigo.
Mi alma está triste hasta la muerte, por la muerte del alma de tantos
infelices pecadores... Escuchadme: en este momento mismo están
agonizando muchos de ellos... Caed de rodillas..., cerradles el infierno
con una plegaria fervorosa, y abridles el cielo de mi Corazón, que los
aguarda con perdón y misericordias infinitas... Salvadlos..., son almas
que me pertenecen..., su redención os la confío.
(Pausa)
LAS ALMAS: Gracias, buen
Jesús, por el don precioso de esas almas extraviadas...; las quiero como
mías, las amo como lágrimas de tus divinos ojos... No pueden
condenarse, no, mientras no cierres esa herida hermosa de tu pecho...
¡Ah!, esa llaga, que es el Paraíso ha de quedar eternamente abierta como
el Cielo... Acoge, pues, benigno y manso, la súplica que por el Corazón
Inmaculado de María te presentamos en favor de los desventurados
pecadores... ¡Ay, y no olvides, Jesús, que los hay también en mi propio
hogar!...
Por tu frente despedazada con la corona de espinas crudelísimas.
(Todos en voz alta) Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por tus manos perforadas en castigo de habernos bendecido y perdonado.
(Todos en voz alta) Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por tus pies divinos traspasados, que dejaron en la tierra las huellas de la paz y del amor.
(Todos en voz alta) Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por tus labios, que hablaron sublime caridad, y sintieron sed de nuestras almas pobrecitas.
(Todos en voz alta) Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por tus ojos divinales, que prendieron la luz del Paraíso y que lloraron
para no ver las culpas, sino para lavarlas para siempre.
(Todos en voz alta) Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por tu cuerpo sacrosanto, convertido en llaga viva para dar la vida al mundo.
(Todos en voz alta) Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
Por tu Costado, abierto por la lanza venturosa, y en el que queremos guarecernos en la vida, en la muerte y en la eternidad.
(Todos en voz alta) Triunfa en los pecadores, ¡oh Divino Corazón!
(Pausa)
VOZ DE JESÚS: No quiero que
os alejéis de este Sagrario, amigos de mi Corazón, sin recordaros una
queja, siempre viva como el llanto que me arrancaron tantos, que se
llaman y que son mis amigos; tantos justos..., que me corresponden con
tibieza... que me ofenden, midiéndome su amor. ¡Ay!..., si supierais
cómo llora, angustiado, el Corazón de vuestro Dios, mirado con cortés
indiferencia y con respetuosa frialdad por los hijos de la propia
casa... por aquellos que he sentado, día a día, al banquete de mis
gracias... por aquéllos que han vivido, hace años, al sol de mis
favores... por millares de almas que serían santas con sólo hundirse en
el abismo de mi pecho, en que nacieron, y en que han crecido, por
predilección gratuita de mi amor, tan mal correspondido... ¡Ah!, son
almas que me pertenecen, pero a quienes la tibieza abate..., son
corazones buenos, pero sin celo por mi gloria; me ven llorar en mi
patíbulo y no lloran...; me encuentran solitario en esta cárcel..., y se
cansan de mi soledad...; no me hablan..., hay un hielo que las mata y
que me hiere... Se van y, como mis apóstoles, me dejan a solas con mis
angustias y mis ángeles.
Almas-verónicas que estáis aquí, sedientas de beber mis lágrimas
amargas, hacedme un desagravio, por la herida tan cruel que me infiere
la falta de fineza, de generosidad y de celo de tantos de los míos...
Cantadme amor, y amor apasionado, y amor ardiente...; cantad el triunfo
de mi gloria, el triunfo de mi Corazón, a fin de que olvide la tristeza
de verme tantas veces lastimado de los hijos predilectos..., herido
cruelmente, en mi propio hogar... Vosotros, que ardéis en mi caridad y
en fervor de celo..., tened piedad de aquel Jesús que busca confidentes,
apóstoles y amigos... y no los encuentra..., porque hablo, redimo y
santifico con la Cruz... Vosotros, que me amáis de veras, consoladme con
celo y amor de santidad.
(Breve pausa)
LAS ALMAS: También yo, Señor
Jesús, he sido de los tibios que se mantuvieron a distancia de tu
Corazón, por temor del sacrificio... He temido las santas exigencias de
tu caridad y de tu ternura...; he temido verme prendido en las redes de
tu hermosura...; he recelado de caer en tus brazos, y tener que rendirme
sin reserva y para siempre a tu Corazón, irresistible, vencedor...
Perdona, Jesús..., perdona también y olvida esa culpa de apatía, de
pobreza en el cariño, de irresolución en el sacrificio, de tantos amigos
que Tú predestinaste a mucha gloria y santidad... Perdónanos y
triunfa...
Por las primeras palabras de ternura con que, cuando niño, hiciste sonreír a tu dulce Madre.
(Todos) Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus palabras de bienaventuranza en el sermón de la Montaña.
(Todos) Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus palabras de intimidad y de consuelo a tus amigos tan amados de Betania.
(Todos) Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus palabras vencedoras de los doce apóstoles, simiente y esperanza de tu Iglesia.
(Todos) Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus palabras de inefable bendición para la infancia, siempre predilecta.
(Todos) Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus palabras de caridad y de esperanza que recogieron los enfermos, los tristes y los pobres.
(Todos) Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus palabras de promesa incomparable para los atribulados, los humildes y los desprendidos de la tierra.
(Todos) Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por tus palabras de infinita dulcedumbre con que te despediste de los tuyos en la noche del incomparable Jueves Santo.
(Todos) Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!
Por las siete últimas palabras con que nos legaste tu espíritu y tu Madre, al expirar en la cima del Calvario.
(Todos) Triunfa en los justos, ¡oh Divino Corazón!
VOZ DE JESÚS: He venido a
prender fuego a la tierra, y ¿qué he de querer sino que arda? Con ese
fin de caridad, he aquí en esta Hostia, el Corazón que ha amado a los
hombres hasta la muerte, y muerte permanente de altar, de Eucaristía...
Me encadené por vosotros a la tierra... y la tierra me tiene relegado en
cautiverio de indiferencia, de desdén y de cruel olvido: mi cárcel es
de hielo. ¿Dónde están mis redimidos?... ¿Dónde las almas consoladas y
libradas de la muerte? ¿Dónde los que alimenté con pan milagroso en el
desierto?... ¿Qué se han hecho los ciegos del alma, los leprosos de
corazón, sanados en esta fuente prodigiosa, que es mi pecho
atravesado?... ¡Ah, gemid conmigo, vosotros mis amigos, que habéis
venido a interrumpir el silencio doloroso de mi prisión de amor! Estoy
encarcelado y habéis venido a visitarme... ¡Oh, no me dejéis!...
Llevadme, ahora al mundo y contadle mi amor y mi cautiverio de vuestros
amantes corazones... Id ahora al mundo y contadle mi amor y mi
abandono... Traedlo aquí... Que venga dolorido, ansioso de consuelo...
Traedme almas, despertad en ellas sed de comulgar...
Predicad mi Santa Eucaristía... y glorificad la Hostia donde vivo Yo,
Jesús de Nazaret, de Betania y del Calvario... Venid a mí, en este
Sacramento; honradme en él, amad y haced amar mi entristecido Corazón.
(Pausa)
LAS ALMAS: No es otra,
Jesús-Eucaristía, nuestra ambición de amor sino arrastrar las almas
hasta el Sagrario... y conseguir que, enamoradas de ti, busquen asilo
eterno en tu Sagrado Corazón. Por esto, colocamos en un altar de oro, en
el Corazón Inmaculado de María, una plegaria que endulzará las
amarguras de tu prisión... Escúchanos, Jesús Sacramentado:
Por el ultraje de tu prisión del Huerto, y por el beso inicuo que te entregó.
(Todos) Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por la bofetada cruel que afrentó la hermosura de tu faz divina.
(Todos) Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por la irrisión cruel y la sangrienta befa de que fuiste objeto toda la noche angustiosa del Jueves Santo.
(Todos) Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por la ignominia de la flagelación de esclavo, a que te condenó un juez cobarde.
(Todos) Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por el vilipendio a la majestad de tu persona al ser vestido y tratado como loco.
(Todos) Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por la afrenta crudelísima de ser equiparado y aun pospuesto a un villano criminal.
(Todos) Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
Por la fiereza del verdugo que, sin respetarte en la agonía blasfemando,
colocó en tus labios moribundos la hiel de nuestra ingratitud.
(Todos) Triunfa en tu Eucaristía, ¡oh Divino Corazón!
(Breve pausa)
Señor, Tú reinarás por tu Divino Corazón, a pesar de Satán y sus secuaces; ¡sí, Tú reinarás!
El pueblo será tuyo, pues le dominarás con cetro blando de misericordia y
él, tranquilo o agitado, te cantará como el mar y te aclamará su Rey...
Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce Corazón.
Señor, Tu reinarás, glorificado por tu Santa Iglesia... Ella pondrá en
tu frente una diadema de almas, y Tú serás exaltado por encima de todas
las potestades del cielo, de la tierra y del abismo... Apresura, pues,
Jesús, el triunfo prometido de tu dulce Corazón.
Señor, Tú reinarás, cantado y bendecido en el hogar creado por tus
dolores y santificado por tu Madre... En él serás “entronizado”, por tus
ternuras. Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce
Corazón.
Señor, Tú reinarás, atrayendo al abismo de la vida, a tu Corazón, los
empedernidos pecadores, que no adoran y que no aman... Tú quebrantarás
sus cadenas y los harás libres, en el cautiverio de tu amor... Apresura,
pues, Jesús, el triunfo prometido de tu dulce Corazón.
Señor, Tú reinarás desde la Hostia Sacrosanta, Tú vencerás en el
comulgatorio, dominarás la tierra por la amable omnipotencia de tu
Divina Eucaristía... Sí, por ella recobrará los dominios que conquistó
tu amor hasta la sangre, hasta la muerte de Cruz, hasta el exceso de tu
inmolación sacramental... Apresura, pues, Jesús, el triunfo prometido de
tu dulce Corazón... Apresúrate, Maestro, y sálvanos por él...
(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes. Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores. Padrenuestro y Avemaría pidiendo
el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria,
la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en
hogares, sociedades y naciones).
(Cinco veces) ¡Corazón Divino de Jesús venga a nos tu reino!
Acto final de consagración
El divino fuego que viniste a prender en la tierra, se ha encendido,
Jesús, amado, en nuestras almas, y llevados de él, ya no sabemos pedir
ni desear sino tu gloria.
Tú lo dijiste al revelar las maravillas de tu Corazón; él es el supremo y
el último recurso de redención humana. Apoyados, pues, en tus
revelaciones, acudimos a tu altar en busca de palabras de vida eterna, y
a tu Corazón adorable, anhelosos de aquellas aguas que deben regenerar
el mundo, inflamándolo en tu caridad.
¡Oh!, sé Rey de los ingratos, que te miran como un Soberano derrocado en
sus almas infelices; reconquístalos, Jesús, por tu perdón. Sé Rey de
los apóstatas que te miran como Monarca de escarnios, y que ríen,
desdeñosos, al quebrar el cetro de tu divina realeza; vuélveles la luz
perdida y véngate de sus ofensas, perdonando esas traiciones.
Sé Rey de las muchedumbres soliviantadas por aquellos sanedritas, Jesús,
que te aborrecen... Calma ese océano rugiente de almas pervertidas,
desorientadas..., impera por tu Evangelio y gana el corazón del pueblo
por tu Sagrado Corazón.
Sé Rey de tantos buenos, pero tímidos y apáticos, que temen exagerar en
el tributo de amor encendido que te deben... Derrite el hielo, sacude el
sopor maligno en que viven tantos, mientras el mundo te juzga y te
condena.
Sé Rey en los hogares, ¡oh, sí!; traslada a ellos tus reales, inspira Tú
la vida de trabajo, de amores y de penas de las familias que te han
brindado el sitial de honor entre los padres y los hijos...
Sé Rey, en fin, en los Sagrarios; rompa ya el silencio de tu cárcel un
himno inmenso, universal, de familias, de pueblos y naciones, himno de
amor que diga, del uno al otro confín de la tierra redimida: ¡Alabado
sea el Divino Corazón, por quien hemos alcanzado la salud!... ¡A él,
sólo a él, gloria y honor por los siglos de los siglos!... ¡Venga a nos
tu reino!... Amén.
(Cinco veces, en voz alta) ¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)