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sábado, 19 de abril de 2014

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA - DOMINGO SANTO DE PASCUA

MEDITACIONES PARA LA CUARESMA
     
Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. André Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus). Segundo tomo: desde el Domingo de Septuagésima hasta el Segundo Domingo después de Pascua. Segunda Edición argentina, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1962.
           
SANTO DÍA DE PASCUA
    
+ EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (16, 1-7)
Y, pasada la fiesta del Sábado, María Magdalena y María, Madre de Santiago, y Salomé, compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y, partiendo muy de madrugada el Domingo o primer día de la semana, llegaron al sepulcro, salido ya el sol. Y se decían una a otra: “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?” La cual, realmente, era muy grande. Mas, echando la vista, vieron que la piedra estaba apartada. Y, entrando en el sepulcro, se hallaron con un joven sentado al lado derecho, vestido de un blanco ropaje, y se quedaron pasmadas. Pero él les dijo: “No tenéis que asustaros: Vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que fue crucificado; ya resucitó; no está aquí; mirad el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea, donde le veréis, según os tiene dicho”.
    
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
     
Consagraremos nuestra meditación del gran día de mañana a considerar la resurrección de Jesucristo como el triunfo: 1° De nuestra fe; 2° De nuestra esperanza.
    
—Tomaremos en seguida la resolución: 1º De alabar, glorificar y bendecir con frecuentes aspiraciones a Jesucristo resucitado; 2° De hacer a menudo actos de fe en la divinidad de Jesucristo, de su Religión y de su Iglesia, e igualmente actos de esperanza en la vida futura. Nuestro ramillete espiritual será esta expresión de la Iglesia: “Alabanza, adoración y amor a Jesucristo resucitado”.
      
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA
     
Dediquémonos en esta mañana a sentimientos de alabanza, adoración y amor hacia Jesucristo resucitado. Regocijémonos y transportémonos de alegría. He aquí el día que el Señor ha hecho, día de victoria y de triunfo. ¡Unámonos a los ángeles para cantar gloria a Dios, Aleluya!
    
PUNTO PRIMERO - LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO ES EL TRIUNFO DE NUESTRA FE
    
JESUCRISTO RESUCITÓ VERDADERAMENTE. Los Apóstoles, que lo atestiguaron y sellaron con su sangre su testimonio, no pudieron engañarse, puesto que conversaron con Él durante cuarenta días; ni quisieron tampoco engañar, pues a ello se oponían sus más caros intereses en este mundo y en el otro; y, por otra parte, si Jesucristo no hubiera resucitado, no habría sido a los ojos de ellos más que un impostor que les habría engañado, predicando su Resurrección. Tampoco los Apóstoles hubieran podido engañarnos, aunque hubieran permitido sacar el sagrado Cuerpo. ES PUES CIERTO Y CERTÍSIMO, ¡OH JESÚS! QUE VERDADERAMENTE RESUCITASTEIS. Y CIERTO, POR CONSIGUIENTE, QUE SOIS DIOS TODOPODEROSO, puesto que un hombre muerto no puede por sí mismo resucitar: sólo Dios, dueño de la vida y de la muerte, es capaz de tal prodigio. ¡Oh santa fiesta de Pascua, cuan querida me eres! La Resurrección de mi Salvador es para mí la garantía de su divinidad, y, por lo mismo, la garantía de todas mis creencias; porque, si Jesucristo es Dios, su Religión es divina; el Evangelio, que es su Palabra, es divino; los Sacramentos que ha establecido, son divinos; la Iglesia que ha fundado, es divina; y creyéndole, estoy seguro de no engañarme. Siguiendo mi fe, marcho tras un guía infalible, y haciendo los sacrificios que me pide, sé que no pierdo mi trabajo y que Dios me recompensará. En vano el incrédulo impugna mi creencia; en vano las naciones braman de furor, y ‘los judíos le llaman escándalo, y los gentiles locura’. “Jesucristo ha resucitado”, respondo a todos, y no hay objeción que no venga a pulverizarse contra la roca de su sepulcro glorioso. ¡Qué consuelo, qué triunfo para la Fe, que no tiene necesidad sino de este solo hecho para ser altamente justificada! ¡Cuán justo es pues reanimar la fe en este hermoso día, creyendo las cosas de la Religión como si con los ojos corporales las viéramos, y mostrándonos hombres de fe en nuestra conducta, en nuestro lenguaje, en la oración, en el lugar santo, en todo y por todo!
    
PUNTO SEGUNDO - LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO ES EL TRIUNFO DE NUESTRA ESPERANZA
    
El hombre, que no vive sino muy poco tiempo aquí en la tierra, lleno de muchas miserias, tiene necesidad de esperar; por lo que se regocija hoy día, cantando con la Iglesia: “Jesucristo, mi esperanza, ha resucitado”. La Resurrección del Salvador es para nosotros la prenda y la seguridad de una resurrección semejante, que nos librará de todas las penas de la vida. “Jesucristo es el primogénito de entre los muertos”, dice el Apóstol; “por lo cual, después de Él, resucitarán también de sus cenizas los otros muertos”. “Nosotros formaremos con Él un todo perfecto, un cuerpo cuya cabeza es Él”, dice el mismo Apóstol; “pues los miembros deben seguir la condición de su cabeza”. ¿Qué sería de un cuerpo cuya cabeza anduviera por un lado y los miembros por otro? ¿Sería conveniente que el Espíritu Santo designara, bajo la figura de la cabeza y de los miembros, a Jesucristo y a los fieles, si debían vivir así separados? Si no formamos más que un sólo cuerpo con Jesucristo, su resurrección contiene la nuestra, como la nuestra supone la suya; la una contiene esencialmente a la otra. “Si os anunciamos, dice San Pablo, que Jesucristo ha resucitado, ¿Cómo podríamos decir que no había resurrección para nosotros?” Dogma consolador, que hace triunfar nuestra esperanza entre los trabajos y padecimientos de la vida; porque, si debemos resucitar como Jesucristo, nuestras lágrimas entonces se convertirán en gozo, nuestras penas en delicias, nuestra pobreza en abundancia, nuestra confusión en gloria, nuestra muerte en vida eterna. “YO SÉ, dice Job, QUE MI REDENTOR VIVE QUE YO RESUCITARÉ DE LA TIERRA EL ÚLTIMO DÍA Y DE NUEVO SERÉ REVESTIDO DE MI PIEL, Y QUE EN MI CARNE VERÉ A MI DIOS: EL QUE LE HA DE VER SERÉ YO MISMO, Y CON MIS PROPIOS OJOS VERÉ A ÉL, Y TAL ESPERANZA ESTÁ PUESTA EN MI PECHO”. “El Rey del universo, decía el segundo de los mártires Macabeos, nos resucitará para la vida eterna”. “Poco me importa, decía el tercero, perder aquí mis miembros, porque Dios me los devolverá algún día”. “Mejor es para nosotros, agregaba el cuarto, morir a manos de los hombres porque esperamos en Dios que nos ha de resucitar”. “¿Qué me importa, decía Santa Mónica, morir lejos de la patria? Dios, al fin de los tiempos, sabrá encontrarme para resucitarme”. En fin, todos los mártires y todos los justos han muerto con esta esperanza de una nueva tierra y de un nuevo cielo, donde el cuerpo de los santos será glorioso, impasible, inmortal, resplandeciente como el sol, ágil como los espíritus; donde no habrá ni dolores ni lágrimas; donde todo será gloria y felicidad. ¡Oh magnífica esperanza! ¡Cómo nos complacerá entonces haber padecido con conciencia, habernos mortificado y privado de los vanos goces del mundo!

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)