San Gerardo Mayela es uno de los más extraordinarios taumaturgos del
siglo XVIII. Nació el 6 de abril de 1726 en la pequeña ciudad de Muro
Lucano, provincia de Potenza, en el reino de Nápoles. Su vida fue muy
breve: vivió exactamente veintinueve años, seis meses y siete días,
según su primer biógrafo, el padre Tannoia, que descontaría los días
incompletos del nacimiento y de la muerte. Pero en tan poco tiempo este
buen obrero de Dios levantó un grandioso edificio de santidad.
Su padre, Domingo Mayela, tenía una humilde sastrería de barrio que
sacaba la casa adelante; la madre, Benita Galella, ayudaba trabajando en
el campo las horas que le dejaban libre las faenas domésticas.
Gerardo fue a la escuela desde los siete años hasta los doce; por su
aplicación y buen ejemplo era el preferido del maestro: la doctrina
cristiana se la sabía perfectamente, casi antes de comenzar a ir a la
escuela.
Cuando tenía doce años perdió a su padre; Benita se quedaba viuda con
Gerardo y tres hijas. Había que trabajar para ayudar a la madre; por eso
le sacó ésta de la escuela y le puso de aprendiz de sastre con el
maestro Martín Pannuto, con vistas a que pudiera establecerse por sí
mismo en la que fue sastrería de su padre.
Pannuto era bueno, pero tenía un oficial que era una cosa mala; mal
encarado, brutote y de mala entraña. En cuanto se percató que el
chiquillo era bueno, manso y que olía a beato se le revolvió la bilis:
con cualquier motivo le injuriaba, le abofeteaba y hasta le golpeaba con
la vara de medir. Con razón se lee en una lápida de mármol puesta
encima de lo que fue sastrería de Pannuto: “Aquí estuvo el taller de
Pannuto, del cual hizo Gerardo escuela de virtudes”.
Debió de estar hasta los quince años de aprendiz de Pannuto. A esa edad
los milagros y las virtudes habían dado al muchacho fama de algo
extraordinario: unos decían que era un santo; otros que era un loco.
Como en tiempo de Cristo y... como siempre.
El primer milagro conocido es el que tuvo lugar varias veces en la
pequeña iglesia de Capodigiano, dedicada a la Virgen de las Gracias.
No tendría Gerardo más de seis años: iba solito a rezar en aquella
iglesita de las afueras; el Niño Jesús se bajaba de los brazos de su
Madre y jugaba al escondite con el hijo de Benita: ¡cosas de niños!
Luego, al despedirse, le daba un pan blanquísimo que puso en la pista a
la madre y las hermanas para comprobar el hecho. Ahora la iglesia de
Capodigiano es parroquia; la Virgen no es artística, pero tiene una
gracia campesina propia del ambiente rural en que vive...
La afición de Gerardo a la oración, al ayuno, a la soledad y a los
dolores de la pasión despertaron en él desde niño y cada día iban en
aumento. La madre se desesperaba al ver que casi no comía y lo poco que
tomaba lo mezclaba con hierbas amargas.
A los siete años, sin encomendarse a nadie más que a su amor a Jesús
Sacramentado, se acercó a comulgar, pero el cura le puso mala cara y
pasó de largo. Gerardo se quejó a Jesús y por la noche le dio la primera
comunión nada menos que el arcángel San Miguel. La primera comunión
oficial no la pudo hacer hasta los doce años, según costumbre de la
época.
Cuando estuvo de aprendiz con Pannuto, el tiempo que no podía dar a la
oración por el día lo daba por la noche. Era tío suyo el llavero de la
catedral y se lo ganó para que le dejara las llaves, y se pasaba las
noches enteras algunas veces. Allá oraba, se disciplinaba, cantaba y
dormía; y hasta luchaba con los demonios que le querían asustar. Desde
el sagrario le dijo Jesús: “¡Loquillo, loquillo!”. Gerardo le respondió: “Más loco eres Tú, que estás ahí encerrado por mi amor”.
Tuvo la santa obsesión de reproducir en su cuerpo los tormentos de la
pasión: tomaba disciplinas de sangre, hacía que otros le azotaran y que
le arrastraran los mozalbetes por las calles empedradas de Muro. Lo más
difícil era que le crucificaran: pero también lo logró con motivo de
representarse en la catedral el Viernes Santo cuadros vivos de la
Pasión: a los verdugos les rogó que le ataran fuerte para que resultara
más al natural.
Su ilusión era hacerse religioso; pero le rechazaban por su aspecto
enfermizo, hasta los capuchinos, donde tenía cierta esperanza por ser
provincial un hermano de su madre, fray Buenaventura de Muro.
A falta de convento aprovechó la oportunidad para ponerse a servir al
obispo de Lacedonia, monseñor Albini, que era muy bueno, pero tenía un
genio que no había quien resistiera en palacio más de dos meses.
Gerardo, encantado, con tal de huir del mundo y tener una capilla con su
Amigo encarcelado, como llamaba a Jesús Sacramentado. Y estuvo unos
tres años, hasta la muerte de su señor. Fue célebre el milagro que hizo
cuando, al ir a sacar agua del pozo público, se le cayó la llave de
palacio dentro del pozo. Para que no se enfadara monseñor, descolgó a un
Niño Jesús con la cuerda del pozo y el Niño le hizo limpio el mandado,
subiendo del pozo con la llave en la mano: todavía se llama aquel pozo
el Pozo de Gerardito.
Se puso otra vez a trabajar en varias partes y por fin pudo abrir la
sastrería; pero los impuestos se la echaron abajo cuando la Real Cámara,
con nuestro Carlos III, impuso un régimen implacable de tributación.
El año 1749 se le presentó ocasión de forcejear de nuevo por entrar en
un convento: fue la misión de Muro predicada por 15 misioneros de los
recientemente fundados por San Alfonso María de Ligorio, dirigidos por
el venerable padre Pablo Cafaro. Gerardo se pegó a los misioneros con idea de
ganárselos para que le admitieran; el padre Cafaro, austero y de
voluntad férrea, le dió una rociada de negativas tajante. Avisada por él,
la madre encerró a Gerardo el día de la marcha de los misioneros para
que no se fuera con ellos; pero saltó por la ventana y los alcazó y
logró su intento. Para quitárselo de encima lo mandó al convento de
Deliceto el padre Cafaro, convencido de que no duraría una semana.
Pero se engañó. Creían que, como estaba siempre en oración o en éxtasis,
no valdría para trabajar; pero trabajaba por cuatro. Lo cual no le
impedía escalar las alturas de la contemplación y de todas las
experiencias místicas.
Su obsesión de copiar la pasión de Cristo se hizo más impresionante:
eran espantosas las disciplinas de sangre y la crucifixión, ayudado por
los criados del convento, a los que convencía para que hicieran de
verdugos diciéndoles que no le dolía, sino que sentía mucho gusto.
El teatro de estas escenas solía ser una gruta, o mejor una chabola, que
todavía se conserva, aunque casi inaccesible, razón por la cual no
puedo describirla en el interior, y que ya en el siglo XV sirvió para
los mismos menesteres al Beato Félix Corsano.
A pesar de su altísima oración desempeñaba a la perfección todos los
oficios, aunque la sastrería fue siempre su oficina propia. Sobre todo
fue el recadista ideal que recorrió los pueblos sembrándolos de
milagros, de ejemplos de santidad y de celo de apóstol.
Por amor a la obediencia adivinaba las órdenes o los deseos de sus
superiores; la llevaba tan a la letra que había que andar con cuidado;
un día en que un superior le dijo la expresión: “Ande y métase en un
horno”, se metió en el horno del pan y se hubiera achicharrado allí si
no le levantan la obediencia.
Simple lego como era se lo disputaban los párrocos, los conventos y los
obispos para que fuera a arreglarles los asuntos de las almas. A veces
iba con los misioneros ligorianos y confesaban éstos que hacía él con
sus oraciones y con sus palabras y sus virtudes a veces con sus
milagros más que todos los misioneros juntos. En los ejercicios que se
predicaban en las residencias, Gerardo era un elemento decisivo;
descubría con frecuencia las conciencias y no había pecador que se le
resistiera. Fue una especialidad suya el enfervorizar los conventos de
monjas, a veces bastante relajados, y ganar a muchas doncellas para
esposas del Señor. Hay quien ha llamado a esta actividad de su celo su
segunda vocación. En una ocasión llevó él mismo de una vez siete
doncellas al convento. Con ocasión de sus salidas, para recados, para la
postulación o para las misiones, a todas las jóvenes que podía las
encaminaba a los conventos como medio para llevarlas a la perfección.
En mayo de 1754 fue víctima de una calumnia por parte de una joven; San
Alfonso le llamó y, pareciéndole que la acusación presentaba indicios de
verdadera, le impuso severos castigos; el más doloroso, privarle de la
comunión. Hasta entonces había estado en residencia en Deliceto; con
este vendaval de la calumnia fue de casa en casa sometido a encierro y
vigilancia. Cuando, al mes y medio aproximadamente, apareció la verdad
por retractación de los autores de la calumnia, le volvió a llamar San
Alfonso y le preguntó con emoción: “¿Pero por qué no defendió su
inocencia?”. Gerardo replicó con dulzura: “Es que la regla prohíbe
excusarse cuando reprende el superior”. Aquella respuesta conmovió al
santo fundador hasta las lágrimas y, entonces, más que por la fama de
los milagros, comprendió que tenía un hermanito entre los suyos que era
un santo de cuerpo entero.
Del paso por las casas en esta época dejó recuerdo indeleble por sus
virtudes y por sus continuos éxtasis y milagros; fue célebre el que hizo
en Nápoles metiéndose en el mar con capotto y todo, para traer hasta el
puerto una barca de la mano, como a una criatura, cuando ya la daban
por perdida en un galernazo imponente.
Su última residencia fue Materdómini, levantada en un alto sobre el
pueblo de Caposele. Inmortalizó la portería con su caridad, que le valió
el título de padre de los pobres, que le daban en toda la comarca.
Entraba a saco por la despensa, la panadería y la cocina del convento; y
cuando los encargados se iban a quejar al superior se encontraban con
que había más abundancia que antes. Parecía que jugaba con Dios y su
providencia a los milagros; así que el superior, padre Gaspar Caione, le dejó
seguir los vuelos de su caridad. Delante de los pobres se extasió
mientras un ciego tocaba la flauta y cantaba una letrilla piadosa.
Todavía hoy se conmemora el milagro en la comida a los pobres en
Materdómini, servida con frecuencia por algún prelado.
Murió víctima de la obediencia, saliendo a la postulación en pleno
verano y con fiebre hética. Tuvo en un pueblo una hemoptisis y volvió a
Materdómini deshecho; para morir. Esto era en la segunda mitad de agosto
de 1755: el 16 de octubre entregó su alma a Dios. Su enfermedad fue una
serie de prodigios; dieron entonces su más vivo resplandor sus grandes
amores: la Pasión, la Eucaristía, la Santísima Virgen.
Después de su muerte siguió prodigando los milagros. Su sepulcro es un
imán de peregrinaciones. La del año 1955, segundo centenario de su
muerte, doy fe de que fue... una locura. Aun cuando la abundancia de
milagros hacía esperar su pronta canonización, por circunstancias
adversas no llegó hasta el año 1904.
Aunque sin tener una aprobación oficial, se le llama patrono de las
madres; ya las primeras imágenes, luego de morir, llevaban la
inscripción: Insígnis parturiéntium protéctor (Insigne protector en el trance de la maternidad).
Para terminar debo declarar que esta semblanza de San Gerardo está
sacada de mi Vida de San Gerardo Mayela, documentada y crítica,
publicada con motivo de los jubileos gerardinos de 1954 y 1955. Allí
puede ver el lector la abundante bibliografía y los archivos consultados
en Roma y Nápoles. Por no pasar los límites de esta semblanza, no
traslado la nota bibliográfica y el detalle de los archivos consultados,
además del abundante de su canonización, archivado en el Archivo de la
Postulación de la Congregacion del Santísimo Redentor, en la Casa
Generalicia de Roma. Pero por ahí puede deducir el lector que todo está
basado en documentación auténtica y abundante, y que esta semblanza no
es una Florecilla franciscana, aunque la figura del Santo es una
tentación para pergeñarla.
Pero ya sabemos que los tiempos hipercríticos en que vivimos no están
para ninguna clase de florecillas ni franciscanas ni ligorianas...
DIONISIO DE FELIPE, C. SS. R. En Año Cristiano, tomo III, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.
ORACIÓN
Oh Dios, que quisisteis atraer desde su juventud al beato Gerardo para
hacerlo conforme a la imagen de vuestro Hijo Crucificado, haced, os lo
pedimos, que al imitar sus ejemplos, reproduzcamos en nosotros este
divino Modelo. Por J. C. N. S. Amén.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)