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lunes, 24 de agosto de 2020

LA RETÓRICA DISTRIBUTISTA DE FULTON SHEEN

Traducción del artículo publicado por Patrick Odou en TRADITION IN ACTION (Parte 1 y Parte 2).
  
Sin duda, el arzobispo Fulton J. Sheen (1895-1979) es uno de los más famosos prelados estadounidenses contemporáneos. Primero se hizo conocido por su programa radial The Catholic Hour. Alcanzó el cénit de su popularidad durante los años ‘50s y comienzos de los ‘60s por su show semanal de televisión Life Is Worth Living.
  
Por estos medios masivos, Sheen llegó a millones de estadounidenses preparándolos en muchas formas para recibir al adveniente Concilio Vaticano II (1962-1965). Un buen ejemplo de esta preparación puede hallarse en su libro This Is the Mass, escrito junto al autor francés Daniel Rops. En él ellos anticiparon y defendieron las reformas litúrgicas venideras.
   
En el Concilio, Sheen no jugó un papel central, pero apoyó mucho los cambios que ocurrieron allí. En la era posconciliar, él implementó activa y fervientemente estas reformas. Según Thomas C. Reeves, admirador de Sheen y autor de America’s Bishop: The Life and Times of Fulton J. Sheen (El Obispo de Estados Unidos: Vida y Tiempos de Fulton J. Sheen), «El obispo Sheen ha sido un participante activo en las sesiones del Vaticano II en Roma y adhirió conscientemente reformas que siguieron. Intentó hacer de su diócesis un puente entre el antiguo y el nuevo catolicismo, implementando reformas radicales y haciendo titulares en el proceso».
   
Sheen abrazó las reformas implementadas por Pablo VI
   
LA PROPUESTA AUTOGESTIONARIA DE SHEEN
Con esta breve biografía en mente, me permito citar uno de sus discursos, publicado en línea por la Sociedad para el Distributismo. Transcribo sus palabras:
«Cuando uno habla de propiedad, uno no puede solo hablar de propiedad individual. Estas tremendas organizaciones industriales son parte de nuestra vida moderna, y no deseamos tenerlas destruidas. El problema es cómo aplicar los principios básicos de la propiedad a aquellos que están vinculados a esta corporación. Primero, cualquier hombre que tenga acciones en la corporación es acreedor a dividendos de esta acción. Es justa y lícitamente suya. Él ha ayudado en la organización dándole dinero al capital, y en justicia es acreedor a las utilidades.
    
¿Qué sobre el trabajador? El trabajador no da dinero alguno, sino que da algo más: entrega su vida. No solo este y el otro día, por el cual recibe un pago, sino la suma de todos los días, el dejar a su familia, el comienzo y el fin de su existencia física. Él también es titular de alguna parte de la riqueza social que él ayudó a crear, así como el accionista es titular de algo.
    
Por tanto, debería incorporarse una forma de co-propiedad en la cual un trabajador recibiría una parte de las ganancias que ha ayudado a producir. Ciertamente el hombre que dio dinero y que ha adquirido cupones es titular de ello, pero el trabajador también es acreedor a participar en algo de esa riqueza. No es necesario que sea dada solo en forma de acciones. En alguna proporción, alguna forma de gestión compartida, en la cual se profundizará el lazo entre sí y la industria donde trabaja, en la cual sentirá cierta estabilidad en la cual ya no estará trabajando para alguien, sino en la cual estará trabajando con alguien. ¡¡Ninguna clase es acreedora a tomar todas las ganancias!! (Aplausos)
    
Y este plan, ¿será del agrado de los accionistas? No, no todos los accionistas gustarán de ella porque dirán: “No seré capaz de usar mis tijeras. No conseguiré todos los dividendos que quisiera sobre mi dinero”. Ellos pueden conseguir más. Simplemente porque los trabajadores estarán trabajando en algo que es su propiedad.
    
¿A los líderes laborales les gustará el plan? No, no a todos, porque ellos perderían algo de sus posiciones privilegiadas. E infortunadamente, algunos de los líderes laborales están interesados solamente en extraer el poder creciente de extracción de la industria, en vez de dar una suerte de copropiedad a los trabajadores (Aplausos).
    
Ciertamente no le gustará a los marxistas o porque quieren quitar todo el interés, tanto que ni el capital ni el trabajo tendrán una parte. Creedme, un hombre es libre en su interior porque tiene un alma inmortal. Él puede decir: “soy mi propiedad”. Y un hombre es libre en el exterior porque puede llamar suya la propiedad. Él puede decir: “esta es mi propiedad”.
    
La historia revela que nunca ha habido tiranía, nunca ha habido ninguna esclavitud en el país donde ha habido una amplia distribución de la propiedad. Pero donde quiera encontráis un rechazo a permitirle a un hombre ser dueño o condueño de las cosas en que trabaja, como por ejemplo encontráis en la Unión Soviética, hallaréis tiranía, hallaréis despotismo, hallaréis esclavitud. Donde hay propiedad, hay poder. Donde hay propiedad, hay un sentido de responsabilidad. Por tanto, lo que queremos ver es una difusión mucho mayor de la propiedad. Tanto que un hombre sea dueño de su propia casa. El hombre será dueño en cierta forma, al menos, copropietario del lugar de trabajo. Él puede tener una responsabilidad hacia la industria, y sentirse libre. Libre en su interior porque tiene un alma inmortal, y libre en el exterior simplemente porque es responsable en el lugar donde trabaja. ¡Esto es libertad, esto es responsabilidad, esto es Democracia!». (Aplausos) [Para escuchar la grabación original, clicar aquí].
  
UN ARGUMENTO DEFICIENTE Y SOFISTA
Este fragmento de Sheen es muy impresionante desde el punto de vista de su retórica y aparente lógica. Es un buen ejemplo de los teatrales discursos que él habitualmente hacía en radio o televisión. Sin embargo, cuando lo analizamos cuidadosamente, encontramos una falta fundamental en su argumentación. Hay dos situaciones sociales y económicas diferentes: el inversionista y el trabajador, que no permiten el paralelo que Sheen hizo en su ejemplo.
  
Bueno para las bromas y los gestos teatrales, malo para la lógica
    
De hecho, cuando un hombre compra las acciones de una corporación, se presupone que tiene suficiente dinero para sí y su familia para vivir y aún tener algo extra. Él usa sus ahorros cuando compra acciones a fin de incrementar su valor. Porque el dueño de la compañía necesita fondos, atrae inversionistas ofreciéndoles participar en la ganancia general de su negocio. La relación entre el inversionista y el dueño de la corporación es, por tanto, una relación entre dos capitalistas. Aquí la preocupación moral de la Iglesia es establecer leyes que deben dirigir el mercado de dinero, no el mercado de trabajo.
   
No es este el caso en el segundo ejemplo del obispo Sheen, el del trabajador. Lo que existe entre el trabajador y su jefe es un hombre que no tiene nada y que ofrece su labor a cambio de un salario de alguien que puede pagarlo. Aquí la preocupación de la Iglesia es determinar que la relación entre empleador y empleado sea justa. El último debería recibir lo suficiente para proveer con dignidad para sí y su familia, y el primero debe ser respetado y obedecido. Dentro de estos límites morales, el propitetario tiene derecho a una ganancia proporcional de su capital y un crecimiento orgánico de su emptesa sin compartirla con sus empleados.
    
En su discurso Sheen comparó manzanas con naranjas. El accionista y el trabajador están en dos situaciones socioeconómicas totalmente diferentes. Uno tiene ahorros que pueden representar el trabajo de su vida –o el de su padre– y el otro no. De hecho, el accionista puede haber invertido el equivalente del trabajo de toda su familia, mientras que el trabajador solo puede ofrecer su trabajo. Las dos no son comparables.
   
Según los patrones normales de la lógica, el arzobispo Sheen hizo un sofisma cuando comparó los derechos de los inversionistas con los de los trabajadores. Son dos situaciones diferentes que implican derechos diferentes, y por ende no soportan una comparación paralela. En términos coloquiales, esto es lo que uno llama prestidigitación.
   
Respecto al valor de la argumentación de Sheen, mi evaluación es esta: Es falsa. Además, digo que es demagógica, esto es, descarría a la audiencia con una retórica teatral y vacía cargada de efectos sensacionales a fin de llegar a una conclusión predeterminada.
   
Por último, pero no menos importante, queda analizar su conclusión: la propuesta de autogestión por los trabajadores en la corporación que los contrata. ¿Esto está conforme a la enseñanza de la Iglesia?
  
LA COPROPIEDAD DEL ARZOBISPO SHEEN ESTÁ EN CONTRA DE LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA
En el discurso citado anteriormente, el arzobispo Fulton Sheen dijo esencialmente esto: Así como el accionista que invierte su dinero en una corporación participa de las ganancias que hace el negocio, así también el trabajador, que da su labor y tiempo, también debe participar de esa ganancia. Además, el trabajador debería participar en la propiedad del negocio. Esto efectivamente niega los derechos de la propiedad privada y propone instalar el régimen de copropiedad o autogestión de la empresa tanto por el empleador y los empleados.

Sheen apuntando a la autogestión
   
Habiendo resaltado las fallas de lógica que están presentes en este razonamiento simplista, analizaré el núcleo de la sugerencia del arzobispo.
   
Si uno sigue el Derecho Natural, creo que la noción de copropiedad es falsa. De hecho, se acostumbra que un hombre que ha trabajado y ahorrado su dinero pueda adquirir una propiedad, fruto legítimo de su labor. La propiedad que ha adquirido es un reflejo de su labor anterior. También, su ganancia que le permite contratar a otra persona para trabajar para él es un reflejo de su labor anterior. Siguiendo este proceso, un trabajador se convierte en un propietario legítimo.
   
El empleado, por varias razones, no ahorra y no tiene suficiente para vivir sin trabajar para otro.
  
Por tanto, afirmar que tanto el propietario como el trabajador tiene el mismo derecho a la propiedad del primero es una propuesta que lesiona al hombre industrioso y beneficia al poco industrioso. Esta injusticia viola el Derecho Natural.
  
Además, en el Evangelio hay muchas parábolas que involucran a propietarios y trabajadores que presenta el sistema de jornal como una forma justa y suficiente de remuneración por un trabajo. Claramente se condena como injustos a los trabajadores que querían más del salario acordado (Mat. 20, 1-15).
    
Finalmente, tenemos Papas que nos enseñan lo opuesto a lo que Sheen propone. Por ejemplo, Pío XII tuvo estas palabras expresivas contra la copropiedad:
«Por esto la doctrina social católica se pronuncia, entre otras cuestiones, tan conscientemente por el derecho de propiedad individual. Aquí están también los motivos profundos por los cuales los Papas de las Encíclicas sociales, y Nos mismo, Nos rehusamos a deducir, sea directa, sea indirectamente de la naturaleza del contrato de trabajo el derecho de copropiedad del trabajador sobre el capital de la empresa y, consiguientemente, su derecho de cogestión (Mitbestimmung). Importaba negar tal derecho, pues tras él se enuncia un problema mayor. El derecho del individuo y de la familia a la propiedad es una consecuencia inmediata de la esencia de la persona, un derecho de la dignidad personal, un derecho, es verdad, vinculado a deberes sociales; pero que no es sin embargo meramente una función social». [PÍO XII, Radiomensaje al Katholikentag de Viena, 14 de Septiembre de 1952, en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santita Pio XII, vol. XIV, pág. 314. Apud PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, El socialismo autogestionario: frente al comunismo, ¿es una barrera o una cabeza de puente?, 13 de Octubre de 1981, nota 29].
   
En otro artículo, he citado otras declaraciones papales sobre cómo legitimar el sistema de trabajo-capital según la doctrina Católica.
   
Así, contrario a lo que pretende el arzobispo Sheen, la Iglesia ha rechazado constantemente la idea de que el contrato laboral (el acuerdo entre empleador-empleado, capital-labor, propietario-trabajador) los empleados son acreedores a ser “copropietarios” o “cogestores” del lugar donde trabaja.
   
EL SOCIALISMO AUTOGESTIONARIO
La afirmación del obispo Sheen que el comunismo no es amigo de la copropiedad también es falsa. Sabemos que el comunismo, como fue establecido en Rusia en 1917 contra la “dictadura de la burguesía”) fue considerado por sus propios fundadores como una fase transitoria, la dictadura del trabajo. Según la doctrina marxista, otra fase ideal vendría cuando se encuentre un equilibrio, la síntesis final, que es definida en la Constitución soviética como siendo autogestionaria. De hecho se lee:
«El objetivo supremo del Estado soviético es edificar la sociedad comunista sin clases en la que se desarrollará la autogestión social comunista». [Preámbulo de la Constitución –Ley Fundamental– de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, del 7 de octubre de 1977, Editorial Progreso, Moscú, 1980, pág. 5. Apud PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, El socialismo autogestionario: frente al comunismo, ¿es una barrera o una cabeza de puente?, 13 de Octubre de 1981, nota 36].
Así, tenemos que el arzobispo Sheen claramente promueve la última fase del comunismo, que es la copropiedad y la autogestión. [1]
   
Marcha de Trabajadores Socialistas en París y Marsella contra la propiedad como fuente de ganancias. Un ideal que comparten con Sheen.
  
Lo que Gorbachov quería conseguir con su perestroika (reestructuración) y glasnost (transparencia) era acabar esa segunda fase del comunismo, y comenzar la tercera, la autogestión. Sheen hizo lo mismo. Creo que él estaba preparando a los Estados Unidos para aceptar y unirse a esa etapa más avanzada del socialismo que vendría como fase final del comunismo.
  
LA CONEXIÓN DISTRIBUTISTA
El pensamiento socialista de este popular arzobispo estadounidense que fue tan influyente antes, durante y después del Concilio Vaticano II es una cosa que hace tan interesante este discurso.
  
Otro punto interesante es lo que este discurso revela sobre el distributismo. ¿Por qué la Sociedad para el Distributismo subió en internet el discurso de Sheen y levantarlo como bandera de sus propios ideales?
  
Es inentendible porque, en primera instancia, los distributistas pretenden que su pensamiento está basado en la Doctrina Social Católica, y Sheen refuerza la misma mentira. En segunda instancia, porque los distributistas imaginan, como Sheen lo hace, que no son socialistsa: «Nosotros los distributistas no somos socialistas. Los socialistas están contra la propiedad. Queremos, en las palabras inmortales del Papa León XIII, para hacer lo más posible que la gente sea propietaria».
   
Analizando en relación lo que los distributistas y Sheen dicenm entendemos que el anterior busca hacer “lo más posible que la gente sea propietaria”. Ellos buscan una asunción socialista de un negocio o empresa, dando “copropiedad” y “autogestión” a todos los trabajadores. El distributismo quiere una distribución de la propiedad más amplia por medio de la copropiedad de las industrias, tierras o cualquier otra fuente de producción.
  
Tenemos que agradecerle a Fulton Sheen por ayudarnos a entender muchas cosas…
  
NOTA
[1] Respecto al tema del Socialismo Autogestionario que, como vemos, está siendo promovido por la Sociedad para el Distributismo, recomiendo especialmente “El socialismo autogestionario: frente al comunismo, ¿es una barrera o una cabeza de puente?”, del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira. Nunca había leído una obra mejor para explicar los objetivos últimos del socialismo y el comunismo.

6 comentarios:

  1. Que bueno si le pudieran poner audio a las notas como los de adelante la fe.
    O si pudieran grabarlas ustedes bien leídas y agregarlas en podcast.

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  2. ¿podrían hacer un resumen apretado sobre que es la Doctrina social de la iglesia?

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  3. La mejor manera de distribuir es que los políticos dejen de robar y ser corruptos.

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  4. Esto lo tendría que leer Anastasia del canal cosmonauta ediciones. No estoy en ninguna red social sino se lo haría llegar.
    https://www.youtube.com/watch?v=z5i1aX0MZI4

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  5. Los empleados copropietarios y por ahí anda el tema vivo en un edificio y el encargado o portero hace lo que se le canta la reverenda gana, si quiere limpia si no por más que uno se queje sigue en su nube de gas.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)