«La vida de Santa Mónica puede servir de lección y ejemplo para cada uno. Como virgen, era modesta y retirada, devota a la oración, amable con los pobres, no tomó gusto en los lujos o trajes elegantes, no se casó sin el conocimiento y permiso de los padres sino en obediencia a ellos más que porque fuese su propio deseo. Estos son todos los punyos que merecen ser especialmente considerados e imitados por todas las personas solteras. Como esposa, ella mostró una reserva y paciencia casi asombrosa. Sufría en silencio todo el mal que le hacían, pero emprendió reformar a su esposo con amables persuasiones y oraciones. Sin embargo, ella mostró la mayor solicitud para darle a sus hijos una educación cristiana. Los casados pueden aprender de esto cómo deberían conducirse a sí mismos, especialmente si uno tiene algo que sufrir del otro. Como viuda, ella pasó su tiempo en el ejercicio de aquellas obras que mencioné antes. Amó la soledad, huyó incluso de los placeres lícitos, y evitó la más leve sombra de vanidad en su atuendo y conducta. ¡Ah!, si todas las viudas considerasen bien este ejemplo, y conformasen sus vidas a él. Porque vivir, después de la muerte del esposo, la misma vida de vanidad y disipación, solo vestir tan lujosa como soberbiamente, encontrar el mismo deleite en los placeres del mundo y buscarlos tan frecuentemente como en el pasado, ser justo tan indolente al ejercicio de las obras de caridad, pasar incluso más tiempo en chismes que en oraciones o escuchando la palabra de Dios, llevar una vida regulada solo por un amor del confort y la sensualidad, quizá, incluso para buscar peligros mayores, no es vivir como una viuda que desea ferviente ganar su eterna salvación. Dice San Pablo: “Si alguna viuda tiene hijos o nietos; que aprenda primero a gobernar su casa, y dar el debido retorno a sus padres: porque esto es aceptable ante Dios. Pero la que es realmente viuda y desolada, ponga su confuanza en Dios, y persevere día y noche en súplicas y oraciones. Porque la que vive entre placeres, está muerta en vida” (1.ª Timoteo V).
Santa Mónica tuvo un esposo vicioso y un hijo descarriado. Ella, sin embargo, los convirtió a ambos. Pero, ¿cómo y con qué medios? No por riña o disputa, no por abusos y lesiones, no por jurar y maldecir; sino por la paciencia, por tiernas exhortaciones y oraciones constantes. ¡Oh!, si todas las mujeres, si todos los padres usaran tales medios cuando tienen malos esposos o hijos descarriados. Ellos no van a cambiar con maldiciones o abusos. Si un esposo es colérico, o ebrio, o incapaz de otra forma para escuchar razones, la esposa debe ser silente y ceder, pero esperar un tiempo adecuado para mostrarle sus faltas y exhortarlo a mejorar su conducta. Las contradicciones o maldiciones solo añadirán más leña al fuego, y acrecentarán el mal. En cuanto a los padres concierne, ellos deben saber que nunca tendrán permitido maldecir a sus hijos o desearles el mal, o que los hijos sean siempre impíos y malos. Los padres pecan al maldecir, y con frecuencia muy gravemente.
Ellos causan muchos pecados que sus hijos, con el paso del tiempo, cometerán maldiciendo de la misma manera: porque uno ve cada día que los hijos aprenden de sus padres a maldecir, y se vuelven tan acostumbrados a ello como sus padres lo son. ¿Y quién es responsable ante Dios por las maldiciones de los hijos sino los padres, que les han puesto el ejemplo? Yo soy consciente de las muchas excusas que los padres dan, y las contestaré en otro momento. Hoy, solamente digo esto: Nunca está permitido maldecir. Dios lo prohíbe. Cuantas veces los padres maldicen a sus hijos, otro tanto actúan en contradicción a la ley de Dios: ellos pecan, y causan que sus hijos pequen. Maldecir no es un medio apropiado, ni permitido, para educar a los hijos o hacerlos mejores. Santa Mónica usó medios muy diferentes, y obtuvo lo que ella deseó. ¿Dónde alguna vez ha habido un padre o una madre que maldiciendo hiciera a su hijo piadoso? Pero aun si fuera posible criar bien a un hijo y hacerlo piadoso maldiciendo, todavía sería pecaminoso hacerlo con esta intención. Dios lo ha prohibido, y esto debe ser suficiente. “Criadlos en la disciplina y corrección del Señor”, escribe San Pablo (Efesios VI). La corrección del Señor no permite maldecir; por el contrario, la prohíbe».
P. FRANCISCO JAVIER WENINGER SJ, Vidas de los Santos, con una instrucción práctica sobre la vida de cada Santo, para cada día del año, tomo I. Nueva York, P. O’Shea Publisher, 1877.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)