Tomado del Breve Examen Crítico del nuevo Ordo Missæ.
De las “Plegarias eucarísticas” en general:
«La anámnesis [1] del Canon romano se refiere a Cristo en cuanto operante y no sólo al recuerdo de Cristo o de la Cena como acontecimiento histórico: hæc quotiescúmque fecéritis, in mei memóriam faciétis; en griego: εἰς τὴν ἐμὴν ἀνάμνησιν; es decir: “hacia mi memoria”. Esta expresión no invita simplemente a acordarse de Cristo o de la Cena, sino que es una invitación a volver a realizar lo que Él hizo y del mismo modo que Él lo hizo.
A esta fórmula tradicional del Misal romano, el nuevo rito sustituye una fórmula de San Pablo: Hoc fácite in meam commemoratiónem que será proclamada diariamente en lenguas vernáculas. Tendrá por efecto inevitable, sobre todo en esas condiciones, de trasladar en la mente de los oyentes el énfasis al recuerdo de Cristo. La “memoria” de Cristo será señalada como el término de la acción eucarística, siendo que sólo es el principio. “Hacer memoria de Cristo” sólo será un fin buscado humanamente. En lugar de la acción real, de orden sacramental, se colocará la idea de “conmemoración” [2].
En el nuevo Ordo Missæ, se señala explícitamente el modo narrativo (ya no sacramental) en la descripción orgánica de la “plegaria eucarística”, en el número 55, con la fórmula: “Narración de la institución”; e igualmente, en el mismo lugar, con la definición de la anamnesis: “La Iglesia realiza el memorial (memóriam agit) del mismo Cristo”.
La consecuencia de todo esto es insinuar un cambio de sentido específico en la Consagración. Según el nuevo Ordo Missæ, las palabras de la Consagración se pronunciarán ahora como una narración histórica y ya no como afirmando un juicio categórico y de intimación proferido por Aquel en cuya persona obra el sacerdote: Hoc est Corpus meum y no Hoc est Corpus Christi [3].
Por último, la aclamación por parte de la asistencia inmediatamente después de la Consagración: “Anunciamos tu muerte, Señor… hasta que vengas”, introduce bajo una apariencia escatológica [4] una ambigüedad suplementaria sobre la Presencia real, pues se proclama sin solución de continuidad la espera en la venida de Cristo al final de los tiempos precisamente en el momento en que acaba de venir sobre el altar, donde ya está sustancialmente presente; como si la auténtica venida fuera solamente la del final de los tiempos y no sobre el altar.
Esta ambigüedad queda aún reforzada en la fórmula de aclamación facultativa propuesta en el Apéndice (n.º 2): “Cada vez que comemos este pan y bebemos este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vengas”. La ambigüedad llega aquí al paroxismo, entre la inmolación y la maducación por una parte, y entre la Presencia real y la segunda venida de Cristo por otra [5].
[…]
No figura en ninguna de las tres nuevas “plegarias eucarísticas” la menor alusión al estado de sufrimiento de los difuntos; no hay lugar en ninguna de ellas para una intención particular hacia ellos. Esto contribuye también a embotar la fe en la naturaleza propiciatoria y redentora del Sacrificio [6].
De modo general, diversas omisiones rebajan el misterio de la Iglesia al desacralizarlo. Ante todo, se ignora este misterio en su aspecto de jerarquía sagrada. Los Ángeles y Santos quedan reducidos al anonimato en la segunda parte del Confíteor colectivo; han desaparecido de la primera parte [7] como testigos y jueces en la persona de San Miguel Arcángel. También desaparecen las distintas jerarquías angélicas –hecho sin precedentes– en el prefacio de la nueva “Plegaria eucarística II”; también han desaparecido en el Communicántes la conmemoración de los Santos, Pontífices y Mártires, sobre los que fue fundada la Iglesia de Roma y que, sin ninguna duda, transmitieron las tradiciones apostólicas y fijaron lo que vino a ser con San Gregorio la Misa romana. También se ha suprimido en el Líbera nos, la mención de la Santísima Virgen, de los Apóstoles y de todos los santos: ya no se pide su intercesión, ni siquiera en momento de peligro.
Por último, la unidad de la Iglesia quedacomprometida con lo siguiente: la audacia ha llegado hasta el punto de la intolerable omisión en todo el nuevo Ordo Missæ –incluidas las tres nuevas “plegarias eucarísticas”– de los nombres de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, fundadores de la Iglesia de Roma, y de los nombres de los demás Apóstoles, fundamento y signo de la unidad y de la universalidad de la Iglesia. Sus nombres ya sólo figuran en el Communicántes del Canon romano.
El nuevo Ordo Missæ atenta también contra el dogma de la comunión de los santos al suprimir todos los saludos y la bendición final cuando el sacerdote celebra sin ayudante; y al suprimir el Ite Missa est en la misa con ayudante y sin pueblo [8]».
De la “Plegaria eucarística II”
«Los nuevos Cánones –denominados “plegarias eucarísticas”– ya han sido criticados varias veces y autorizadamente. No volveremos sobre el tema. Observemos que la segunda “plegaria eucarística” [9] ha escandalizado inmediatamente a los fieles por su brevedad. Se ha señalado entre otras cosas que esta “Plegaria eucarística II” puede ser empleada con toda tranquilidad de conciencia por un sacerdote que ya no crea en la transubstanciación ni en el carácter sacrificial de la Misa; esta plegaria eucarística puede muy bien servir para la celebración de un ministro protestante».
De la “Plegaria eucarística III”
«En la “Plegaria eucarística III” (Vere Sanctus, pág. 123 del Ordo Missæ), se llega hasta decir al Señor: “No dejas de congregar a tu pueblo, para que desde la salida del sol hasta el ocaso sea ofrecida una oblación pura a tu nombre”. Este “para que” (ut) deja pensar que el pueblo, más que el sacerdote, es el elemento indispensable para la celebración; y como no se precisa tampoco en este lugar quién es el que ofrece [10], se presenta al propio pueblo como investido de un poder sacerdotal autónomo.
En tales condiciones y según este sistema, no sería de extrañar que pronto se autorice al pueblo a unirse al sacerdote para pronunciar las palabras de la Consagración, cosa que, por otra parte, ya sucede en varios lugares».
De la “Plegaria eucarística IV”
«En la “Plegaria eucarística IV”, se reemplaza la oración del Canon romano pro ómnibus orthodóxis átque cathólicæ fídei cultóribus con una oración por “todos los que te buscan con corazón sincero”.
Igualmente, el Meménto de difuntos ya no menciona a los que han muerto cum signo fídei et dórmiunt in somno pacis (marcados con el signo de la fe y que duermen el sueño de la paz), sino simplemente “a los que han muerto en la paz de tu Cristo”, a los que se añade el conjunto de difuntos “cuya fe Tú sólo conoces”, cosa que supone un nuevo golpe contra la unidad de la Iglesia considerada en su manifestación visible».
NOTAS
[1] Anámnesis: nombre dado por los liturgistas a la oración que sigue a la Consagración. Literalmente: «recuerdo».
[2] La acción sacramental tal como se describe en la Ordenación general del nuevo ORDO MISSÆ, se caracteriza por el hecho de que Jesús dio a los apóstoles su Cuerpo y Sangre como alimento bajo las especies de pan y vino, ya no se caracteriza por el acto de la Consagración, y por la separación mística entre el Cuerpo y Sangre que resulta de este acto en el orden sacramental. Ahora bien, esta separación mística es lo que constituye la esencia del Sacrificio eucarístico: cf. Pío XII, encíclica Mediátor Dei, todo el primer capítulo de la segunda parte: «El culto eucarístico».
[3] Tal como figuran en el nuevo ORDO MISSÆ, las palabras de la Consagración pueden ser válidas en virtud de la intención del sacerdote; pero pueden no serlo, pues ya no lo son por la propia fuerza de las palabras o, más concretamente, ya no lo son en virtud de su sentido propio (del modus significándi) que tienen en el Canon romano del Misal de San Pío V. ¿Consagrarán válidamente los sacerdotes que, en un futuro próximo, no hayan recibido la formación tradicional y que se fíen del nuevo ORDO MISSÆ y a su Ordenación general para «hacer lo que hace la Iglesia»? Es legítimo dudarlo.
[4] Escatología: lo que se relaciona con las postrimerías del hombre y la segunda venida de Cristo al fin del mundo.
[5] No vale decir que estas expresiones pertenecen al mismo contexto escriturario (1.ª Cor. 11, 24-28), pues precisamente la Iglesia ha apartado siempre la yuxtaposición y la superposición para evitar la confusión entre las diferentes realidades designadas respectivamente por estas diferentes expresiones. Asimilar en cuanto a su naturaleza cosas que la Escritura presenta simplemente juntas constituye un proceder bien conocido de la crítica protestante.
[6] Ya en algunas traducciones del Canon romano, las palabras locum refrigérii, lucis et pacis se habían reemplazado con una simple calificación de estado («bienaventuranza, luz y paz»). Ahora se suprime toda alusión a la Iglesia sufriente.
[7] En esta fiebre de omisiones, el único enriquecimiento: el pecado de omisión en el Confíteor.
[8] En la conferencia de prensa en la que se presentó el nuevo ORDO MISSÆ, el P. Joseph Lécuyer C.S.Sp., en una profesión de fe claramente racionalista, llegó incluso a considerar que se pudiera expresar en singular los saludos de la Misa a los fieles: «Dóminus tecum», «Ora, frater», ¡para que no hubiera nada ficticio y que no correspondiera a la verdad!
[9] ¡Se ha pretendido presentarlo como el «Canon de Hipólito»!, cuando apenas conserva algunas reminiscencias verbales.
[10] Luteranos y calvinistas afirman que todos los cristianos son sacerdotes y que, por consiguiente, todos ofrecen la Cena. En cambio, conforme al concilio de Trento (D.S., 1752) hay que sostener que: «Todos los sacerdotes y sólo ellos son, propiamente hablando, ministros secundarios del Sacrificio de la Misa. Cristo es, ciertamente, el ministro principal. Los fieles sólo mediatamente, pero no en sentido estricto, ofrecen por medio de los sacerdotes» (Adolfo Tanquerey, Synópsis theologíæ dogmáticæ, Desclée 1930, tomo III).
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