Juan Héctor de Brito Pereira nació en Lisboa (Portugal) el 1 de Marzo de 1647. Su padre Salvador de Brito, era gobernador de Río de Janeiro, y murió cuando tenía dos años. Era paje del infante D. Pedro de Braganza (posterior rey Pedro II de Portugal). Siendo muy niño enfermó gravemente y su madre Beatriz lo encomendó al gran misionero San Francisco Javier y el niño curó milagrosamente. En recuerdo de este notable gran favor, toda la vida deseó ser un fiel imitador de San Francisco Javier.
A la edad de 15 años pidió ser admitido en la Comunidad de los Padres Jesuitas. Sus familiares se le oponían fuertemente porque eran ricos y muy amigos de los más altos empleados del reino y esperaban para Juan muy honrosos puestos oficiales. Pero el joven insistió fuertemente y al fin consiguió el permiso de hacerse religioso jesuita.
En los estudios del seminario brilló por su gran inteligencia y por su dedicación total a la preparación para el sacerdocio. Una vez ordenado sacerdote, recibió del rey y de muy altas personalidades la petición de que se quedara en Portugal, pero él, deseando imitar a San Francisco Javier pidió y obtuvo ser enviado como misionero a la India, y con 16 compañeros emprendió el larguísimo viaje por mar.
Desde 1673 hasta 1693, por veinte años estuvo misionando incansablemente en la India, donde adoptó el nombre de Arul Anandar (அருள் ஆனந்தம், traducción tamil de “lleno de gracia”, el significado de su nombre Juan). Y fue tanto el entusiasmo con el cual se dedicó a las actividades misioneras que lo nombraron superior de las Misiones de la India.
Fueron casi increíbles los trabajos y dificultades que se le presentaron en este inmenso país, el cual recorrió por miles de kilómetros, a pie, evangelizando. Sus compañeros dejaron escritos en sus cartas datos muy impresionantes acerca de los sacrificios tan intensos que el gran misionero tuvo que padecer. Pero el número de conversiones que consiguió fue también sumamente consolador.
El éxito de las misiones fue porque, siguiendo a Roberto de Nobili, los jesuitas adoptaron los usos y costumbres locales que fueran lícitos. Sir William Wilson Hunter en su «Imperial Gazetteer of India» (vol. VI, pp. 245- 253), cuenta que
«las primitivas misiones jesuíticas son especialmente interesantes. Sus sacerdotes y monjes se volvieron hindúes perfectos en todas las cuestiones tradicionales: vestido, alimentos, etc., y tuvieron igual éxito entre todas las castas, altas y bajas. En el sur de la península lograron que las antiguas colonias de cristianos del rito sirio llegaran a estar temporalmente en comunión con Roma y convirtieron grandes secciones de la población nativa de extensos distritos. Los cismas perturbaron a la Iglesia. El rey de Portugal pretendió contra la voluntad del Papa, designar al arzobispo de Goa; y los aventureros holandeses persiguieron por un tiempo a los católicos de la costa».
Sobre Brito, dice sir Hunter:
«Todo lo que era caballerosidad y generosidad, trataba de cumplirlo. Su salud era sumamente débil y las fiebres palúdicas lo atacaban muy frecuentemente y lo llevaban a las puertas de la muerte, pero él seguía trabajando como si no estuviera sufriendo. Los sacerdotes de las religiones de estas tierras eran muy fanáticos y atacaban sin piedad al pobre de Britto y a sus cristianos. Muchas veces lo echaron a la cárcel y le hicieron padecer feroces torturas».
En una ocasión, en julio de 1686, después de predicar en el país de Marava, que tenía 18 años sin misioneros por la crudeza de las persecuciones, él y un puñado de fieles nativos fueron aprehendidos por el primer ministro Kumara Pillai por negarse a rendir culto al dios Siva, fueron sujetos por varios días sin interrupción a torturas agudísimas (solo una oportuna batalla convocada por el rey Ragunatha Kilavan contra un cuñado los salvó de la ejecución, conmutada por la prohibición de predicar en sus dominios). Una vez lo colgaron de los brazos en un árbol, y otra lo echaron a un hondo pozo para ver si se ahogaba. Pero después de que lo atormentaban el Padre Brito se restablecía de manera que parecía casi un milagro.
Volvió a Europa a conseguir ayuda para sus misiones, y aunque el gobierno y muchos amigos le aconsejaban que se quedara en Portugal en honrosos cargos, él dispuso volver a la India, a imitar a su santo Patrono San Francisco Javier, que gastó su vida y sus energías en obtener que los habitantes de la India se convirtieran al cristianismo.
Y resultó que, tras ser curado de una enfermedad al leerle un catequista el Evangelio de San Juan, convirtió al cristianismo a Thadiya Thevan (தடியத் தேவன்), gobernador que era de Siruvalli y que tenía varias mujeres, y a instancia de Brito se propuso no tener en adelante sino una sola esposa, como lo manda nuestra santa religión.
Y entonces Kathali (காதலி), la más joven de las antiguas concubinas de aquel hombre, sobrina del vecino rey de Ramnad, para vengarse del santo misionero le inventó graves calumnias y obtuvo que fuera condenado a muerte.
Lo llevaron a la cárcel en Ramnad y desde allí escribió a sus superiores en Roma:
«Con alegría y gran esperanza espero la muerte. Mi gran deseo ha sido siempre morir mártir por Cristo Jesús. Morir mártir es la recompensa más preciada por los trabajos que he logrado hacer por la evangelización. Morir mártir es lo que le he pedido muchas veces a Dios en mis oraciones».
El 4 de febrero de 1693, un gran gentío se reunió en Orur para ver la ejecución del santo misionero, a quien se le acusaba de enseñar doctrinas que no eran las de los sacerdotes de los dioses de ese país. El gobernador Ranganatha Thevan, hermano de Ragunatha, estuvo varias horas demorando la sentencia porque sentía miedo de ordenar semejante crimen. Pero al fin movido por los fanáticos enemigos del cristianismo mandó que le cortaran la cabeza.
Al saber la noticia, el rey Pedro II de Portugal mandó celebrar solemnísimas honras fúnebres en honor del santo mártir, y a esas ceremonias asistió la madre del gran misionero, no de luto, sino con sus mejores adornos de fiesta, porque estaba convencida de que su hijo se había ido a recibir en el cielo la corona de gloria preparada para los que en la tierra se declaran amigos de Cristo hasta la muerte.
Su proceso de beatificación, interrumpido por las controversias de los jesuitas, concluyó con su beatificación en 1853. San Juan de Brito fue canonizado en 1947.
La mejor fuente de información parece ser «La Mission du Maduré» (1850) por el P. Joseph Bertrand SJ, en el tercer volumen, en la cual se encontrarán varias cartas del santo. Pero también es valiosa la segunda edición de la vida en portugués por su hermano Francisco Pereira de Britto, Historia do Nascimento, Vida e Martyrio do Beato Joao de Britto (1852), especialmente porque contiene (pp. 273-287) una larga carta escrita por su compañero de trabajo el P. Francisco Laynes, una semana después del martirio. Véase también San Giovanni de Britto (1948) de Cesare A. Moreschini. En 1947, el P. Augustin Saulière SJ ha publicado en Madura, bajo el título de «Red Sand», una biografía detallada de San Juan de Brito, dedicada originalmente a los jóvenes, pero que también es valiosa para los demás.
ORACIÓN
Oh Dios, que confirmaste la invicta constancia de tu Mártir el bienaventurado San Juan por la propagación de la Fe Católica en los indios, concédenos por sus méritos e intercesión, que cuantos nos regocijamos con la memoria de su triunfo, imitemos también su ejemplo en la fe. Por J. C. N. S. Amén.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)