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martes, 1 de agosto de 2017

DE LA INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA

   
Una de las cosas que más afligían al Padre San Francisco durante su vida en este mundo, la constituían las ofensas que se hacían a Dios con tantos pecados y la perdición eterna de tantas almas que los cometían. Una noche de 1216, en que más abundaba en estos sentimientos, se le apareció un Ángel de parte de Dios, dándole orden para que fuese a la pequeña iglesia (porziuncola chiesa) que él había reparado en honra de la Reina de los Ángeles.
  
Al llegar allí, entre vivísimos resplandores de gloria y majestad y multitud de ángeles y serafines que llenaban el templo, vio a Nuestro Señor Jesucristo, vivo y gloriosísimo, y a su divina Madre la Dulcísima Virgen María. Extático y fuera de sí San Francisco cayó en tierra y, así postrado, oyó la voz de Jesús que le decía:
“Pues tantas son tus lágrimas y afanes por la salvación de las almas, pídeme, Francisco, lo que quieras”.
  
Replicó Francisco:
“¡Señor y Dios Altísimo!, yo, miserable pecador, os suplico, por intercesión de vuestra Santísima Madre, que concedáis la gracia de que todos los que vengan confesados a esta iglesia alcancen perdón e indulgencia de todos sus pecados y queden en vuestra presencia lo mismo que quedaron después de recibir el santo bautismo”.
  
Respondió la voz divina:
“Mucho pides, Francisco, pero por ruegos de mi Madre, a quien has puesto por intercesora, te concedo esa gracia. Acude a mi Vicario en la tierra para que te la confirme”.
  
Francisco se presentó al Papa, que lo era entonces Honorio III, y, con sencillez y humildad, le dijo: “Santísimo Padre, vengo a solicitar una indulgencia plenísima para todos los pecadores que, habiéndose confesado, vengan a visitar la iglesia que yo he reparado”. Díjole el Papa: “No es costumbre conceder una indulgencia tan grande a tan poca cosa; pero, dime –añadió–, ¿cuántos años quieres que dure esta gracia?”. Replicó San Francisco: “Padre Santo, yo no pido años sino almas, y no soy yo, sino mi Señor Jesucristo quien lo quiere”. Al oír esto el Papa Honorio se sintió interiormente movido por Dios y dijo por tres veces: “Me place, me place, me place conceder esta gracia”.
 
Faltaba determinar el día en que se había de ganar este jubileo tan extraordinario, y vencer las dificultades que ponían los cardenales diciendo que esta indulgencia y jubileo, sin ninguna carga de ayunos, limosnas ni otras obras determinadas, menoscabaría los de Roma, Jerusalén, Santiago y otros que suele conceder la Iglesia.
   
San Francisco continuaba rogando a Dios y haciendo penitencia; hasta llegó a arrojarse desnudo, en el rigor del invierno, en un espinoso zarzal, ensangrentándose todo su cuerpo. Al instante el zarzal se vistió de verdor y brotó frescas y fragantes rosas, unas blancas y otras encarnadas. Además, una luz inefable sobre la engalanada zarza y multitud de ángeles convidaban a San Francisco con melodiosos cánticos para que fuese otra vez a la iglesia de la Porciúncula. San Francisco cogió del florido zarzal doce rosas blancas y doce encarnadas, todas muy hermosas, pasó con ellas la senda deslumbradora del monte, que todo parecía arder sin consumirse, entró en la iglesia y, delante de Jesucristo y de la divina Madre, que le aguardaban como la vez primera, cayó de rodillas y fijó su pensamiento en la indulgencia, oyendo estas palabras:
“Por los ruegos de mi Madre te concedí, Francisco, la gran Indulgencia, y para ganarla, sea el día en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, se libró milagrosamente de las cadenas. Llévale a mi Vicario esas rosas que has tomado de la zarza, en testimonio de lo que has visto y oído. Yo moveré su corazón y cumpliré tu deseo”.
  
San Francisco fue a Roma, llevando las rosas consigo y acompañado de cuatro compañeros que habían sido testigos de la visión, y obtuvo la confirmación de la indulgencia para el 1 de agosto, desde las vísperas de ese día hasta la puesta del sol del siguiente 2 de agosto, según el mismo Jesucristo nuestro Señor se lo había concedido.
  
Muchos milagros se obraron después, a favor de la autenticidad de esta indulgencia, entre otros el haber manifestado el Señor cuán hermosas salían de los templos franciscanos las almas que habían entrado manchadas, y cuántas salían muy gloriosas del Purgatorio por las visitas que por ellas se hacían.
  
No es de extrañar, pues, que en dicho día se observe un movimiento de piedad y fervor en el cristianismo, que sólo con el de Cuaresma, en tiempo de Semana Santa, se puede comparar, pues no sólo los simples fieles, sino que también los religiosos, los sacerdotes, los obispos, los arzobispos, los cardenales y hasta los mismos Soberanos Pontífices, han acostumbrado ir a las iglesias franciscanas en este día, entrar y salir de ellas, y ganar así tantas veces el jubileo como visitas se practican
  
El Papa Honorio III en 1223 otorgó Indulgencia plenaria, cuantas veces se visite cualquiera de las iglesias de las tres Órdenes de San Francisco, y muchas otras iglesias y capillas que tengan este privilegio, entre las primeras Vísperas del 1 de Agosto y el atardecer del 2 de Agosto. Para ello se requiere Confesión (puede realizarse el 30 de Julio como muy temprano), Comunión y Oración por las intenciones de la Santa Iglesia. Indulgencia confirmada y ampliada por los Papas Gregorio XV mediante Breve del 4 de Julio de 1622; Beato Inocencio XI mediante Breve del 12 de Enero de 1687; Pío IX el 12 de Julio de 1847; y León XIII el 14 de Julio de 1894.
  
ORACIÓN PARA GANAR LA INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA
¡Dios y Señor mío!, yo creo que estáis realmente presente en este santo templo; os adoro con toda la sumisión de mi alma; me arrepiento, Señor, de todos mis pecados y propongo la enmienda; os suplico, Dios mío, me concedáis la gracia de ganar la santa indulgencia que Vos mismo concedisteis a vuestro siervo el humilde San Francisco, y que aplico por mí mismo o por… (aquí se dice el nombre del alma de algún difunto por la que se quiere lucrar). A este fin os ruego, por las intenciones del Romano Pontífice, por la exaltación de la Santa Iglesia, por la paz de los gobiernos cristianos y por la conversión de todos los pobres y desgraciados pecadores.
 
Y Vos, oh Reina de los Ángeles, interceded por mí, supliendo, con vuestra poderosa mediación, mis defectos en esta plegaria. Amantísimo protector de todas las almas, benditísimo San José, amparadme con vuestra protección. Ángel de mi guarda, acompañadme en este santo ejercicio. Seráfico y glorioso Padre San Francisco y todos los Ángeles y Bienaventurados, interceded por mí. Amén. Seis Padrenuestros, Avemarías y Gloriapatris por la Propagación de la Fe y Triunfo de la Iglesia, Paz y concordia entre los gobernantes cristianos, Conversión de los pecadores y Extirpación de las herejías.
  
ORACIÓN (Del Misal Romano-Seráfico)
Oh Dios, que por medio de tu Santísima Madre, a quien has elevado sobre los coros angélicos, has querido que todos los bienes fuesen dispensados a los hombres, haz que en este día en el cual celebramos la memoria de la consagración de tu santuario, obtengamos por Ella la remisión de nuestros pecados y una gracia abundante que nos alcance la admisión en la sociedad de los espíritus bienaventurados y en el gozo de la ciudad celestial. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)