Gracias al Cardenal Henry Manning es posible trazar una comparación de lo que puede sólo describirse como
el impío paralelo entre el papel que desempeñó la prensa durante el Primero y el Segundo Concilio Vaticano. El
paralelo resulta tan estrecho que sólo podemos concluir que la fuerza que animó ambas campañas fue la
misma.
Según el Cardenal Manning,
“también se había difundido la creencia de que el Concilio aclararía las doctrinas de Trento o les daría algún significado nuevo o más laxo, o reabriría algunos temas que se consideraban ya cerrados, o llegaría a un acuerdo o transacción con las otras religiones; o, por lo menos, que adaptaría la rigidez dogmática de sus tradiciones al pensamiento y la teología modernos. Resulta extraño que se haya olvidado que todos los Concilios generales, desde Nicea hasta Trento, que trataron sobre la fe, han hecho nuevas definiciones y que cada nueva definición es un nuevo dogma, y cierra lo que antes estaba abierto y ajusta con mayor estrictez las doctrinas de la fe. No obstante, aquella creencia despertó una excitación mezclada con esperanzas de que Roma, al tornarse comprensiva, fuera más asequible, o que volviéndose contradictoria perdiera poder sobre la razón y la voluntad de los hombres” [618].
¡No es necesario comentar hasta qué punto esas aspiraciones se cumplieron como resultado del Vaticano
II! El objetivo principal de la campaña periodística era impedir la definición de la infalibilidad papal [619].
También era ése, por supuesto, el objetivo de todas las poderosas fuerzas anticatólicas del mundo, fuerzas que
controlaban ampliamente la prensa, aun en países nominalmente católicos. La influencia masónica ha sido
particularmente notable en lo que a prensa se refiere, y no debe sorprendernos, si se tienen en cuenta los
objetivos de la masonería. Una vez que se supo que ciertos obispos se oponían a las definiciones propuestas, se
desató una campaña periodística en su apoyo. La situación era entonces inversa a la del Vaticano II; durante el
Vaticano I los de la minoría eran los “buenos” y los de la mayoría los “malos”. Cuando se supo la existencia de
esa “oposición internacional” (cuyo alcance se exageró notablemente) entonces:
“En un momento, todo el mundo los respaldó. Gobiernos, políticos, periódicos, cismáticos, herejes, infieles, judíos, revolucionarios, como con un instinto infalible, se unieron para exaltar y proclamar la virtud, la erudición, la ciencia, la elocuencia, la nobleza y el heroísmo de esta “oposición internacional”. Con una reiteración verdaderamente homérica, ciertos epítetos eran siempre ligados a ciertos nombres. Todos los que estaban contra Roma eran ensalzados; todos los que estaban a favor de Roma eran vilipendiados” [620].
El Cardenal Manning explica que:
“Por una maravillosa disposición de las cosas, sin duda para bien de la raza humana, y por sobre todo de la Iglesia misma, el Concilio fue dividido en una mayoría y una minoría: y por una providencia aun más benéfica y admirable resultó que la teología, la filosofía, la ciencia, la cultura, el poder intelectual, la inteligencia lógica, la elocuencia, la sinceridad, la nobleza de pensamiento, la independencia de espíritu, el valor y la elevación de carácter del Concilio se encontraron todos en la minoría. La mayoría era naturalmente un Mar Muerto de superstición, estrechez, frivolidad, ignorancia y prejuicio; carente de teología, filosofía, ciencia o elocuencia; proveniente de “viejos países católicos”; fanáticos, tiránicos, sordos a la razón; con un rebaño de “clérigos italianos y curiales” y meros “Vicarios Apostólicos”.Los cardenales presidentes eran hombres de carácter tiránico y autoritario que mediante violentos campanillazos e interrupciones intemperantes ahogaban la serena e inexorable lógica de la minoría.Pero la conducta de la mayoría era todavía más despótica. Por medio de griteríos violentos, gestos amenazadores. y clamorosas manifestaciones en torno de la tribuna, ahogaban la emocionante elocuencia de la minoría, y obligaban a los incontrovertibles oradores a descender [621].
El Cardenal Manning se esforzó muchísimo por desmitificar la falsa imagen del Concilio inventada por
la prensa. Todas sus afirmaciones, fueren generales o particulares, son analizadas minuciosamente y refutadas
por completo pero, al igual que con el Vaticano II, el mito quedó como realidad en la imaginación popular.
El Vaticano I hasta tuvo su equivalente de Xavier Rynne, el “hombre misterioso” del Vaticano II, cuyo
seudónimo tal vez ocultara una identidad colectiva [622].
El Vaticano I tenía su “Janus”, cuyo esfuerzo por destruir
la autoridad del Papa y del Concilio fue “un elaborado intento de muchas manos”
[623]. Los artículos de “Janus” se
recopilaron en un tomo que se tradujo a varios idiomas.
El Cardenal Manning consideró su deber particular durante los ocho meses en que fue “testigo cercano
y constante de los actos y procedimientos del Concilio, el estar al día de todas las historias e invenciones
urdidas por la prensa de Italia, Francia, Alemania, e Inglaterra”. Cuando desde Inglaterra se le preguntó qué
había que creer con respecto al Concilio, contestó: “Leed cuidadosamente la correspondencia desde Roma que
se publica en Inglaterra, creed lo contrario y no estaréis lejos de la verdad”
[624], Manning señaló la forma en que
la campaña periodística destinada a socavar al Concilio había sido abiertamente prefabricada y coordinada
cuidadosamente [625]. “Una liga de periódicos, alimentados desde un centro común, difundían por todos los
países la esperanza y la confianza de que la ciencia y la ilustración de la minoría salvarían a la Iglesia Católica
de las desmesuradas pretensiones de Roma y de la ignorancia supersticiosa del episcopado universal”
[626].
La distribución de circulares a los obispos durante el Vaticano II también tuvo su equivalente en el
Vaticano I. “Los obispos recibieron un documento anónimo, que apareció simultáneamente en francés, inglés,
alemán, italiano y castellano, con minuciosos argumentos en contra de la oportunidad de definir la infalibilidad
del Romano Pontífice”
[627].
El Cardenal Manning también subraya lo difícil que le resultaba al Concilio, ante esa campaña periodística,
poder prestar su máxima atención al análisis de los importantes temas de su agenda, problema que
también se les presentó, varias veces amplificado, a los Padres del Vaticano II.
“Es obvio que se necesitaba total independencia y tranquilidad mental para tratar tantos temas como los que encaraba el Concilio; ello resultó imposible bajo los incesantes ataques de los gobiernos hostiles y de la omnipresente prensa, el perpetuo hostigamiento de amigos semi-informados y las incesantes tergiversaciones de los enemigos” [628].
El secreto del Concilio también fue violado, al igual que lo fue durante el Vaticano II. Los enemigos de la
Iglesia
“estaban en íntima y constante comunicación con los miembros de la oposición dentro del Concilio. Muchos de ellos conseguían los esquemas apenas se les distribuían a los obispos. Debe recordarse que este hecho prueba la violación del secreto impuesto a todos los que estaban dentro del Concilio, y en el caso de los que habían jurado observarlo, constituía perjurio” [629].
Por cierto que la campaña en contra del Concilio fracasó. Fracasó porque
el papa no desfalleció, enfrentó
el error con la condenación y contestó las exigencias de modificar o
adaptar la verdad católica al espíritu
de la época, reafirmándola con la fuerza y la claridad de Trento, y a
pesar de las profecías de sus enemigos de que la declaración de la
infalibilidad papal sería el golpe mortal para la Iglesia, ella surgió
más fuerte y más
vigorosa que nunca. Esto, por cierto, provocó toda la furia de la Ciudad
del Hombre. Se manifestó el odio del
mundo a la Iglesia y al mismo tiempo se manifestó la naturaleza divina de la Iglesia Católica; porque el odio del
mundo fue señalado por el mismo Cristo como uno de los signos de Su Cuerpo Místico, que no sólo debe
predicar a Cristo crucificado, sino revivir también el misterio de su crucifixión y Su resurrección hasta que Él
vuelva glorioso. Si Cristo se hubiera allanado a dialogar con Sus enemigos, si se hubiera prestado a adaptarse, a
hacer concesiones, entonces hubiera podido evitar la Crucifixión, pero ¿qué valor habría tenido entonces la
Encarnación? El Papa Pío IX siguió el ejemplo de Cristo, cuyo Vicario era, y
Así como la cumbre atrae a la tormenta, así la mayor violencia cayó sobre la cabeza del Vicario de Jesucristo. Sobre esto no diré nada. La posteridad conocerá a Pío IX; el mundo lo conoce ya demasiado para recordar, salvo con asco y disgusto, el idioma de sus enemigos. “Si han llamado Belcebú al dueño de casa, ¿qué no dirán de sus ocupantes?” Nadie tiene ese privilegio más que el Vicario del Maestro; y es un gran gozo y una clara fuente de vigor y confianza que todos los ocupantes de la casa compartan esa señal, que siempre distingue a los que están de Su lado contra el mundo [630].
MICHAEL TRENDHAL DAVIES, El Concilio del Papa Juan [Traducción de
Ana María Zuleta]. Ed. ICTIÓN, Buenos Aires, 1981. Apéndice III: LA
PRENSA Y EL CONCILIO VATICANO PRIMERO (Págs. 151-153).
NOTAS (en el original)
[618] Cardenal Henry Manning. Carta Pastoral Petri Privilégium III, pág. 15.
[619] Cardenal Henry Manning. Carta Pastoral Petri Privilégium III, pág. 16.
[620] Cardenal Henry Manning. Carta Pastoral Petri Privilégium III, Íbid.
[621] Cardenal Henry Manning. Carta Pastoral Petri Privilégium III, Págs. 10-11.
[622] Revista Newsweek, 12 de Agosto de 1963, Pág. 77.
[623] Cardenal Henry Manning. The True Story of the Vatican Council [La Verdadera Historia del Concilio Vaticano]. Londres, 1877, Pág. 67.
[624] Cardenal Henry Manning. Carta Pastoral Petri Privilégium III, Pág. 2.
[625] Cardenal Henry Manning. Carta Pastoral Petri Privilégium III, Pág. 15. Y The True Story of the Vatican Council. Págs. 68 y 151.
[626] Cardenal Henry Manning. Carta Pastoral Petri Privilégium III, Pág. 17.
[627] Cardenal Henry Manning. The True Story of the Vatican Council. Pág. 70.
[628] Cardenal Henry Manning. The True Story of the Vatican Council. Pág. 81.
[629] Cardenal Henry Manning. The True Story of the Vatican Council. Pág. 145.
[630] Cardenal Henry Manning. Carta Pastoral Petri Privilégium III, Pág. 10.
Que estupidez comparar el vaticano primero con el conciliábulo masón vaticano dos....en eso Davies resbala de lo lindo.
ResponderEliminarÉl es un conciliar también, pero la verdad no deja de ser verdad solamente porque la diga uno u otro. Además, la prensa atacaba al primer concilio por ser dogmático, por ser Católico; mas elogia al segundo porque era indefinidor y acorde al mundo.
EliminarPor algo está escrito: “Bienaventurados vosotros cuando seáis perseguidos y calumniados por causa mía, porque así fueron tratados los profetas antes de vosotros; mas ay de vosotros cuando la gente os alabe en las calles, porque así trató esta gente a los falsos profetas”.
Al Vaticano I lo atacaron porque tenía una mayoría ortodoxa, mas al Vaticano II lo elogiaron porque los modernistas fueron mayoría y contó con el apoyo de los usurpadores Roncalli y Montini.
EliminarQue papa ni nada el puto roncalli era un usurpador de mierdas que no dejó gobernar al cardenal Siri.
ResponderEliminarhttp://www.vaticanocatolico.com/PDF/13_JuanXXIII.pdf
Clemente VII defendió el dogma católico de la indisolubilidad del matrimonio, aun cuando Enrique VIII, ardido de que le negaran la nulidad, ordenó que Inglaterra se volviera protestante. Este pasaje histórico es un contraste con la teoría conspirativa de un supuesto pontificado de José Siri como Gregorio XVII, que cedió ante la amenaza de la Unión Soviética y la masonería eclesiástica de una mayor represión contra los Católicos (de rito romano y bizantino) tras el “Telón de Acero”, en vez de resistir hasta el martirio. De ser cierta esta conjetura, esa actitud y proceder que mostró el 28 de Octubre de 1958 deja mucho que decir sobre cómo hubiera sido su mandato (de haberse dado).
EliminarAparte, Siri participó en el cónclave de 1963 y los de 1978, asistió a las sesiones del Vaticano II como parte del Cœtus Internationális Patrum y acató sus decisiones (cosa que no haría alguien que se considera tradicionalista y derrocado del Papado). Y si el “Papa de rojo” tuviera un sucesor oculto, llámese Gregorio XVIII o como se llame, ¿Qué garantía de ortodoxia tendrá, si el primero de su línea simuló con ritos inválidos siendo arzobispo de Génova? Si mala es la raíz...
Ahora, una ironía total citar a los Dimond en este asunto, los mismos Dimond que defienden el sedevacantismo en su vertiente visceral, y arrojan al Infierno a los que no comulgan con su visión del Catolicismo tradicional, reciben sacramentos de manos de sacerdotes de rito bizantino que reconocen a los usurpadores conciliares que ellos mismos denuncian y condenan.
Leímos ese artículo que Vd. cita, y sabemos bastante de Juan XXIII “Bis” (porque hubo un antipapa Juan XXIII “A”, que reclamó el pontificado entre 1410 y 1415 auspiciado por el conciliábulo de Pisa).
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