“El que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, mejor le fuera que, atándole al cuello una piedra de molino, fuese sumergido en lo profundo del mar” (Matth. XVIII, 6).
Así se expresa Cristo, y no es permitido dudar de la terrible verdad de sus palabras; ni tampoco las que acabamos de citar se pueden tomar en un sentido puramente místico, entendiéndolas de los pequeñuelos en espíritu, cuando mejor se pueden interpreter literalmente de los pequeños en edad. A estos, sin duda, se refiere Jesucristo primero y principalmente, por ser muchísimo más peligroso el escandalizarlos a ellos que a los demás creyentes, porque como asegura Horacio:
“Todos los jóvenes se doblegan a los vicios como la cera, y una vez corrompidos, es muy difícil enderezarlos a los caminos y regiones de la virtud”.
Por esto, deseando el poeta preservarlos de los escándalos, dijo: “Al niño se le debe gran reverencia” (Juvenal, Sátira XIV), esto es, debemos abstenernos siempre especialmente delante de ellos de toda accion lasciva, mala o deshonesta, para no ofender su inocencia. A esto mismo se refieren las antes citadas palabras de Cristo: “Dejad que los niños vengan a mí”, porque todo el que escandaliza a los niños, impide que se le acerquen. Finalmente, las dos veces que mandó esto, casi siempre alega el mismo motivo, esto es, la excelencia de los niños: pues dice en la primera, que “de ellos es el reino de los cielos”; y en la segunda, “que sus Ángeles están incesantemente mirando la cara de su Padre, que está en los cielos” (Matth. XVIII, 10).
Falta ahora enumerar las maneras que haya de escandalizar a los niños. Primeramente, el escándalo es una palabra o una accion menos recta, que da occasion de pecar a los demás; de donde se sigue, que el que hace caer en pecado a los niños que van a Cristo por el camino de las buenas costumbres, los escandaliza. Esto puede verificarse de dos maneras, por obra y por palabras, y en ambos casos directa o indirectamente.
Aquel escandaliza indirectamente que no impide el escándalo, cuando con su autoridad o cargo podía y debía impedirlo, como se hace responsable al marinero que por su culpa dejó naufregar la embarcacion que dirigía; y también falta en esto cuando, queriendo impedir los escándalos, se deja arredar por las calumnias públicas, por las murmuraciones ocultas, por los daños que teme, y por otras mil maquinaciones del diablo. Este doble escándalo parece que dieron los Discípulos cuando impedían que los niños se acercasen a Cristo, y amenazaban a aquellos que los presentaban; pero la justa indignación que experimentó Jesús, quien al verlos hacer esto lo llevó muy a mal, como nos dice el evangelista san Marcos (Marc. X, 14), es una prueba manifiesta de que en esto obraron, no según la prudencia, sino muy irracionalmente.
¿Acaso tendrás esta conducta por poco indigna, cuando ella pudo turbar aparentemente la mansedumbre inmensa de Jesús, cuando pudo casi enturbiar, si hubiera sido posible, la clara fuente de la misma bondad? No recuerdo haber leído en parte alguna que se indignase contra ninguna otra accóon aquél buen Jesús que sufria las maldades de los publicanos y pecadores, al mismo tiempo que contra él se indignaba la falsa justicia de los fariseos, que en son de queja decian: “Cómo es que vuestro Maestro come con los publicanos y pecadores?” (Matth. IX, 11).
Evitemos cuidadosamente ambos escándalos, hermanos, a fin de que la indignacion de Cristo no caiga sobre nosotros: porque si la indignacion del Rey acarrea la muerte, ¿cuánto mas temible será la justa ira de todo un Dios? Mas los escándalos de palabra y de obra que pública y directamente se dan a los jóvenes, todos los conocen bien; pues hay hombres que cuando han obrado mal (Prov. II, 14), no solo se glorían y se alaban de las mayores maldades [1], sino que también reúnen con diabólica malicia todos cuantos compañeros pueden de sus crímenes, como si debieran únicamente trabajar para no perecer solos, o para no ser echados a los Infiernos sino muy acompañados.
El pueblo romano tuvo a un hombre de estas perversas intenciones en Catilina, y la Iglesia actualmente tiene a otros muchos más perversos que aquél, “a quienes ha obcecado su malicia” (Sap. II, 21) para apartarse de la fe, y para que entregados en un sentido réprobo cometan aquellos delitos que ya muy de antemano había indicado el Apóstol escribiendo a los romanos (Rom. II). Y, lo que apenas nadie podrá creer, se entregan a crímenes mucho más graves y dignos de abominación.
No se contentan con envolver en su tan merecida como segura condenacion a los extraños y a los ancianos, no perdonan a vínculo alguno de parentesco, ni a la edad de la inocencia y pureza angelical, ni a criatura alguna la mas santa, sino que todo lo afean, todo lo corrompen con su execrable vida. ¡Tan grande es, pues, el desenfreno de sus desordenados apetitos, y tanto confunde lo lícito con lo ilícito aquel su ardiente y concentrado frenesí! Este es aquel triste estado que Orígenes pintó exactamente, diciendo:
“que entre el demonio y un hombre que se deja llevar de las pasiones, no había más diferencia, sino que éste se aventaja a aquél, para quien es sola pena esta frenética agitacion, mientras que ella se imputa al hombre por una culpa muy detestable”.
¿Y nos admiraremos, pues, de que en nuestros tiempos más que en otros, “los pensamientos y los afectos del hombre sean propensos al mal desde la niñez” (Gen. VIII, 21), cuando los párvulos maleados por la original corrupcion de la naturaleza maman como la leche, si me es lícito hablar así, la lepra personal de los pecados?
Añádese a esto que muchos padres y maestros, o no tienen cuidado alguno, o lo último en que piensan es vigilar las costumbres y la educacion cristiana de sus niños: por consiguiente, ¿qué tiene de extraño que estos caigan con tanta facilidad, cuando se los deja abandonados sin guía en el tenebroso y resbaladizo camino por donde los empuja el ángel malo del Señor?
Y ojalá que solamente los dejaran abandonados y que no les presentaran con sus obras y con sus palabras ejemplos tan detestables y espectáculos tan repugnantes con las pinturas deshonestas y los escritos lascivos, en vista de los cuales ¿pueden menos de dejarse arrastrar al mal aquellos desgraciados inocentes? ¿Y no nos asegura el poeta, “que los ejemplos domésticos nos corrompen tanto más fácil y prontamente, cuanto nos son más respetables las personas que nos lo dan?”.
Además, ¿qué hará el hijo, sino lo que viere que practica su padre? Aplicándose a esto aquel sentencioso verso de la Égloga: “Sigue al padre su descendencia”; se deja conocer que a muchos les es casi imposible hallar medio de corregirse, pues como dice Séneca: “las cosas que antes eran vicios, pasan a ser ya costumbres”.
¿No os parecen acaso estos escándalos los más a propósito para precipitar a los jóvenes en el camino de su perdicion? Y ¡ay de estos infelices que escandalizan públicamente, no ya a uno, sino a muchos pequeñuelos de Cristo, impidiéndoles que se le acerquen!
No resolveré ahora si son peores éstos que los que escandalizan oculta y secretamente a los rectos de corazon, pues son también muy injustos, como hemos dicho, los que ponen el escándalo, no inmediato y manifiesto ante los pies de los pequeñuelos, sino como de lado; poniendo asechanzas a sus guías y maestros, a quienes ridiculizan, infaman y calumnian, diciendo que no les enseñan la doctrina por devoción y religiosa piedad, sino por curiosidad, hipocresía p por alguna otra torcida intencion. He aquí una astucia de zorra: mejor del diablo, que acechando por el flanco, muerde como la serpiente, y no deja que los párvulos vengan a Cristo: mal que es tanto más irremediable que el primero, cuanto es más difícil rechazar el enemigo oculto que el manifiesto. A semejantes escandalosos debería haber refrenado aquel precepto del Sabio (Prov. III, 27): “Guárdate de impedir el obrar bien, antes lo debes tú practicar siempre que puedas”.
“¡Oh, quién nos cogiera estas zorras pequeñas que destruyen las viñas” (Cant. II, 15) y pisotean el floreciente jardín de la Iglesia, pues entran y trepan las sendas más ocultas, y nunca las podrán hallar sino siguiendo sus pisadas! ¿Y qué pisadas son estas? Ciertamente no son otras que la destrucción de todas las flores más bellas, y el arrancar las plantas más saludables, operaciones difíciles que raras veces practica el jardinero, temeroso de hacerse culpable.
Pero, ¿por qué desgracia los hombres se transforman en zorras, y con qué gusto, mejor diré, por qué malignidad causan estos daños? De algunos se responde, que tal vez teman ponerse en descubierto; de otros, que los atormenta una envidia devoradora cuando ven que otros cumplen lo que ellos descuidan; a estos los agita el desprecio que hacen de la fe y de la Religión, ante los cuales la piedad es reputada por necia y despreciable locura; y finalmente, aquellos que se ven libres de estas fatales pasiones, se dejan oprimir, y despues de debilitados les atormenta la tibieza en la piedad, lo que provoca a nausea a Dios mismo.
¡Ay, ay del mundo por estos escándalos! Mas les valiera a sus autores morirse, que escandalizar y perder a tantos, ya pública, ya privadamente, sobre todo cuando impiden que los párvulos vengan a Cristo.
JUAN CARLOS DE GERSON, Tractátus de púeris ad Christum trahéndis (Tratado para encaminar los niños a Cristo), consideración II -traducción del P. Francisco Javier Besalú y Ros, Enseñanza catequística: apologías, métodos, leyes y catecismos, Madrid, Establecimiento tipográfico de Florencio Gamayo, 1863-. En P. ENRIQUE DE OSSÓ, Guía Práctica del Catequista en la enseñanza metódica y constante de la Doctrina Cristiana. Barcelona, Tipografía Católica, 1872.
NOTA DEL COMPILADOR ALEMÁN
[1] El copista recuerda que, siendo anfitrión en un gimnasio técnico, un huésped presumió que, hace varias décadas, había violado a su empleada, y que el confesor le impuso una penitencia muy pequeña.
Tiemblen, entre otros, los pedófilos, los pornógrafos de los mass media y los propugnadores de la satánica «ideología de género», porque en el Infierno irán a pagar eternamente por corromper a la niñez y la juventud.
ResponderEliminarMuy bueno.
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