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ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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jueves, 6 de febrero de 2020

PROFECÍA DEL CARDENAL MANNING SOBRE LA PERSECUCIÓN A LA IGLESIA

  
«El primer signo o marca de esta persecución que viene es una indiferencia hacia la verdad. Así como hay calma chicha antes de una tempestad, y como las aguas antes de la tempestad están como el cristal, como antes de un estallido hay un momento de tranquilidad. El primer signo es la indiferencia. La señal que presagia más seguramente que cualquier otro signo una futura persecución es una especie de indiferencia desdeñosa a la verdad o falsedad. La antigua Roma en toda su fuerza y ​​su poder adoptaba toda religión falsa de todas las naciones conquistadas, y le dio a cada una de ellas un templo dentro de sus muros. Fue soberanamente y despectivamente indiferente a todas las supersticiones de la tierra. Se animó a cada nación a tener su propia superstición adecuada, porque la superstición apropiada era un modo de tranquilizarse, de gobernar, y de mantener en sujeción, a las personas que se entregaban a la construcción de un templo dentro de sus murallas. De la misma manera vemos a las naciones del mundo cristiano en este momento adoptando progresivamente todas las formas de contradicciones religiosas, y, como se dice, con una tolerancia perfecta; no reconociendo distinciones entre la verdad o la falsedad entre una u otra religión, sino dejando que todas las formas de religión funcionen a su manera…

Con un intenso odio hacia lo que se llama el dogmatismo, es decir, la verdad positiva, lo definitivo, lo final, todo lo que tiene límites precisos, cualquier forma de creencia que se expresa con definiciones particulares -todo esto es completamente de mal gusto a los hombres que en principio fomentan todas las formas de opinión religiosa…

El siguiente paso es, entonces, la persecución de la verdad… [En la antigua Roma] hubo todo tipo de cofradías y órdenes sagradas, y sociedades, y como uds. saben había una sociedad a la que no se le permitió existir, y fue la Iglesia del Dios vivo. En medio de esta tolerancia universal, hubo una excepción hecha con la exactitud más perentoria, para excluir la verdad y la Iglesia de Dios del mundo. Ahora bien, esto es lo que tiene inevitablemente que pasar, porque la Iglesia de Dios es inflexible en la misión comprometida con él. La Iglesia Católica nunca se comprometerá en la doctrina; nunca va a permitir que se enseñen dos doctrinas dentro de ella; nunca va a obedecer al gobernador civil que pronuncie sentencia en los asuntos espirituales. La Iglesia Católica está obligada por la ley divina a sufrir el martirio antes que comprometer una doctrina, u obedecer la ley del gobernador civil, que viola la conciencia; y además de esto, no sólo no puede ofrecer una desobediencia pasiva, lo cual puede hacerse en una esquina, y por lo tanto no se detecta, y porque no se detecta no es castigada; la Iglesia Católica, sin embargo, no puede permanecer en silencio; no puede mantener su paz; no puede dejar de predicar las doctrinas de la revelación, no sólo de la Trinidad y de la Encarnación, sino también de los siete sacramentos, y de la infalibilidad de la Iglesia de Dios, y de la necesidad de la unidad y de la soberanía de ambos, espiritual y temporal, de la Santa Sede; y porque no va a estar en silencio, y no se puede poner en peligro, y no obedecer en asuntos que son de su propia prerrogativa divina, es por lo que se encuentra sola en el mundo; pues no hay otra Iglesia, ni ninguna comunidad que profese ser una Iglesia, que no se someta, obedezca, o mantenga en su paz, ante los gobernadores civiles del mundo…
 
Los santos Padres han escrito sobre el tema del Anticristo, y de [la] profecías de Daniel, sin una sola excepción, por lo que yo sé, y ellos son los padres, tanto de Oriente como de Occidente, tanto los griegos como los de la Iglesia latina –todos ellos por unanimidad–, dicen que en el fin del mundo, durante el reinado del Anticristo, el santo sacrificio del altar cesará. En el trabajo sobre el fin del mundo, atribuido a San Hipólito, después de una larga descripción de las aflicciones de los últimos días, leemos lo siguiente: “Las Iglesias llorarán con un gran llanto, porque no se ofrece ya la oblación ni el incienso, ni el culto agradable a Dios. Los edificios sagrados de las iglesias serán tugurios; y el precioso cuerpo y sangre de Cristo no podrá ser expuesto en aquellos días; la Liturgia será extinguida; el canto de los salmos cesará; la lectura de la Sagrada Escritura no se oirá más. Habrá sobre los hombres oscuridad, y duelo sobre duelo y aflicción sobre aflicción. Entonces, la Iglesia se dispersará, será impulsada a ir al desierto, y será por un tiempo, como era en el principio, invisible, oculta en las catacumbas, las cuevas, las montañas, los escondrijos. Durante un tiempo será barrida, por así decirlo, de la faz de la tierra”. Tal es el testimonio universal de los Padres de los primeros siglos…

Las sociedades secretas hace mucho tiempo han socavado la sociedad cristiana de Europa, y se encuentran en este momento luchando contra Roma, el centro de todo orden cristiano en el mundo. El cumplimiento de las profecías está por venir; y lo que hemos visto en las alas, también lo veremos en el centro; y ese gran ejército de la Iglesia de Dios, por un tiempo, se dispersará. Parecerá, por un tiempo, estar derrotada, y el poder de los enemigos de la fe durante un tiempo prevalecerá. El sacrificio peremne será quitado, y el santuario será echado abajo... Si quieres entender esta profecía de la desolación, entra en una iglesia: la que antes fue católica, donde había señales de vida; ahora está vacía, deshabitada, sin altar, sin tabernáculo, sin la presencia de Jesús…

Y así llegamos a la tercera marca, el abatimiento de “El principio de la fuerza”; es decir, de la autoridad divina de la Iglesia, y especialmente de aquél cuya persona la encarna, el Vicario de Jesucristo… El destronamiento del Vicario de Cristo es el destronamiento de la jerarquía de la Iglesia universal, y el rechazo público de la Presencia y Reinado de Jesús…

La tendencia directa de todos los acontecimientos que vemos en este momento es ésta claramente, destruir el culto católico en todo el mundo. Ya vemos que todos los gobiernos de Europa están excluyendo la religión de sus actos públicos. Los poderes públicos se están haciendo laicos: el gobierno no tiene religión; y si el gobierno es sin religión, la educación debe ser sin religión. Lo vemos ya en Alemania y en Francia. Se ha intentado una y otra vez en Inglaterra. El resultado de esto no puede ser otra cosa que el restablecimiento de la mera sociedad natural; es decir, los gobiernos y los poderes del mundo, que durante un tiempo estuvieron sometidos a la Iglesia de Dios con la fe en el cristianismo, con la obediencia a las leyes de Dios, y con la unidad de la Iglesia, después de haberse rebelado se han profanado a sí mismos, han recaído a su estado natural…

[Muchos] fallarán en su fidelidad a Dios. ¿Y cómo sucederá esto? En primer lugar por el miedo, en parte por el engaño, en parte, por la cobardía, en parte porque no pueden defender la verdad impopular cara a la mentira popular; en parte porque el hacer caso omiso de la opinión pública, en un país como éste, y en Francia… asusta a los católicos, que no se atreven a confesar su principios, y, al fin, no se atreven a mantenerse en ellos…

La Palabra de Dios nos dice que hacia el final de los tiempos el poder de este mundo se hará tan irresistible y tan triunfante que la Iglesia de Dios se hundirá – que la Iglesia de Dios no recibirá ya ayuda de los emperadores o reyes o príncipes, o legislaturas, o naciones o pueblos, para hacer resistencia contra el poder y la fuerza de su antagonista. Será privada de protección. Se debilitará, se desconcertará, y quedará postrada, y se inclinará sangrando a los pies de los poderes de este mundo. ¿Parece increíble? ¿Cuál es, entonces, lo que vemos en este momento? Mira la Iglesia católica y romana en todo el mundo. ¿Cuándo fue alguna vez más parecida a su Cabeza divina en la hora en que fue atado de pies y manos por los que le traicionaron? Mira la Iglesia Católica, aún independiente, fiel a su confianza divina, y sin embargo, desechada por las naciones del mundo; mira al Santo Padre, el Vicario de nuestro Divino Señor, en este momento escarnecido, despreciado, traicionado, abandonado, despojado, e incluso por aquellos que antes lo defendían atacado. ¿Cuando, pregunto yo, estuvo la Iglesia de Dios alguna vez en una situación más débil, en un estado más precario a los ojos de los hombres, y en este orden natural, de lo que es ahora? Y a partir de ahí, me pregunto, ¿es la libertad lo que está por venir? ¿Hay en la tierra algún poder que quiera intervenir? ¿Hay algún rey, príncipe o potentado, que quiera interponer sea su voluntad o su espada para la protección de la Iglesia? Ni uno; y está predecido que deba ser así. No queremos ni lo deseamos, pero por la voluntad de Dios parece que no será de otra manera.

Pero hay un poder que va a destruir todos los enemigos. Hay una persona que va a descomponer y aventar el polvo del verano y que trillará a todos los enemigos de la Iglesia, porque él es el que ha de derrocar a sus enemigos “con el aliento de su boca”, y destruirlos “con el resplandor de su venida”. Parece como si el Hijo de Dios estuviera celoso de que nadie reivindique su autoridad. Ha querido dirigir la batalla Él mismo; Él ha tomado el arma que ha sido lanzada contra Él; y la profecía es clara y explícita de que habrá una última derrota del mal; que será lograda no por ningún hombre, sino por el Hijo de Dios; que todas las naciones del mundo sepan que Él, y sólo Él, es el rey, y que Él, y sólo Él, es Dios…
 
Los escritores de la Iglesia nos dicen que en los últimos días, la ciudad de Roma, probablemente llegará a ser apóstata de la Iglesia y del Vicario de Jesucristo; y que Roma otra vez será castigada, porque él se apartará de ella; y el juicio de Dios caerá sobre el lugar desde el que una vez reinó sobre las naciones del mundo… Roma apostatará de la fe y ahuyentará al Vicario de Cristo, y volverá a su antiguo paganismo…».
  
CARDENAL ENRIQUE MANNING. Opúsculo “El Papa y el Anticristo”, año 1861.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)