¡Oh Pedro, saludamos el glorioso sepulcro donde descansas! A nosotros, hijos de este Occidente, que quisiste elegir, a nosotros toca, antes que a todos, celebrar con amor y fe las glorias de este día. Sobre ti debemos edificar; porque queremos ser los habitantes de la ciudad santa. Seguiremos el consejo del Señor edificando sobre roca nuestras construcciones terrenas, para que resistan a la tempestad y puedan ser mansión eterna. ¡Cuán grande es para contigo, que te dignas sostenernos así, nuestro agradecimiento, sobre todo en este siglo insensato, que, pretendiendo construir de nuevo el edificio social, ha querido edificarlo sobre la arena inconsistente de las opiniones humanas, y no ha hecho sino multiplicar las miserias y las ruinas! ¿Acaso no es la piedra angular la que han desechado los arquitectos modernos? ¿Y no se revela su virtud en que, al desecharla, chocan contra ella y se estrellan?
Ya que la eterna Sabiduría, oh Pedro, edifica su casa sobre ti, ¿en qué otra parte podremos hallarla? De Jesús, subido a los cielos, es de quien tienes palabras de vida eterna. En ti se continúa el misterio de Dios hecho hombre y que vive entre nosotros. Nuestra religión, nuestro amor al Emmanuel, son incompletos si no llegan hasta ti. Y, habiendo tú mismo vuelto a juntarte con el Hijo del hombre a la derecha del Padre, el culto que te tributamos por tus divinas prerrogativas, se extiende al Pontífice sucesor tuyo, en quien, por ellas, continúas viviendo; culto real, que se tributa a Cristo en su Vicario, y que, por tanto, no puede avenirse con la distinción, demasiado sútil, entre la Sede de Pedro y el que la ocupa. En el Pontífice romano, tú eres siempre el único pastor y sostén del mundo. Si el Señor dijo: “Nadie va al Padre, sino por Mí”, sabemos que nadie llega al Señor, sino por ti. ¿Cómo los derechos del Hijo de Dios, Pastor y Obispo de nuestras almas pueden padecer menoscabo en estos homenajes de la tierra agradecida? No podemos celebrar tus grandezas, sin que al momento, dirigiendo nuestros pensamientos a Aquel de quien tú eres como el signo sensible, como un augusto sacramento, tú no nos digas, así como a nuestros padres, por la inscripción de tu antigua estatua: Contemplad al Dios Verbo, piedra divinamente tallada en oro, sobre la cual estando asentado, no soy conmovido.
Dom PRÓSPER GUERANGER OSB. El Año Litúrgico (traducción española). Editorial Aldecoa, Burgos 1956.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)