Artículo publicado en la revista Sì sì No no, XXVI, 2. Vía RADIO SPADA. Traducción propia.
LA “Mediátor Dei”: CONDENA ANTICIPADA DE LA “reforma litúrgica” DE PABLO VI
Una «ley nociva»: el «Ordo Missæ» ecuménico
30 años ha (3 de Abril de 1969) subentrò al antiquísimo y venerable rito romano de la Santa Misa el Novus Ordo Missae de Pablo VI. Para el “Corpus Dómini” de aquel mismo año fue presentado a Pablo VI un breve examen crítico del “Novus Ordo Missæ”
precedido de una “Carta” de los cardenales Ottaviani y Bacci, en la
cual se afirmaba: «Los súbditos, para cuyo bien se hace la ley, siempre
tienen derecho y, más que derecho, deber –en el caso en
que la ley se revele nociva– de pedir con filial confianza su abrogación
al legislador». Y porque el Novus Ordo fuese “nocivo”,
tanto como para fundar un verdadero “deber” de pedir la abrogación, los
dos cardenales lo decían sin tanto ambage: el nuevo rito de la Misa
«se
aleja de modo impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la
teología católica de la Santa Misa tal
como fue formulada por la XXII sesión del Concilio de Trento».
La “Mediátor Dei”
Este «alejamiento de la teología católica de la Santa Misa» ya fue señalado y reprobado por Pío XII en el movimento litúrgico que recedette el Concilio Vaticano II. En la Mediátor Dei (1947) el Papa escribía: «observamos con gran preocupación que en otras hay algunos, demasiado ávidos de novedades, que se alejan del camino de la sana doctrina y de la prudencia; pues con la intención y el deseo de una renovación litúrgica mezclan frecuentemente principios que en la teoría o en la práctica comprometen esta causa santísima y la contaminan también muchas veces con errores que afectan a la fe católica y a la doctrina ascética». Con aquella Encíclica, Pío XII se proponía “alejar de la Iglesia” “falsas cavilaciones… que se oponen enteramente a la sana doctrina”, “errores que afectan a la fe católica y a la doctrina ascética”, “exageraciones y falsas interpretaciones que no concuerdan con los genuinos preceptos de la Iglesia”. Una mirada a la Mediátor Dei nos hará percibir que estas “falsas cavilaciones… que se oponen enteramente a la sana doctrina”, estos “errores que afectan a la fe católica y a la doctrina ascética”, estas “exageraciones y falsas interpretaciones que no concuerdan con los genuinos preceptos de la Iglesia” son el alma de la “reforma litúrgica” de Pablo VI y de sus múltiples actuaciones, que, aunque yendo tal vez más allá de la letra, se mueven no menos en el “espíritu del Concilio” y del Novus Ordo (como demuestra también el hecho que no son objeto de ninguna sanción disciplinaria).
Una “ruptura formal y violenta”
En la Mediátor Dei, Pío XII recuerda ante todo el prinicipio fundamental de la Liturgia: “Si queremos distinguir y determinar de manera general y absoluta las relaciones que existen entre fe y liturgia, se puede con razón afirmar que la ley de la fe debe establecer la ley de la oración” (legem credéndi lex státuat supplicándi): “Toda la liturgia tiene, por consiguiente, un contenido de fe católica, en cuanto que testimonia públicamente la fe de la Iglesia”; es “una continua profesión de fe católica”. Por consecuencia, las ceremonias con que la Iglesia orna el Sacrificio de Cristo “conservan la religión y distinguen a los verdaderos cristianos de los falsos y de los heterodoxos”. Mas he aquí que a la distancia de solos 18 años, la denominada “reforma litúrgica” de Pablo VI da a la liturgia un nuevo “principio y fundamento”: «La oración de la Iglesia no debe ser un motivo de molestia para ninguno», y por eso necesita “descartar cada piedra que pueda constituir también la sombra de un riesgo de tropiezo o de disgusto para nuestros hermanos separados”: así L’Osservatore Romano del 19 de Marzo de 1965, con firma del padre Annibale Bugnini, miembro eminente del “Consílium” que estaba elaborando el Novus Ordo Missae y la revisión de todos los ritos litúrgicos [1]. Por tanto, nunca más “la ley de la fe debe establecer la ley de la oración”, sino que la ley de la oración debe ser establecida por el intento “ecuménico”; de ahora en adelante, la liturgia atestiguará públicamente no la fe de la Iglesia, sino el ansia ecuménica de los hombres de Iglesia. Todo el Novus Ordo está allí para comprobar esta “ruptura formal y violenta con todas las reglas que hasta el Vaticano II habían guiado el culto católico” [2], a partir de su principio fundamental: “la ley de la fe debe establecer la ley de la oración”. La consecuencia (querida, vale decir) es que los nuevos ritos litúrgicos no “conservan la religión” ni “distinguen a los verdaderos cristianos de los falsos y de los heterodoxos” (Mediátor Dei, cit.).
La “Mediátor Dei”
Este «alejamiento de la teología católica de la Santa Misa» ya fue señalado y reprobado por Pío XII en el movimento litúrgico que recedette el Concilio Vaticano II. En la Mediátor Dei (1947) el Papa escribía: «observamos con gran preocupación que en otras hay algunos, demasiado ávidos de novedades, que se alejan del camino de la sana doctrina y de la prudencia; pues con la intención y el deseo de una renovación litúrgica mezclan frecuentemente principios que en la teoría o en la práctica comprometen esta causa santísima y la contaminan también muchas veces con errores que afectan a la fe católica y a la doctrina ascética». Con aquella Encíclica, Pío XII se proponía “alejar de la Iglesia” “falsas cavilaciones… que se oponen enteramente a la sana doctrina”, “errores que afectan a la fe católica y a la doctrina ascética”, “exageraciones y falsas interpretaciones que no concuerdan con los genuinos preceptos de la Iglesia”. Una mirada a la Mediátor Dei nos hará percibir que estas “falsas cavilaciones… que se oponen enteramente a la sana doctrina”, estos “errores que afectan a la fe católica y a la doctrina ascética”, estas “exageraciones y falsas interpretaciones que no concuerdan con los genuinos preceptos de la Iglesia” son el alma de la “reforma litúrgica” de Pablo VI y de sus múltiples actuaciones, que, aunque yendo tal vez más allá de la letra, se mueven no menos en el “espíritu del Concilio” y del Novus Ordo (como demuestra también el hecho que no son objeto de ninguna sanción disciplinaria).
Una “ruptura formal y violenta”
En la Mediátor Dei, Pío XII recuerda ante todo el prinicipio fundamental de la Liturgia: “Si queremos distinguir y determinar de manera general y absoluta las relaciones que existen entre fe y liturgia, se puede con razón afirmar que la ley de la fe debe establecer la ley de la oración” (legem credéndi lex státuat supplicándi): “Toda la liturgia tiene, por consiguiente, un contenido de fe católica, en cuanto que testimonia públicamente la fe de la Iglesia”; es “una continua profesión de fe católica”. Por consecuencia, las ceremonias con que la Iglesia orna el Sacrificio de Cristo “conservan la religión y distinguen a los verdaderos cristianos de los falsos y de los heterodoxos”. Mas he aquí que a la distancia de solos 18 años, la denominada “reforma litúrgica” de Pablo VI da a la liturgia un nuevo “principio y fundamento”: «La oración de la Iglesia no debe ser un motivo de molestia para ninguno», y por eso necesita “descartar cada piedra que pueda constituir también la sombra de un riesgo de tropiezo o de disgusto para nuestros hermanos separados”: así L’Osservatore Romano del 19 de Marzo de 1965, con firma del padre Annibale Bugnini, miembro eminente del “Consílium” que estaba elaborando el Novus Ordo Missae y la revisión de todos los ritos litúrgicos [1]. Por tanto, nunca más “la ley de la fe debe establecer la ley de la oración”, sino que la ley de la oración debe ser establecida por el intento “ecuménico”; de ahora en adelante, la liturgia atestiguará públicamente no la fe de la Iglesia, sino el ansia ecuménica de los hombres de Iglesia. Todo el Novus Ordo está allí para comprobar esta “ruptura formal y violenta con todas las reglas que hasta el Vaticano II habían guiado el culto católico” [2], a partir de su principio fundamental: “la ley de la fe debe establecer la ley de la oración”. La consecuencia (querida, vale decir) es que los nuevos ritos litúrgicos no “conservan la religión” ni “distinguen a los verdaderos cristianos de los falsos y de los heterodoxos” (Mediátor Dei, cit.).
Una “trágica necesidad de escoger”
Mediando
como fundamento de la “nueva
liturgia” el intento ecuménico, fueron precisamente eliminados de los
ritos litúrgicos, con el consejo también de seis “observadores”
protestantes, los
“motivos de molestia”, y toda “piedra” e incluso “riesgo de tropiezo”
para los denominados “hermanos separados”, comenzando por “toda
aquella abominación que se llama Ofertorio” (Lutero) que fue
integralmente eliminado. El resultado de esta “feroz amputación
litúrgica hecha pasar por reforma” (Guido Ceronetti, La Stampa,
18 de Julio de 1990) fue, inevitablemente, un rito ya no católico, sino
protestantizado, “una misa ritagliata, reducida a dimensiones
protestantes”, como la definió Julien Green, convertido del
protestantismo (Ce qu’il faut d’amour à l’homme).
Esto no turbó, sino que pareció satisfacer a los “reformadores”, cuya
preoccupación nos atestigua Bugnini– era la de promover lo que
“habría podido ayudar espiritual y psicológicamente a la unión”
[3]. “La reforma litúrgica ha hecho un notable paso adelante en el campo
ecuménico y se ha acercado a las formas litúrgicas de la iglesia
luterana”,
informaba el 13 de Octubre de 1967 L’Osservatore Romano. Tocará a los
cardenales Ottaviani y Bacci presentar el lógico reverso de la
medalla: y por eso mismo “el nuevo rito se
aleja de modo impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la
teología católica de la Santa Misa”. Es imposible avanzar en dos
direcciones
opuestas al mismo tiempo. En realidad, el problema puesto por el Novus
Ordo en la conciencia Católica no es un problema de romántica nostalgia
por el
viejo rito, sino un problema de fede: «Es evidente que el nuevo Ordo Missæ renuncia de hecho a ser la expresión de la doctrina que
definió el Concilio de Trento como de fe divina y católica, aunque la conciencia católica permanece
vinculada para siempre a esta doctrina. Resulta de ello que la promulgación del nuevo Ordo Missæ pone a
cada católico ante la trágica necesidad de escoger» (Breve examen crítico,
cit.). La “fe de Trento”, de hecho, no es otra sino la «antigua fe
fundada sobre el santo Evangelio, sobre las tradiciones de los Apóstiles
y la doctrina de los Santos Padres» (D. 947), y esto basta para
justificar el
rechazo de un Novus Ordo Missæ que “se ha acercado a las formas litúrgicas de la iglesia luterana” (L’Oss. Rom. cit.) y “renuncia de hecho a ser la expresión de la doctrina que
definió el Concilio de Trento” (Breve examen crítico,
cit.).
La sombra de Lutero sobre la “reforma” de Pablo VI
En la Mediátor Dei,
Pío XII escribe: «Hay en la actualidad quienes, acercándose a errores
ya condenados [por el Concilio de Trento], dicen que en el Nuevo
Testamento sólo se entiende con el nombre de sacerdocio aquel que atañe a
todos los bautizados… Por lo cual creen que el pueblo tiene verdadero
poder sacerdotal, y que los sacerdotes obran solamente en virtud de una
delegación de la comunidad. Por eso juzgan que el sacrificio eucarístico
es una estricta “concelebración”, y opinan que es más conveniente que
los sacerdotes “concelebren” rodeados de los fieles que no que ofrezcan
privadamente el sacrificio sin asistencia del pueblo». Algunos, de
hecho, «reprueban absolutamente los sacrificios que se ofrecen en
privado sin la asistencia del pueblo… ni faltan quienes aseveren que no
pueden ofrecer al mismo tiempo la hostia divina diversos sacerdotes en
varios altares, pues con esta práctica dividirían la comunidad de los
fieles e impedirían su unidad»; otros «llegan a creer que es preciso que
el pueblo confirme y ratifique el sacrificio, para que éste alcance su
fuerza y su valor». Contra estos errores, que ya fueron de Lutero, Pío
XII recuerda la fe católica, la “fe de Trento”: «el sacerdocio externo y
visible de Jesucristo se transmite en la Iglesia, no de manera
universal, genérica e indeterminada, sino que es conferido a los
individuos elegidos, con la generación espiritual del orden, uno de los
siete sacramentos». Por eso el sacerdote “se acerca al altar como
ministro de Jesucristo, inferior a Cristo, pero superior al pueblo”.
Cuando “se dice que el pueblo ofrece junto con el sacerdote” se entiende
decir solamente «que une sus votos de alabanza, de impetración, de
expiación y de acción de gracias a los votos o intención del sacerdote,
más aún, del mismo Sumo Sacerdote». También a la condena de las Misas
“privadas”, Pío XII opone la “fe de Trento”: el Santo sacrificio de la
Santa Misa «tiene… por su misma naturaleza una función pública y social…
ya sea que estén presentes los fieles…, ya sea que falten, pues de
ningún modo se requiere que el pueblo ratifique lo que hace el ministro
del altar». Es evidente que el Novus Ordo Missæ con el “pueblo de Dios reunido […] para celebrar [sic] el sacrificio Eucarístico” (Institutio,
artículo 7, ¡revisado y corregido!), con el sacerdote reducido a
“presidente” de la asamblea (Ibíd., n.7) y por eso con la cara vuelta al
pueblo (Ibíd., n. 271); con la consagración convertida, más que una
simple “narración”, también en una “oración presidencial” (Ibíd., n. 10)
y por eso para decirse “en voz alta e inteligible” (Ibíd. n. 10 y n.
12); con el
pueblo que, después de la consagración, no adora en silencio, sino que
ratifica en voz alta el Mystérium Fídei; con el favor
acordado en las concelebraciones, que tal vez acrecentan de número la
“comunidad”, pero ciertamente disminuyen el número de las “misas privadas”, es
evidente –decíamos– que un Ordo Missæ siffatto
“representa… un impresionante alejamiento de la teología católica
de la Santa Misa” (Breve examen crítico, cit.) y la acogida de aquellos slittamenti protestantici ya condenados por Pío XII en la Mediátor Dei.
Un “convite de la comunidad fraterna”
Íntimamente
conexa con la herejía del “sacerdote presidente” y del “pueblo
celebrante” es la pretensión de que “es enteramente necesario que los
fieles, junto con el sacerdote, reciban el alimento eucarístico”. A tal
fin –escribe Pío XII–, los novadores “afirman capciosamente que aquí no
se trata sólo de un sacrificio, sino del sacrificio y del convite de la
comunidad fraterna, y hacen de la sagrada comunión, recibida en común,
como la cima de toda la celebración”. También esta –amonesta Pío XII– es
otra “nueva y falsa doctrina contraria de Lutero”, que el Concilio de
Trento “fundado en la doctrina que ha conservado la perpetua tradición
de la Iglesia”, también condena: “Quien dijere que las misas en que sólo
el sacerdote comulga sacramentalmente son ilícitas, y que, por lo
mismo, hay que suprimirlas, sea anatema”. La santa Comunión, de hecho,
“es enteramente necesaria para el ministro que sacrifica, para los
fieles es tan sólo vivamente recomendable”. No
falta en la Mediátor Dei la condena de la otra pretendida
“necesidad” de que el pueblo comulgue con hostias consagradas en la
misma Misa, pretensión que tiene la misma raís heretical que la
precedente: también “comulguen… con hostias consagradas en un tiempo
antecedente… el pueblo participa regularmente en el Sacrificio
Eucarístico”. También estas dos pretendidas “necesidades” condenadas por
Pío XII
sobre la base de la “fe de Trento”, fueron acogidas por la “reforma
litúrgica” de Pablo VI, y la segunda –la de comulgar con hostias
consagradas durante la misma Misa (v. art. 55 de la constitución sobre
la
Sagrada Liturgia)– fue estigmatizada por el escritor Tito Casini, con
la ironía sobre el “Jesús fresco” y sobre el “Jesús rancio” [4].
El activismo litúrgico
De
la herejía del “sacerdote presidente” y
del “pueblo celebrante” nacen también las “falsas cavilaciones” acerca
de la participación “activa” de los fieles en la Santa Misa. Pío XII
alaba a aquellos que promueven esta participación activa con cantos,
respuestas o poniendo «el “Misal Romano” en las manos de los fieles»,
pero puntualiza que
«estos modos de participar en el Sacrificio… de ninguna manera son
necesarios para constituir su carácter público y común». Además muy
sabiamente advierte que «el talento, la índole y la mente de los hombres
son tan diversos y tan desemejantes unos de otros, que no todos pueden
sentirse igualmente movidos y guiados con las preces, los cánticos y las
acciones sagradas realizadas en común. Además, las necesidades de las
almas y sus preferencias no son iguales en todos, ni siempre perduran
las mismas en una misma persona». Por eso se puede participar
fructuosamente en el Sacrificio también «de otra manera, que a algunos
les resulta más fácil: como, por ejemplo, meditando piadosamente los
misterios de Jesucristo, o haciendo otros ejercicios de piedad, y
rezando otras oraciones que, aunque diferentes de los sagrados ritos en
la forma, sin embargo concuerdan con ellos por su misma naturaleza [por
ejemplo la meditación de los misterios dolorosos]». También aquí la
“reforma litúrgica” de Pablo VI, por la cual la “participación
activa” de los fieles es sobre todo un hecho exterior con detrimento de
la devoción interna y que por eso ha proscrito toda otra forma de
participación (especialmente el Santo Rosario), se pone claramente
contra la Mediátor Dei,
en el surco de las “falsas cavilaciones” condenadas por Pío XII. Es
necesario, además, decir que, frente a la sabiduría pastoral del papa
Pacelli, la
“pastoralidad” de la “reforma litúrgica” de Pablo VI, que irregimenta
los fieles sin ninguna consideración a las exigencias personales,
serevela por lo que es: un simple pretexto de fachada.
El panliturgismo
La
condena de Pío XII se extiende a las
«nuevas teorías sobre la “piedad objetiva”, las cuales… tratan de
menospreciar y aun prescindir de la “piedad subjetiva” o personal por la
cual algunos… creen, por esto, que se deben descuidar las otras
prácticas religiosas no estrictamente litúrgicas o ejecutadas fuera del
culto público». Al contrario, «la obra de nuestra redención […] requiere
el íntimo esfuerzo de nuestra alma» y por ende, sobre todo la
participación personal o “subjetiva”; y por tanto los “ejercicios de
piedad, no estrictamente litúrgicos… son no sólo sumamente loables, sino
hasta necesarios” porque nos “disponen a participar con mejores
disposiciones en el augusto Sacrificio del altar, a recibir los
Sacramentos con mayor fruto” (en lo que consiste esencialmente la
“participación activa” en la vida litúrgica). Entre estos ejercicios de
piedad, Pío XII señala y recomienda la rmeditación, el examen de
conciencia, los retiros espirituales, la visita al Santísimo Sacramento,
el Santo Rosario, y en particular los ejercicios espirituales, además
de “otras prácticas de piedad que, aunque en rigor de derecho no
pertenecen a la sagrada liturgia, tienen, sin embargo, una especial
importancia y dignidad, de modo que en cierto sentido se tienen por
insertas en el ordenamiento litúrgico”. Tales son el mes de mayo, de
junio, «las novenas y triduos, el ejercicio del “Via Crucis” y otros
semejantes». Ellos excitan a los cristianos también en la frecuencia de
los Sacramentos y del Santo Sacrificio y “Por eso haría algo pernicioso y
totalmente erróneo quien con temeraria presunción se atreviera a
reformar todos estos ejercicios de piedad, reduciéndolos a los solos
esquemas y formas litúrgicas” (1305). También sobre este punto la
“reforma” de Pablo VI ha signado el triunfo de las “nuevas teorías”
condenadas por Pío XII, con el panliturgismo y el desprecio de las “ las
otras prácticas religiosas no estrictamente litúrgicas o ejecutadas
fuera del culto público”; y por tanto bien merece la calificación de
“perniciosa” y “temeraria” anticipadas por Pío XII.
Los “frutos venenosos” de las “ramas enfermas”
Pío
XII vio insidiado también el “culto
eucarístico de adoración distinto del santo sacrificio”, como
las “visitas a los divinos sagrarios, los sagrados ritos de la bendición
con el Santísimo Sacramento; las solemnes procesiones tanto en las
ciudades como en las aldeas”, las “cuarenta horas”, la adoración
nocturna, etc. Prácticas todas, de hecho, puestas en desuso,
desalentadas, si no eliminadas con la “reforma litúrgica” de Pablo VI.
Pío XII advirtió como amenazadas la devoción a María y la práctica
saludable de la confesión. De aquí el grito de alarma lanzado a los
Obispos: «no permitáis —cosa que algunos defienden, engañados sin duda
por cierto deseo de renovar la liturgia o creyendo falsamente que sólo
los ritos litúrgicos tienen dignidad y eficacia— que los templos estén
cerrados en las horas no destinadas a los actos públicos, como ya ha
sucedido en algunas regiones; no permitáis que se descuide la adoración
del Augustísimo Sacramento y las piadosas visitas a los tabernáculos
eucarísticos; que se disuada la confesión de los pecados cuando se hace
tan sólo por devoción; y que de tal manera se relegue, sobre todo
durante la juventud, el culto a la Virgen Madre de Dios —el cual, según
el parecer de varones santos, es señal de predestinación—, que poco a
poco se entibie y languidezca. Tales modos de obrar son como frutos
venenosos, sumamente nocivos a la piedad cristiana, que brotan de ramas
enfermas de un árbol sano; hay que cortarlas, pues, para que la savia
vital nutra sólo frutos suaves y óptimos». La “reforma litúrgica” de
Pablo VI,
en cambio, parece haber asumido precisamente la tarea de cultivar solo
las
“ramas enfermas” del movimiento litúrgico y por 30 años el pueblo
cristiano come sus “frutos venenosos”, perdiendo la fe y pervirtiendo la
moral.
La exaltación del Cristo glorificado y el ocultamiento del Cristo sufriente
Nella Mediátor Dei, Pío
XII condena “deplorables propósitos e iniciativas”, que “tienden a
paralizar la acción santificadora” de la Liturgia. Entre otros, Pío XII
señala los “deplorables propósitos e iniciativas” de “quien use la
lengua vulgar en la celebración del Sacrificio Eucarístico [incurante
che «el uso de la lingua latina… es… un antídoto eficaz contra toda
corrupción de la pura doctrina»], quien traslade fiestas —fijadas ya por
estimables razones— a una fecha diversa, quien desea devolver al altar
su forma antigua de mesa; quien desea excluir de los ornamentos
litúrgicos el color negro; quien quiere eliminar de los templos las
imágenes y estatuas sagradas; quien quiere hacer desaparecer en las
imágenes del Redentor Crucificado los dolores acerbísimos que El ha
sufrido». No es menester demostrar que estos “deplorables propósitos e
iniciativas” fueron todos puestos en obra con la “reforma litúrgica” de
Pablo VI. Pío XII vuelve sobre el último ultimo punto: el ocultamiento
de la Pasión (tema desagradable al hedonismo moderno) y la exaltación de
la Resurrección. «Se atreven a afirmar –escribe– que no hemos de
fijarnos en el Cristo histórico, sino en el Cristo “neumático o
glorificado”; y hasta no dudan en asegurar que en el ejercicio de la
piedad cristiana se ha verificado un cambio… con el Cristo glorificado
oscurecido» y por eso «algunos llegan hasta a querer quitar de los
templos sagrados los mismos crucifijos». Y aquí la condena: «tales
falsas cavilaciones se oponen enteramente a la sana doctrina recibida de
nuestros mayores»: porque la Pasión es «el principal misterio de donde
procede nuestra salvación, es muy propio de la fe católica destacar esto
lo más posible, ya que es como el centro del culto divino, representado
y renovado cada día en el sacrificio eucarístico, y con el cual están
estrechamente unidos todos los Sacramentos con el vínculo de la Cruz».
El desvinculamiento de la liturgia de la autoridad: “creatividad” y “experimentos litúrgicos”
Del principio fundamental “la ley de la fe debe establecer la ley de la oración” –recuerda Pío XII en la Mediátor Dei–
se deduce lógicamente la autoridad exclusiva de la Santa Sede en
materia
litúrgica. Puesto que «la pureza de la fe y de la moral debe ser la
norma característica de esta sagrada disciplina», «no es posible dejar
al arbitrio de cada uno, aunque se trate de miembros del clero, las
cosas santas y venerandas…, el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo y
el culto divino». El “solo Sumo Pontífice” tiene el derecho de legislar
en materia litúrgica. Los Obispos tienen el deber de vigilar que las
leyes litúrgicas sean puntualmente observadas. De este “su derecho
propio para tutelar la santidad del culto contra los abusos que
temeraria e imprudentemente iban introduciendo personas privadas e
Iglesias particulares [=Diócesis]. Así sucedió durante el siglo XVI, en
que, multiplicándose tales costumbres y usanzas, y poniendo las
iniciativas privadas en peligro la integridad de la fe y de la piedad,
con grande ventaja de los herejes y de sus errores […], Sixto V, para
proteger los ritos legítimos de la Iglesia e impedir infiltraciones
espurias, estableció en 1588 la Congregación de Ritos [Constitución Imménsa,
22 de enero de 1588], órgano al que hasta hoy corresponde ordenar y
determinar con cuidado y vigilancia todo lo que atañe a la sagrada
liturgia [Código Pío-Benedictino de Derecho Canónico, canon 253]». Por
eso, en conclusión, Pío XII exhorta a los Obispos a vigilar en sus
Diócesis «todo se haga con el debido honor y decoro; y no se permita a
nadie, aunque sea sacerdote, que use los sagrados templos a su arbitrio
como para hacer nuevos experimentos». También aquí no es necesario
demostrare que la “reforma” de Pablo VI se ha inoltrata decididamente en
la
desviación condenada por Pío XII, con el resultado que hoy en nombre de
la “creatividad”, el culto litúrgico es abandonado al «arbitrio» no
sólo de las “iglesias particulares”, sino de los individuos “privados”,
no solo
miembros del Clero, ¡sino incluso laicos! También aquello que no ha
hecho directamente la “reforma” de Pablo VI lo han hecho y ahora
prosiguen a hacerlo, en nombre de la “creatividad” introducida por
aquella “reforma”, las
“iniciativas privadas”, poniendo ahora una vez «poniendo las iniciativas
privadas en peligro la integridad de la fe y de
la piedad, con grande ventaja de los herejes y de sus errores», primero
entre todos el error protestante de una “religión sin autoridad”,
también en materia litúrgica.
La antesala de la “reforma litúrgica” de Pablo VI: el movimiento litúrgico
Si en la Mediátor Dei
encontramos la condena anticipada de la “reforma litúrgica” de Pablo VI
es porque esta ha puesto por obra aquellas “falsas cavilaciones”,
aquellas “exageraciones y desviaciones de la verdad”, aquellos “errores
que afectan la fe católica y la doctrina ascética” serpenteantes ya en
el movimiento litúrgico y que Pío XII con la Mediátor Dei habría
querido alejar de la Iglesia. De este movimiento litúrgico el Arzobispo
de Friburgo en
Brisgovia, mons. Corrado Gröber, casi desde 1943 había denunciado los
peligros en un “memorándum” al episcopado alemán [5]. El movimiento
litúrgico –él denunciaba– abre una grieta entre los progresistas y
conservadores también en el Clero; slitta hacia los errores de los
protestantes; desprecia la escolástica y simpatiza por las falsas
filosofías modernas;
critica, so pretexto de un retorno a los orígenes, todo cuanto nos han
transmitidos los siglos pasados, como si el secular progreso
dogmático-litúrgico, conseguido bajo la guía del Espíritu Santo, hubiese
arbitrariamente todo deformado y falsificado; desvela el influjo de los
protestantes, especialmente de Karl Barth [¡el ídolo de la “nueva
teología”!]; se
abre desconsideradamente a las sectas para “reconstruir la unidad de la
Iglesia”
[¡que nunca se ha dividido, por gracia de Dios!]; concibe, al modo de
los protestantes, la Iglesia más como un organismo invisible [en el cual
se
pueden englobar también las sectas] que como una sociedad jerárquica
visible [de la cual claramente las sectas son excluidas]; favorece una
nueva falsa “mística” (carismatismo); acentúa el “sacerdocio común de
los
fieles” en desprecio del sacerdocio ministerial del Clero; considera la
liturgia como la panacea universal (panliturgismo); desvincula las
celebraciones litúrgicas de toda norma autoritativa y obligatoria,
condenándolas como “rubricismo”; exige la Misa en lengua vulgar, lo que
es el fondo necesario común de todas las herejías. Los peligros
denunciados por el Arzobispo de Friburgo en Brisgovia en el lontano 1943
son hoy una triste realidad. De hecho, en el último Concilio se
desencontraron dos
movimientos: el movimiento litúrgico y el movimiento mariano, este
último entendido en “desarrollar la originalidad católica” frente al
mundo
protestante y por tanto en la línea de la contrarreforma de Trento; el
primero, el movimiento litúrgico, con la mira, como todos los
«movimientos de
“aggiornamento”», a “acabar” con la contrarreforma para abrirse a los
“hermanos separados” [6]. En el postconcilio vino un discípulo de Rahner
[7] a confesarnos que en Alemania el movimiento litúrgico fue en
realidad
uno de los tantos movimientos surgidos para sacudirse del yugo del
“sistema
romano”. La “reforma litúrgica” ha signado el tríunfo de este insano
movimiento litúrgico con todas aquellas infiltraciones protestantes
individualizadas y condenadas por mons. Gröber y después por Pío XII en
la Mediátor Dei.
Hija de la desobediencia al Magisterio romano
Pío XII concluye su Encíclica
amonestando a los promotores de la renovación litúrgica a «que los principios con que deben regularse en su pensar y obrar no sean otros que los que se siguen de lo dispuesto por la inmaculada Esposa de Jesucristo y Madre de los santos» y reclamándolos a “someterse con ánimo generoso y fiel”.
De hecho, la
“reforma litúrgica” de Pablo VI, como todo el actual curso eclesial, es
hija de una larga desobediencia a la Iglesia y al Magisterio de los
Romanos Pontíficos. No se diga –como dice Pablo VI– que el “Papa de hoy”
tiene la misma autoridad de los “Papas de ayer”. La contradicción, de
hecho, no es entre Pacelli y Montini; la contradicción es entre la “Fe
de ayer” y la
“Fe de hoy”, que no debería ser también ella diferente de la Fe de
siempre. Los Papas tienen la misma autoridad por cuanto concierne a los
hechos puramente disciplinarios, cuya oportunidad puede cambiar con las
circunstancias (y también en esto no pueden ejercitar su poder a
capricho),
mas, en cuanto la Fe y a lo que en cualquier modo la afecte (y la
liturgia la afecta más que cualquier otra cosa), tienen la misma
autoridad para defender y explicar fielmente el “depósito de la Fe”, y
todos, igualmente, no tienen ninguna para aprobar lo que, directa o
indirectamente la insidia: “Nada podemos contra la Verdad y Justicia,
sino que todo nuestro poder es a favor de la Verdad” (San Pablo, 2ª Cor.
13, 8).
Marcus
NOTAS
[1] Véase también de Bugnini La riforma liturgica.
[2] Arnaldo Xavier da Silveira La nouvelle Messe de Paul VI: Qu’en penser?, pág. 335.
[3] La riforma liturgica, cit.
[4] Tito Casini, La tunica stracciata.
[5} La mayor parte del texto en L’Ami du Clergé 1950, págs. 258 y ss. Ver también Una Voce de París, 25/69.
[6] Étienne Fouilloux, Mouvements theologico- spirituels et Concile en A la veille de Vatican II, Lovaina 1992, págs. 188 y 198; ver también Sì sì No no, 30 de Septiembre de 1998, pág. 5.
[7] Herbert Vorgrimler, Karl Rahner verstehen (Entender a Karl Rahner) pág. 74 s., citado en Sì sì No no 15 de abril de 1998, pág. 3.
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