Tomado de RADIO SPADA.
Esta devoción es la medida infalible del nivel de piedad y religión alcanzado por un pueblo. Donde su práctica languidece, el termómetro de la vida religiosa se congela; donde florece y se reza a diario, tanto en la iglesia como en el hogar, se mantienen el fervor y la generosidad en el servicio divino. Casimiro II de Polonia comprendió bien este principio cuando escribió al General de los Dominicos: «Venero tu santo hábito, beso tus manos consagradas, rogándote que me envíes predicadores del Rosario para la reforma de mi pueblo». San Carlos Borromeo lo comprendió bien, al iniciar la reforma de la diócesis milanesa introduciendo el rezo público del Rosario en todas las parroquias. Y el venerable cardenal Vincenzo M. Orsini, arzobispo de Benevento, empleó los mismos medios para reavivar la verdadera piedad entre la grey confiada a su cuidado.
Pero otra ilustre prerrogativa de esta devoción es que ha contribuido poderosamente a la propagación del cristianismo entre los idólatras. Citemos algunos ejemplos.
Se sabe que la misión de Tonkín (a la que se anexan las Islas Filipinas y China), la más grande de la Orden Dominica y una de las más laboriosas de la Iglesia, debe sus espléndidos éxitos al Rosario. Desde el siglo XVII, la religión católica había prosperado en muchas comunidades cristianas de Japón, pero repentinamente el gobierno ordenó detener su progreso y masacrar a los misioneros y sus auxiliares. Entre ellos, varios dominicos fueron condenados a ser quemados vivos. Una gran multitud los siguió mientras los conducían a su ejecución, derramando lágrimas desconsoladas, no por la feliz fortuna de los afortunados mártires, sino por la desolación que les dejó su partida. Cerca de la muerte, el querido Padre José Salvanés de San Jacinto se volvió con ternura hacia aquella multitud y, para brindarles a todos un supremo consuelo, les habló del Rosario: « ñAquí —dijo— os dejo: la meditación de los misterios reemplazará a los predicadores y sermones que perdéis». Esta profecía se cumplió. La fe permaneció viva en muchas familias cristianas, tanto que, cuarenta años después, el General de la Orden proclamó la firmeza de aquellos cristianos a pesar de la persecución y la tortura como fruto del trabajo de sus misioneros. Y hay más. En la primera mitad de este siglo, es decir, más de doscientos años después de la muerte de aquellos apóstoles, los nuevos misioneros se sorprendieron gratamente al encontrar en aquellas regiones, nada más poner pie allí, rastros visibles de la verdadera fe, entre ellos, por ejemplo, una mujer de setenta años perfectamente instruida en el catecismo, algo asombroso considerando que ya no había cristianos en todas aquellas regiones. Bautizada y educada a la tierna edad de doce años, y viviendo entonces con padres infieles sin ninguna comunicación con cristianos, ¿cuál fue el medio que empleó para mantenerse firme en la fe que profesaba? Nada menos que el rezo diario del Rosario. El acontecimiento se relata en los Anales de la Propagación de la Fe y tuvo lugar en China.
P. THOMAS HERMANN JOSEF ESSER MÖNCH OP. En Il Rosario. Memorie Domenicane, Año XIV, 1897, Roma, págs. 166-168.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)