Novena compilada en El devoto josefino editado por D. Francisco Abadiano Valdés, y publicado en París y Méjico por la editorial de Charles Bouret en 1881. Las consideraciones fueron tomadas de la Mística Ciudad de Dios, de Sor María de Jesús de Ágreda.
NOVENA DEL TRÁNSITO DEL SANTÍSIMO PATRIARCA SEÑOR SAN JOSÉ, PARA IMPLORAR UNA BUENA MUERTE
Puesto delante de una imagen del Señor San José, dirás el siguiente
ACTO DE CONTRICION.
Dulcísimo Redentor mío: amabilísimo Padre de las misericordias, Dios de todo consuelo, que no quereis se pierdan las almas que a costa de vuestra preciosísima Sangre redimísteis del cautiverio infame del demonio, sino que deseáis ardientemente su vida, su conversión, su penitencia: aquí tenéis, Dios mío, postrado a vuestras plantas al mayor pecador que, despreciando vuestra ley, ha abandonado vuestros preceptos: aquí me tenéis avergonzado y traspasado de dolor de haberos ofendido. ¡Oh, quién, Dueño amorosísimo, hubiera muerto antes que cometido la más leve ofensa, la más ligera culpa contra vuestra bondad! ¡Oh, quién, ya que os ha ofendido, tuviera tan gran dolor que se le hiciera pedazos el corazín! ¡Ay Dios mío! ¡Ay Dios mío!, ¡cómo me pesa de haberos agraviado! ¡Ay, y cómo me arrepiento y prometo ya nunca más ofenderos! Dadme vuestra gracia y concededme, por los esclarecidos méritos de vuestro gran José, el que conservándola hasta la muerte, me abra las puertas de la gloria. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Oh José dulcísimo, nutricio del Hijo de Dios y fidelísimo custodio de la Virgen Madre, que en la hora de tu muerte tuviste por enfermeros y asistentes divinos al mejor Hijo, Jesús, y a la mejor Esposa, María: asístenos, ampáranos, favorécenos en aquel trance terrible, que para entónces, pues eres refugio de agonizantes, te requerimos; para entonces, cuando no tenemos ni ojos con qué verte, ni boca con qué llamarte, te llamemos e imploremos tu patrocinio. No nos dejes en aquella hora, cuando procurará combatirnos terriblemente el demonio, a fin de que perdamos a Dios eternamente. Muéstranos entónces tu oficio de padre y patron del linaje humano: ejercita el cargo que tienes, José Santísimo, de eficaz auxilio de los afligidos, de agradable consuelo de desamparados. No se pierda, ¡oh Santo gloriosísimo!, no se pierda entónces quien pone en ti sus esperanzas, y quien desde ahora para aquella te llama, te invoca y te solicita. Seas tú nuestro auxilio, nuestra ayuda, nuestro socorro; para que invocando entonces los dulcísimos nombres de Jesús, María, y tuyo, vayamos a gozarte por todos los siglos en la gloria. Amén.
DÍA PRIMERO
Consideracion: núm. 866, cap. xiv Agred.
Considera cómo Cristo Nuestro Señor, maestro ciertamente grande de los trabajos, lleva por el camino real de éstos al esposo de su Madre, Señor San José, a quien amaba su Majestad sobre todos los hijos de los hombres: y para acrecentar los merecimientos y corona, antes que se le acabase el término de merecerla, le dio en los últimos años de su vida algunas enfermedades de calentura y dolores vehementes de cabeza y coyunturas del cuerpo, muy sensibles, y que le afligieron y extenuaron mucho.
ORACION.
Oh pacientísimo José, que en los últimos años de vuestra vida acrecentais vuestros merecimientos y corona con aquel gran sufrimiento, paciencia y tolerancia con que sufrísteis aquellas enfermedades, dolores y calenturas que extenuaron vuestro castísimo cuerpo: haced, Santo mío poderosísimo, por esta gran paciencia y mansedumbre, que en mis trabajos, aflicciones y dolores imite vuestra tolerancia, considerando que son regalos de la mano de Dios e instrumentos para merecer mayores coronas y laureles: ruégoos tambien, esposo de mi Reina, me concedais una dichosa y santa muerte, la cual sea tránsito para gozaros en la gloria. Amén.
Siete veces el Padre nuestro y Ave María, y despues de cada uno esta:
JACULATORIA.
En la postrera agonía,
Cuando mi muerte llegare,
Tu patrocinio me ampare
Y el de tu esposa María.
Despues, para todos los dias, esta
ORACIÓN
Poderosísimo patron del linaje humano, amparo de los pecadores, seguro refugio de afligidos, eficaz auxilio de los agonizantes, Padre putativo de Jesus y Esposo verdadero de María. ¡Oh Santo mio dulcísimo! no me desampareis en el terrible trance que me aguarda: mirad cuán pocas son mis fuerzas para rebatir las asechanzas con que en aquella hora procurará el demonio derribarme, sugiriéndome malos pensamientos contra la fe, contra la esperanza y contra la caridad. Mirad que si vos no me socorreis, pereceré eternamente y no tendré en lo humano quien me ayude. Si vos no me ayudais, ¿qué será de mí? ¡Oh Santo mio, oh Santo mio! escuchad mis ruegos y asistidme en aquel trance, para el cual os invoco desde esta hora. Para esto os interpongo estas, aunque tibias oraciones, y el amor tan grande con que os asistieron en el vuestro, Jesus y María. Alcanzad asimismo, de vuestro Hijo y Esposa, concordia entre los gobiernos cristianos; victoria contra los infieles y herejes; exaltacion de la santa Iglesia y del nombre del verdadero Dios; descanso de las almas del purgatorio; consuelo y alivio á los necesitados, esfuerzo á los varones apostólicos; amor hacia nuestros enemigos; para todos colmada gracia y mucha gloria. Amen.
Se finaliza con una Salve á la Santísima Vírgen y esta
ORACION.
Bellísima María, Esposa del Patriarca santo José, fuente de piedades y misericordia: que toda os difundís para remedio de los mortales, principalmente en las postreras agonías, cuando necesitan mas de tu socorro: para entónces, para entónces os llamo, Señora mia, confiado en que no habeis de despreciar mis ruegos, pues siempre os habeis mostrado favorable y propicia hácia á los que se refugian bajo vuestro patrocinio, y con especialidad hácia á aquellos que tierna, devota y fervorosamente se ejercitan en los cultos de vuestro querido Esposo José. Por la intercesion de este Patriarca santo, os ruego tenga yo, y todos los católicos, en la hora de nuestra muerte, la asistencia de vuestra alteza soberana y la de vuestro dulcísimo Hijo Jesus, Rey eterno de la gloria. Amen.
Con afecto fervoroso
Y con humilde atención,
Celebra la devoción
Vuestro tránsito glorioso.
Grave pena sentiría,
José, vuestra alma inocente,
Al ver amante y prudente,
Sentir su pena María;
¡ Mas cuánto gozo tendría,
Al ver con celeste luz,
Que en compañía de Jesus
En la cama os asistía!
Por este gozo y dolor
Os pedimos feliz suerte,
Y que una dichosa muerte
Nos alcancéis del Señor.
Fué vuestra pena doblada
Con no poder trabajar;
Y ésta se llegó á aumentar
Mirando á María atareada ;
Pero salió consolada
Vuestra alma, porque en verdad
Se cumplia la voluntad
De vuestro Hijo, prenda amada.
Por este gozo y dolor
Os pedimos feliz suerte,
Y que una dichosa muerte
Nos alcancéis del Señor.
Vuestro cuerpo padecia
Muy insufribles dolores,
Y éstos se os hacian mayores
Porque María los sentia;
Mas os llenó de alegría
El manjar que os ministraba,
Porque María lo guisaba,
Y en la boca os lo ponia.
Por este gozo y dolor
Os pedimos feliz suerte,
Y que una dichosa muerte
Nos alcancéis del Señor.
Fue vuestra pena crecida
Cuando se os apareció
El ángel, y os avisó
De estar cerca la partida:
Mas fue en gozo convertida,
Considerando que en vos
Se cumplia el gusto de Dios,
Sacrificando la vida.
Por este gozo y dolor
Os pedimos feliz suerte,
Y que una dichosa muerte
Nos alcancéis del Señor.
Fué la angustia mas penosa
Que sintió vuestra alma pura,
Despediros con ternura
De vuestro Hijo y vuestra Esposa;
Pero en esta ansia amorosa
Con demostraciones finas,
Y con promesas divinas,
Quedó vuestra alma gozosa.
Por este gozo y dolor
Os pedimos feliz suerte,
Y que una dichosa muerte
Nos alcancéis del Señor.
Qué pena recibiriais,
Qué tolerar y sufrir,
Al padecer y sentir
Las últimas agonías;
Mas en tan duras porfías
Con aquel rapto divino
En que vísteis a Dios trino,
Os llenásteis de alegría.
Por este gozo y dolor
Os pedimos feliz suerte,
Y que una dichosa muerte
Nos alcancéis del Señor.
Fué la pena sin igual
Cuando a rigurosa calma,
Se apartó vuestra pura alma
De la vida temporal;
Mas con gozo celestial,
¡Oh Santo José! quedásteis,
Porque á Jesus entregásteis
Ese tan rico caudal.
Por este gozo y dolor
Os pedimos feliz suerte,
Y que una dichosa muerte
Nos alcancéis del Señor.
SEGUNDO DIA.
Consideracion núm. 866, cap. xiv. Agred. Considera como sobre estas enfermedades que afligieron al santo Patriarca, tuvo otro modo de padecer mas dulce, pero muy doloroso, que le resultaba de la fuerza del amor ardientísimo que tenia, porque era tan vehemente que muchas veces tenia unos vuelos y éxtasis tan impetuosos y fuertes, que su espíritu purísimo rompiera las cadenas del cuerpo, si el mismo Señor que se los daba no le asistiera dándole virtud y fuerzas para no desfallecer con el dolor. Mas en esta dulce violencia le dejaba su Majestad padecer hasta su tiempo; y por la flaqueza natural de un cuerpo tan extenuado y debilitado, venia á hacer este ejercicio de incomparables merecimientos para el dichoso santo, no solo en los efectos de dolor que padecia, sino tambien en la causa del amor de donde le nacian.
ORACION.
Amorosísimo José, en quien se verificó aquella dulce enfermedad de amor de que adolecia la esposa de los Cantares, y con tanta vehemencia que rompiera vuestro espíritu las cadenas de la cárcel del cuerpo, á causa de aquellos impetuosos éxtasis ocasionados del amor, si el Señor que os lo concedia no os asistiera con su virtud divina. Por este amor tan grande, os suplico que todo me encienda y arda como ascua en las llamas del amor divino; y por aquellos dolores que os ocasionaba esta, aunque dulce, dolorosa enfermedad, os pido me asistais ahora y en aquella hora de que depende, ó una insufrible eternidad de penas, ó una deliciosa eternidad de gloria. Amen.
TERCER DIA.
Consideracion núm. 873, cap. xv. Agred.
Considera como corrian ya ocho años que las enfermedades y dolencias del mas que dichoso Santo José le ejercitaban, purificando cada dia su mas generoso espíritu en el crisol de la paciencia y del amor divino, y creciendo tambien los años con los accidentes, se iban debilitando sus flacas fuerzas, desfalleciendo el cuerpo y acercándose al término inexcusable de la vida, en que se paga el comun estipendio de la muerte que debemos todos los hijos de Adan: crecia tambien el cuidado y solicitud de su divina Esposa y nuestra Reina, en asistirle y servirle con inviolable puntualidad: y conociendo la amantísima Señora, con su rara sabiduría, que ya estaba muy cerca la hora ó el dia último de su castísimo Esposo, para salir de este pesado destierro, se fué á la presencia de su Hijo Santísimo, y hablando con su Majestad le pidió lo asistiese en la hora de su muerte, acordándole el amor y humildad, el colmo de virtudes y méritos á que habia subido el Santo Patriarca, y poniéndole delante la fidelidad y solicitud con que habia servido al Hijo y á la Madre, la cual peticion aceptó nuestro Salvador.
ORACION.
Oh dichosísimo Patriarca José, que acrisolado ya con ocho años de prolijas y dolorosas enfermedades, y acercándose el plazo de vuestra muerte, tuviste la incomparable dicha de que te asistiese con mayor puntualidad y cuidado tu dulcísima Esposa, quien interpuso sus súplicas para con tu Hijo estimativo, para que te asistiese con el brazo poderoso de su diestra: yo te pido, Santo mio, por estas sumas felicidades, interpongas las tuyas, para que me asistan en mi trance estos Santísimos Señores. Bien conozco, padre mio, que por mis muchas culpas me he hecho indigno de estos favores; pero al mismo tiempo conozco
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que vale mucho tu patrocinio para con tu Hijo y Esposa; y no me dejarán de conceder lo que te pido cuando te pongo por mi abogado é intercesor, para gozar una preciosa muerte, tránsito á una interminable gloria. Amen.
CUARTO DIA.
Consideracion núm. 874, cap. xv. Agred. Considera como nueve dias antes del trán
sito de Señor San José, por mandato de Jesucristo, tres veces cada dia los santos ángeles daban música celestial al dichoso enfermo, con cánticos de loores del Altísimo y bendiciones del mismo Santo. A mas de esto, se sintió en toda aquella humilde pero inestimable casa, una suavísima fragancia de olores tan admirables, que confortaban no solo al varon Santo José, sino á todos los que llegaron á sentirla, que fueron muchos de fuera, adonde redundaba.
ORACION.
Oh felicísimo José, Patriarca santo, que en vuestra preciosa muerte, ahuyentando Jesus y María los bramidos del infernal dragon, que en aquella hora procura combatir á los mor
tales, merecísteis escuchar la apacible música de los ángeles, y que vuestra santa casa, santuario ciertamente en que habitaban la mejor arca, el mejor propiciatorio, y el mejor altar de timiama Jesus y María, se llenase de suavísima fragancia, que confortaba vuestro cuerpo : yo os pido humildemente se conforte mi alma con las fragancias de las virtudes, las que conservando hasta el fin de mi vida, merezca ir á gozar aquella melodía, con que los ángeles cantan: Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos, llenos están los cielos y la tierra de tu gloria. Amen.
QUINTO DIA.
Consideracion núm. 876, cap. xv. Agred.
Considera como un dia antes que muriese el santísimo Patriarca, sucedió que, inflamado todo del divino amor con estos beneficios, tuvo un éxtasis altísimo, que le duró veinticuatro horas, conservándole el Señor las fuerzas y la vida por milagroso concurso, y en este grandioso rapto vió claramente la divina Esencia, y en ella se le manifestó sin velo ni rebozo lo que por la fe habia creido, así de la Divinidad incomprensible, como del misterio de la Encarnacion y redencion humana y la Iglesia militante, con todos los sacramentos que á ella pertenecen.
ORACION.
Oh Patriarca bienaventurado, que merecísteis tener un éxtasis de tanta duracion y tan sublime en que vísteis claramente y sin rebozo la divina Esencia, efecto verdaderamente de aquella fe tan grande con que creísteis el arcano misterio de la Divinidad, como tambien el de la Encarnacion y redencion humana, y todos los demas sacramentos de nuestra Iglesia. Yo os pido, Santo mio, una fe tan viva, tan ciega, que en defensa de estos misterios dé, si fuere necesario, hasta la última gota de mi sangre; y que viva y muera para ir á ver claramente estas verdades incontestables por eternidades en la gloria. Amen.
SEXTO DIA.
Consideracion núm. 876, cap. xv. Agred.
Volvió Señor San José del rapto, que dijimos ayer, lleno su rostro de admirable resplandor y hermosura, y su mente toda deificada de la vista del Sér de Dios; y hablando con su Esposa santísima, le pidió la bendicion, y ella á su Hijo benditísimo que se la diese, y su Divina Majestad lo hizo. Luego la gran Reina, maestra de la humildad, puesta de rodillas, pidió á San José tambien la bendijese como esposo y cabeza, y no sin divino impulso, el varon de Dios, por consolar á la prudentísima Esposa, le dió su bendicion á la despedida, y ella le besó la mano con que la bendijo, y le pidió que de su parte saludase á los santos padres del Limbo.
ORACION.
Oh José santísimo, Esposo de la Madre de Dios, y cabeza de la mejor y mas noble familia de la tierra, que estando cercano á vuestra muerte, pedísteis la bendicion á vuestra Esposa, y le dísteis la vuestra para consuelo suyo, la que recibió la muestra grande de la humildad postrada de rodillas: yo os suplico me bendigais en todas mis acciones, para que todas vayan dirigidas á Dios, como á fin último, y me alcanceis me bendigan tambien Jesus y María en esta vida, y en aquel terribilísimo trance de que con tantas bendiciones espero salir en paz, para bendeciros á vos y á Jesus y María, eternamente en la gloria. Amen.
SÉPTIMO DIA.
Consideracion núm. 876, cap. xv. Agred.
Considera como para que el humildísimo José cerrase el testamento de su vida, con el sello de esta virtud, pidió perdon á su divina Esposa, de lo que en su servicio y estimacion habia faltado, como hombre flaco, terreno, y que en aquella hora no le faltase su asistencia con la intercesion de sus ruegos. A su Hijo santísimo agradecióle tambien el santo Esposo los beneficios que de su mano liberalísima habia recibido toda la vida, y en especial en aquella enfermedad.
ORACION.
Oh humildísimo José, varon verdaderamente justo y agradecido, que nos dejásteis ejemplo grande de humildad, cuando lleno de lágrimas, como piadosamente creemos, pedísteis perdon á vuestra Esposa de aquello en que hubiérais faltado á su servicio, siendo así, que fuísteis su fidelísimo custodio, que puntualmente la guardásteis y servisteis: yo os suplico por esta humildad tan esclarecida, me concedais la imite, pidiendo perdon á los que hubiere injuriado, y perdonando asimismo á los que me hubieren hecho algun agravio. Os pido tambien, por aquellas gracias que dísteis á vuestro Hijo santísimo de los beneficios recibidos de su mano, que me concedais no olvide jamas de dárselas tambien por las innumerables que me ha hecho, para que muriendo en gracia, vaya á cantárselas en la gloria. Amen.
OCTAVO DIA.
Consideracion núm. 877, cap. xv. Agred.
Considera como despues de haber hablado con su castísima Esposa, se convirtió el varon de Dios á Cristo Nuestro Señor, y para hablar a su Majestad, con profunda reverencia en aquella hora, intentó ponerse de rodillas en el suelo; pero el dulcísimo Jesus llegó a él, y le recibió en sus brazos; y estando reclinada la cabeza dijo: «Señor mio y Dios altísimo, Hijo del Eterno Padre, Criador y Redentor del mundo: dad vuestra bendicion eterna a vuestro esclavo y hechura de vuestras manos: perdonad, Rey piadosísimo, las culpas, que como indigno he cometido en vuestro servicio y compañía. Yo os confieso, engrandezco, y con rendido corazón os doy eternamente gracias, porque entre los hombres me eligió vuestra inefable dignación para Esposo de vuestra Madre; vuestra grandeza y gloria misma sean mi agradecimiento, por todas las eternidades». El Redentor del mundo le dió la bendicion y le dijo: «Padre mio, descansad en paz y en la gracia de mi Padre celestial y mía: a mis profetas y santos, que os esperan en el Limbo, daréis alegres nuevas de que se llega ya su redención».
ORACION.
Oh Patriarca justísimo, que con la mas profunda reverencia y humildad os despedísteis de vuestro soberano Hijo, pidiéndole perdon de vuestras culpas (aunque no las habíais cometido) confesándoos indigno en su presencia, engrandeciendo su Majestad y conociendo su divinidad verdadera, á cuyas verdaderas palabras correspondió el Señor dándoos la paz y constituyéndoos precursor hácia los padres del Limbo. Yo os pido humildemente, maestro excelente de la humillad, me alcanceis de Dios un verdadero dolor le mis culpas, un conocimiento grande de mi pequeñez, de mi miseria, de mi nada; un conocimiento de su grandeza, de su poder, de su Majestad, y un temor grande de ofenderle; una preciosa muerte, una perenne gracia y una perpetua gloria. Amen.
ÚLTIMO DIA.
Consideracion núm. 875, cap. xv. Agred. Considera como en aquellas palabras de Jesus á José : « Padre mio, descansad en paz etc., » espiró el varon justo en los brazos de su santísimo Hijo, y su Majestad le cerró los ojos. Al mismo instante la multitud de angeles que asistian con su Rey supremo y Reina, hicieron dulces cánticos de alabanza, con voces celestiales y sonoras. Luego por mandado de su Alteza, llevaron la santísima alma al Limbo de los padres y profetas, donde todos la conocieron llena de resplandores de incomparable gracia, como Padre putativo del Redentor del mundo y su gran privado, digno de singular veneracion, y conforme á la voluntad y mandato del Señor que llevaba, causó nueva alegría en aquella innumerable congregacion de santos con las nuevas que les evangelizó de que se llegaba ya su rescate.
ORACION.
Oh fidelísimo José, que merecísteis en vuestra muerte os cerrase los ojos el mismo Hijo del Eterno Padre, y que en manos de ángeles, al son de alegres instrumentos y sonoros cánticos de alabanza, fuese vuestra candidísima alma, mas blanca que la nieve, llevada al seno de sus padres, que esperaban la redencion, la que vos evangelizásteis, causando en ellos grandísima alegría: yo os pido por estas felicidades, me concedais, que cerrando los ojos á todas las vanidades y pompas mundanas, solo los abra para ver las cosas del agrado de Dios. Os suplico tambien, por aquella veneracion y culto que os dieron los santos padres en el Limbo, nos empleemos todos los católicos en vuestra importante devocion, y que perseverando en ella hasta la muerte, merezcamos sean llevadas nuestras almas en manos de los ángeles á la gloria. Amen.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)