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lunes, 6 de octubre de 2025

LA GEOPOLÍTICA DE SAN PÍO V DESPUÉS DE LEPANTO, EN CUATRO CARTAS

Retrato de San Pío V (Taller de Scipione Pulzone)
  
Luego de la victoria de Lepanto (7 de octubre de 1571), el alma incansable de San Pío V se desbordó a proyectos de largo aliento. Como Vicario de Cristo, en su doble calidad de Príncipe espiritual y temporal, mandó que se enviasen cartas a las principales cancillerías europeas: «las potencias católicas fueron insistentemente solicitadas para aprovechar con todas las fuerzas la más grande victoria que se haya reportado jamás sobre los infieles» [1]. Pero el pontífice no se limitó a esto: en su santo ardor dirigió también cartas a los infieles que eran enemigos acérrimos del Turco, y con tal fin escribió sendas cartas al Sha de Persia, al Jerife de Arabia (actual Yemén), al Negus de Etiopía y al rey de Portugal [2].
   
Al primero, el 16 de noviembre de 1571, escribía en estos términos:
Al ilustre sha Tahmasp, Rey de Persia, la iluminación del Espíritu de la verdad.
   
No tenemos ninguna duda que, por medio de muchas cartas, avisos y la misma fama, hayáis sido informados de la grande, gloriosa, y para los hombres nunca oída victoria naval. Esta victoria fue obtenida gracias a la gracia y al favor de Dios Óptimo Máximo, el día séptimo del pasado mes de octubre por los Príncipes Cristianos aliados. Ellos han trabado batalla en el golfo de Corinto contra la potentísima y abundantísima armada de Selim Otomano, tirano de los Turcos. El resultado fue la derrota de casi trescientas galeras enemigas, completas de generales, capitanes, infantes, marineros y remeros. Incluso se perdieron todos los pertrechos militares y la artillería. Gran parte de los enemigos fueron capturados, ahogados, muertos y derrotados, excepto unos pocos que lograron salvarse con una fuga repentina. Estad ciertos que esto ha sucedido por divina providencia, dado que supimos desde el año pasado, no sin grandísimo dolor Nuestro, Selim, animado por su desusada e insaciable avidez de robar lo que le pertenece a otros y por su innato deseo de dominar el mundo entero, ha roto el tratado de paz que su padre Solimán había firmado con Nuestro hijo, el Príncipe de Venecia, y con su gloriosa República. No obstante haber confirmado rígidamente este acuerdo después de haber subido al trono, ha violado descaradamente toda ley, tanto divina como humana. Reuniendo soldados de todas partes, asaltó el Reino de Chipre, que estaba pacíficamente bajo el control de Venecia. Con un ejército imponente, ha expugnado cruelmente las ciudades, devastándolas y saqueándolas. Por ello, hemos considerado ser Nuestro deber de buen pastor, confiados a Dios, no quedarnos a ver, sino exhortar, advertir y rogar a todos los Príncipes Cristianos. En particular, Nos volvimos a Nuestro carísimo hijo en Cristo, Felipe Rey Católico de España, el más poderoso y florido entre todos por la grandeza de sus reinos, el número de pueblos fortísimos y la riqueza desmesurada. Habíamos propuesto que, uniendo nuestras fuerzas a las de los venecianos, habríamos podido, con un único intento, actuar para reprimir a este tirano loco de rabia t alejarlo de sus malvados pensamientos. Con gran fatiga, continuas vigilias ininterrumpida solicitud y mucha paciencia, llegamos juntos, con la ayuda de Dios, a un acuerdo no solo deseable sino también necesario para alabanza y gloria de Su nombre. No tenemos placer en empuñar las armas o en hacer guerras, dado que somos amantes y promotores de la paz. Lo hacemos en cambio para abatir y despedazar la arrogancia de la soberbia. Habiendo obtenido una victoria tan extraordinaria y maravillosa, como ya se dijo, esta será de enorme beneficio no solo para los Cristianos, sino también para todos los reyes y príncipes del mundo. Y especialmente para vosotros los Persas, que estuvisteis siempre en grande conflicto y animados por un antiguo odio, difícil de borrar, recibido de vuestros padres, contra la casa otomana. Y así será si no dejáis pasar la ocasión. Por eso hemos pensado avisaros inmediatamente, y para vuestro y nuestro bien común, queremos que, aceptéis pronto esta oportunidad enviada por el cielo. Acoged con audacia y alegría esta fortuna favorable, dado que no se os presentará nunca otra mejor. Debéis reunir un buen ejército lo más pronto posible y atacar al enemigo de sorpresa por vuestros territorios orientales, a fin que, mientras aún está sacudido y debilitado por su enorme derrota, podáis finalmente vengar los daños y las ofensas que el cruel otomano ha infligido a los gloriosos Reyes de Persia, y podáis también hacer un esfuerzo para reconquistar la Mesopotamia y la Asiria, provincias que, no mucho tiempo ha, eran vuestras y que Solimán os ha sustraído injustamente y con la fuerza. No será difícil para vos obtener este resultado, puesto que estamos seguros que Selim, destruido de la calamidad de esta increíble derrota, ya no es amo de los mares. Si vos combatiereis con fuerza, y por otra parte los cristianos aliados marcharen contra él con un ejército fortísimo y valeroso, no podrá sostener al mismo tiempo tantos ataques ni responder a la par. Por esto, rogamos a Dios Todopoderoso, en cuya manos están los corazones de los reyes, que os inspire y os inflame a realizar acciones heroicas y valerosas, y que os asista con toda franqueza de alma, que pueda proteger benévolamente vuestras cosas contra el enemigo más ávido y cruel de la humanidad, y dignarse hacer prosperar vuestros felices sucesos. Cosas las cuales os serán más largamente expuestas a vos por la presente persona, que os presentará nuestras letras.
   
Dada en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, a 16 de Noviembre de 1571, año sexto de nuestro Pontificado.

Al jerife de Arabia Feliz [3] le envió otra misiva al día siguiente:
Al poderoso jerife Mutahar, Rey de la Arabia Feliz, la iluminación del Espíritu de la verdad.

No hay ninguna duda que el miedo común de los peligros y el tomar parte y compañía de las injurias tiene merecidamente gran fuerza de unir los ánimos de cualquier Príncipe y pueblo, y de hacerlos entrar en amistad, sin importar que estén separados por larguísima distancia de países, y siendo además por otros aspectos desiguales y diferentes. Los tiranos de los turcos están siempre estimulados por tanta hambre de señorear y aumentar su imperio, y de tanta sed de riquezas y de oro que no pueden dejar nunca de ser infestos y enemigos indistintamente a todos los Príncipes y a todos los pueblos, ni de desear de sujetarlos a todos igualmente y oprimirlos. Mas porque después ellos saben que ni sus fuerzas ni su potencia, por grande que sea, no son suficientes de sujetarlos todos a un mismo tiempo, siempre han usado este arte y astucia que, moviendo ellos guerra a cualquier particular, han acabado fingiendo tener entre tanto paz y amistad con los otros. por lo que con grandísima villanía y perfidia han sin embargo quitado nobilísimos reinos y provincias a los de Persia, de Arabia, de Grecia, de Alemania, de Hungría y de Italia, y agregádolas a su tiranía. Por el buen suceso de estas cosas, y por la grandeza y poderío de estos reinos se ha en ellos aumentado la audacia, la temeridad y la soberbia, que ellos se han creído que no hay ninguno que pueda oponerse a ellos con sus armas, pero sí estar todos para obedecerle a un solo ceño. Habiéndose pues servido de estos mismos consejos Selim, quien ahora es tirano de los turcos, comenzó el año próximo pasado a quitar, como enemigo, a la nobilísima Señoría de Venecia el reino de Chipre, y otros lugares de tierra y de mar sujetos a la misma Señoría, habiendo despreciado la amistad y las promesas, y los pactos que hizo con ella, y contra el juramento hecho por él mismo, y sin haber ninguna ocasión para ello. Por lo cual Nos hemos estado muy conmovidos, y por la solicitud paternal que por voluntad de Dios Nos fue confiada (aun cuando somos indignos) de sostener a todo el pueblo Cristiano, pronto comenzamos a exhortar y mover tanto por cartas como por Nuncios a todos los Príncipes cristianos a querer concurrir para abajar la grandísima ferocidad e insolencia de este crudelísimo enemigo nuestro. De aquí pues se hizo alianza entre el Rey Católico de España, y Nos, y los mismos venecianos, y puesta en común una numerosa armada en la mejor condición que pudo prestarse en tan poco espacio de tiempo, y enviándola contra los turcos se trabó batalla naval con los mismos turcos en la Grecia cerca al golfo de Corinto el día séptimo de octubre próximo pasado. Batalla por la cual los nuestros obtuvieron tan digna y gloriosa victoria que nunca antes se había visto ni oído otra semejante. Esto porque la armada de los turcos, la cual contaba con trecientas naves y más de todo tipo, y dispuestas y puestas a orden, fue en su mayor parte presa; el resto fue hundida y puesta en fuga. Fueron también muertos más de treinta mil turcos con sus capitanes, quienes eran el mayor nervio de su milicia. Y entre todas las demás cosas, fueron tomadas con nuestras fuerzas ciento noventa galeras con grandísimo número de prisioneros. Pero hallándose ahora nuestro crudelísimo enemigo despojado de toda su armada, y quedando merecidamente nervioso por la grandísima derrota recibida, y siendo todo su país de ultramar hecho libre a las correrías de nuestra armada, Nos no debemos dejar de recoger los debidos frutos de tan noble e ilustre victoria: ni mucho menos tampoco podemos dejar de mover a todos los Príncipes Cristianos y hacerles instancia de que creciendo la liga y haciéndose las preparaciones posibles para la próxima primavera, vayan rodeando por tierra y por mar rodeando al crudelísimo enemigo para darle el asalto. Pero también hemos querido hacer saber y notificar esto a vos, a fin que se os haga cierto que al presente se os ofrece una comodísima y deseadísima oportunidad, y ella de tal forma que quizá nunca se verá otra en vuestras manos, esto es, de darle asedio al enemigo común y perseguirlo, y de recuperar lo vuestro, si él ocupó algo que haya sido sujeto a vuestro reino. Os exhortamos y persuadimos, e incluso os rogamos que hagáis, y abracéis sin demora alguna, y toméis cuanto antes esta provechosísima oportunidad de cumplir vuestros hechos, y de abatir y anular a este malvado enemigo. Que así no es de dudar que este enemigo, asfixiado por todos los lados cuanto antes por el peso de grandísimos ejércitos y de armada naval no podrá en ninguna manera detener vuestro y nuestro también gallardísimo ímpetu. Dios Todopoderoso ponga en vuestro corazón cualquier cosa útil a este negocio, a fin que tengáis para hacer lo que sea para aportar la salvación a vos y al mundo universalmente, tal como os mostrará más plenamente la persona que os dará esta nuestra letra.
  
Dada en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, a 17 de Noviembre de 1571, año sexto de nuestro Pontificado.
Al emperador de Etiopía le envió esta otra, 
A nuestro carísimo hijo en Cristo Menas Rey de reyes [4], ilustre rey de Etiopía. Carísimo hijo nuestro en Cristo, salud y Bendición Apostólica.
   
Siendo que con aquella caridad, con la cual se debe por nosotros en el Señor, amamos y estimamos grandísimamente Vuestra Majestad como grande, excelso y poderoso Príncipe y amador de la Religión Cristiana, y que además de esto, deseamos que en estas tierras se aumente su reino y poder a gloria y honor de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo, hemos querido notificarle con nuestra carta la grandísima y gloriosísima victoria que el mismo Nuestro Señor y Redentor se ha dignado conceder a la Armada y al ejército de los Cristianos. Porque el año pasado Selim, tirano de los turcos, despreciada la amistad y el mantenimiento de los pactos contra el propio juramento, sin haber tenido la más mínima ocasión, y si no esforzado por su avidez natural de querer tener sujeto todo el mundo, se ha puesto enemigamente de privar a la nobilísima República de los Venecianos del reino de la Isla de Chipre, y de otros lugares de la misma Señoría de tierra y de mar: Nos, conmovidos por esta tristeza, por el cuidado que, disponiéndolo así Dios, tenemos de la Cristiandad, nos hemos prontamente dispuesto y por cartas y por Nuncios a exhortar y mover a los Príncipes Cristianos a hacer todo esfuerzo para enfrentar la maldad e insolencia de este crudelísimo tirano. Por eso, hecha alianza entre el serenísimo Rey Católico de España y Nos, y los mismos venecianos, y reunida en poco tiempo tan grande armada, y enviándola contra los turcos, se hizo el día séptimo del mes pasado en Grecia cerca al golfo de Corintio guerra naval con los mismos turcos: por la cual los nuestros reportaron una victoria tan ilustre y gloriosa que nunca en los siglos anteriores se había visto ni oído otra igual. Porque la Armada de los turcos, la cual en todo tipo de naves era de más de trescientas, y muy preparada y provista de todo, en su mayor parte fue capturada, y la que quedaba fue hundida y del todo vencida. También fueron aniquilados más de treinta mil turcos junto con sus capitanes, y particularmente fueron tomados en nuestras manos con grandísimo número de prisioneros ciento noventa galeras, que eran la mayor fortaleza que tuvo su milicia. Pero hallándose este nuestro crudelísimo enemigo privado de toda su Armada, y por haber oído esta grandísima y gloriosísima ruina, espantado y abatido por su propio mérito, y siendo toda su región marítima totalmente expuesta a nuestras correrías, Nos no nos hemos detenido, ni hemos dejado de estimular y conminar a los Príncipes Cristianos a querer gozar de los frutos de tan noble y tan clara victoria, a fin que entrando también ellos en alianza, y poniendo en conjunto cuantas más fuerzas puedan, quieran cuanto antes por tierra y por mar asediar a tan fierísimo enemigo. Por lo cual Nos exhortamos igualmente, y rogamos a Vuestra Majestad que, después de haber rendido las debidas gracias, como hemos hecho Nos a Dios Todopoderoso, Padre de las misericordias, Dios de la consolación y Señor de los ejércitos, por tan grande y honrosa victoria conseguida, quiera abrazar con pronto ánimo esta oportunísima ocasión de castigar la audacia, la temeridad y la soberbia del crudelísimo enemigo y molestísimo a todos, y enemicísimo en particular de la fe y del nombre cristiano; y esto con atacarle en todas aquellas bandas, en las cuales más podrá, hacerle la guerra, con el fin de alargar más sus confines y su Imperio, y con ella la fe de Cristo, en cuya empresa no tenemos duda en el mundo, que serán a Vuestra Majestad la virtud de la sangre, la obra y la industria latina.
  
Dada en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, a 17 de Noviembre de 1571, año sexto de nuestro Pontificado.

Y al rey de Portugal le envió esta última, encargándole enviar las anteriores a los distintos países, aprovechando las rutas comerciales y bases militares de este reino:
A nuestro carísimo hijo en Cristo Sebastián, rey de Portugal y los Algarves. Carísimo hijo nuestro en Cristo, salud y Bendición Apostólica.
   
Considerando que la grandísima y gloriosísima victoria contra los turcos que nos concediera Dios Todopoderoso, de la cual dimos aviso a Vuestra Majestad en días pasados con nuestras cartas, debe ser para tal provecho de toda la Cristiana República, que jamás se podría estimar mejor cuando no sea antes despreciada y desechada tan buena ocasión de hacer bien nuestras obras, por los Príncipes Cristianos, y por otros que confinan con los enemigos, antes bien sea aceptada y abrazada animosamente con la debida presteza y virtud, y si Nos no hemos omitido oficio algunos que por Nos pueda emplearse. Nos pues, hemos juzgado escribir sin dilación al Rey de Etiopía, y al de Persia, y a otros Príncipes de aquellas partes, del tenor que Vuestra Majestad verá escrito en las copias que mandamos junto a ésta. Por lo cual con toda mayor instancia demandamos de Vuestra Majestad que acompañe eficazmente esta Nuestra carta con las suyas dirigidas a los mismos Reyes y Príncipes, si así le parece oportuno, y tomar diligentísima atención en hacerlas presentar particularmente a cada uno de estos Reyes y Príncipes con suma fidelidad por las personas que ella mandará a correo, las cuales sean tales que puedan ayudar el tratado con su persuasión y elocuencia. De lo que tenemos confianza que Vuestra Majestad esté para hacer de buen grado y con toda prontitud, tanto en ocasión del beneficio común de la Cristiandad, como para su comodidad y la de sus Reinos.
      
Dada en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, a 17 de Noviembre de 1571, año sexto de nuestro Pontificado.
     
Como es sabido, el proyecto no se llevó a cabo (San Pío V, el sha Tahmasp I y el jerife al-Mutahhar murieron en 1572, y la Liga Santa se disolvió al año siguiente), y el Turco continuó siendo una amenaza (la armada de la Sublime Puerta se reconstruyó y a más de derrotar la Liga en Navarino y retener a Chipre luego de que Venecia pidiera la paz para mantener sus dominios en el Adriático, recuperó la ciudad de Túnez en 1574 luego de haber sido conquistada el año anterior por España). Aun así, el proyecto pío y la carta que hemos reproducido son un buen testimonio de geopolítica papal.
     
NOTAS
[1] Ludwig von Pastor, Historia de los Papas, vol. VIII, Roma, 1929, pág. 563.
[2] Los textos son tomados de la Vita del gloriosissimo papa Pio quinto escrita por Girolamo Catena, Roma, 1587, págs. 262-268 y 275.
[3] La Arabia Feliz (correspondiente al actual Yemén y al sur de Arabia Saudita) era una de las divisiones de la Península Arábiga heredadas de la historiografía romana, junto con la Arabia Pétrea (antiguo Reino Nabateo, conquistado por los romanos) y la Arabia Desierta (centro de la península). En ese tiempo, Yemén era territorio reclamado por los otomanos, pero solo controlaban las tierras altas del occidente, y el jerife zaidí al-Mutahhar, reclamando el imanato, se había alzado en guerra contra los turcos.
[4] Si bien la carta se dirigía al rey Menas (nombre de trono Admas Sagad/አድማስ ሰገድ, “Aquel ante quien se inclinan las cumbres”), quien la recibió fue su hijo Sarsa Dengel (en Ge’ez ሠርጸ ድንግል, “Retoño de la Virgen”; nombre de trono Malak Sagad መለክ ሰገድ, “Aquel ante quien se inclinan los ángeles”), que asumió el trono a la muerte de aquel en 1563.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)