LA BLASFEMIA PASCUAL DEL PAPA FRANCISCO
Francesco Lamendola*
18 de Abril de 2017
Tu blasfemia cotidiana dánosla hoy, podremos decir del papa
Francisco. Y así también hoy, el día santo de Pascua de 2017, el sumo
pontífice ha querido desmentirse: ni siquiera hoy ha querido ahorrar su
blasfemia cotidiana.
Esperábamos que el espectáculo del lavatorio de los pies, convertido ahora en la saga de la falsa modestia de este pontífice, con tantos besos que ni el mismo Jesucristo le dio a sus apóstoles
(pero él lo ha hecho, y no para los apóstoles, sino para los presos,
los extranjeros, los musulmanes y las musulmanas), pudiese ser
suficiente; nos parecía que necesitaba y dirigía la mirada elocuente con
la cual el papa buscaba la cámara de televisión, para
estar seguro de quedar debidamente encuadrado, mientras se postraba para
lavar y besar los pies, aquel que no se postra ni se arrodilla nunca,
especialmente delante del Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo [Aunque
de todos modos, en el Novus Ordo no hay Presencia Real y Sustancial
porque NO EXISTE LA TRANSUBSTANCIACIÓN EN ÉL, N. del T.].
Y en cambio no. Este papa que es capaz de hablar por
tres cuartos de hora sin jamás nombrar a Dios ni a Jesucristo; este papa
a quienes las universidades estatales se disputan para que hable de
todo, mientras que a Benedicto XVI se le impidió tener una sola lección
teológica en La Sapienza; este papa que nunca habla del
pecado, del Juicio, del Infierno y del Paraíso, que jamás habla de la
Gracia, del alma y de la vida eterna, ha tratado de nuevo sobre uno de
sus temas preferidos, sobre el cual ya numerosas veces había causado
escándalo a los fieles. Ha dicho explícitamente que no existe una respuesta a la pregunta sobre el por qué del sufrimiento y ha agregado, para colmo, que
el Padre ha hecho otro tanto con Jesús, lo ha tratado también a Él de
ese modo: queriendo decir que ha permitido sus padecimientos, sin que se
comprendiese la razón. Ahora, un papa que dice que ninguno sabe por qué
existe el sufrimiento, es herético; pero un papa que dice que Dios ha
dejado sufrir a su Hijo en modo incomprensibile, es blasfemo.
Es cierto que ninguno sabe explicar, con razones puramente humanas, por qué existe el sufrimiento, pero tampoco se puede decir que el cristiano no tenga una respuesta: y la respuesta es Cristo. Luego, la Encarnación, la Pasión y la Muerte de Cristo, y finalmente su Resurrección, son la respuesta. Una
respuesta práctica, no teórica: porque el Evangelio no se dirige a los
filósofos, sino a todos los hombres de buena voluntad. Jesús escogió el
sufrimiento y la muerte porque sólo así podía llevar a término su misión
redentora de la humanidad. Y nosotros sabemos, por supuesto,
por qué Dios ha permitido el sufrimiento a su Hijo: para que la
Redención fuese posible. Y no solo lo permitió, sino que lo quiso: no
sin la voluntad del Padre el Hijo se encarnó. No se trata de tres
dioses, sino de un único Dios en tres Personas: por tanto, el
Dios que fue entregado y abandonado por sus discípulos, que fue juzgado
y condenado a muerte, que ha sufrido bajo el flagelo, que fue coronado
de espinas, que fue crucificado y cuyo Costado fue después traspasado
por la lanza, es el mismo Dios que libremente escogió ofrecerse y
donarse a los hombres, sus creaturas, encarnándose en el seno de su
madre, la Virgen María. Esta es la respuesta: cualquier niño de tercer
año de primaria, después de dos lecciones de catecismo, lo sabe. ¿El papa Francisco no lo sabe?
Tiempo atrás, los jesuitas eran famosos por ser una orden religiosa muy
culta, una orden que hizo de la cultura su arma para la difusión de la
fe. ¿Ahora el papa
jesuita ha decidido poner su crasa e inconcebible ignorancia teológica
al servicio de la incredulidad de cuantos lo escuchan? Porque sus
afirmaciones pueden agradar solamente a Eugenio Scalfari y a Emma Bonino; mas a los fieles católicos no pueden sino dar escándalo. Y si nadie lo dice, si
los periodistas se callan, si los teólogos vuelven la cabeza a otra
parte cuando él dice tales despropósitos, símiles tonterías, símiles
blasfemias, bueno, tanto peor para ellos, se la verán con sus
conciencias, y sobre todo con Dios: nosotros no podemos callar, no
podemos fingir que no pasó nada. La cosa es de tal gravedad que no admite timideces ni connivencias. Y sabemos bien que decir eso del papa
es motivo de escándalo; lo sabemos y nos duele: pero callar sería
motivo de escándalo aún más grave y, tal vez, de daño irreparable para
las almas.
Nunca ningún papa, en los dos mil años de historia de la Iglesia, había hablado como el papa
Francisco; nunca nadie había empleado expresiones como las suyas, tan
rudas, tan brutales, tan absurdas: como cuando ha dicho, textualmente: Jesús se hizo diablo, se hizo abominación, se hizo inmundo… No, no es, no puede ser solo rudeza, no puede ser solo ignorancia: aunque una y otra deban ciertamente tener su parte, en este papa
suramericano que ha venido a Roma sin señal alguna de humildad, sin el
menor respeto ni temor ante la cultura milenaria de la Iglesia Católica,
nacida en Italia (y en los países mediterráneos caídos posteriormente
en poder del islam), desarrollada en Europa, y que arribó allende el
Océano Atlántico cuando ya tenía quince siglos de historia a sus
espaldas. De historia y de teología; de historia y de arte; de historia y
de literatura. Cuando ya había dado al mundo las obras y los ejemplos
extraordinarios de San Agustín y de San Benito, de San Francisco de Asís
y de Santo Tomás de Aquino, y la Divina Comedia, y la basílica de San
Pedro. Pero no, no puede ser solo la
arrogancia y la presunción de un papa venido del “fin del mundo” para
esparcir tales aberraciones, semejante bombareo cotidiano de frases que
sonarían intolerables en labios de cualquier sacerdote, por no decir del papa [aunque,
para resumirla, Bergoglio ni es sacerdote, sino un laico usurpador, al
ser “instalado” como presbítero el 13 de Diciembre de 1969 con el rito
montini-bugniniano. N. del T.]: en labios del último párroco
de provincia. Un sacerdote que así hablase, como él lo hace, suscitaría
el descontento y la amargura e los fieles; ciertamente alguno se
dirigiría al ordinario del lugar pidiéndole intervenir: y es apenas
obvio que este podría permanecer en su puesto y repetir tales
altisonantes, sin nunca pensar mínimamente en el efecto que provocan.
He aquí: no es posible que el papa
Francisco no sea consciente, perfectamente consciente, del efecto que
provocan sus palabras. Y también si muchos, también si la mayoría de los
católicos calla, sus malas palabras, equivocadas y engañosas, dan todas
en el blanco: siembran la desorientación, hacen vacilar la fe en las
almas y alejan a las ovejas del rebaño de la Iglesia. Nosotros conocemos
personalmente a varios que, confundidos y horrorizados, se han ido o se
están yendo. Y no es posible que el papa no lo sepa; no
es posible que, después de haber hecho semejantes afirmaciones, después
de haber dado asi tan grave escándalo, si él mismo no se da cuenta, al
menos sus colaboradores no le hagan presente la necesidad de que deje de
improvisar, que se haga preparar textos escritos cuando habla en
público o cuando da una homilía, y que se atenga a ellos. Si ninguno lo
hace, si nadie le dice nada, entonces quiere decir que, en vez de estar
rodeado de siervos, se encuentra circundado de cómplices. Porque lo que están haciendo ellos es un complot contra la santa Iglesia, un atentado a su integridad. Después
que la Iglesia institucional perdió su integridad litúrgica, pastoral y
doctrinal, se perdió a sí misma: no es más la Esposa de Cristo, sino
una miserable prostituta que se hace pasar por ella, sin serlo. Por esto estamos propensos a considerar que, detrás de las continuas afirmaciones horrorosas del papa
Francisco, no hay margen para el azar; hay una bien precisa estrategia,
estudiada casi milimétricamente; un plan de subversión y de
autodeslegitimación metódico y sistemático.
Las cosas que dice el papa
no son casi nunca falsas, sino que son incompletas. Aunque no mienta,
él, con el decir solo una parte de la verdad católica, induce a las
almas al error: de ahí su impresión de que todo lo que creía saber está equivocado, es presuntuoso, y no tenía más valor. Oh,
es muy astuto este hombre. Sabe bien cómo hacer para causar escándalo
contínuamente, pero cubriendo sus espaldas frente a una acusación
frontal de herejía y apostasía. Por ejemplo: no es equivocado
decir que no tenemos la respuesta a la dramática demanda de sentido que
dirige aquel que sufre, pero es erróneo no agregar y precisar que no
tenemos la respuesta humana, pero que sí tenemos, si no la
respuesta, el equivalente de la respuesta, en el plano de la vida
divina: es el ejemplo luminoso y salvífico de la Cruz de Cristo. Otro
ejemplo: no es erróneo afirmar que Dios
no es católico, pero sí es erróneo no agregar y precisar que el
catolicismo es el custodio del Evangelio, y que el Evangelio es el único
camino para llegar a Dios: Yo soy el camino, la verdad y la vida, dice Jesús de sí mismo. El hecho es que el papa no lo cree: no cree que el Evangelio de Jesucristo, custodiado por el catolicismo, es el único camino para llegar a Dios. Porque Francisco
lee el Evangelio como los luteranos: a su manera, y no en conformidad
con el Magisterio y con la Tradición católica. La Tradición católica
para él es solo una tradición, en minúscula: es una cosa humana, y que,
como tal, puede ser revisada, cuando no directamente anulada.
Él mismo quiere limpiarla: similar a una impróvida ama de casa que,
para limpiar un edificio viejo, entrega a las llamas los manuscritos de
inestimable valor, y en el contenedor de basura arroja obras preciosas
de porcelana, cuadros de autores renombrados y de joyas de oro y plata. Lo
que le importa es cambiar los colchones, botar los harapos, echar fuera
el polvo: dejar lustradas las habitaciones. Lo que esas habitaciones
contengan, y de lo cual no comprende su valor ni su significado, no le
importa absolutamente nada.
Así se está comportando el papa
Francisco. La suya no es solo rudeza, no es solo ignorancia: es también
la soberbia inconsciente de quien no comprende ni aprecia el
significado de las cosas preciosas, de siglos y siglos de teología, de
liturgia y de pastoral católica. Toma el “espíritu” del Vaticano II y lo
blande como una maza, mandando golpes salvajes a diestra y siniestra:
quiere pasar a la historia como el primer papa que, finalmente, ha
asumido seriamente el “espíritu” (en minúscula) del Concilio, y lo ha
realizado, llevándolo hasta las últimas consecuencias y eliminando
las últimas “resistencias”, esto es, lo poco que de realmente católico
sobrevivía aún en la Iglesia institucional, al alba del tercer milenio.
Sí, digámoslo claramente; a él le repugna el catolicismo, y los
católicos le dan fastidio. Los soporta, pero siempre con más
fatiga; los ve con una creciente impaciencia, con una creciente
irritación: son culpabres de no haber penetrado, como él, el “verdadero”
mensaje del Evangelio. Lo fastidian y lo irritan especialmente si
obstaculizan el su bellísimo “diálogo” con las otras religiones y con
las otras culturas. Por esto nunca
dirigió una palabra en favor de Asia Bibi, la desventurada madre
pakistaní que languidece en prisión, esperando la pena capital por el
solo delito de ser católica: no quiere arruinar su bella amistad con los
“hermanos” islámicos. Y por esto está dispuesto a deshacerse
definitvamente a los verdaderos católicos de China, que con inmenso
peligro y sacrificio han conservado viva la verdadera Iglesia Católica
en esa nación, orando y reuniéndose en las catacumbas, como hacían los primeros cristianos en tiempos del Imperio romano, y se apresta a dar su aprobación a la autodenominada “iglesia nacional”,
formada por aquellos chinos que se pliegan a las imposiciones del
régimen: porque quiere establecer relaciones cordiales con el gobierno
de Pekín. Mas de las almas en peligro, de los católicos físicamente en
peligro, a él no le importa nada. Y no se diga que se procede
así para evitar males mayores: ¿qué peor peligro puede haber para un
católico que el de perder su alma? Sin contar que los católicos de
Pakistán o los de la China roja, estan más que nunca en peligro no sólo
espiritual, sino también físico.
Por tanto, no es este el verdadero
objetivo de la política del papa Francisco: no, no es este. Todas sus
misas, todas sus homilías, todas sus entrevistas, todos sus gestos,
están estudiados en vista de un fin bien distinto: relativizar la fe
católica, destruir en los católicos la idea de que solo el Evangelio
conduce a Dios, hacerlos sentir como todos los demás, que no
saben si realmente hay Dios, ni se comportan con los hombres así como él
se comporta. Este es su objetivo: arrancarle la fe católica a los que
la tienen, llevarlos a la confusión, al desánimo, al sentido de
impotencia. En pocas palabras, quiere
anular la Revelación. La primera fase es esta: No se sabe quién es Dios,
y no se sabe quién era Jesucristo. La segunda, que se desarrolla en
paralelo y casi contemporáneamente a la primera, consiste en conducir
estas ovejas descarriadas, estas turbadas almas a bella posta, estos ex-católicos que no saben nada sobre si hay Dios ni quiénes son ellos, a
donde él quisiera conducir a la humanidad entera (porque es un hombre
que piensa en grande, o porque fue puesto en el solio petrino por
alguien que piensa muy en grande): a una super-religión mundial
sincretista, donde sea puesto por todos y donde la verdad es
relativa, porque tiene tantas caras y cada uno puede contemplare aquella
que prefiera, elegir según sus gustos, como se escogen las mercaderías
en un supermercado. No se trata de un
diseño incomprensible: es, al contrario, un diseño clarísimo: un diseño
típicamente e inconfundiblemente masónico. En otras palabras, se trata
de conducir a todos los hombres a una sola religión (o pseudoreligión)
de tipo deísta e ilustrada, que culminará -y esta será la tercera y
última fase- en la religión del Hombre.
Este, creemos, es el diseño: dar un paso decisico en la instauración del
Nuevo Orden Mundial. En esta prospectiva se entiende por qué los
católicos causan fastidio: son los omitidos que quedan aferrados a la
idea no sólo egoista en el fondo, sino vieja y superada, de que la
Verdad es una sola, y es Cristo. No hay lugar para ellos en el Nuevo
Orden Mundial: es necesario hacerlos desaparecer. Y si no se ha
arriesgado a hacerlo agrediéndoles por fuera, en cambio, lo hará
desorientándolos internamente…
* Francesco Lamendola nació en Udine en 1956. Laureado en Letras y
Filosofía, está especializado en Letras, Filosofía e Historia, Filosofía
y Pedagogía, Historia del Arte, y Psicología Social. Enseña en el
Instituto Superior “Marco Casagrande” de Pieve di Soligo y ha publicado
una decena de libros entre ensayos históricios, musicales, filosóficos,
de poesía y de narrativa, entre los cuales recordamos “Galba, Otone,
Vitellio. La crisi romana del 68-69 d.C.”, “Il genocidio dimenticato. La
soluzione finale del problema herero nel sud-ovest africano”,
“Metafisica del Terzo Mondo”, “L’unità dell’Essere”, “La bambina dei
sogni e altri racconti”, “Voci di libertà dei popoli oppressi”, y “Fogli
Sparsi” (E-Book). Colabora con numerosas revistas científicas (entre
ellas “Il Polo” del Instituto Geográfico Polar y “L’Universo” del
Instituto Geográfico Militar) y literarias, en las cuales ha publicados
centenares de artículos y en sitios de internet: “Arianna Editrice”,
“Edicola Web”, ”Libera Opinione” y en “il Corriere delle Regioni”.
Quaderni culturali: Diario web animado actualizado con sus últimos
escritos. Ha dado conferencias para la Sociedad “Dante Alighieri” de
Treviso, par la “Alliance Française”, para la Asociación Italiana de
Cultura Clásica, para la Asociación Eco-Filosófica, para el Instituto
para la Historia del Risorgimento, “Alfa e Omega”, “Il pensiero
mazziniano” y para varias Administraciones Comunales, además de la
presentación de muestras de pintura y escultura.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)