Si
estuviésemos obligados a tomar al pie de la letra lo que dicen los
escritos de los hagiógrafos, tendríamos que aceptar la conclusión de que
la mayoría de las santas fueron contrariadas (o ayudadas) en el camino
de la santidad por la mala voluntad o la indiferencia de sus maridos; el
indigno esposo de una santa mujer es una figura muy común y, como tal,
es indigna de confianza. Nadie ha hecho la tentativa de hallar una
relación tan desdichada entre Isabel de Hungría y Luis (Ludwig) IV de
Turingia, por la buena razón de que no existía ninguna desavenencia (a
pesar de que aun en este caso hay un autor bien conocido de libros
religiosos que se dejó arrastrar por las formas vulgares y descubrió
ciertas desavenencias conyugales en esta pareja). El amor y la
veneración por Luis eran tan espontáneos entre los súbditos como en su
esposa. Si bien es verdad que su culto no ha sido oficialmente
confirmado (no se ha hecho la solicitud), es sin embargo digno de todo
respeto.
Luis,
el hijo mayor del landgrave Hermán I, vino al mundo en el 1200. Cuando
tenía once años de edad, se hicieron los arreglos para su matrimonio con
Isabel, la hija del rey Andrés II de Hungría que, por entonces, tenía
cuatro años. Poco tiempo después, el niño fue llevado a la corte de
Turingia, y tanto Luis como Isabel crecieron juntos hasta el año de
1221, cuando Luis sucedió a su padre en el gobierno de sus tierras y
celebró sus esponsales. Originalmente aquella alianza tenía un sentido
puramente político, pero no por eso resultó mal; por el contrario, los
dos se amaron tiernamente, tuvieron un hijo y dos hijas. De éstas, la
menor llegó a ser la Beata Gertrudis de Altenberg. En todo momento, Luis
alentó la caridad y la devoción de su esposa. Una vez, encotró a un
leproso que se acercaba al castillo en busca de ayuda; lo acompañó hasta
el palacio y ahí lo dejó; el enfermo fue a echarse en la cama del
landgrave y éste al verlo, se sintió tentado a dejarse llevar por la
cólera, pero de pronto pareció ver que no era el leproso, sino el Hijo
de Dios crucificado el que estaba en el lecho. Se retiró sin decir
palabra y al momento inició la empresa de construir un lazareto en la
colina de Wartburg. Poco tiempo después, Santa Isabel dijo a su esposo
que ambos podían servir mejor a Dios si en vez de un castillo y un
enorme parque dedicaran aquélla tierra al arado y al mantenimiento de un
centenar de ovejas. El landgrave se echó a reír: "¡No llegaríamos a pobres!", dijo. "Con tanta tierra y tantas ovejas, la mayoría de la gente que nos conoce, dirá que somos ricos".
El
landgrave era un hombre justo y un buen gobernante. En 1225, algunos
mercaderes de Turingia fueron asaltados, golpeados y robados, en la
frontera de Polonia. Luis pidió reparaciones, pero ni siquiera obtuvo
una respuesta, de modo que tomó su caballo y se fue hasta Polonia donde
obligó a los ciudadanos de Lubitz a darle toda suerte de satisfacciones.
Lo mismo sucedió en Würtzburg a donde el landgrave se trasladó para
presentarse ante el príncipe-obispo y recuperar todo el cargamento que
había sido robado a un traficante de sus tierras. En 1226, a solicitud
del emperador Federico II, emprendió una campaña militar y, junto con
él, asistió a la dieta de Cremona para aconsejarle y dirigirle. Cierta
vez, debió pasar lejos de su casa un crudo invierno y primavera; y nos
dice el escritor Bertoldo que, al regresar, su esposa Isabel "le dio mil
y mil besos con el corazón y con la boca" y cuando él le preguntó cómo
había soportado su pueblo el frío terrible, ella replicó: "Le dimos a Dios lo que era Suyo y Él conservó para nosotros lo que era nuestro". "Bien has obrado, mujer", repuso Luis. "Da a Dios lo que tú quieras, con tal de que me dejes Wartburg y Neuenburg".
Esa misma frase o alguna muy semejante fue la que dio Luis como
respuesta a un tesorero de su casa que se quejaba de los despilfarros
de Isabel en caridades a los pobres. Al año siguiente, el landgrave se
ofreció voluntariamente a seguir al emperador en la cruzada (es bien
conocida la historia de que Isabel encontró una cruz en la bolsa de su
esposo); a fin de inflamar los corazones de los hombres para que se
alistaran en las filas, el landgrave organizó representaciones de la
Pasión de Cristo en las calles de Eisenach; asimismo, hizo visitas a
cada uno de los monasterios en sus dominios para pedir a los monjes
oraciones por el éxito de su empresa. Las fuerzas de Alemania central se
concentraron en Esmalcalda; a Luis se le nombró comandante; desde
aquélla ciudad, en el día del aniversario del nacimiento de San Juan
Bautista, se apartó de Isabel y partió a rescatar el Santo Sepulcro. En
agosto, se reunió con el emperador en Troja y, en septiembre, se embarcó
ahí todo el ejército. Tres días más tarde, la flota ancló frente a
Otranto y Luis no pudo alzarse del lecho: le había atacado una violenta
fiebre maligna y estaba a punto de morir. Al recibir los últimos
sacramentos, le pareció que su cámara se llenaba de palomas blancas. "Debo volar con esas palomas blancas", dijo, y expiró. Cuando la fatal noticia llegó a oídos de su esposa, sólo atinó a decir entre sollozos: "¡El mundo ha muerto para mí! Ya no conserva nada que pueda serme grato". El joven Landgrave fue enterrado en la abadía benedictina de Reinhardsbrunn y ahí se le venera en este día.
Una
antigua biografía del landgrave Luis IV, escrita en latín, fue
traducida al alemán el siglo XIV. La biografía escrita en latín por
Bertoldo, capellán de Luis y monje de Reinhardsbrunn, no fue conservada
en su forma original, aunque la mayor parte de ella se encuentra
transcrita en los Anales Reinhardsbrunnenses, editados por Franz Xavier Wegele en 1854. Hay un excelente artículo sobre el personaje, escrito por Karl Wenck, en la Allgemeine Deutsche Biographie, vol. XIX, págs. 589-597, y una biografía en alemán de Gustav Simón (1854). Ver también a Emil Michael SJ en Geschichte des deutschen Volkes seit dem 13 Jahr,
vol.I, pág. 221 y II, págs. 207 y ss. Ver además las muchas vidas de
Santa Isabel de Hungría, puesto que todas contienen noticias de su
esposo.
Oh
Dios, que todos los años nos dais un nuevo motivo de gozo con la fiesta
del bienaventurado Luis, vuestro confesor, haced, por vuestra bondad,
que honrando su nacimiento al cielo, caminemos por sus huellas para
llegar a Vos. Por J. C. N. S. Amén.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)