“Y
el nombre de la Virgen era María”. Hablemos un poco sobre este nombre,
cuyo significado es estrella del mar: y conviene muchísimo a la Virgen
Madre, porque en efecto es convenientísimo que Ella sea comparada a una
estrella, porque así como la estrella emite de sí el rayo sin
corromperse, así sin menoscabo alguno la Virgen dio a luz un hijo. Por
otra parte, como el rayo no resta claridad a la estrella, así tampoco el
Hijo de la Virgen tampoco disminuyó su integridad. Ella es en efecto la
noble estrella surgida de Jacob cuyo rayo ilumina el universo mundo,
cuyo resplandor brilla en los cielos y penetra los infiernos, calienta
las almas más que los cuerpos, consume los vicios e inflama las
virtudes. Ella es la hermosa y admirable estrella que necesariamente se
eleva sobre este grande y ancho mar, que hace resplandecer los méritos e
instruye con su ejemplo.
¡Oh
tú!, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra firme,
arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y
tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de
esta estrella. Si el viento de las tentaciones se levanta, si el escollo
de las tribulaciones se interpone en tu camino, mira la estrella,
invoca a María. Si eres balanceado por las agitaciones del orgullo, de
la ambición, de la murmuración, de la envidia, mira la estrella, invoca a
María. Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros sacuden la frágil
embarcación de tu alma, levanta los ojos hacia María. Si, perturbado por
el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso antes las torpezas
de tu conciencia, aterrorizado por el miedo del Juicio, comienzas a
dejarte arrastrar por el torbellino de tristeza, a despeñarse en el
abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las
angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre
nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para
alcanzar el socorro de su intercesión, no descuides los ejemplos de su
vida. Siguiéndola, no te extraviarás, rezándole, no
desesperarás,pensando en Ella, evitarás todo error. Si Ella te sustenta,
no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer; si Ella te
conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin. Y
así verificarás, por tu propia experiencia, con cuánta razón fue dicho:
“Y el nombre de la Virgen era María”.
SAN BERNARDO DE CLARAVAL. Homilía 2ª sobre “Missus est Ángelus” (San Lucas I, 26-38) en alabanza de la Virgen María, 17.
Hablando el melifluo Padre San Bernardo con la Reina del Cielo, le dice estas palabras: Ninguno puede nombrarte, oh María, sin que enciendas su voluntad, ninguno puede pensar en Ti, sin que recrees el afecto de los que te aman, porque nunca entras por las puertas de la piadosa memoria sin llenarla de divina dulzura. Quien ama a María percibe las dulzuras de su Nombre, en la boca, en el oído y en el corazón; si alguno no las sintiere, señal es que no ama. Si no le supiere el Nombre de María a miel cuando le pronuncia, eche la culpa a su paladar enfermo, no al Nombre melifluo. Si no percibiere melodía al escucharle, culpe a su oído destemplado, no al Nombre armonioso. Si no experimentare júbilo al oírle o pronunciarle, atribúyalo a su corazón dañado, no al Nombre delicioso; porque verdaderamente es para los que aman a la Virgen: Mel in ore, Melos in aure, Iubilus in corde.
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