«Conviene, amados míos, que al contemplar a Jesús levantado en la cruz, no os limitéis a ver en Él lo único que veían los impíos, aquellos a quienes se dirige Moisés cuando dice: “Tu vida estará como suspendida ante tus ojos, y tú temerás día y noche, y no creerás en tu vida” (Deuteronomio XXVIII, 66). La presencia de Jesús crucificado no podía suscitar en ellos más que el pensamiento de su propio crimen; por esto, al verle, temblaron despavoridos (San Mateo XXVII, 54), mas no con aquel temor que justifica a los verdaderos creyentes, sino con el que atormenta a las conciencias culpables. Nosotros, empero, cuya inteligencia está iluminada por el espíritu de verdad, debemos abrazarnos con libertad y pureza de corazón a la Cruz, aquella Cruz cuya gloria resplandece en el cielo y en la tierra, y aplicar toda nuestra atención a penetrar el misterio que el Señor, refiriéndose a la proximidad de su Pasión, anunciaba diciendo: “Ahora va a ser juzgado todo el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser lanzado fuera. Y yo, cuando habré sido levantado Sobre la tierra, atraeré a mí todas las cosas” (San Juan XII, 31-32).
¡Oh admirable virtud de la santa Cruz! ¡Oh inefable gloria de la Pasión! En ella podemos considerar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del Crucificado. Oh, sí, Señor; atrajisteis a Vos todas las cosas cuando “teniendo extendidas todo el día vuestras manos hacia un pueblo incrédulo y rebelde” (Isaías LXV, 2), el universo enteró comprendió que debía rendir homenaje a vuestra Majestad. Atrajisteis a Vos todas las cosas cuando todos los elementos se juntaron en una sola voz para condenar la injusticia de los judíos; cuando habiéndose obscurecido los astros y trocádose en tinieblas la claridad del día, la tierra fue conmovida por extraordinarias sacudidas y toda la creación se negó a servir a aquellos impíos. Atrajisteis a Vos todas las cosas porque habiéndose rasgado el velo del templo, el Santo de los santos rechazó a sus indignos pontífices, como indicando que la figura se convertía en realidad, la profecía en revelaciones manifiestas y la ley en Evangelio.
Atrajisteis a Vos, Señor, todas las cosas para que la piedad de todas las naciones que pueblan el orbe celebrase, como un misterio lleno de realidad y libre de todo velo, lo que Vos teníais oculto en un templo de Judea, a la sombra de las figuras. Ahora, en efecto, el orden de los Levitas brilla con mayor resplandor, y la dignidad sacerdotal tiene una mayor grandeza, y la unción que consagra a los Pontífices una mayor santidad. Y esto porque la fuente de toda bendición y el principio de todas las gracias se encuentran en vuestra Cruz, la cual hace pasar a los creyentes de la debilidad a la fuerza, del oprobio a la gloria, de la muerte a la vida. Ahora es también cuando, abolidos ya los sacrificios de animales carnales, la sola oblación de vuestro Cuerpo y Sangre ocupa el lugar de todas las victimas que la representaban. Porque Vos sois “el Cordero de Dios, que quitáis los pecados del mundo” (San Juan I, 29), y todos los misterios se cumplen en Vos de tal suerte que, así como todas las Hostias que se os ofrecen no forman más que un solo sacrificio, así todas las naciones de la tierra no forman más que un solo reino».
SAN LEÓN MAGNO, Homilía 8.ª de la Pasión del Señor, después de la mitad. Divino Oficio, lecciones 7.ª, 8.ª y 9.ª de las Maitines de la Exaltación de la Santa Cruz. Traducción de Dom Alfonso María de Gubianas y Santandréu OSB, Breviario Romano, vol. II, págs. 980-982. Barcelona, Editorial Litúrgica Española S. A., 1936. Nihil Obstat de la orden por Dom Remigio Aixelá OSB S. Th. D., censor de la Orden, e Imprimátur por Dom Mauro Etcheverry OSB, Abad general de la Congregación Subiacense, el 27 de Noviembre de 1935. Nihil Obstat diocesano por Agustín Mas Folch CO, censor, e Imprimátur por el Ilmo. Sr. Dr. Don Manuel Irurita Almándoz, Obispo de Barcelona y Mártir de la Fe, el 3 de Diciembre de 1935.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)