En
medio de las dificultades que pasaba la Iglesia, el Papa León XIII
reitera en su encíclica “Suprémi Apostolátus Offício” (la primera
encíclica sobre el Santo Rosario) la filial devoción que los católicos
siempre tenemos a la Virgen Santísima y hace una breve reseña del Santo
Rosario, pidiendo en su encíclica que en cada parroquia, desde el 1 de
Octubre al 2 de Noviembre se rece por lo menos la tercera parte del
Rosario con las Letanías Lauretanas, y que se celebre con especial
solemnidad la fiesta del Rosario de Nuestra Señora, con grandes
Indulgencias.
ENCÍCLICA “Suprémi Apostolátus Offício”, SOBRE LA DEVOCIÓN AL SANTO ROSARIO
A todos los Patriarcas, Primados, Arzobispos y Obispos del mundo Católico en Gracia y Comunión de la Sede Apostólica.
Venerables Hermanos, Salud y Bendición Apostólica.
El
supremo oficio del Apostolado que Nos está confiado y las
circunstancias difíciles por las que atravesamos, Nos advierten a cada
momento e imperiosamente Nos empujan a velar con tanto más cuidado por
la integridad de la Iglesia cuanto mayores son las calamidades que la
afligen.
Por
esta razón, a la vez que Nos esforzamos cuanto sea posible en defender
por todos los medios los derechos de la Iglesia y en prevenir y rechazar
los peligros que la amenazan y asedian, empleamos la mayor diligencia
en implorar la asistencia de los divinos socorros, con cuya única ayuda
pueden tener buen resultado Nuestros afanes y cuidados.
Devoción a María. El Rosario
Y
creemos que nada puede conducir más eficazmente a este fin, que, con la
práctica de la Religión y la piedad hacernos propicia a la excelsa
Madre de Dios, la Virgen María, que es la que puede alcanzarnos la paz y
dispensarnos la gracia, colocada como está por su Divino Hijo en la
cúspide de la gloria y del poder, para ayudar con el socorro de su
protección a los hombres que en medio de fatigas y peligros se
encuentran en la Ciudad Eterna.
Por
esto, y próximo ya el solemne aniversario que recuerda los innumerables
y grandes beneficios que ha reportado al pueblo cristiano la devoción
del Santo Rosario de María, Nos queremos que en el corriente año esta
devoción sea objeto de particular atención en el mundo católico, a fin
de que por la intercesión de la Virgen María obtengamos de su Divino
Hijo venturoso alivio y término a Nuestros males. Por lo mismo hemos
pensado, Venerables Hermanos, dirigiros estas Letras, a fin de que,
conocido Nuestro propósito, excitéis con vuestra autoridad y con vuestro
celo la piedad de los pueblos para que cumplan con él esmeradamente.
I. María ampara a la Iglesia en los tiempos calamitosos
En
tiempos críticos y angustiosos siempre el principal y constante cuidado
de los católico refugiarse bajo la égida de María y ampararse a su
maternal bondad, lo cual demuestra que la Iglesia católica ha puesto
siempre y con razón en la Madre de Dios toda su confianza. En efecto, la
Virgen, exenta de la mancha original, escogida para ser la Madre de
Dios y asociada por lo mismo a la obra de la salvación del género
humano, goza cerca de su Hijo de un favor y poder tan grande, como nunca
han podido ni podrán obtenerlo ni los hombres ni los Ángeles. Así,
pues, ya que le es sobremanera dulce y agradable conceder su socorro y
asistencia a cuantos la pidan, desde luego es de esperar que acogerá
cariñosa las preces de la Iglesia universal.
Mas
esta piedad tan grande y tan llena de confianza en la Reina de los
cielos, nunca a brillado con más resplandor que cuando la violencia de
los errores, el desbordamiento de las costumbres, o los ataques de
adversarios poderosos, han parecido poner en peligro la Iglesia de Dios.
Los ejemplos de la historia
La
historia antigua y moderna, y los fastos más memorables de la Iglesia
recuerdan las preces públicas y privadas dirigidas a la Virgen
Santísima, como los auxilios concedidos por Ella; e igualmente en muchas
circunstancias la paz y tranquilidad pública, obtenidas por su
intercesión. De ahí estos excelentes títulos de Auxiliadora, Bienhechora
y Consoladora de los cristianos; Reina de los ejércitos y Dispensadora
de la paz, con que se la ha saludado. Entre todos los títulos es muy
especialmente digno de mención el de Santísimo Rosario, por el cual han
sido consagrados perpetuamente los insignes beneficios que le debe la
cristiandad.
Ninguno
de vosotros ignora, Venerables Hermanos, cuántos sinsabores y amarguras
causaron a la Santa Iglesia de Dios a fines del siglo XII los heréticos
Albigenses, que, nacidos de la secta de los últimos Maniqueos llenaron
de sus perniciosos errores el Mediodía de Francia, y todos los demás
países del mundo latino, y llevando a todas partes el terror de sus
armas, extendían por doquiera su dominio con el exterminio y la muerte.
Santo Domingo y el Rosario
Contra
tan terribles enemigos, Dios suscitó en su misericordia al insigne
Padre y fundador de las Orden de los Dominicos. Este héroe, grande por
la integridad de su doctrina, por el ejemplo de sus virtudes y por sus
trabajos apostólicos, se esforzó en pelear contra los enemigos de la
Iglesia Católica, no con la fuerza ni con las armas, sino con la más
acendrada fe en la devoción del Santo Rosario, que él fue el primero en
propagar, y que sus hijos han llevado a los cuatro ángulos del mundo.
Preveía, en efecto, por inspiración divina, que esta devoción pondría en
fuga, como poderosa máquina de guerra, a los enemigos, y confundiría su
audacia y su loca impiedad. Así lo justificaron los hechos. Gracias a
este modo de orar, aceptado, regulado y puesto en práctica por la Orden
de Santo Domingo, principiaron a arraigarse la piedad, la fe y la
concordia, y quedaron destruidos los proyectos y artificios de los
herejes; muchos extraviados volvieron al recto camino y el furor de los
impíos fue refrenado por las armas católicas empuñadas para resistirle.
II. María de las Victorias contra los turcos
La
eficacia y el poder de esa oración se experimentaron en el siglo XVI,
cuando los innumerables ejércitos de los turcos estaban en vísperas de
imponer el yugo de la superstición y de la barbarie a casi toda Europa.
Con este motivo el Soberano Pontífice Pío V, después de reanimar en
todos los Príncipes Cristianos el sentimiento de la común defensa,
trató, en cuanto estaba a su alcance, en hacer propicio a los cristianos
a la todopoderosa Madre de Dios y de atraer sobre ellos su auxilio,
invocándola por medio del Santísimo Rosario. Este noble ejemplo que en
aquellos días se ofreció a tierra y cielo, unió todos los ánimos y
persuadió a todos los corazones; de suerte que los fieles cristianos
dedicados a derramar su sangre y a sacrificar su vida para salvar a la
Religión y a la patria, marchaban, sin tener en cuenta su número, al
encuentro de las fuerzas enemigas reunidas no lejos del golfo de
Corinto; mientras los que no eran aptos para empuñar las armas, cual
piadoso ejército de suplicantes, imploraban y saludaban a María,
repitiendo las fórmulas del Rosario, y pedían el triunfo de los
combatientes.
La
Soberana Señora así rogada, oyó muy luego sus preces, pues que,
empeñado el combate naval en las Islas Equínadas, la escuadra de los
cristianos, reportó, sin experimentar grandes bajas, una insigne
victoria y aniquiló las fuerzas enemigas. Por este motivo, el mismo
Santo Pontífice, en agradecimiento a tan señalado beneficio, quiso que
se consagrase con una fiesta en honor de María de las Victorias, el
recuerdo de ese memorable combate, y después Gregorio XIII sancionó
dicha festividad con el nombre de Santo Rosario.
Asimismo
en el siglo último alcanzáronse importantes victorias sobre los turcos
en Temesvar, Hungría y Corfú, las cuales se obtuvieron en días
consagrados a la Santísima Virgen, y terminadas las preces públicas del
Santísimo Rosario. Esto inclinó a Nuestro predecesor Clemente XI a
decretar para la Iglesia universal la festividad del Santísimo Rosario.
III. Los Romanos Pontífices hablan del Santo Rosario
Así,
pues, demostrado que esta forma de orar es agradable a la Santísima
Virgen y tan propia para la defensa de la Iglesia y del pueblo
cristiano, como para atraer toda suerte de beneficios públicos y
particulares, no es de admirar que varios de Nuestros Predecesores se
hayan dedicado a fomentarla y recomendarla con especiales elogios.
Urbano IV aseguró que «el rosario proporcionaba todos los días ventajas
al pueblo cristiano»; Sixto V dijo que «ese modo de orar cedía en mayor
honra y gloria de Dios, y que era muy conveniente para conjurar los
peligros que amenazaban al mundo» (Bula “Dum ineffabília meritórum
insígnia”, 30 de Enero de 1586); León X, declaró que «se había
instituido contra los heresiarcas y las perniciosas herejías» (Bula
“Pastóris Ætérni”, 6 de Octubre de 1520), y Julio III le apellidó «loor
de la Iglesia» (Breve “Sincéræ Devotiónis”, 24 de Agosto de 1552). San
Pío V dijo también del Rosario que, «con la propagación de estas preces,
los fieles empezaron a enfervorizarse en la oración y que llegaron a
ser hombres distintos a lo que antes eran; que las tinieblas de la
herejía se disiparon, y que la luz de la fe brilló en su esplendor»
(Breve “Consuevérunt Románi Pontífices”, 17 de Septiembre de 1569). Por
último, Gregorio XIII declaró que «Santo Domingo había instituido el
Rosario para apaciguar la cólera de Dios e implorar la intercesión de la
bienaventurada Virgen María» (Bula “Monet Apóstolus”, 1 de Abril de
1573).
IV. León XIII y el momento actual
Inspirado
Nos en este pensamiento y en los ejemplos de Nuestros predecesores,
hemos creído oportuno establecer preces solemnes, elevándolas a la
Santísima Virgen en su Santo Rosario, para obtener de Jesucristo igual
socorro contra los peligros que Nos amenazan. Ya veis, Venerables
Hermanos, las difíciles pruebas a que todos los días está expuesta la
Iglesia; la piedad cristiana, la moralidad pública, la fe misma, que es
el bien supremo y el principio de todas las virtudes, todo está
amenazado cada día de los mayores peligros.
Además
no sólo conocéis Nuestra difícil situación y Nuestras múltiples
angustias, sino que vuestra caridad os lleva a sentir con Nos cierta
unión y sociedad; pues es muy doloroso y lamentable ver a tantas almas
rescatadas por Jesucristo, arrancadas a la salvación por el torbellino
de un siglo extraviado y precipitadas en el abismo y en la muerte
eterna. En nuestros tiempos tenemos tanta necesidad del auxilio divino
como en la época en que el gran Domingo levantó el estandarte del
Rosario de María, a fin de curar los males de su época. Ese gran Santo,
iluminado por la luz celestial, entrevió claramente que, para curar a su
siglo, ningún medio podía ser tan eficaz como el atraer a los hombres a
Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida, impulsándolos a
dirigirse a la Virgen, a quien está concedido el poder de destruir todas
las herejías.
En qué consiste el Rosario
La
fórmula del Santo Rosario la compuso de tal manera Santo Domingo, que
en ella se recuerdan por su orden sucesivo los misterios de Nuestra
salvación y en este ejercicio de meditación se incorpora la mística
corona, tejida de la salutación angélica; intercalándose la oración
dominical a Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Nos, que buscamos un
remedio a males parecidos, tenemos derecho a creer que, valiéndonos de
la misma oración que sirvió a Santo Domingo para hacer tanto bien,
podremos ver desaparecer asimismo las calamidades que afligen a nuestra
época.
V. Mes de Octubre y festividad consagrada al Santo Rosario
Por
lo cual no sólo excitamos vivamente a todos los cristianos a dedicarse
pública o privadamente y en el seno de sus familias a recitar el Santo
Rosario y a perseverar en este santo ejercicio, sino que queremos que el
mes de Octubre de este año se consagre enteramente a la Reina del
Rosario. Decretamos por lo mismo y ordenamos que en todo el orbe
católico se celebre solemnemente en el año corriente, con esplendor y
con pompa la festividad del Rosario, y que desde el primer día del mes
de Octubre próximo hasta el segundo día del mes de Noviembre siguiente,
se recen en todas las iglesias curiales, y si los Ordinarios lo juzgan
oportuno, en todas las iglesias y capillas dedicadas a la Santísima
Virgen, al menos cinco decenas del Rosario, añadiendo las Letanías
Lauretanas. Deseamos asimismo que el pueblo concurra a estos ejercicios
piadosos, y que se celebre en ellos el santo sacrificio de la Misa, o se
exponga el Santísimo Sacramento a la adoración de los fieles, y se de
luego la bendición con el mismo. Será también de Nuestro agrado, que las
cofradías del Santísimo Rosario de María lo canten procesionalmente por
las calles conforme a la antigua costumbre. Y donde por razón de la
circunstancias, esto no fuere posible, procúrese sustituir con la mayor
frecuencia a los templos y con el aumento de las virtudes cristianas.
Las indulgencias concedidas
En
gracia de los que practicaren lo que queda dispuesto, y para animar a
todos, abrimos los tesoros de la Iglesia, y a cuantos asistieron en el
tiempo antes designado a la recitación pública del Rosario y las
Letanías, y orasen conforme a Nuestra intención, concedemos siete años y
siete cuarentenas de indulgencias por cada vez. Y de la misma gracia
queremos que gocen los que legítimamente impedidos de hacer en público
dichas preces, las hicieren privadamente. Y a aquellos que en el tiempo
prefijado practicaren al menos diez veces en público o en secreto, si
públicamente por justa causa no pudieren, las indicadas preces, y
purificada debidamente su alma, se acercaren a la Sagrada Comunión les
dejamos libres de toda expiación y de toda pena en forma de indulgencia
plenaria.
Concedemos
también plenísima remisión de sus pecados a aquellos que, sea en el día
de la fiesta del Santísimo Rosario, sea en los ocho días siguientes,
purificada su alma por medio de la confesión se acercaren a la Sagrada
Mesa y rogaren en algún templo, según Nuestra intención, a Dios y a la
Santísima Virgen, por las necesidades de la Iglesia.
VI. Exhortación final
¡Obrad
pues, Venerables Hermanos! Cuanto más os intereséis por honrar a María y
por salvar a la sociedad humana, más debéis dedicaros a alentar la
piedad de los fieles hacia la Virgen Santísima, aumentando su confianza
en ella. Nos consideramos que entra en los designios providenciales el
que en estos tiempos de prueba para la Iglesia florezca más que nunca en
la inmensa mayoría del pueblo cristiano el culto de la Santísima
Virgen.
Quiera
Dios que excitadas por Nuestras exhortaciones e inflamadas por vuestros
llamamientos las naciones cristianas, busquen, con ardor cada día
mayor, la protección de María; que se acostumbren cada vez más al rezo
del Rosario, a ese culto que Nuestros antepasados tenían el hábito de
practicar no sólo como remedio siempre presente a sus males, sino como
noble adorno de la piedad cristiana. La celestial Patrona del género
humano escuchará esas preces y concederá fácilmente a los buenos el
favor de ver acrecentarse sus virtudes, y a los descarriados el de
volver al bien y entrar de nuevo en el camino de salvación. Ella
obtendrá que el Dios vengador de los crímenes, inclinándose a la
clemencia y a la misericordia, restituya al orbe cristiano y a la
sociedad, después de eliminar en lo sucesivo todo peligro, el tan
apetecible sosiego.
Bendición Apostólica
Alentado
por esta esperanza Nos suplicamos a Dios por la intercesión de aquélla
en quien ha puesto la plenitud de todo bien, y le rogamos con todas
Nuestras fuerzas, que derrame abundantemente sobre vosotros, Venerables
Hermanos, sus celestiales favores. Y como prenda de Nuestra
benevolencia, os damos de todo corazón a vosotros, a vuestro Clero y a
los pueblos confiados a vuestros cuidados, la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, a 1 de septiembre de 1883, año sexto de Nuestro Pontificado. LEÓN XIII.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)