Traducción del artículo publicado en NOVUS ORDO WATCH.
NUEVA BIOGRAFÍA DE BENEDICTO XVI CONFIRMA: RATZINGER FUE RECONOCIDO COMO ‘MODERNISTA PELIGROSO’ DESDE EL COMIENZO
“Teología de la emoción” subjetiva sin definiciones precisas…
Una biografía extensa de Joseph Ratzinger —“Papa Emérito” Benedicto XVI—
recién ha sido publicada en Alemania por Peter Seewald. Con 1150
páginas,
es un tomo masivo. Está bien documentado, contiene muchas fotografías a
todo color, e incluye un índice de nombres. El libro está dividido en
los seis mayores períodos de la vida de Ratzinger y tiene un total de 74
capítulos. La obra también incluye un epílogo y ocho páginas de una
entrevista final con el hombre conocido como Benedicto XVI.
El título original alemán de esta biografía es Benedikt XVI.: Ein Leben (“Benedicto XVI: Una Vida”), y su publicador es Drömer Verlag. En Noviembre de 2020 será publicado en una traducción inglesa, de más de un volumen, bajo el título Benedict XVI: The Biography. El publicador será Bloomsbury Continuum. [ACTUALIZACIÓN La traducción española fue publicada como Benedicto XVI: Una vida: Biografía, por la editorial bilbaína Mensajero-Grupo de Comunicaciones Loyola].
Aunque Life Site ya ha presentado algunos pocos detalles y piezas explosivas halladas en el tomo, la biografía contiene algo que anticipamos Life Site (o cualquier otro sitio web de esa o similar postura editorial) no querrá escribir. Aquí es donde Novus Ordo Watch entra.
Desde
el comienzo de su carrera académica, Ratzinger ha estado enamorado de
la novedad teológica, desafiando la exhortación del Papa San Pío X:
“¡Lejos, muy lejos de las sagradas órdenes el amor de las novedades!» (Encíclica Pascéndi Domínici gregis, n.º 49).
El
antídoto recomendado por la Iglesia para la novedad doctrinal es la
estricta adhesión al Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino (1225-1274),
y a su método escolástico. Por esta razón, San Pío X decretó:
«En primer lugar, pues, por lo que toca a los estudios, queremos, y definitivamente mandamos, que la filosofía escolástica se ponga por fundamento de los estudios sagrados. … Lo principal que es preciso notar es que, cuando prescribimos que se siga la filosofía escolástica, entendemos principalmente la que enseñó Santo Tomás de Aquino, acerca de la cual, cuanto decretó nuestro predecesor [León XIII] queremos que siga vigente y, en cuanto fuere menester, lo restablecemos y confirmamos, mandando que por todos sea exactamente observado. A los obispos pertenecerá estimular y exigir, si en alguna parte se hubiese descuidado en los seminarios, que se observe en adelante, y lo mismo mandamos a los superiores de las órdenes religiosas. Y a los maestros les exhortamos a que tengan fijamente presente que el apartarse del Doctor de Aquino, en especial en las cuestiones metafisicas, nunca dejará de ser de gran perjuicio». (Papa San Pío X, Encíclica Pascéndi Domínici gregis, n.º 45; subrayado añadido).
El Código de Derecho Canónico de 1917, promulgado por el
Papa Benedicto XV,
legisla para los seminarios católicos: «Los estudios de filosofía
racional y de la teología, y la instrucción de los alumnos en tales
disciplinas, sean tratados totalmente por los profesores según el
método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico, y estos sean
religiosamente mantenidos» (Canon 1366 §2; traducción inglesa de Peters).
En 1923, el Papa Pío XI resumió la estima de la Iglesia por Santo Tomás y le confirió un nuevo título:
«La fama, por tanto, de su inteligencia y sobrehumana sabiduría hizo que SAN PÍO V lo inscribiese en el número de los doctores y le confirmase el título de DOCTOR ANGÉLICO (22). Por lo demás, ¿qué hecho demuestra más claramente la estima en que la Iglesia ha tenido siempre a tan gran doctor, que el haber sido puestos sobre el altar por los padres tridentinos sólo dos volúmenes, la Escritura .y la Suma Teológica, para inspirarse ellos en sus deliberaciones? Y para no traer aquí la serie de los innumerables documentos de la Sede Apostólica acerca de este asunto, está siempre vivo en Nos el feliz recuerdo del reflorecimiento de las doctrinas del Sol de AQUINO por la autoridad y la solicitud de LEÓN XIII; y este mérito de tan ilustre predecesor Nuestro es tal, como dijimos en otra ocasión, que bastaría por sí sólo para darle gloria inmortal, aun cuando no hubiese hecho o establecido otras sapientísimas cosas (Encíclica “Ætérni Patris”). Siguió sus huellas Pío X, de santa memoria, especialmente en el Motu proprio “Doctóris Angélici” (del 29 de junio de 1914), donde encontramos esta hermosa sentencia: “Después de la feliz muerte del Santo Doctor, no se tuvo en la Iglesia Concilio alguno donde él no estuviese presente con su preciosa doctrina”; y más cerca de Nos, BENEDICTO XV, Nuestro llorado predecesor, más de una vez mostró la misma complacencia; y a él se debe la promulgación del Código del Derecho Canónico (Can. 1366 § 2), donde se consagran el método y la doctrina y los principios del Angélico Doctor. Doctor común y universal. Y Nos, al hacernos eco de este coro de alabanzas, tributadas a aquel sublime ingenio, aprobamos no sólo que sea llamado Angélico, sino también que se le dé el nombre de Doctor Común o Universal, puesto que la Iglesia ha hecho suya la doctrina de él, como se confirma con muchísimos documentos. Y como sería demasiado largo exponer aquí todas las razones aducidas por nuestros predecesores acerca de tal argumento, bastará que Nos demostremos que TOMÁS escribió animado del espíritu sobrenatural de que vivía, y que sus escritos, donde se diseñan los principios y las reglas de las ciencias sagradas, deben juzgarse de naturaleza universal» (Papa Pío XI, Encíclica Studiórum Ducem, n.º 11; subrayado añadido).
La idea que la edad moderna, con todos sus avances (tanto reales
como supuestos), requería uma filosofía y teología diferentes a la
ejemplificada por el Aquinate, ya había sido condenada como un error en
1864 por el Papa Pío IX en su famoso Sílabo de Errores:
«El método y los principios con que los antiguos doctores escolásticos
cultivaron la Teología, no están de ningún modo en armonía con las
necesidades de nuestros tiempos ni con el progreso de las ciencias» (error n.º 13).
Y en 1902, el Papa León XIII había advertido:
«No puede aprobarse en los escritos de los católicos aquel modo de hablar que, siguiendo las malas novedades, parece ridiculizar la piedad de los fieles y anda proclamando un nuevo orden de vida cristiana, nuevos preceptos de la Iglesia, nuevas aspiraciones del espíritu moderno, nueva vocación social del clero, nueva civilización cristiana y otras muchas cosas por este estilo» (Papa León XIII, Instrucción de la Sagrada Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios, 27 de Enero de 1902; citado por el Papa San Pío X, Encíclica Pascéndi Domínici gregis, n.º 55; subrayado añadido)
Pudieran presentarse muchas más citas, pero estas son suficientes
para establecer en qué alta estima la Santa Madre Iglesia sostiene al
Doctor Angélico y Universal, y que su doctrina y el método escolástico
son especialmente adecuados para permanecer a salvo dentro de los
límites de la ortodoxia, y son altamente recomendados para refutar los
errores de los modernistas y su progenie intelectual.
Así, no podía ser más clara la postura de la Iglesia en favor de Santo Tomás y contra la innovación teológica.
Sin
embargo, la actitud papalmente adoptada hacia el Aquinate y la
escolástica, no fue compartida por el académico en ciernes Joseph
Ratzinger. En sus memorias, el futuro “cardenal” y “Papa” admite un
disgusto por Santo Tomás y la Escolástica en general:
«Tuve más bien dificultades en el acceso al pensamiento de Tomás de Aquino, cuya lógica cristalina me parecía demasiado cerrada en sí misma, demasiado impersonal y preconfeccionada. Pudo influir en ello también el hecho de que el filósofo de nuestra Escuela Superior, Arnold Wilmsen, nos presentara un rígido tomismo neoescolástico, que para mí estaba sencillamente demasiado lejano de mis interrogantes personales» (Joseph Ratzinger, Milestones: Memories 1927-1977, San Francisco, CA: Ignatius Press, 1998, pág. 44. En español: Mi vida: Recuerdos 1927-1977, Madrid, Ediciones Encuentro, 2005, pág. 69).
Sabiamente había advertido el Papa San Pío X, que el amor a las
novedades, combinado por el desdén por la escolástica, es un signo
seguro de modernismo: «…el deseo de novedades va siempre unido con el
odio del método escolástico, y no hay otro más claro indicio de que uno
empiece a inclinarse a la doctrina del modernismo que comenzar a
aborrecer el método escolástico» (Pascéndi, n.º 42). No sorprendentemente, el “Papa” Francisco haya sido grabado denunciando lo que él llama «escolástica decadente», pero ese no es nuestro tema ahora.
Ratzinger,
pues, estaba mostrando desde temprano sus verdaderos colores: Ni bien
ordenado, ya estaba contaminado por las ideas y métodos modernistas, y
los frutos podridos de esto ya estaban haciéndose conocidos. Por eso no
sorprende que se reportara en la prensa
que durante el pontificado del Papa Pío XII (1939-1958), Ratzinger
fuese etiquetado como “sospechoso de herejía” por el Santo Oficio. Si
bien no sabemos precisamente qué incidente o escrito suyo le valió tan
ignominioso rótulo, la anécdota que compartiremos de la nueva biografía
de Seewald puede muy bien ser la que lo reportó al Santo Oficio en
1956.
A fin de tener una cátedra en una universidad alemana, se requiere que un profesor presente un denominado Habilitationsschrift,
el cual esencialmente es una disertación posdoctoral. Este Ratzinger la
hizo a fines de 1955 en la Universidad de Múnich. Por supuesto,
presentarla solamente no es suficiente; debe ser aprobada.
En el caso de Ratzinger, la Habilitationsschrift necesitó recibir no solo la aprobación de su director teológico, el P. Gottlieb Söhngen (1892-1971), sino también la del P. Michael Schmaus Pfundmair (1897-1993), un célebre y renombrado teológico que mantenía la cátedra de teología dogmática.
Aquí es donde esto se pone interesante, porque Schmaus no lo aprobó.
Aunque
el mismo Ratzinger había ya hablado en sus memorias sobre los
obstáculos que encontró con su disertación posdoctoral, la biografía de
Seewald revela ahora más detalles. Por razones de copyright,
desafortunadamente debemos tener al mínimo nuestras citas directas.
Según el testimonio compartido en Benedikt XVI.: Ein Leben, el P. Eugen Biser (1918-2014), que remplazó al notorio modernista Karl Rahner (1904-1984)
en detentar la cátedra Romano Guardini en la Universidad de Múnich,
relata así la actitud hacia el joven padre Ratzinger: «Schmaus casi lo
consideraba como peligroso. Ratzinger era considerado un progresista que
causa que los bastiones fijos tambaleen» (pág. 308; traducción
nuestra).
¡Si no fuera asombrosamente una
evaluación precisa, ni profética, del flamante intelectual! Difícilmente
se podría pedir otra confirmación del juicio de Schmaus que la del
propio libro ratzingeriano de 1982 Theologische Prinzipienlehre. Fue publicado en su traducción inglesa cinco años después como Principles of Catholic Theology; y dos años antes en español como Teoría de los fundamentos teológicos: Hacia un manual de teología fundamental. Allí el autor, quien para ese tiempo ya había sido promovido a prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, declara sin ambajes:
«…no hay punto de retorno al Sýllabus [de Pío IX], que pudo constituir una primera toma de posición en el enfrentamiento con el liberalismo y el ame-nazante marxismo, pero que en modo alguno puede ser la palabra última y definitiva. Ni el abrazo ni el gueto pueden resolver, a la larga, el problema de la edad moderna para los cristianos. Queda el hecho de que aquella “demolición de los bastiones” que ya en 1952 pedía Hans Urs von Balthasar era, en realidad, una tarea a plazo vencido» (Joseph Ratzinger, Principles of Catholic Theology, San Francisco, CA: Ignatius Press, 1987, pág. 391. En español: Teoría de los principios teológicos, Barcelona, Editorial Herder, 1985, pág. 469).
Aquí el endurecido modernista revela que no acepta las condenas del Sýllabus Errórum
como comunicando verdades perennemente válidas, sino que las cosidera
como reacciones condicionadas por el tiempo que, aunque tuvieron su
legitimidad y utilidad en ese punto particular de la historia, meramente
constituyen una “etapa” en un proceso histórico que continuamente se
desarrolla. Ese es el error conocido como historicismo. Argumentar que
tanto el “abrazo” (tesis) como el
“gueto” (antítesis) son inaceptables y deben dar paso a una eventual
solución que las trascienda (síntesis), Ratzinger confirma una vez más
que es un hegeliano.
Volviendo
ahora al relato de Seewald de la evaluación crítica de Schmaus sobre el
“alumno magistral” Ratzinger, descubrimos detalles incluso más
interesantes. Seewald cita a Schmaus quejándose (una vez más con
asombrosa precisión): «Ratzinger sabe cómo envolver las cosas en
formulaciones floridas, pero ¿dónde está el meollo del asunto?» (pág.
308; traducción nuestra).
¡Touché!
Abundan ejemplos sobre cuán
agudo fue el juicio del profesor de teología dogmática. No se necesita
sino examinar lo que Ratzinger dijo en un sermón de 1981 sobre el pecado
original durante su tiempo como “Arzobispo” de Múnich. Da un vistazo y
pregúntate si, después de lo que hizo, queda algo de la noción católica
del pecado original. Él pretende responder la pregunta: ¿qué es el pecado original? En realidad, mira si puedes resumir en una o dos frases lo que él dijo:
«Para encontrar una respuesta adecuada, nada es más necesario que aprender a conocer mejor a los hombres. Una vez más con toda claridad debemos decir que ningún hombre está encerrado en sí mismo, que ninguno puede vivir sólo para sí y por sí. Recibimos la vida no sólo en el momento del nacimiento, sino todos los días desde fuera, desde el otro, desde aquél que no es mi Yo pero al que le pertenece. El hombre tiene su mismidad no sólo dentro de sí, sino también fuera: vive para aquellos a los que ama; para aquellos gracias a los cuales vive y para los cuales existe. El hombre es relación y tiene su vida, a sí mismo, sólo como relación. Yo solo no soy nada, sólo en el Tú y para el Tú soy Yo-mismo. Verdadero hombre significa: estar en la relación del amor, del por y del para. Y pecado significa estorbar la relación o destruirla. El pecado es la negación de la relación porque quiere convertir a los hombres en Dios. El pecado es pérdida de la relación, interrupción de la relación, y por eso ésta no se encuentra únicamente encerrada en el Yo particular. Cuando interrumpo la relación, entonces este fenómeno, el pecado, afecta también a los demás, a todo. Por eso, el pecado es siempre una ofensa que afecta también al otro, que transforma el mundo y lo perturba. De ahí que, como la estructura de la relación humana ha sido perturbada desde el comienzo, cada hombre entre, en lo sucesivo, en un mundo marcado por esta perturbación de la relación. Al ser humano mismo, que es bueno, se le presenta a la vez un mundo perturbado por el pecado. Cada uno de nosotros entra en una interdependencia en la que las relaciones han sido falseadas. Por eso, cada uno está ya desde el comienzo perturbado en sus relaciones, no las recibe tal y como deberían ser. El pecado le tiende la mano, y él lo comete» (Joseph Ratzinger, ‘In the Beginning…’: A Catholic Understanding of the Story of Creation and the Fall, trad. inglesa por Boniface Ramsey OP, Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans Publishing Company, 1995, págs. 72-73. En español: Al principio creó Dios. Consecuencia de la fe en la Creación, trad. por Salvador Castellote, Valencia, Comercial Editora de Publicaciones, 2001, págs. 91-92).
¡¿Entiendes?!
Cuán lejos está esta mentira
ratzingeriana de la doctrina católica sobre el pecado original, está
explicado en nuestra entrada dedicada a esta materia:
Pero hay más.
El padre Alfred Läpple
(1915-2013) fue uno de los profesores de Ratzinger en el seminario. En
una entrevista con Seewald hace algún tiempo, Läpple recordó que el
padre Schmaus había
«dicho al joven teólogo en su cara: “Tú solo hablas y evitas las definiciones precisas”. Läpple simpatizó con la crítica: “Ratzinger favorece una teología de la emoción. Él teme las definiciones claras. Sic et non —es o no es—, él nunca iba por esa máxima medieval. Él no ama las definiciones estrictas, sino que quiere expresar las cosas en una forma nueva y ponerlas juntas como un artista pone junta una pintura. Y al final uno pregunta: ¿Qué ha dicho realmente?”. Läpple añadió: “Schmaus tenía razón en que él es demasiado emocional, que una y otra vez va con nuevas palabras y está excitado en ir de una fórmula a la siguiente”» (Peter Seewald, Benedikt XVI. Ein Leben, Múnich: Drömer Verlag, pág. 308; traducción nuestra).
¿Qué ha dicho realmente? Qué reacción perfectamente
apropiada al pretencioso sinsentido que Ratzinger produce como teología
extremadamente profunda que (supuestamente) habla al hombre moderno. Los
frutos cuentan una historia diferente. La Iglesia del Vaticano II está
colapsando bajo su propia irrelevancia, consecuencia bien merecida de la
aridez espiritual e intelectual producida por su arrogante abandono del
verdadero Catolicismo. Por más de cinco décadas, los “Nuevos Teólogos”
han tenido rienda suelta, y los resultados son más que visibles en el
basurero teológico, filosófico y espiritual que nos rodea, epitomizado
en el apóstata Jorge Bergoglio (“Papa” Francisco), que todavía está
tratando de vender el basurero como un viñedo exquisito y fructífero.
El rechazo del padre Schmaus a la teología de Ratzinger es más significativo en la medida que Schmaus no era el P. Garrigou-Lagrange.
Un sacerdote de saco y corbata, Schmaus favorecía un nuevo
“acercamiento” a la teología; y si su propio mentor teológico no hubiese
intervenido en Roma en esa época,
su primera edición de Katholische Dogmatik (“Teología dogmática”) habría sido puesta en el Índice de Libros Prohibidos. El Biographisch-Bibliographisches Kirchenlexikon (“Diccionario bio-bibliográfico eclesiástico”), que es una obra comparable a la estadounidense Catholic Encyclopedia, señala:
«Naturalmente no habrían querido estos que la novedad de enfoque, de lenguaje y de método [en la teología de Schmaus] pareciese demasiado radical… así que fue solo por la intervención de su mentor Martin Grabmann con Pío XII que el primer volumen [de su Teología dogmática] se salvó de ser puesto en el Índice, lo que habría significado el prematuro final de la carrera académica de Schmaus» (Manfred Eder, en Biographisch-Bibliographisches Kirchenlexikon, vol. IX, entrada “Schmaus, Michael”; traducción nuestra).
En otras palabras, Schmaus no era el sujeto que encontrara
modernismo y modernistas bajo cada piedra. Que él tomara medidas que
impidieran a
Ratzinger tener éxito académicamente debido a sus tendencias modernistas
dice mucho, sobre Ratzinger. Y él de ninguna manera fue el único en
notar el peligro que representaba el advenedizo teólogo. Seewald
reporta que «algunos de los profesores [entre los 15 miembros del
consejo de facultad] hablaban también del peligroso modernismo de
Ratzinger» (pág.
308), una evaluación basada en la opinión subjetivista del concepto de revelación que él presentaba.
Obviamente,
todos sabemos que a pesar de sus buenos esfuerzos, el padre Schmaus no
logró en últimas impedir la “carrera” del padre Ratzinger. No solo el
joven teólogo se convirtió en un conferencista influyente y popular en
las universidades, sino que se hizo perito para el cardenal Josef Frings en el Concilio Vaticano II, se convirtió en “cardenal-arzobispo” de Múnich-Frisinga, fue nombrado Prefecto de la vaticana Congregación para la Doctrina de la Fe, y, por supuesto, fue elegido jefe de la Secta del Vaticano II como “Benedicto XVI” en 2005, puesto del cual renunció en 2013.
La idea que Ratzinger es un gran bulldog de la ortodoxia católica es un mito. Es una fantasía. Nuestra página temática sobre Benedicto XVI lo deja claro. Por ejemplo, en 1972, él incluso apoyó dar la Santa Comunión a los que viven en público adulterio. Si bien en años recientes se retractó de esa conclusión, él no se ha retractado del razonamiento teológico detrás de ello.
San Pío X escribió en 1907 (Encíclica Pascéndi,
n.º 39) que el modernismo es «el más pernicioso de todos los enemigos de la Iglesia», y podemos ver a nuestro alrededor cuán cierto es esto. El mismo Papa denunció a los modernistas como «los más perniciosos entre todos los adversarios de la Iglesia» u señaló que, aunque «prescindiendo de las intenciones, reservadas al juicio de Dios», se manifiestan por «sus doctrinas y su manera de hablar y obrar» (Pascéndi, n.º 3).
Así, el padre Michael Schmaus vio que Joseph Ratzinger es uno de ellos.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)