«Hemos visto que no hay salvación posible fuera de la Iglesia Católica. Por tanto, es impío que uno piense y diga: “Toda religión es buena”. Decir que toda religión es buena es tanto como decir: “El diablo es tan bueno como Dios. El Infierno es tan bueno como el Cielo. La falsedad es tan buena como la verdad. El pecado es tan bueno como la virtud”. Es impío decir “Yo respeto toda religión”. Esto es tanto como decir: “Yo respeto al diablo tanto como a Dios, al vicio tanto como la virtud, a la falsedad tanto como a la verdad, a la deshonestidad tanto como la honestidad, al Infierno tanto como al Cielo”. Es impío decir: “Importa poco lo que un hombre crea, siempre que sea honesto”. Preguntemos a tal si cree o no que su honestidad y su justicia son tan grandes como la honestidad y la justicia de los escribas y fariseos. Ellos eran constantes en la oración, pagaban diezmos según la ley, daban grandes limosnas, ayunaban dos veces a la semana, cruzaban mar y tierra para hacer un prosélito y llevarlo al conocimiento del Dios verdadero. Ahora, ¿qué dice Jesucristo de esta justicia de los fariseos? Dice: “si vuestra justicia no es más llena y mayor que la de los Escribas y Fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Math. V, 20). Entonces, la rectitud de los fariseos debe haber sido defectuosa ante los ojos de Dios. De hecho, no era más que un espectáculo y abierta ostentación. Ellos hacían el bien solo para ser alabados y admirados por los hombres; pero, en su interior, sus almas estaban llenas de impureza y de malicia. Ellos eran obscenos hipócritas, que ocultaban grandes vicios bajo la bella apariencia del amor a Dios, la caridad al pobre y la severidad consigo mismos. Su devoción consistía en actos exteriores, y despreciaban a todos los que no vivían como ellos lo hacían; eran estrictos en la observancia religiosa de tradiciones humanas, pero no tenían escrúpulo en violar los mandamientos de Dios. No es de admirar, entonces, que esta honestidad y justicia farisaica fueron condenadas por Nuestro Señor. A aquellos, pues, que dicen: “Importa poco lo que un hombre crea, siempre que sea honesto”, les respondemos: “Tu honestidad exterior, como la de los fariseos, puede ser suficiente para mantenerte fuera de la prisión, pero no fuera del Infierno. Debería ser recordado que hay una deshonestidad a Dios, al alma y conciencia propia, y también al prójimo”».
PADRE RICHARD MÜLLER CSSR. God the Theacher of Mankind: A Plain, Comprehensive Explanation of the Christian Doctrine (Dios, el Maestro de la Humanidad: Una explicación llana y comprensiva de la Doctrina Cristiana), vol. I “La Iglesia y sus enemigos”, cap. VI “Artículo noveno del Credo de los Apóstoles”. Nueva York, Cincinnati y San Luis, Benziger Brothers, 1877, págs. 287-288. Imprimátur de Mons. Thomas Patrick Foley, Obispo coadjutor de Chicago.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)