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NO QUEREMOS QUE SE ACABE LA RELIGIÓN

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ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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domingo, 4 de octubre de 2020

EL NEXO ENTRE LA VISITA DE MONTINI A LA ONU, ‘La semilla del diablo’, LA CASA DAKOTA Y VARIOS CRÍMENES

1º. PABLO VI, APÓSTOL DEL ANTICRISTO SEGÚN POLAŃSKI EN «Rosemary’s Baby» (Fuente: FORO CATÓLICO).
   
El personaje de Pablo VI aparece en la escena central de la película Rosemary’s Baby del hebreo cabalista Roman Polański, quien presenta al antipapa Montini como un asistente a la ceremonia luciferina en donde Satanás engendró al anticristo en el vientre de Rose Mary Woodhouse. Tan escandalosa sugerencia de que la visita de Montini a Nueva York en 1965 tendría el propósito oculto de adorar a Lucifer en persona, tal vez provocó la ira de la Sinagoga que castigó a Polański con el asesinato ritual de su esposa Sharon Tate, el 9 de agosto de 1969, unos meses después de la presentación mundial de la película.
   
La película Rosemary’s Baby (Semilla del Diablo, 1969), es por mucho la obra más famosa de dos reconocidos personajes hebreo-cabalistas: el escritor Ira Levin y el cineasta Roman Polański (Rajmund Roman Liebling Katz-Przedborski, sobreviviente del Holocuento). Trata en resumen su anhelado advenimiento del Anticristo (año cero cabalista, 1966 para los cristianos).
     
En torno a la película existen muchos secretos que se han protegido o disimulado para evitar que el público tome conciencia de los entrelazos del Nuevo Orden Mundial y la estrecha relación entre personajes de fama mundial, pero unidos por la antireligión cabalista, heredada hace más de 2 milenios y llevada secretamente hasta nuestros días con una estricta precisión y observancia satánicas; el mesianismo hebreo-cabalista.
   
El libro y la película saltaron indeseablemente a cierta fama, no sólo por ser considerados clásicos del horror, sino por la relevancia de sus revelaciones, ya que se adelantan a otras novelas e historias que desvelan la existencia de una élite mundialista que espera ansiosa el nacimiento de la Bestia y que se mueve en todo el planeta en los diferentes círculos de poder, especialmente en las Naciones Unidas, la Neo Iglesia, la industria cinematográfica y el mundo del oro.
    
Una de las particularidades de la obra fue la escandalosa sugerencia de que Pablo VI pertenece a una secta satánica y que cuando viajó a Nueva York el 4 de octubre de 1965, estuvo presente  las ceremonia donde Rosemary fue inoculada, incluso él habló con ella para tranquilizarla durante el ultraje.

La cinta también se hizo famosa por el asesinato ritual de Sharon Tate, la joven mujer del director Roman Polański, a manos de la banda luciferina de Los Ángeles California, cuyo chivo expiatorio fue el enajenado Charles Manson (obsesionado con la música de John Lennon) y un grupo de mujeres quienes pertenecieron a la Iglesia Satánica del fallecido Anton Szandor LaVey (Howard Stanton Levey Coultron), cuya sede se encuentra en California Street (señalado como el famoso Hotel California de la banda The Eagles).
    
Oficiales de la fiscalía californiana afirmaron como su hipótesis más sólida, la culminación de un crimen ritual en represalia por las revelaciones realizadas por Roman Polański en su ópera prima: Rosemary’s Baby.
    
En realidad no resulta extraño que el cabalista Roman Polański presentara ceremonias y congregaciones satánicas en sus películas. No era ni la primera, ni la segunda vez que lo hacía (antes presentó Cuando los ángeles caen y El baile de los vampiros). Así como Stanley Kubrick y otros cabalistas, era de lo más normal que presentaran este tipo de rituales en su repertorio fílmico.
«Ella abrió sus ojos y vio ojos amarillos como hornos, olió azufre y raíz de tanis, sintió un aliento húmedo en su boca, oyó gruñidos de lujuria…
    
“Esto no es un sueño —pensó ella—. Es algo real que está ocurriendo”. La protesta surgió en sus ojos y garganta; pero algo cubrió su rostro, empapándola con un hedor dulzón.
   
El Papa entró con una maleta en su mano y un abrigo sobre su brazo.
    
—Jackie me ha dicho que has sido mordida por un ratón —dijo.
—Sí —contestó Rosemary—. Por eso no fui a verle —ella habló tristemente…
—No te preocupes —le dijo—. No queríamos que arriesgaras tu salud.
—¿Estoy perdonada, Padre? —preguntó.
—Totalmente —le contestó. Alargó su mano para que ella le besara el anillo. En medio tenía una bola de filigrana de plata de menos de una pulgada de diámetro; dentro de ella, muy diminuta. Ana María Alberghetti estaba sentada, esperando. Rosemary la besó y el Papa salió apresuradamente para tomar su avión». (La Semilla del Diablo, Ira Levin)
  
PRUEBAS DE QUE ROMAN POLAŃSKI E IRA LEVIN SE REFIEREN A GIOVANNI BATTISTA MONTINI – PABLO VI
Según el libro de Ira Levin, Rosemary y los demás personajes se refieren constantemente a la visita del “Papa Pablo” a la ciudad de Nueva York justo esos días (del 4 al 6 de octubre de 1965, justo nueve meses antes del nacimiento del Anticristo, el día 6 del mes 6 del año 66)
«Hablaron del papel ocasional de Guy en Otro mundo («¡Seguro que lo recuerdo! ¿Estás casada con él?”)… y de la próxima visita a Nueva York del papa Pablo VI. Terry era católica, como Rosemary, aunque ya no era practicante; sin embargo, estaba ansiosa por obtener una entrada para la misa papal que habría de celebrarse en el Yankee Stadium.
   
—Aún no ha llegado. ¡Demonios, qué muchedumbre!
   
El Papa se dirigía al Yankee Stadium.
    
—Iré en seguida —dijo Rosemary.
    
—Tu Papa ha armado un buen jaleo con el tráfico hoy —le dijo.
   
—¿Lo has visto por la televisión? —le preguntó—. Ha sido fantástico; lo han dado todo.
    
—Eché un vistazo en casa de Alian —contestó él—. ¿Vasos en el congelador?
    
—Sí. Pronunció un discurso magnífico en las Naciones Unidas. “No más guerra”, les dijo».
    
Pablo VI en el estadio de los Yankees de Nueva York (1965)
    
Rosemary engaña a su marido y no se come toda la comida narcotizada, sólo una parte, y cuando se despierta en forma prematura, se da cuenta de que su marido, o alguien parecido la está tomando sexualmente y ve al personaje de Pablo VI; de pronto la vuelven a narcotizar.
   
La figura de Pablo VI también es inconfundible por tres señales:
  • El ephod de Caifás. Es el pectoral de las 12 gemas (tribus de Israel) que llevaba colgado al pecho Montini Alghisi y que ningún ocupante de la sede petrina usó o ha vuelto a usar en la historia de la Iglesia después de Pablo VI.
  • La Tiara Papal. Es la tricorona que portó Pablo VI, precisamente el último en la historia de la Iglesia.
  • El anillo del pescador y la maleta roja. En este caso se trata de artículos propios del pontífice, ya que el vistoso color de la maleta hace referencia a sus zapatos rojizos.
     
2º. EL AMULETO DE PABLO VI Y SUS IMPLICACIONES EN RELACIÓN CON EL JUDAÍSMO (PADRE JOAQUÍN SÁENZ Y ARRIAGA SJ. La Nueva Iglesia Montiniana, 2ª edición. Buenos Aires, Editores Asociados, S. de R. L., págs. 322-340).
   
Pablo VI con el efod
   
En su “CONTRA-REFORMA”, el Abbé Georges de Nantes publicó, en el número de noviembre de 1970, un artículo de gran impacto en toda Europa, titulado “EL AMULETO DEL PAPA”:
«En el PARIS MATCH del 29 de agosto 1970, en el artículo de Robert Serrou ‘El próximo Papa será un francés’, aparece una ilustración de una gran fotografía del Papa y del Cardenal Villot. Observé esos dos rostros herméticos, en los que se oculta el destino de la Iglesia… Pero, ¿qué es eso, que se descubre sobre el pecho de Paulo VI, encima de su Cruz pectoral? Una curiosa joya, que, me parece, no haber visto nunca a ningún Papa. El objeto debe ser de oro, cuadrado, adornado con doce piedras preciosas, dispuestas en cuatro hileras, tres por tres. Aparece suspendido, en forma muy peculiar, por un cordón, que se añade alrededor del cuello a aquel otro del que pende la Cruz de Cristo.
    
Siento miedo de comprender. Sin embargo, no cabe duda alguna. Para describir el objeto, he empleado las mismas palabras, que en el capítulo XXVIII del Éxodo, describen el EFOD DEL GRAN SACERDOTE JUDÍO. He aquí, pues, sobre el corazón del Papa, atado a su cuello, el ‘Pectoral del Juicio’, que el Sumo Sacerdote Aarón y sus sucesores debieron llevar como ornamento ritual, y sobre las doce piedras del cual estaban inscritos los nombres de las doce tribus de Israel, “para evocar continuamente su recuerdo en presencia de Yahveh”. (Ex. XXVIII, 29). Paulo VI lleva la Insignia de Caifás.
    
¿Quién sabe cuándo, por qué y de quién la ha recibido? ¿Quiere el Papa significar con ello que es el heredero directo del Sacerdote Levítico, como Pontífice de la Iglesia Católica convertido en el nuevo y único Israel de Dios? o ¿es caso que prepara una restauración del judaísmo, como religión del monoteísmo puro, del Libro más sagrado, de la Alianza universal?
    
En el Katholikentang (las fiestas anuales de la Alemania Católica) se ha desarrollado este año un culto judío sabático, y en Bruselas, el Cardenal Suenens ha anunciado un próximo CONCILIO, que él llamó CONCILIO DE RECONCILIACIÓN, que tendrá lugar en Jerusalén. y recordemos que la B’nai B’rith y los francmasones sueñan igualmente en la construcción de un ‘TEMPLO DE LA COMPRENSIÓN’, en la Ciudad Santa, semejante al que ya existe en Nueva York. Una maqueta de ese futuro Templo fue ofrecido al Papa hace ya tiempo, como signo de amplio ECUMENISMO.
    
¡Todo converge!
   
¿Quién nos informará a nosotros, soldados de fila, sobre ese ‘Pectoral’ y sobre tantos otros puntos oscuros, que encierran designios tenebrosos? ¿Quién tiene, entre nosotros, derecho a saber si el Papa, al revestirse con el ‘Efod’ de Caifás, pretende asumir el antiguo rito judío, sin temor del Israel, según la carne, o si tiene el proyecto de conducir las iglesias cristianas al ‘judaísmo universal’ y de restaurar en Jerusalén el Sacerdocio Levítico? Ambigüedad de la mirada y del gesto, de los discursos y del ‘amuleto’… Hasta este día, el Crucifijo no había compartido su puesto con ningún otro signo ritual. ¿Será que pronto, sin ruido, sin palabras, va a desaparecer de sobre el corazón del Papa? Será entonces, cuando en el Vaticano cantará el gallo por última vez…
    
¿Qué sabemos nosotros? Nosotros, rebaño católico, nada sabemos de los lejanos proyectos de nuestros Pastores…».
El servicio que el Abbé de Nantes ha prestado a la Iglesia en publicar lo que ya se murmuraba en los corrillos eclesiales, con gran escándalo y con extraordinaria sorpresa, acerca de esa insignia ritual, propia del Gran Sacerdote Levítico, que, desde su viaje a Tierra Santa, aparece en casi todas las fotografías de Paulo VI, es, a no dudarlo, un servicio extraordinario, cuya importancia, tal vez, todavía no podemos ni prever, ni mucho menos precisar. Quizá en esta señal encontremos la clave para explicarnos toda esa subversión en la Iglesia de Cristo, esa que el mismo Papa Montini llamó la “autodemolición” del cristianismo. En Roma, el BORGHESE, revista de gran circulación, en su número del 18 de noviembre de 1970, pág. 603, publicó un sensacional artículo, con estos títulos llamativos: “El Portón de Bronce”. “PAULO VI: ¿PAPA O ‘GRAN SACERDOTE’?”:
«Vaticano, noviembre. – La impresión en el Vaticano ha sido enorme, casi un choque. Los rumores circulaban hacía tiempo, en los corrillos vaticanos, sin que hubiera nadie que se atreviese a denunciar el hecho. Así las cosas, ha poco tiempo, el Abbé Georges de Nantes difundió la noticia de que el Pontífice Máximo de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana lleva en algunas ocasiones sobre la muceta y con la Cruz pectoral la insignia del “GRAN SACERDOTE HEBREO” Caifás. El eco de esta noticia ha sido enorme detrás del Portón de Bronce.
    
Y, sin embargo, no cabe la menor duda: la forma, el color, el ornato de esa insignia corresponde a la descripción dada en el Libro de los Libros. Ningún Papa, en los dos mil años anteriores, había llevado una joya, como esa, minuciosamente descrita en el capítulo XXVIII del Éxodo, uno de los libros de la Biblia. Juan Bautista Montini sí la lleva. Y ¿por qué? Nadie se atreve a decir los oscuros motivos, que han dado base a esta decisión, pero todos están de acuerdo en afirmar la posibilidad de un intencional equívoco de parte del Pontífice. El objeto, de oro puro, es cuadrado, adornado con doce piedras preciosas, dispuestas en cuatro hileras, de tres en tres, suspendido del cuello de modo muy particular, gracias a un cordón también aureo, hecho de anillos entrelazados que terminan en una borla. Las doce piedras preciosas son de diverso color.
    
En suma, se trata, hablando con toda propiedad, del ‘EFOD DEL GRAN SACERDOTE HEBREO, conocido como el “PECTORAL DEL JUICIO”, que Aaraón y sus sucesores debían llevar como ornamento ritual, y cuyas piedras preciosas corresponden a las doce tribus de Israel. La descripción de este objeto singular está contenida en el Exodo… Exactamente, como se puede ver hoy, en muchas fotografías de Paulo VI…
   
Mas, ¿desde cuándo aparece esta increíble unión de la Cruz pectoral con la ‘insignia’ del Gran Sacerdote Hebreo? Para responder a esta pregunta, hemos examinado centenares de fotografías; así hemos podido precisar que la primera aparición de este extraño ‘amuleto’ sobre el pecho del Papa romano data, por lo menos, de 1964, es decir, unos meses después de su visita a Palestina. Parece lógico deducir que el ornamento ritual, de que tratamos, le fue dado en esas circunstancias, ya que Paulo VI estuvo también en territorio de Israel.
   
No se trata de un caso aislado, de una alucinación. El emblema del ‘GRAN SACERDOTE LEVÍTICO’ es visible, claramente visible, sobre todo cuando Paulo VI usa la ‘muceta’, es decir, esa especie de manteleta roja bordada de armiño blanco; en esas ocasiones, en las fotografías, no se ve muchas veces la Cruz pectoral, por las manos juntas con que el Papa parece encubrirla; pero siempre aparece la insignia de Aaraón, porque está unida a un amplio cordón de oro. Sólo en una ocasión el extraño emblema cuelga sobre el hábito blanco de Paulo VI, sin la ‘muceta’. Fue cuando el Pontífice romano estuvo en la India y los fotógrafos le sorprendieron seguido y rodeado de niños hindúes.
   
En las diversas fotografías, tomadas durante las visitas de Paulo VI a los lugares santos de la cristiandad, en los varios Santuarios, el “Efod” es siempre visible: así, por ejemplo, con ocasión de su viaje a Fumone, cuando quiso visitar la tumba del Papa Celestino V, la tumba del ‘gran refugiado’; en Santa Sabina, en el Aventino el miércoles de ceniza, cuando se cantaron las letanías de los Santos, innovadas por la liturgia bugniniana, que ahora comienzan con un ‘Sancte Ábraham’…; en la Plaza de España, en el homenaje a la Inmaculada; en Santa Inés; en Santa María del Transtévere, y así en otros casos, en los que el Papa lleva esta insignia ritual, es algo raro, por lo menos, si no sospechoso, y que origina dudas que están exigiendo una respuesta distinta de la que estamos acostumbrados a recibir, del silencio equívoco.
   
¿Estamos, pues, delante de un hecho masónico o delante de un oscuro designioEs necesario que alguien esclarezca qué significa todo estoPorque, en verdad, es desconcertante el hecho de que al lado o en lugar de la Cruz pectoral del Sucesor de Pedro (que todavía y no obstante la contestación de los nuevos teólogos es el Vicario de Cristo) aparezca sobre el pecho del Romano Pontífice un emblema que no es cristiano y que por ser tan rico está en contradicción con los postulados de la “Iglesia de los Pobres”».
No sabemos qué explicación pueda darse a ese objeto ritual del gran sacerdote levítico, usado ahora por Paulo VI, el Pontífice Máximo de la Iglesia Católica. La primera explicación, que benignamente insinúa el Abbé de Nantes, no parece ser muy convincente, porque no puede ser admitida. Entre el judaísmo, religión de la promesa y catolicismo, religión. del cumplimiento de esa promesa, no hay propiamente una continuidad, porque el judaísmo actual niega contumazmente el cumplimiento de las divinas promesas en el advenimiento del Cristo prometido; Jesús, el Hijo de Dios y el Hijo de María. El judaísmo, religión actual, niega los dos dogmas fundamentales de nuestra religión, el misterio de la Santísima Trinidad y el misterio de la Encarnación. ¿Cómo es posible que se quiera unir la religión judaica con el verdadero cristianismo basado en esos dos dogmas fundamentales? La promesa, la preparación perdieron su razón de ser, al venir Cristo y todo el judaísmo religión perdió su legitimidad, al fundar Jesucristo su Iglesia, el nuevo Israel, no el Israel según la carne, sino el Israel según el espíritu.
     
Ahora bien, el “efod” era una insignia eminentemente judaica, que simbólicamente representaba en las funciones rituales del judaísmo religión a las doce tribus de Israel, el Israel según la carne. No hay, pues, nada que justifique el uso de ese objeto ritual en un Papa, que es cabeza visible del nuevo pueblo de Dios, de los hijos de la nueva Alianza. Ya el hecho cierto de que ningún Papa, en los 2000 años de historia de la Iglesia haya usado ese objeto ritual del judaísmo religión, parece demostramos que hay una absoluta incompatibilidad entre la profesión de nuestra fe católica y el uso del “efod” y del “pectoral del juicio”, descritos minuciosamente en el Éxodo, como propios y exclusivos del “Gran Sacerdote Levítico”.
    
Al usarlo públicamente Paulo VI, tenemos derecho y aún obligación grave en conciencia de investigar el por qué de esa decisión pontificia. Con razón el Abbé de Nantes sentía miedo al comprender o vislumbrar siquiera la única explicación satisfactoria, que, por otra parte, está en perfecta coherencia y armonía con otros hechos inexplicables del Papa Montini, con todo su paradójico pontificado y con toda esa subversión y autodemolición que vemos en la Iglesia. Juan Bautista Montini usa el “efod”, porque en su corazón más que Papa, es un “Gran Sacerdote Levítico”. Consciente o inconscientemente –Dios todo lo sabe– él parece asociado con el judaísmo internacional, con sus poderosos dirigentes, con sus instrumentos destructores, el comunismo y la masonería. Por otra parte, en su ascendencia genealógica encontramos raíces ciertas de su origen judío, así como en otros de los cardenales y monseñores y teólogos que han planeado esta espantosa revolución en la Iglesia de Dios. Sí, yo denuncio al judaísmo como la causa activa y eficacísima que, con sus inmensos recursos, ha preparado esta tragedia, que no solamente ha afectado a la Iglesia y a las almas, sino a los Estados y a los pueblos, sembrando la confusión, la inconformidad, la lucha de clases, las guerras intestinas y las guerras internacionales, que han cubierto de sangre y de dolor al mundo entero.
    
Duele en el alma tener que llegar a estas conclusiones; pero hay un dilema ineludible, en el que tenemos que escoger: o salvamos la Iglesia o nos obstinamos en seguir defendiendo obstinadamente a dos Papas y un Concilio, que han venido a romper la unidad de la Iglesia.
     
En el artículo de LOOK al que nos referimos antes [“Cómo los judíos cambiaron el pensamiento Católico”, Revista Look, vol. 30, nº. 2, 25 de Enero de 1966], [Joseph James] Roddy dice: «EL DESCUBRIR ESTAS CONFERENCIAS SECRETAS EN LA CIMA HIZO QUE LOS CONSERVADORES EMPEZASEN A SEÑALAR A LOS JUDÍOS NORTEAMERICANOS COMO EL NUEVO PODER DETRÁS DE LA IGLESIA». Y tenían razón los conservadores que desde entonces empezaron a sospechar una inmensa y universal infiltración en todos los organismos de la Iglesia, de judíos, de masones, de comunistas, de falsos hermanos, que entraron en los seminarios, noviciados y organismos católicos, con la consigna y los compromisos de procurar escalar discretamente los puestos de comando, para dirigir, desde esos puestos, la revolución interna, que había sido planeada en los antros tenebrosos de la conspiración judeo-masónica-comunista. ¿Hechos? ¿pruebas? Sobran para los que no se obstinan en negarlos.
    
Tenemos, en primer término, el muy conocido caso del P. Tondi, S. J., que, siendo miembro activo del Partido Comunista Italiano en su juventud, fue seleccionado por los dirigentes del Partido para hacer esta labor de infiltración activa en la Compañía de Jesús. El cripto-comunista pasó con tal éxito todas las pruebas de su formación jesuítica e hizo tan felizmente sus estudios, que, al terminar su tercera probación –el último reto que la Compañía da a sus operarios–, fue elegido por los superiores al cargo de tanta responsabilidad de Prefecto de Estudios de la Pontificia Universidad Gregoriana, el centro filosófico y teológico más importante de los jesuitas y quizá también de la Iglesia. En ese puesto importantísimo, el oculto comunista, siguiendo lealmente las directivas secretas de sus verdaderas jerarquías, inició y desarrolló felizmente la revolución ideológica, que, más adelante, habria de corromper el pensamiento teológico-filosófico de ese tan importante Centro del saber. Al fin, se descubrieron las conexiones ocultas del jesuita con los altos dirigentes del Comunismo Italiano e Internacional.
     
En otra parte de su comentado artículo, Joseph Roddy escribe estas palabras reveladoras: «Una agencia publicitaria, suficientemente cercana al Vaticano para obtener la dirección en Roma de los 2.200 Cardenales y Obispos que de afuera habían acudido al Concilio, entregó a cada uno de ellos un libro de 900 páginas ‘Il Complotto contra la Chiesa’ (Complot contra la Iglesia). Entre las infamatorias páginas del libro, HABÍA ALGUNOS VESTIGIOS DE VERDADLa afirmación, que dicho libro hace, de que la Iglesia había sido infiltrada por los judíos, era una intriga eficaz para los antisemitas; PERO ES UN HECHO INNEGABLE QUE MUCHOS JUDÍOS, ORDENADOS DE SACERDOTES, ESTABAN TRABAJANDO EN ROMA ESA DECLARACIÓN EN FAVOR DE LOS JUDÍOS. Entre ellos estaba el P. Baum, como también Monseñor Juan Oesterreicher, miembros del Secretariado de Bea. Y el mismo Cardenal Bea, según el Diario del Cairo ‘Al Gomhuria’ era un judío llamado Behar».
     
Ante la evidencia de los hechos, la judería internacional y su vocero Roddy no pueden negar el hecho palpable de la infiltración, aunque, como es natural, se guardan mucho de darnos todos los nombres de los infiltrados.
    
Bea, Baum, Oesterreicher son tan sólo unos nombres, a los que podriamos añadir otros de cripto-judíos, cripto-masones y cripto-comunistas, hábilmente infiltrados en la Iglesia, que, hace ya tiempo, fueron preparando la subversión presente, y lograron escalar los altos puestos, para hacer su acción más eficaz. Con su capacidad personal –los escogidos para esta trascendente labor debían estar dotados con aptitudes óptimas–, con la influencia de las altas jerarquías, oportunamente trabajadas, por su aparente entrega, sus oportunas adulaciones y sus bien administrados obsequios, debían los escogidos ganarse la confianza y alcanzar así sus progresivos ascensos. En la intriga, la falsedad y la destreza para la infiltración, los judíos sólo son superados por el diablo. Y, en esta intriga, la mafia judia contó con valiosos instrumentos, no judíos, sino católicos, como el R. P. Timothy Fitzharris O’Boyle, S. J., quien, instalado en el Instituto Bíblico, protegido por la sombra tutelar del valiosísimo Cardenal Bea, miembro, por otra parte, de la ínclita Compañía de Jesús, pudo servir de enlace de información entre todos los que estaban comprometidos en la infiltración masiva de la Iglesia.
     
Como se desprende del artículo de Roddy, el judaísmo puso en juego toda su táctica, todos sus más valiosos elementos, todos sus inmensos recursos económicos, para asegurar el golpe definitivo, que ellos querían descargar contra el cristianismo, para poder después dedicarse, sin enemigo de importancia al frente, a realizar los sueños de su “mesianismo materialista” en el gobierno del mundo y en el establecimiento del sincretismo religioso, que eliminase para siempre todo vestigio de Cristo y de su religión. La labor fue lenta, discreta y, a no dudarlo, de éxitos progresivos y sorprendentes. No creo posible, para los no judíos, el llegar nunca a investigar todos los secretos de esta secular conspiración. Por eso esta confesión de parte de Mr. Roddy, aunque incompleta, tiene un valor excepcional, que parece indicarnos el por qué Paulo VI usa el “efod” del Gran Sacerdote Levítico.
     
La famosa “apertura” hacia la izquierda del Pontífice de la Tolerancia no sólo había abierto el “diálogo salvífico” con los “hermanos separados”, que jamás han pensado en convertirse a nuestra religión, con los “comunistas”, con los que él soñaba establecer “una coexistencia pacífica y mutuamente comprensiva”, sino también con los judíos, que ya no tan invisiblemente estaban dirigiendo la subversión, sin que el bondadoso Papa se diese cuenta de la tremenda conspiración, que amenazaba la vida misma de la Iglesia. Juan XXIII, el Papa de la Tolerancia, no sólo había recibido al yerno de Krushov, sino que había establecido, como nos dice Roddy, un gran diálogo con el Comité Judío-Americano, con la Liga Anti-Difamatoria de la B’nai B’rith y con otros organismos judaicos. La conspiración estaba en marcha y contaba con la ayuda de prominentes eclesiásticos, infiltrados oportunamente en la Iglesia Católica, entre los cuales destacaba la figura del Cardenal Agustín Bea, S. J., la figura gris del Vaticano en estos años de transición y de Concilio.
     
«Aunque Mateo, Marcos, Lucas y Juan hayan sido mejores evangelistas que historiadores –escribe Roddy–, sus escritos, según el dogma católico, fueron divinamente inspirados, y alterarlos sería tan imposible, por lo tanto, como cambiar el centro del sol». Con verdadera insensatez el escritor judío pretende negar la historicidad de los Santos Evangelios, para eliminar así su testimonio sobre la responsabilidad colectiva del pueblo de Israel, en la pasión y muerte de Jesús; pero, no por eso deja de reconocer lo que los “expertos” del Cardenal Bea olvidaron, la inspiración divina del texto sagrado, que garantiza el testimonio histórico y de fe de los evangelistasSí; alterar los evangelios, aunque sea so pretexto de ecumenismo, es naufragar en la fe. Y en la inviolabilidad de la Sagrada Escritura está la inconsistencia y la equívoca posición de la célebre declaración del Vaticano II sobre los judíos.
    
Sorprende grandemente, al que con detención lee el artículo de Roddy, la multitud de judíos, que, durante el Concilio, estuvieron trabajando en favor de la famosa declaración conciliar de su exoneración de toda responsabilidad en la pasión y muerte del Señor. El Comité Judío Americano, la B’nai B’rith, el Congreso Mundial. Judío, la Anti-Defamation League, etc., etc. Aparentemente, las cosas no marchaban muy bien en Roma, donde [Zachariah] Shuster llenaba las páginas del “New York Times”, el diario judío de más circulación en el mundo, para preparar la opinión pública. Fritz Becker, del Congreso Mundial Judío, escribió por esos días: «Nosotros no tenemos los mismos puntos de vista de los Norteamericanos, para pretender llevarlos a la imprenta». Como si dijera: «debemos obrar con más discreción». Sin embargo, el Vaticano empezó a ver con buenos ojos el que estos temas se llevasen a la prensa, ya que el viaje de Paulo VI a Tierra Santa acababa de ocurriry era necesario desviar la opinión pública de los verdaderos objetivos del Pontífice. Escribe Roddy: «Un experto en relaciones públicas hubiera dicho que la Santa Sede –no la Santa Sede, sino Paulo VI– se había mostrado poco experta en Tierra Santa. Cuando Paulo oró al lado del Patriarca barbado ortodoxo Atenágoras en el sector de Jordania, la visita pareció muy bien. Pero, cuando entró en Israel, tuvo palabras tajantes para el autor del “Vicario” (la obra difamatoria de un judío contra Pío XII) y un discurso encaminado a la conversión de los judíos. Su visita fue tan corta que ni siquiera llegó a mencionar públicamente al joven país que estaba visitando».
    
Era necesario disimular diplomáticamente, con el velo de una piadosa peregrinación, los pasos de Paulo VI, cuyos objetivos en ese viaje no debían ser entonces conocidos. Solamente el tiempo y los eventos sucesivos irían poco a poco descubriendo, ante los observadores diligentes, los secretos designios del Papa Montini en su viaje a la Tierra Santa. Por eso Paulo VI estuvo más tiempo en Jordania; por eso aparentó ignorar a Israel; pos eso habló de la conversión de los judíos, aunque de una manera superficial y delicada. Era lo menos que como Papa, sucesor de Pedro, podía hacer. Sin embargo, después de esa visitaempezó a ostentar sobre su pecho el “efod” y el “pectoral del juicio” del Gran Sacerdote Levítico. La frase de Roddy, en su artículo, no viene sino a completar la maniobra del sigilo: «Los observadores del Vaticano, que estudiaron todos los movimientos de Paulo en Tierra Santa, consideraron que había menos esperanza para una declaración en favor de los judíos».
    
Pero, esa frase, que quiere darnos la impresión de cierto desacuerdo en los criterios y las acciones de los diversos elementos del judaísmo internacional, que estaban comprometidos en esa labor de convencimiento entre los Padres Conciliares, no es sino una típica maniobra de la astucia judaica, que con diversos frentes quiere darnos la impresión de que hay división entre sus filas. Por eso añade Roddy: «Las cosas se veían con más optimismo en el Waldorf Astoria de Nueva York. Allí, con motivo del aniversario del Beth Israel Hospital, los invitados se enteraron de que al Rabino ABBA HILLEL SILVER (el apellido Silver, en español Plata, es característicamente judío y propio de los elementos más iniciados y más aptos para la conspiración judeo-masónica), años atrás, había expresado el Cardenal Francis Spellman los intentos hechos por Israel para obtener un asiento en las Naciones Unidas. Spellman había dicho que, para ayudar a esta causa, él personalmente se dirigiría a los gobiernos de Sud-Améríca, para invitarlos a que compartiesen con él el profundo deseo de que Israel fuera admitido en esa mundial Organización. Más o menos, por ese tiempo. el ‘Papa Americano’ (Spellman) dijo, en una reunión del Comité Judío Americano, que era “absurdo mantener que exista o pueda existir cualquiera culpabilidad hereditaria”». Desde luego esta afirmación del Cardenal neoyorquino es falsa e indica carencia de conocimientos teológicos e históricos. Todos los hombres, que por generación ordinaria descendemos de Adán, venimos a la vida con esta “culpabilidad hereditaria”. “In quo omnes peccavérunt”, dice San Pablo, en Adán, todos pecamos. La culpabilidad personal no se heredapero, aun entre los hombres, sí se hereda la culpabilidad colectiva. Los hijos de los supuestos criminales de guerra en Alemania siguen todavía pagando a Israel los daños que los judíos dicen haber sufrido durante el régimen de Hitler.
  
La Iglesia Católica de los Estados Unidos, más pragmática que teológica, fue, sin duda, la que secundó y patrocinó y apoyó con más eficacia las pretensiones judías, hasta lograr sacar la famosa declaración conciliar. Mons Higgins de la National Catholic Welfare Conference de Washington, D.C. logró obtener una entrevista personal al judío Arthur J. Goldberg, quien era entonces Juez de la Suprema Corte de Justicia, con Paulo VI. Y el Rabino Heschel, patrocinado por el Cardenal de Boston, Cushing, obtuvo otra audiencia personal acompañado de Shuster. «La audiencia del Rabino con Paulo en el Vaticano, así como la reunión de Bea con los miembros del Comité Judío Americano en Nueva York, fueron concedidas bajo la condición de que serían conservadas en secreto. Pero, el descubrir estas secretas conferencias en la cima hizo que los conservadores empezasen a señalar a los Judíos norteamericanos como el nuevo poder detrás de la Iglesia».
     
En el Concilio, los Cardenales de San Luis y de Chicago, Joseph Ritter y Albert Meyer exigieron volver al esquema más fuerte y Cushing demandó que el Concilio negase que los judíos habían incurrido en el crimen del Deicidio. El Obispo Auxiliar de San Antonio, Steven Leven pidió: «Nosotros debemos arrancar esa palabra (Deicidio) del vocabulario cristiano, para que así nunca pueda ser usada de nuevo en contra de los judíos». Pero la historia y la Sagrada Escritura no pueden ser enmendadas por el capricho o los compromisos de hombres reunidos en un Concilio Pastoral.
     
Según la ya conocida manera de proceder de Paulo VI, en la que afirma en la palabra lo que condena con la acción y viceversa, el Papa, el domingo de Pasión, en una Misa al aire libre en Roma, habló de la crucifixión diciendo que los judíos fueron los principales actores de la muerte de Jesús. En Segni, cerca de Roma, el Obispo Luigi Carli escribió dos profundos artículos, publicados en sendos folletos, probando con argumentos escriturísticos y teológicos que los judíos del tiempo de Cristo y sus descendientes hasta nuestros días, eran colectivamente culpables de la muerte de Jesucristo. Sin embargo, el cardenal Bea, de origen judío, después de afirmar que su secretariado tenía completo control sobre la declaración que estaba preparándose en favor de los judíos, dijo que el Papa había predicado para la gente sencilla y piadosa, no para gente instruída, y que la manera de pensar del Obispo de Segni definitivamente no era la manera de pensar del Secretariado, que él presidía y manejaba en secreta conexión con los organismos judíos. En otras palabras, la predicación del Papa no debía tomarse muy en serio, porque no había hablado para la gente culta, sino para los ignorantes: una es la verdad para los primeros y otra es la verdad para los sencillos e ignorantes. En cuanto a lo que escribió Monseñor Carli, sin refutación alguna, debía rechazarse, porque no era el pensamiento “infalible” del Secretariado por la Unidad Cristiana y de su Suprema Autoridad el Cardenal tudesco Agustín Bea, S.J.
     
Naturalmente, en esta conspiración estaba también de acuerdo el Consejo Mundial de las Iglesias, al que más tarde Paulo VI debía hacer una escandalosa visita pronunciando un discurso todavía más escandaloso. «En Génova, el Dr. Willem Visser t Hooft, cabeza de dicho consejo, manifestó a dos sacerdotes norteamericanos –para presionar de esta manera la opinión de los Padres Conciliares– que si los relatos de la prensa (sobre la famosa declaración en favor de los judíos, por aquel entonces no tan halagüeños) eran verdaderos, el movimiento ecuménico seria frenado». El Cardenal Cushing presionaba en Roma; mientras en Alemania un grupo anónimo trabajaba en favor de la amistad judeo-cristiana. «Hay ahora, escribían estos desconocidos, una crisis de confianza vis a vis hacia la Iglesia Católica».
   
Otro jesuita el P. Gustave Weigel, viejo amigo de Heschrel, fue uno de los que trabajó en la sombra por la ansiada declaración. «Yo le pregunté, escribió más tarde el rabino, si él creía realmente que fuese ad Maiorem Dei Gloriam el que no hubiese más sinagogas, ni comida de los “sederes”, ni oraciones en hebreo». Weigel está ya en su tumba, y Heschel se guardó de darnos su respuesta. En todo este “affaire”, como en el “diálogo” de reconciliación con los masones, los jesuitas ocuparon un puesto decisivo. El estudio sereno de estos incidentes plantea un problema más hondo sobre las graves crisis que en su historia ha tenido la Compañía de Jesús, así externas, como internas.
      
Los elementos judíos, interesados vivamente en obtener la famosa declaración conciliar, pensaban que por cuatro años el pueblo de Israel estuvo en el banquillo de los acusados y que los Padres Conciliares se hallaban profundamente divididos en su opinión. «Esta demora, dice Roddy, era perfectamente comprensible, si se tenía en cuenta las razones políticas, pero pocos fueron los que quisieron atribuirla a motivos religiosos. La actual cabeza de la Santa Sede (el Papa), estaba firmemente convencido de que debía buscarse una votación mayoritaria o unánime, cada vez que se ponía a discusión un tema importante. Por el principio de la Colegialidad, según el cual todos los obispos ayudan al Papa en el gobierno de toda la Iglesia, cualquier tema importante dividía al Colegio Episcopal en dos grupos: el progresista y el conservador. El papel del Papa consistía en reconciliar a estas dos alas. Para remediar estas divisiones en el Colegio Episcopal, el Papa tenía que acudir bien fuese a la persuasión, bien fuese a la imposición, que trastornaba el principio de contradicción. Cuando una facción decía que la Escritura sola era la fuente de la enseñanza de la Iglesia, la otra defendía que eran dos fuentes: la Escritura y la Tradición. Para poner un puente entre las dos opiniones, la Declaración (en favor de los judíos) fue de nuevo redactada con toques personales de Paulo, en las que se afirman las dos fuentes de la revelación, no sin dejar de dar a entender que el otro punto de vista merecía estudio. Cuando los oponentes a la Declaración sobre la Libertad Religiosa decían que ella podía oponerse a la antigua doctrina de que el Catolicismo es la única y verdadera Iglesia, una solución parecida bajó del cuarto piso del Vaticano al aula conciliar. Ahora esa Declaración sobre la Libertad Religiosa comienza con la doctrina de la única verdadera Iglesia, que, a juicio de los conservadores, satisfechos con esa parte de la Declaración, salva la doctrina tradicional de la Iglesia, sin darse cuenta que el resto de la Declaración es una contradicción o negación de la afirmación inicial».
     
Este es Paulo VI, ambiguo siempre, indeciso siempre, que parece establecer un puente entre la afirmación y la negación, entre el ser y el no ser. En realidad, esas dos Declaraciones del Concilio son una prueba evidente de que el Espíritu Santo no estuvo en el aula conciliar, porque al declarar Juan XXIII que el Concilio era puramente pastoral, cerró las puertas al Espíritu Santo. La Iglesia postconciliar se enfrentó a la doctrina cierta, inmutable, infalible de la Iglesia preconciliar. La indiscutible habilidad y política del Papa Montini no fue tanta, que pudiera identificar los polos opuestos de una contradicción. Lo que sí consiguió Paulo VI es establecer un cisma permanente en la Iglesia de Cristo. Nuestros mismos enemigos, a pesar de sus propias conveniencias, de las enormes ventajas que la política de Paulo les ha dado, reconocen que el consentimiento universal de esas famosas declaraciones de Bea y del Concilio no se ha obtenido. Tal vez hoy, cuando la mayoría del Episopado es ya del bando abiertamente progresista, cuando los estudios serios de la teología han sido sustituídos por la pastoral, cuando nos hemos acostumbrado, en virtud de claudicaciones sucesivas, a aceptar con pronta obediencia las cosas más opuestas a la verdad revelada, la discusión hubiera sido menos violenta en el Concilio y la votación más unánime. Sin embargo, la Iglesia seguiría inmutable en su doctrina recibida en las fuentes apostólicas.
    
La Declaración promulgada el 28 de octubre de 1965 dice así:
«Aunque las autoridades judías y aquéllos que las seguían presionaron para obtener la muerte de Cristo (cf. Juan 19,6), sin embargo, lo que sufrió Cristo en su pasión no puede ser atribuído, sin distinción alguna, a los judíos, que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Aunque la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, los judíos no deben presentarse como rechazados de Dios o malditos, como si esto se siguiese de la Sagrada Escritura. Vean, pues, todos, que en la obra catequística o en la predicación de la palabra de Dios no se enseñe nada que sea inconsistente con la verdad del Evangelio y con el espíritu de Cristo.
    
Más todavía, la Iglesia que rechaza cualquier persecución contra cualquier hombre, teniendo presente el común patrimonio con los judíos y movida no por razones políticas, sino por el espiritual amor del Evangelio, deplora el odio, las persecuciones y los movimientos del antisemitismo que hayan sido promovidos contra los judíos, en cualquier tiempo y por cualquier persona».
¡Lamentable Declaración, aun sin tener en cuenta las enseñanzas de la Escritura y de la Tradición de la Iglesia! El sofisma quiere encubrir, ya que no puede destruir la realidad histórica y teológica. Todos sabemos que en el pueblo judío, el pueblo en otros tiempos de las predilecciones divinas, había una cierta solidaridad, establecida por Dios mismo, así en las bendiciones como en las maldiciones divinas. Es evidente que no todos los judíos, que vivían en tiempo de Cristo, estaban presentes en el pretorio de Pilatos, ni personalmente pidieron la crucifixión y muerte del Señor. Es también evidente que los mismos judíos que estuvieron presentes no tienen todos la misma personal responsabilidad que la de sus dirigentes, que no sólo presionaron, sino se hicieron e hicieron al pueblo responsable del drama del Calvario. No fueron ellos, claro está, los que azotaron a Cristo, los que le pusieron la corona de espinas, los que le crucificaron. Pero, ellos son los autores intelectuales del deicidio, ellos los principales responsables de todo lo que el Señor sufrió en su Sagrada Pasión. Y es, finalmente evidente, teniendo en cuenta la elección divina de Israel y la ingratitud colectiva de ese pueblo, que la responsabilidad solidaria recae todavía sobre los que hoy, como ayer, siguen negando la divinidad de Cristo; los que hoy, como ayer, volverían a pedir su Pasión y Muerte.
    
Si la Iglesia es el nuevo Israel, como lo reconoce el Concilio, síguese que el antiguo Israel ha perdido sus privilegios, es ahora un pueblo desechado por Dios. Y esto se sigue de la Sagrada Escritura, si no queremos cambiar su sentido. O estamos con Cristo o estamos en contra de Cristo.
    
Me permito copiar algunos conceptos, que escribí en mi libro “CON CRISTO O CONTRA CRISTO”:
«Es conveniente insistir aquí en un punto básico, sobre el cual, con sofisma manifiesto se pretende exonerar de toda responsabilidad al pueblo judío de la muerte de Cristo. Empezaremos, pues, por precisar conceptos, aunque tengamos que repetir ideas ya expuestas. Una es la responsabilidad personal y otra es la responsabilidad colectiva. La responsabilidad personal solamente existe cuando hay un pecado o un crimen personal; en cambio, la responsabilidad colectiva puede darse y de hecho se da, aun en la justicia humana, cuando las colectividades por sus jefes o representantes lesionan gravemente los derechos inalienables de los individuos o de otras colectividades agredidas. Así, por ejemplo, aunque no todos los alemanes fueron personalmente responsables de las atrocidades atribuidas a la guerra de Hitler, sin embargo, todo el pueblo alemán fue considerado responsable, con esa responsabilidad solidaria, hasta exigirle pagar estrictamente todos los daños y perjuicios de los que se consideraban agraviados y especialmente de los judíos. La solidaridad nacional impuso a todos y cada uno de los alemanes la responsabilidad colectiva de los crímenes atribuídos a Hitler y a su gobierno; aunque, como es evidente, no todos los alemanes que vivieron entonces ni mucho menos todos los alemanes que viven ahora pueden tener la responsabilidad personal de esos supuestos crímenes. Los niños de aquel entonces tuvieron que asumir las agobiantes penas impuestas sobre todo el pueblo por aquélla responsabilidad colectiva.
     
Así también, ante Dios, existe una doble responsabilidad: la responsabilidad personal, que cada uno de nosotros tenemos por los pecados propios o individuales, y la responsabildad colectiva que recae sobre las colectividades humanas, sobre todo cuando existe de por medio una cierta solidaridad o unión en esas colectividades, por un plan divino que abarca y encierra a esas colectividades. En el lenguaje bíblico, los jefes de raza son identificados con sus respectivas descendencias, que forman con ellas una misma persona moral. Esta solidaridad es más compacta y universal, cuando ha sido establecida por Dios mismo –como ya indicamos– en orden a la realización de los planes divinos. Así fue la solidaridad que Dios quiso que hubiese entre Adán y todos sus descendientes, en orden a nuestra elevación a la vida divina; y así también es la solidaridad que Dios estableció en el pueblo hebreo, que, como ya dijimos, estaba colectivamente destinado a la preparación del advenimiento de Cristo.
    
Los mismos hebreos han reconocido siempre y han defendido celosísimamente la solidaridad racial, que existe entre ellos, por institución del mismo Dios. Cualquier libro judío, incluso el Talmud, nos habla de esta solidaridad sagrada. Pero el gran sofisma del judaísmo y del Vaticano II está en defender esta solidaridad en las bendiciones solamente y no en las maldiciones y castigos del Señor, a quien con sus infidelidades han ellos provocado.
     
Si el mesianismo divino, el plan redentor y la elección divina para preparar los caminos del futuro Mesías, con que Dios favoreció al pueblo de Israel, fue para todo el pueblo fuente de las divinas bendiciones y fundamento de todas sus grandezas; el mesianismo judío, que es la negación y ataque a los derechos divinos, fue, es y será para ese pueblo signo de reprobación y castigo de un Dios traicionado y ofendido. O Cristo con sus bendiciones o el anti-Cristo con sus maldiciones: el dilema es ineludible.
     
La solidaridad en las bendiciones, que, en el plan divino, alcanzaban a todos los Israelitas, descendientes de los Patriarcas, exige lógicamente la solidaridad también en los castigos o maldiciones divinas, a los que colectivamente se hizo digno el pueblo hebreo por la incredulidad agresiva de sus dirigentes. Esas divinas bendiciones, esas promesas del amor divino, no fueron absolutas, sino condiciones. No fue Dios quien falló; fue Israel el que, por sus cabezas, abandonó a Dios. Su infidelidad atrajo sobre sí las maldiciones divinas.
     
Dios había prometido a su pueblo sus bendiciones, si guardaban sus mandamientos: “Si de verdad escuchas la voz de Yavé, tu Dios, guardando diligentemente todos sus mandamientos, que hoy te prescribo, poniéndolos por obra, Yavé, tu Dios, te pondrá en alto sobre todos los pueblos de la tierra…”. Pero esas bendiciones divinas eran condicionadas; exigían la observancia fiel de la ley divina. Si el pueblo de Israel no aceptaba prácticamente los preceptos de Dios, si quería sacudir el yugo de su ley divina, el Señor también lanzaría sobre él el furor y los castigos de su justicia infinita: "Pero, si no obedeces la voz de Yavé, tu Dios, guardando todos sus mandamientos y todas sus leyes que yo te prescribo hoy, he aquí las maldiciones que vendrán sobre tí y te alcanzarán: Maldito serás en la ciudad y en el campo. Maldita tu canasta y maldita tu artesa. Maldito será el fruto de tus entrañas, el fruto de tu suelo y las crías de tus vacas y de tus ovejas. Y Yavé mandará contra tí la maldición, la turbación y la amenaza en todo cuanto emprendas hasta que seas destruído y perezcas bien pronto, por la perversidad de tus obras, con que te apartaste de Mí…” (Deuteronomio XXVIII,15-19).
      
La palabra de Dios escrita está. Los cielos y la tierra pasarán, pero esa palabra no pasará.
     
En la parábola del padre de familias que dejó a los campesinos en arrendamiento su viña, cuando mandó el dueño a sus siervos a recoger sus frutos, los mataron. Y cuando, al fin, el padre de familia envía a su propia hijo, los campesinos le echan mano, le sacan fuera de la viña y le dan muerte infame. Es una clara alusión del Divino Maestro a la ingratitud y perfidia con que el pueblo de Israel pagó las predilecciones divinas. Por eso termina Cristo: Auferétur a vobis regnum Dei, et dábitur genti faciénti fructus ejus: Se os quitará el reino de Dios y será dado a la gente que dé sus frutos. (Mateo, XXI, 43).
     
La masa de los judios y especialmente sus dirigentes resistieron a las invitaciones de Cristo y frustraron los esfuerzos de los Apóstoles para su conversión, por lo cual quedaron fuera de la Iglesia, la viña, el Reino de Dios, a la cual afluyen los gentiles de todas partes. Jehová se había proclamado cien veces el Libertador, el Salvador de su pueblo; el Mesías había de ser, en primer término, el Redentor de los judíos: Sión estaba señalada de antemano como centro de la Teocracia Mesiánica y punto de convergencia de las naciones infieles. Pero, al rechazar los judíos el mesianismo divino, al proclamar su mesianismo materialista, al dar muerte al Salvador, solamente entran los gentiles en la Iglesia, sin pasar por la Sinagoga; entran casi solos, mientras que los judíos quedan excluídos, a pesar de que sus derechos parecían preponderantes y, a su juicio, exclusivos.
     
En tres capítulos de su Epístola a los Romanos trata San Pablo de resolver este enigma. Sin negar San Pablo las indiscutibles prerrogativas con las que Dios quiso favorecer a ISRAEL, afirma, sin embargo, que los gentiles, quienes parecían ser nada para Dios y para quienes Dios era nada, fueron los llamados a la fe, mientras que fue excluído el Pueblo Santo, la Raza Sacerdotal, la Casa de Jehová. Los herederos naturales son desheredados, los hijos legítimos son suplantados por intrusos; parecen olvidadas las promesas de Dios y violados los pactos. ¿Cómo conciliar todo esto con la Fidelidad de Dios y la Justicia Divina?
     
Las pretensiones judías descansan en la torcida interpretación que ellos han dado siempre a las promesas del Señor. Invocan el nombre de Abraham como si fuera una garantía absoluta para ponerlos al abrigo de todo mal, cualquiera que fuese su conducta; y piensan que la sangre de Israel, como una especie de Sacramento, debe salvarlos ex ópere operáto, sin consideración alguna a las disposiciones personales. Hay en esto cierto paralelismo, cierta semejanza entre las pretensiones judías y las pretensiones luteranas: para los hebreos, la sola sangre de Abraham; para los protestantes, la fe sola son prenda de salvación. Pero se olvidan los hebreos que hay un Israel según la carne –los que tienen la sangre de Abraham– y hay un Israel según el espíritu. Al primero no se le debe nada; al segundo pertenece la Promesa. “No todos los que llevan el nombre de Israel son Israel, ni todos los que descienden de Abraham son hijos de Abraham”. (Rom. IX, 6-7).
    
La incredulidad de los judíos ha sido causa de que la Antigua Alianza quedase rota y que naciera la Nueva Alianza, el Nuevo Testamento, que recogiese todas las antíguas bendiciones en la Iglesia fundada por Jesucristo, en el nuevo “pueblo de Dios”, qui non ex sanguínibus, neque ex voluntáte carnis, neque ex voluntáte viri, sed ex Deo nati sunt, que está formado no por la sangre, ni por volun tad de la carne, ni por voluntad del varón, sino por los que han nacido de Dios (a la vida sobrenatural, a la vida divina).
    
Por otra parte, la dureza de corazón, la incredulidad judía ha sido tradicional en ese pueblo. Ya Isaías se quejaba de esta dureza, cuando decía: “Señor, ¿quién ha prestado fe a nuestro mensaje?… Todo el día he extendido las manos hacia un pueblo que se niega a creerme y me contradice”. (Is. LXV, 2). La presente incredulidad, objeto de tanta admiración y de tanto escándalo, no es sino un caso más en los anales de la apostasía del pueblo judío».    
Después de lo que sumariamente hemos dicho, resulta incomprensible la famosa declaración del Vaticano II, cuando nos dice: «los judíos no deben presentarse como rechazados de Dios o malditos, como si esto se siguiese de la Sagrada Escritura». Necesitamos mudar o suprimir los libros sagrados para admitir esa postura pastoral del Concilio, que parece querer a todo trance –incluso contradiciendo a la Escritura, al dogma, a la Tradición, a los escritos de todos los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, a la verdad histórica– exonerar la responsabilidad judaica, para complacer las exigencias de nuestros mortales enemigos que, por otra parte, se mantienen en su posición de rebeldía y negación en contra de Cristo y de su Iglesia.
        
Por lo demás, debemos recordar, como lo afirma San Pablo que la desgracia de Israel no es ni total, ni definitiva. No es total, porque siempre ha habido sinceros conversos del judaísmo –(no hablamos de los marranos, los falsos, los criptojudíos)–, que, al reconocer el Mesianismo y la Divinidad de Cristo, han ingresado en la Iglesia, han formado parte del Israel espiritual y han vuelto a ser hijos de la predilección. No es definitiva, porque, como lo afirma San Pablo, la conversión del pueblo judío ha de ser uno de los signos que vendrán antes del nuevo advenimiento del Redentor, para juzgar a vivos y muertos.
    
Tan absurdo es afirmar que todo judío, por el hecho de ser judío, es un criminal, como, cambiando los calificativos, el afirmar que todo judío, por el hecho de ser judío, es incapaz de crimen alguno, incluso, del crimen de los crímenes, del crimen del deicidio.
    
Es necesario precisar bien el sentido de los términos, para no sufrir sofísticas propagandas que quisieran desorientar la opinión pública e impedir de esta manera las necesarias defensas de todo lo que somos y todo lo que creemos. Una cosa es el antisemitismo –que, como ya dijimos, no existe, ni nunca ha existido–, ese crimen ya elevado a la categoría de lesa humanidad, acaso a crimen de lesa divinidad –porque, ante los crímenes supuestos que se suponen han sido cometidos contra los judíos, se borran o no existen los crímenes perpetrados por ellos con categoría de genocidios milenarios o millonarios, si las víctimas son cristianas–, y otra cosa totalmente distinta es la reacción del mundo libre ante las atroces y seculares fechorías del judaísmo kabalista y talmúdico. El antisemitismo de tipo racista, determinista, materialista –del que se quejan los enemigos– nunca ha existido entre cristianos. Judío, en cuanto hombre, fue Jesucristo, judíos han sido no sólo los apóstoles y los primeros fieles de la Iglesia, sino innumerables y preclaros defensores de la causa cristiana. El judío, por el hecho de ser judío, no está impulsado fatalmente al mal; puede ser y, en muchos casos, es sujeto del bien. También por ellos murió Cristo; también ellos, aun antes que nosotros, recibieron la vocación divina de la fe y de la salvación. La Iglesia Católica condena ese llamado antisemitismo, como condena toda discriminación racial, como condena todos los crímenes del judaísmo, del comunismo y de la masonería.
     
Pero, –no lo olvidemos– el cristianismo es la antítesis del Kabalismo y el talmudismo: lucha secular en contra de Cristo: del Cristo Redentor y del Cristo Místico; ambición de dominio universal sobre todos los pueblos y naciones; perpetuación de la Sinagoga de Satanás, de aquel Sanedrín que condenó a muerte a Jesús de Nazareth.
   
Después de estos breves comentarios, que, a la luz que nos dio el artículo de Roddy, hemos hecho sobre el problema judío en la Iglesia de Dios, creemos que el uso del “efod y del pectoral del juicio” del Gran Sacerdote Levítico, que las fotografías nos presentan sobre el pecho de Paulo VI, adquiere una importancia excepcional y decisiva, sobre todo si se tienen en cuenta las secretas relaciones que personalmente y por sus asociados ha mantenido el Papa Montini con los dirigentes de la mafia judía desde el principio de su pontificado. 
    
3º. EDIFICIO DAKOTA, EL ESCENARIO MALDITO DE LA SEMILLA DEL DIABLO (Fuente: mcguffin007.com)
   
    
En la historia del cine algunas películas han sido consideradas «malditas» porque de alguna manera han estado marcadas por una serie de desastres, muertes y extrañas coincidencias. Pero hay un título que sobresale y que además es considerada como una película de culto dentro del género. Hablamos de ‘La semilla del diablo‘ (Rosemary’s Baby, 1968) dirigida por Roman Polański, que se rodó en el neoyorkino edificio Dakota, un lugar en el que ya se habían cometido hasta 12 suicidios antes de que se rodara la película
    
La película cuenta la historia del matrimonio Woodhouse que se mudan a un edificio situado frente a Central Park, sobre el cual, según un amigo, pesa una maldición. Una vez instalados, hacen amistad con Minnie (Ruth Gordon) y Roman Castevet (Sidney Blackmer), unos vecinos que los colman de atenciones. Ante la perspectiva de un buen futuro, los Woodhouse deciden tener un hijo; pero, cuando Rosemary (Mia Farrow) se queda embarazada, lo único que recuerda es haber hecho el amor con una extraña criatura que le ha dejado el cuerpo lleno de marcas.
    
Una historia como esta pedía a gritos una localización como el edificio Dakota, un escenario convertido ya en un personaje más de la película. Pero hablemos un poco de esta inquietante finca situada al lado de Central Park.
   
EDIFICIO DAKOTA, UN LUGAR MALDITO EN NUEVA YORK
   
Los cabalistas Lennon y Ono frente al maldito edificio Dakota, en el cual ya se habían cometido hasta 12 suicidios antes de que se rodara la película en 1966.
    
El Dakota, es un edificio emblemático de Nueva York que guarda muchos misterios. Se encuentra en el número 1 de la calle 72 al oeste de Central Park. Es famoso por albergar personajes famosos, y porque en su entrada principal, el cabalista John Lennon fue asesinado a balazos. Los sucesos paranormales en el misterioso edificio, se han reportado a través de generaciones e incluso se han escrito novelas y cuentos de terror sobre el edificio Dakota.
  
Imagen del Edificio Dakota en Nueva York cuando se construyó y ahora
    
Misterios y leyendas se han forjado en torno al edificio, que se construyó de 1880 a 1884 por el arquitecto Henry Hardenbergh (también construyó el Hotel Plaza y el Wladorf-Astoria). Tiene un estilo Renacentista alemán, con un poco del estilo francés del siglo XIX. En esa época estaba tan lejos de la ciudad que se decía que parecía estar en Dakota, por eso su nombre. Además, no tenía electricidad, pero aún así se alquiló todo el edificio.
   
Luego la zona se haría exclusiva, debido al crecimiento en Manhattan, y el edificio sería habitado por muchos famosos personajes a través de los años, como: John Lennon (su viuda Yoko Ono vive aún allí), también los cabalistas Judy Garland, Boris Karloff, Leonard Bernstein, Lauren Bacall, Jennifer López, Marc Anthony, Bono, Sting, Paul Simon, entre otros… Uno de los más recientes residentes, es el actor Alec Baldwin, quien pagó más de 8 millones de euros por su apartamento.
   
Aleister Crawley, uno de los distinguidos huéspedes.
   
Hace algunas décadas, vivió en el edificio Dakota, el famoso mago negro Aleister Crowley, quien se dice que fue una persona muy perversa y que llevaba a cabo ahí, rituales de magia negra. En ese entonces, también vivió en el edificio, el actor de cine de terror Boris Karloff, quien realizaba también sesiones de espiritismo. Cuando el actor murió, se reportaron fenómenos paranormales del tipo “poltergeist”. Dicen que su fantasma se aparecía, motivo por el cual algunos habitantes huyeron del lugar.
    
Pero estas dos personas no fueron las únicas que cargaron el lugar de una energía extraña… El Brujo Wicca Gerald Brossau Gardner se alojó en el Dakota y también realizó rituales mágicos que invocaban potencias ocultas de la naturaleza. El director de cine Roman Polański se inspiró en este hombre para el personaje del brujo maligno de ‘La semilla del diablo’ (Rosemary’s Baby, en inglés). Cuando se hizo dicha película, se filmó el exterior del edificio Dakota y sucedieron como por maldición, extraños accidentes…
    
‘La semilla del diablo’ convirtió aún más al edificio Dakota en un emblema de lugar misterioso y paranormal. Entonces practicantes de magia negra y de sectas satánicas, se reunieron ahí para amenazar a Polański; buscaban impedir que la película se terminara…. Entre estas personas estaba Charles Manson, el hombre después, junto con varios miembros de su secta, convirtió en realidad las amenazas, ya que en 1969 llevaron a cabo la matanza de Cielo Drive, en Hollywood, asesinando a un grupo de personas, entre ellas, a la actriz Sharon Tate, esposa de Polański, y a su bebé que aún no nacía, atravesados por un tenedor.
  
Roman Polański y Sharon Tate junto con el asesino de esta, Charles Manson
    
El misterio del edificio Dakota, parece residir en una extraña maldición desde que fue construido. Muchos creen que no puede ser casualidad o coincidencia, tantos extraños sucesos y hechos trágicos en un mismo lugar… La mayoría opina que todo viene de los trabajos mágicos que se hicieron en el lugar, mismo, que tal vez guarda aún muchas historias paranormales y hasta terroríficas por contar, en un futuro…
    
CURIOSIDADES QUE (PROBABLEMENTE) NO SABÍAS DE LA SEMILLA DEL DIABLO
  • Adaptación cinematográfica de la novela homónima de Ira Levin. Su autor manifestó que la versión de Polański a la gran pantalla era muy fiel a su libro, llegando a considerarla como la mejor adaptación de una novela jamás realizada hasta entonces.
  • Roman Polański tenía 34 años cuando dirigió la película. Además, fue la primera adaptación cinematográfica del cineasta polaco, quien escribió el guión en apenas tres semanas.
  • ‘La semilla del diablo’ se estrenó el 12 de junio de 1968. Fue un auténtico bombazo y no tardó en recibir el calificativo de película de culto.
  • Las escenas en las que Rosemary (Mia Farrow) camina en medio del tráfico fueron reales. Polański insistió en que se rodaran así, bajo el pretexto de que nadie atropellaría a una mujer embarazada.
  • Uno de los síntomas de embarazo de la protagonista era la necesidad de comer carne cruda. A Mia Farrow no le quedó más remedio que comer hígado crudo durante el rodaje.
  • El bebé de Rosemary nació en junio de 1966 (6/66), la marca del diablo.
  • Durante el rodaje Mia Farrow recibió los papeles de divorcio por Frank Sinatra, esposo de la actriz por aquel momento.
  • Tras interpretar a Rosemary Woodhouse, Mia Farrow se convirtió en una respetada actriz. Fue la pareja y musa de Woody Allen y protagonizó películas míticas con el cineasta neoyorquino.
  • Recién estrenada la película, el polaco Krzysztof Komeda, compositor de la banda sonora murió por un edema cerebral repentino.
  • Los miembros del equipo también sintieron los ruidos y olores inexplicables del edificio Dakota
  • Se trata de una de las películas imprescindibles de Stanley Kubrick. Según su biógrafo, Kubrick filmó ‘El resplandor’ (1980) porque quería demostrar que era capaz de hacer una película de terror tan buena como ‘La semilla del diablo’ y ‘El exorcista’.
  • Todavía se comenta que la película fue pensada para Alfred Hitchcock, pero nunca se llegó a confirmar, aunque la historia le hubiera venido como anillo al dedo al mago del suspense.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)