Tomado de El Rosario: Meditaciones para los 31 días del mes de Octubre,
de la autoría del licenciado Juan Luis Tercero. Publicada en Ciudad
Victoria, México, en el año 1894 por la Imprenta Oficial de Víctor Pérez
Ortíz. Imprimátur concedido el 12 de Marzo de 1894 por Mons. José
Ignacio Eduardo Sánchez y Camacho, Obispo de Ciudad Victoria-Tamaulipas
(actual Tampico).
CAPÍTULO XIX. MISTERIO TERCERO: JESUCRISTO CORONADO DE ESPINAS
Este
misterio entre los de la Pasión de Jesucristo es como todos de
admiración grande, de acertadísima enseñanza, de poderosísima eficacia
para hacer amar al Redentor. La Santa Iglesia nos ofrece en una de sus
nuevac fiestas de más reciente institución, la escena de Jesucristo
coronado de espinas, en términos de tiernísimo reproche a la cruelísima
dureza judáica; es este un rasgo felicísimo como tantos otros del oficio
divino del Breviario: «Salid y ved, hijas de Sión, al Rey Salomón con
la diadema con que le coronó la madre suya en el día de sus desposorios,
en el día de la alegría de su alma».
Coronarle de
espinas, vestirle púrpura regia de burlas y entregarle cetro de vulgar
caña, eso es lo que hacen con el Deseado heredero de David los hijos de
Judá. Es decir, que a satanás y a sus hechuras no se ha de escapar
género alguno de daño, de ofensa, de crueldad, que no apronten para
infligirlo a ese Mesías cuya invicta paciencia y mansedumbre les ha
vuelto tan dementes de rabia como cuerdos y atinadísimos de encono. La
hábil ciencia de ellos es la del daño y de la malignidad; sus delicias
el tormento sufrido por su enemigo. En todo iban prudentísimos los
perversos; mas toda esa su obra, punto por punto sería un poco después
aprovechada y convertida por el Dios excelso, al bien y gloria del
ofendido Jesús y de sus fieles. ¿Qué no inventó de males satanás y los
suyos? ¿Qué tormento no entró en el gran inventario de las atrocidades
posibles para tomar al Redentor la palabra empeñada de padecerlo todo
por los redimidos? Lo que sí tiene de ser verdad es que esos malvados no
sospechaban decisivamente ser Jesús el Hijo de Dios, ni menos que su
gran plan consistía en la maravilla de que lo inepto iba a ser ordenado a
la aptitud, lo doloroso a lo gozoso, lo humilde a lo sublime, lo
oprobioso a lo honorífico, lo repugnante a lo apetecible, la enfermedad a
la salud, el vencimiento a la victoria, la muerte a la vida, la caida
en lo profundo a la resurrección.
Esto no sabían, ni
querían, ni deseaban, ni intentaban la Serpiente astuta ni los pérfidos
fariseos. Así, ¡ea!,
buscad todos los generos de daño; ya le habéis abofeteado, pisoteado,
escupido al rostro, denostado y azotado hasta dejarle como un leproso,
sin cesar en todo
caso de calumniarle, y de pedir su muerte á todo trance; os falta mucho
todavía, y ya vuestro Padre, hijos
del Diablo, os sugiere que le coronéis de espinas, como
los leones no lo harían si supiesen judaizar o satanizar,
y que le vistáis de rey de burlas a estilo de esa coronación; de esa
manera habréis probado que tenéis muy
buenos testigos de vuestra causa.
La escena diabólica abunda a maravilla en oportunidades. Espectadores muchísimos y aun actores, mil
hombres de la soldadesca de la guarnición romana de
que dispone el Presidente; es un pasatiempo que cuadra muy bien con las intenciones del Jefe romano, que
es enternecer a los fariseos a fuerza de maltratar y escarnecer al Nazareno; venga, pues, él; dicen que quiere
ser rey de los judíos, pretensión cuyo proceso tumultuoso fluctua entre lo ridículo o el patíbulo; parece que
el Presidente se inclina al perdón a costa de envilecerlo
y escarnecerlo; para el que ha sufrido tantos azotes, que
ya no tiene donde ser llagado, poca cosa es algunas
decenas de espinas que le puncen en cabeza y frente, y
menos un paño, un harapo de purpura regia en sus
espaldas y una caña lacustre por cetro real para su
diestra; el pueblo va a reír y el Presidente saldrá del
paso; ¡al trono el Rey de los Judíos!
Y en un escaño del
atrio del Pretorio se hace sentar
al llagado Hombre, se le cubren las espaldas y hombros
con el trapo de púrpura, se pone en su diestra la caña,
y ¿la corona? Que hable la Reina misma de los
cielos conforme al texto de revelación de Santa Brígida: «Hecho eso,
colocáronle en su
cabeza la corona de espinas, que punzó con tal vehemencia esa veneranda
cabeza de mi Hijo, que del efluvio
de la sangre se llenaron sus ojos y se obstruyó el conducto de los oidos
y toda su barba quedó afeada con la
sangre que corría» (Lib. I, cap. 10). «La corona de
espinas se hizo entrar muy estrechamente sobre su cabeza y descendía
hasta media frente; de las heridas de
las púas clavadas corrían arroyos de sangre por su rostro, empapando
cabellos, ojos y barba; de suerte que
todo él no me parecía sino pura sangre, ni él me pudo
ver, presente como yo estaba de pie ante su cruz, sin exprimir de sus
ojos la sangre comprimiendo los párpados» (Lib. IV, cap. 70).
Así
sentado el Rey, tal Majestad exigía que recibiese luego el homenaje de
su Corte, homenaje propio de
la índole de semejantes cortesanos. Así fue: el Infierno dirigía el
Drama. Los soldados le doblan la rodilla, «Salve Rey de los Judíos», le
aclaman, como dice el
Evangelio, y le escupen al rostro y le aseguran la corona, golpeándola y
afirmándola con el golpe de la caña y por él hacen uso del cetro
fustigándole con la
misma caña.
El Nazareno, con divina humildad y paciencia todo
lo soporta. Y así merece que «en el nombre de Jesús
se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los
infiernos, y toda lengua confiese que el Señor Jesús
está en la gloria de Dios su Padre» (Cornelio Alápide)
«Le
escupen al rostro y le golpean con la caña la
cabeza», tratamiento como para un insensato, dice Santo Tomás, que en su
insensatez hubiese aspirado al reino de Judá; «afirmar en su cabeza más
hondo las espinas de la Corona», todo era gran contumelia y atrocísimo
dolor, no tanto obra de los hombres como invención y sugestión de los
demonios, dice Orígenes (En Cornelio Alápide). «No
un sólo miembro sino todo el cuerpo sufría tan atroces
injurias. La cabeza era afligida con la corona, las manos con la caña,
el rostro con las salivas, las mejillas
con las palmadas, el resto del cuerpo con los azotes, la
desnudez, el vestido de púrpura y los homenajes de
adoración fingida, las manos con la caña que se le dio a empuñar como
cetro, la boca misma y la lengua con la poción del vinagre y de la
hiel», dice el Crisóstomo.
Mas todo esto, ¿no era
también de grandes enseñanzas para formarnos en virtudes? San Jerónimo y
San
Atanasio (Serm. de Cruce) nos dicen: «La caña pone
en fuga y mata a las serpientes; esto hace Cristo con
las venenosas concupiscencias». Y San Jerónimo: «así
como Caifás dijo ser conveniente que un hombre muriese por todos, y no
sabía lo que decía, así también
éstos, en todo lo que hicieron, aunque otro fuese su
propósito, nos han dejado, a los que creemos, nada
menos que misterios y sacramentos de enseñanza. Y
así, en la púrpura toma sobre sí el Hijo de Dios las
sangrientas obras de los gentiles; en la corona de espinas absuelve de
la maldición antigua; en la caña
mata los animales venenosos; o también, si tenía en la
mano la caña, era para escribir el sacrilegio de los judíos». Por su
parte San Ambrosio: «toma Cristo en su
mano la caña, para que la humana fragilidad no se deje
ya vencer del viento como una caña, sino que fortalecida con las obras
de Cristo permanezca firme. O, siguiendo a Marcos, la caña golpea la
cabeza de Cristo,
para que consolidándola el contacto de la divinidad,
nuestra condición no vacile ya en su estabilidad» (En Cornelio Alápide).
De
esta manera, a estilo de un grande artífice, según
observa una lección del oficio eclesiástico en la solemne fiesta de ese
misterio, como operación de su eminente arte emplea instrumentos de gran
aptitud, siendo consumado en divinas artes Jesucristo Nuestro Señor:
¿qué instrumentos? Cuerda, corona, azotes, columna, clavos, caña,
esponja, lanza, sábana y sepulcro,
instrumentos todos de redención, santificados al contacto del gran
Artífice de quien han recibido la razón
de majestad y veneración, no que veneremos la materia o forma de la
corona, sino por haberla usado el
eminentísimo Rey de la virtud, verdadero hombre y
verdadero Dios en ese combate en que peleó con el
enemigo del género humano.
Pero ¡cuánto más no nos
enseña ese divino Maestro
de las virtudes! «En esa corona de espinas, dice Orígenes, ha recibido
el Señor las espinas de nuestros pecados, tejidas en su cabeza». «Hay un
aguijón en las
espinas de los pecados, dice San Hilario, de las cuales
se forma la corona de victoria de Cristo». Mas Tertuliano: «¿Díme, cuál
es la guirnalda que Cristo Jesús
recibe de uno y de otro sexo? Creo que la formada de
espinas y abrojos como figura de los delitos que nos
ha producido la tierra de nuestra carne. Mas el Señor
con la virtud de su cruz quitó de ellas todos los aguijones de muerte,
embotándolos con haberlos sufrido en
su divina cabeza».
Estas espinas nos enseñan por eso
a punzar y domar nuestra carne con ayunos, cilicios y disciplinas;
«porque no es conveniente, dice San Bernardo, que
bajo el gobierno de una cabeza coronada de espinas,
los miembros que le corresponden gocen delicadezas.
Y Tertuliano enseña, que por reverencia a la corona
de espinas de Jesucristo, se abstenían los cristianos de
coronarse de flores como lo usaban los gentiles. Santa
Catalina de Siena, de dos coronas que Jesucristo le ofrece, una de
espinas y otra de piedras preciosas, para
elegir una, a condición de que en vez de esta, la otra
habría de quedarle para recibirla en la vida futura, Ella
arrebató la de espinas de la mano del Señor y tanto la
apretó en su propia cabeza, que sufrió dolores en esta
muchos días y por eso hoy ya lleva en el cielo la de
piedras preciosas» (En Cornelio Alápide).
No quiere por eso nuestro hermoso héroe Godofredo
de Buillón, ser coronado con corona regia en esa Jerusalén donde Jesucristo lo ha sido con espinas. Por eso
mismo quieren todos los Santos levitas y eremitas del
nuevo Pueblo de Dios, es decir, los sacerdotes y religiosos de todos los países de la Iglesia Católica, llevar
esa tonsura o corona clerical que es semejanza de la de
espinas de su divino Aarón. ¡Oh! Esa tonsura se atrae
alternativamente o el oprobio y la ironía, o el honor
y gloria en ese mundo inconstante, en que se sigue renovando día por día en los millares de esos apóstoles
el espectáculo de Cristo Rey de burlas, y también rey
de gloria y de gloria para siempre.
¿Quién nos dará,
Señor, que nos aprovechemos de
tan hermosas enseñanzas; que admiremos cuanto se lo
merecen las proezas de tu sapientísima pasión, las maravillas del amor
de tu corazón, a cuyo servicio ha sido puesta la voluntad de tu Padre,
que tanto nos ha
amado y la sabiduría tuya, celeste Hijo, Verbo Santo?
Ilumine nuestra mente, alumbre nuestra inteligencia,
eduque nuestro corazón tu Santa Madre, ¡oh Redentor
nuestro!, pues queriéndolo tú, Ella ha sido puesta para la dispensación
de tus grandes adquisiciones. Cordura grande es, oh Señor Jesús, no
buscarte sino acompañado tú de la Madre de Dios y acompañados nosotros
de Ella. Muéstranosle, Señora, y dinos: «He aquí a mi Hijo coronado de
espinas y vestido como rey de
burlas; pedidme y Él os hara reyes de todas veras». Pero también
tomadnos la mano y alentadnos a apretar
en nuestra frente, que tantos delitos ha fraguado, la corona de espinas
del arrepentimiento, de la humildad y
de la paciencia; y ayudadnos también a que no dejemos día sin que
vuestro Rosario goce de una hora de
recrearnos con esa luz y ese fuego de que pende toda
la paz de esta vida y la salvación en la futura.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)