En la entrevista para el programa “60 Minutos” de la CBS cuyo estreno tendrá lugar mañana 19 de Mayo (y de la cual se dio un avance que será pura “pelota suave”), la activista mediática Norah Morahan O’Donnell O’Kane le preguntó a Francisco Bergoglio: «Hay obispos conservadores en los Estados Unidos que se oponen a sus nuevos esfuerzos para revisar las enseñanzas y tradiciones. ¿Cómo responde a esas críticas?». A lo que este contestó:
«Ellos usan este adjetivo “conservador” [sonrisa desdeñosa]. Un conservador es alguien que se aferra a algo y no quiere ver más allá [se encoge como asustado]. Es una actitud suicida. Porque una cosa es tener en cuenta la tradición, considerar, situaciones del pasado, y otra cosa muy distinta es encerrarse en una caja dogmática, [hace un cuadrado con las manos] dogmática quadráta».
Siguiendo el parecer de esta lógica, se ha de concluir sí o sí que el mismo Bergoglio es muy conservador, porque se aferra a las ideologías mundanas sobre la homosexualidad, el clima, las terapias génicas por el corona, y sobre todo, del Concilio Ladrón del Vaticano y la “Teología de la Liberación” que adoptaron los jesuitas en el Simposio del Escorial en 1972 y la XXXII Congregación General de 1974-1975 donde precisamente él mismo había sido el agente de Arrupe contra sus correligionarios españoles Luis María Mendizábal Ostolaza, José María Alba Cereceda, José Ramón Bidagor Altuna y Rodrigo Molina Rodríguez; y el venezolano Tomás Morales Pérez que se oponían a ella. Y hoy en día, los jesuitas están en inexorable desaparición y sin necesidad de Borbones, Pombales, Mosqueras o Alfaros, nones: POR SÍ MISMOS, POR SU PROPIA CULPA.
Pero, cual reloj dañado que da la hora exacta dos veces al día, Bergoglio tiene razón al decir que el conservador «es alguien que se aferra a algo y no quiere ver más allá». Porque los conservadores (y neoconservadores) en los Estados Unidos y otros lugares quieren “conservar” los aspectos exteriores de la Tradición (celebrar “ad oriéntem”, el canto gregoriano, las casullas brocadas en oro, los roquetes con encajes, la capa magna, y un largo et cœ́tera) sin profundizar la doctrina que la legitima, y añadiéndolos al Novus Ordo como el benzoato de sodio, para mantenerlo comestible más tiempo (aun cuando tiene más de 50 años de caducado). Son los que condenan la consecuencia (la sinodalidad) y mantienen entronizada la causa (el Vaticano II), los que critican a Jorge Bergoglio y ensalzan a aquel Karol Wojtyła que lo elevó a arzobispón de Buenos Aires y lo creó cardenal echándose al trenzado las advertencias de su superior Peter Hans Kolvenbach, y al Joseph Ratzinger que lo quería como Secretario de Estado y cuya renuncia lo llevó a donde está ahora.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)