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ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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domingo, 20 de octubre de 2024

MES DE LOS SANTOS ÁNGELES – DÍA VIGÉSIMO

Dispuesto por el padre Alejo Romero, y publicado en Morelia por la Imprenta Católica en 1893, con licencia eclesiástica.
  
MES DE OCTUBRE, CONSAGRADO A LOS SANTOS ÁNGELES, EN QUE SE EXPONEN SUS EXCELENCIAS, PRERROGATIVAS Y OFICIOS, SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, LOS SANTOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA.
 
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberano Señor del mundo, ante quien doblan reverentes la rodilla todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno; miradnos aquí postrados en vuestra divina presencia para rendiros los homenajes de amor, adoración y respeto que son debidos a vuestra excelsa majestad y elevada grandeza. Venimos a contemplar durante este mes las excelencias, prerrogativas y oficios con que habéis enriquecido en beneficio nuestro a esos espíritus sublimes que, como lámparas ardientes, están eternamente alrededor de vuestro trono, haciendo brillar vuestras divinas perfecciones. Oh Sol hermoso de las inteligencias, que llenáis de inmensos resplandores todo el empíreo, arrojad sobre nuestras almas un destello de esos fulgores, a fin de que, conociendo la malicia profunda del pecado, lo aborrezcamos con todas nuestras fuerzas, y se encienda en nuestros corazones la viva llama del amor divino, para que podamos camina por los senderos de la virtud, hasta llegar a la celestial Jerusalén, donde unamos nuestras alabanzas a las de los angélicos espíritus y bienaventurados, para glorificarlos por toda la eternidad. Amén.
   
DÍA VIGÉSIMO – LOS ÁNGELES CUSTODIOS OFRECEN A DIOS NUESTRAS BUENAS OBRAS
   
MEDITACIÓN
PUNTO 1º. Considera, alma mía, que nuestros Ángeles custodios no se limitan únicamente a ilustrarnos en el bien que hemos de hacer y a sugerirnos las buenas obras que podemos practicar; sino que también, cuando merced a sus inspiraciones, hemos hecho el bien, ellos se encargan de ofrecerlo a Dios para que lo acepte. Así, pues, todas nuestras súplicas, oraciones, necesidades, sufrimientos, en una palabra, todas nuestras buenas obras no pueden llegar al trono del Eterno sin pasar antes por las manos de los Ángeles, quienes las depositan al pie del altar de oro, que es Nuestro Señor Jesucristo. Sin esta mediación de los Santos Ángeles, nuestras obras no tendrían la aceptación y acogida que deseáramos, pues llevadas en nuestras manos, serían como alimentos servidos en platos sucios; provocarían el desagrado ele Dios; mientras que en las manos puras de los Ángeles les son más agradables. Por esto en el Santo Sacrificio de la Misa decimos a Dios: «Disponed, Señor, que nuestras oraciones os sean presentadas por las manos de tu santo Ángel», porque este Ángel, como dice Bossuet: «Les presta sus alas para elevarlas, su fuerza para sostenerlas, su fervor para animarlas». No se contentan con presentar sólo nuestras oraciones, sino que ofrecen todas nuestras buenas obras, como hemos dicho; recogen todos nuestros deseos y pensamientos y les dan valor delante de Dios. Sobre todo, ¿quién podrá expresar la inmensa alegría que inunda sus corazones cuando pueden presentar a Dios o las lágrimas de los penitentes o los trabajos sufridos por su amor en humildad y paciencia? Ellos saben que la conversión de los pecadores da lugar a la fiesta más espléndida y al regocijo más grande de los espíritus celestes, pues que, siendo el fruto de sus cuidados y desvelos, es el más bello y rico presente que pueden ofrecer al Altísimo. Respecto de nuestros sufrimientos, es necesario no olvidar que por ellos nos hacernos semejantes a Nuestro Señor Jesucristo, que es apellidado el Hombre de Dolores, y que es un grande honor, una inmensa gloria que se represente en nuestro cuerpo mortal y pasible la vida de Jesús, como dice el Apóstol. Pues bien, si los Ángeles fueran capaces de envidia, no desearían otra cosa que sufrir por amor de Dios, a fin de imitarle haciéndose partícipes de inmensos grados de gracia y de gloria correspondientes a los sufrimientos; pero ya que estos espíritus bienaventurados comprenden que no pueden tener este honor, porque su naturaleza impasible no les permite dar a su Dios esta generosa prueba de fidelidad por medio de las aflicciones; se contentan, se satisfacen y se regocijan en alabarla en los mortales y tienen a grande honra presentar al Señor las penas de los mártires como las aflicciones v austeridades de los confesores, y, en general, todos los trabajos sufridos por amor de Dios de sus recomendados.
    
PUNTO 2º. Considera que este oficio de los Ángeles, como otros varios, está consignado claramente en las Santas Escrituras; y los Santos Padres y Doctores lo han enseñado expresamente; por lo mismo, no nos es lícito dudar de él; si no antes bien debemos regocijarnos de una verdad tan consoladora y provechosa. Este oficio de medianeros entre Dios y los hombres, fue lo que vio Jacob figurado por aquella escala misteriosa cuyo pie se asentaba en la tierra, y cuya altura tocaba con el cielo y por la cual subían y bajaban innumerables Ángeles. Así lo entendió Orígenes cuyas son estas palabras: «Los Ángeles suben porque ellos son los que llevan al cielo los votos y plegarias de los hombres». San Juan en el Apocalipsis dice que vio una muchedumbre de Ángeles que ofrecían ante el trono de Dios exquisitos aromas que salían de los incensarios y pebeteros que llevaban en sus manos; «los cuales, añade, son las oraciones y plegarias de los justos de la tierra». San Bernardo dice claramente: «Los Ángeles ofrecen al Señor no sus trabajos, sino los nuestros, no sus lágrimas sino las nuestras, y en cambio nos traen del Cielo dones divinos». Y San Agustín dice de igual modo: «Señor, ellos llevan a vuestros pies nuestros gemidos y suspiros, a fin de obtener más fácilmente de vuestra bondad nuestro perdón». Es unánime el testimonio de los escritores católicos acerca de esta verdad. Así pues, alegrémonos al saber que cada uno de nosotros tiene un feliz mensajero, un noble abogado, que presentado ante el trono de Dios nuestras tibias oraciones y súplicas, calma la cólera divina irritada contra nosotros, y nos alcanza preciosos tesoros de bondad y misericordia.
    
JACULATORIA
Santo Ángel de mi guarda, dignaos ofrecer todos los días al Señor las buenas obras que practicare, alcanzándome en recompensa abundancia de gracias y dones celestiales.
   
PRÁCTICA
Ofreced todas las noches antes de acostaros por manos de vuestro Ángel custodio, al Corazón purísimo de Jesús, todas vuestras buenas obras ejecutadas durante el día. Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri, y se ofrecen con la siguiente:
   
ORACIÓN
Amantísimo Ángel de mi guarda, celoso abogado de mi alma, ya veis que mis oraciones son demasiado imperfectas para que puedan elevarse por sí mismas hasta el trono del Altísimo, pues que casi siempre van acompañadas de pensamientos vanos e imaginaciones vagas, y con los recuerdos de los cuidados temporales; por eso recurro a vos, suplicándoos las recojáis en vuestras  manos puras y las presentéis al Padre de las misericordias, a fin de que, obteniendo amorosa acogida, sean despachadas favorablemente, tornándose en dulces bendiciones y abundantes gracias con que pueda amar y servir a Dios en esta vida y después gozarle para siempre en la otra. Amén.
 
EJEMPLO
Santa Rosa de Lima desde sus más tiernos años gozaba de familiaridad estrechísima con el Ángel de su guarda. Habíase formado una especie de celda en la extremidad de la huerta de su casa, y allá se retiraba diariamente y pasaba largas horas en la oración y penitencia. Una noche, rendido su tierno cuerpecito de una austeridad tan sobre sus años y sus fuerzas, sintió un desmayo extraordinario, y se vio obligada a acudir al auxilio de su madre, Viéndola ésta entrar pálida y desfallecida, ordenó a la criada le trajese inmediatamente un poco de chocolate; mas la niña suplicaba que suspendiese la orden, porque muy presto le vendría de otra parte aquel alivio. «¿Pero de dónde?», replicó la buena Señora; «¿quién puede tener noticia de tu necesidad?». La niña persistía, y en esto entra el criado de una amiga íntima de la casa trayendo a Rosa una jícara de chocolate. Sorprendida la madre mandó a la santa niña le declarase a quién había enviado a pedir aquel reparo. «No lo extrañes, madre», contestó candorosamente, «estos y semejantes servicios me hace continuamente el Ángel de mi guarda: apenas me sentí desfallecer, le dije que hiciera saber mi estado a nuestra amiga María y la necesidad que tenia de aquel socorro. Mi buen Ángel nunca deja de hacerme lo que le encargo». Llena de estupor la madre, no sabía que admirar más, si la rareza del prodigio, o la poca novedad que Rosa hacía de él; mas luego tuvo ocasión de observar que su santa hija estaba acostumbrada a tales finezas de su celestial ayo (Este caso y otros semejantes se leen en la Bula de canonización de la Santa Virgen, expedida por el Papa Clemente X).
     
ORACIÓN A LA REINA DE LOS ÁNGELES PARA TODOS LOS DÍAS
Oh, María, la más pura de las vírgenes, que por vuestra grande humildad y heroicas virtudes, merecisteis ser la Madre del Redentor del mundo, y por esto mismo ser constituida Reina del universo y colocada en un majestuoso trono, desde donde tierna y compasiva miráis las desgracias de la humanidad, para remediarlas con solicitud maternal; compadeceos, augusta Madre, de nuestras grandes desventuras. El mundo no ha dejado en nosotros más que tristes decepciones y amargos desengaños; en vano hemos corrido en pos de la felicidad mentida que promete a sus adoradores, pues no hemos probado otra cosa que la hiel amarga del remordimiento, y nuestros ojos han derramado abundantes lágrimas que no han podido enjugar nuestros hermanos. Por todas partes nos persiguen legiones infernales incitándonos al mal, y no tenemos otro abrigo que refugiarnos bajo los pliegues de vuestro manto virginal, como los polluelos perseguidos por el milano no tienen otro asilo que agruparse bajo las alas del ave que les dio el ser. Por esto, desde el fondo de nuestras amarguras clamamos a Vos para que enviéis hasta nosotros y para nuestra defensa a los espíritus angélicos, de quienes sois la Reina y Soberana, a fin de que nos libren de sus astutas asechanzas y nos guíen por el recto camino de la felicidad. Amén.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)