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sábado, 3 de diciembre de 2022

CANTALAMESSA NEGANDO LA NECESIDAD DE LA IGLESIA Y LA FE EN CRISTO PARA SER SALVO

Ayer viernes 2 de diciembre, tuvo lugar en Roma la primera de tres predicaciones de Adviento a cargo del cardenal Raniero Cantalamessa Giovannini OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia de Francisco Bergoglio.
   

En su sermón, que trató sobre la Fe, Cantalamessa comienza diciendo ortodoxamente que la fe cristiana consiste en creer en Dios y a Su enviado, Jesucristo el Señor; y siguiendo al Apóstol San Pablo en el capítulo X de su carta a los Romanos que este proceso de fe (la cual anima la caridad) va en tres pasos: oír, creer, y confesar. Pero inmediatamente, esa ortodoxia llega a su abrupto final, cuando dice, palabras más o menos, que no solamente no es necesario estar en la Iglesia Católica, sino que ¡NO ES NECESARIO TENER FE EXPLÍCITA EN CRISTO! para ser salvo. Pero que sea él mismo quien lo diga:
«En este punto, surge una pregunta muy actual. Si la fe que salva es la fe en Cristo, ¿qué pensar de todos aquellos que no tienen posibilidad de creer en él? Vivimos en una sociedad pluralista, incluso religiosamente. Nuestras teologías –orientales y occidentales, católicas y protestantes por igual– se desarrollaron en un mundo donde prácticamente sólo existía el cristianismo. Sin embargo, se conocía la existencia de otras religiones, pero se las consideraba falsas desde el principio, o ni siquiera se tomaban en cuenta. Aparte de la diferente manera de entender la Iglesia, todos los cristianos compartían el axioma tradicional: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”: Extra Ecclésiam nulla salus.
   
Hoy en día, esto ya no es el caso. Desde hace algún tiempo existe un diálogo entre religiones, basado en el respeto mutuo y el reconocimiento de los valores presentes en cada una de ellas. En la Iglesia Católica, el punto de partida fue la declaración “Nostra ætáte” del Concilio Vaticano II, pero una orientación similar es compartida por todas las Iglesias cristianas históricas. Con este reconocimiento, se ha afirmado la convicción de que incluso las personas fuera de la Iglesia pueden salvarse.
   
¿Es posible, en esta nueva perspectiva, mantener el papel hasta ahora atribuido a la fe “explícita” en Cristo? El antiguo axioma: “fuera de la Iglesia no hay salvación” ¿no terminaría perviviendo, en este caso, en el axioma: “fuera de la fe no hay salvación”? En algunos ambientes cristianos, esta última es, de hecho, la doctrina dominante y es la que motiva el compromiso misionero. De esta manera, sin embargo, la salvación se limita desde el principio a una pequeña minoría de personas.
   
Esto no sólo no puede dejarnos tranquilos, sino que ante todo agravia a Cristo, privándolo de una gran parte de la humanidad. No es posible creer que Jesús es Dios y luego limitar su relevancia real a un solo sector estrecho de ella. Jesús es “el salvador del mundo” (Jn 4,42); el Padre envió al Hijo “para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17): ¡el mundo, no unos pocos en el mundo!
  
Tratemos de encontrar una respuesta en las Escrituras. Ella afirma que quien no ha conocido a Cristo, sino que actúa en base a su propia conciencia (Rm 2, 14-15) y hace el bien al prójimo (Mt 25, 3 ss.) es aceptable a Dios. En los Hechos de los Apóstoles escuchamos, de boca de Pedro, esta solemne declaración: “Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea” (Hch 10, 34-35).
   
Incluso los adherentes a otras religiones generalmente creen que “Dios existe y recompensa a los que lo buscan” (Heb 11: 6); por tanto, se realiza en ellos lo que la Escritura considera el dato fundamental y común de toda fe. Esto se aplica, por supuesto, de manera muy especial, a los hermanos judíos que creen en el mismo Dios de Abraham, Isaac y Jacob en quien creemos también nosotros los cristianos.
   
La razón principal de nuestro optimismo no se basa, sin embargo, en el bien que pueden hacer los adherentes a otras religiones, sino en la “gracia multiforme de Dios” (1Pt 4, 10). A veces siento la necesidad de ofrecer el sacrificio de la Misa precisamente en nombre de todos los que se salvan por los méritos de Cristo, pero no lo saben y no pueden agradecerle. La liturgia también nos insta a hacerlo. En la Plegaria Eucarística IV, a la oración por el Papa, el obispo y los fieles, se añade una oración “por todos los que te buscan con corazón sincero”.
    
Dios tiene muchas más formas de salvar de las que podemos pensar. Instituyó “canales” de su gracia, pero no se ligó a ellos. Uno de estos medios “extraordinarios” de salvación es el sufrimiento. Después de que Cristo lo tomó sobre sí y lo redimió, él es también, a su manera, un sacramento universal de salvación. Aquel que descendió a las aguas del Jordán, santificándolas por cada bautismo, descendió también a las aguas de la tribulación y de la muerte, convirtiéndolas en instrumento potencial de salvación. Misteriosamente, todo sufrimiento –no sólo él de los creyentes– cumple, de algún modo, “lo que falta a la pasión de Cristo” (Col 1, 24). La Iglesia celebra la fiesta de los Santos Inocentes, ¡ni siquiera ellos sabían que sufrían por Cristo!
   
Creemos que todos los que son salvos son salvos por los méritos de Cristo: “No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos” (Hech. 4, 12). Sin embargo, una cosa es afirmar la necesidad universal de Cristo para la salvación y otra cosa es afirmar la necesidad universal de la fe en Cristo para la salvación».

La doctrina Católica no suscribe ni avala las palabras de Cantalamessa, sino que lo condena como el hereje que es:
  • SAGRADA ESCRITURA (Versión de Mons. Félix Torres Amat):
    • «El que creyere y se bautizare, se salvará, pero el que no creyere, será condenado» (San Marcos XVI, 16).
    • «El Verbo era la luz verdadera, que cuanto es de sí alumbra a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue por él hecho, y con todo el mundo no le conoció. Vino a su propia casa, y los suyos no le recibieron. Pero a todos los que le recibieron, que son los que creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Los cuales no nacen de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de querer de hombre, sino que nacen de Dios por la gracia» (San Juan I, 9-13).
    • «Pues sin fe es imposible agradar a Dios; por cuanto el que se llega a Dios debe creer que Dios existe, y que es remunerador de los que le buscan» (Hebreos XI, 6).
  • SAN CIPRIANO DE CARTAGO:
    • «Que no piensen que el camino de la vida o la salvación existe para ellos, si han rehusado obedecer a los obispos y presbíteros, dado que el Señor dice en el libro de Deuteronomio: “Si alguno procede insolentemente, no escuchando al sacerdote ni al juez nombrado en el día, ese hombre morirá, y oyéndolo el pueblo, temerá, y no procederá de forma tan impía” [Deuteronomio XVII, 12-13]. Dios ordenó que se matara a los que no obedecían al sacerdote ni escuchaban al juez designado en ese tiempo. Y entonces se les mataba con la espada, cuando aún estaba vigente la circuncisión de la carne, pero ahora, cuando la circuncisión ha comenzado a ser del espíritu entre los siervos de Dios, los orgullosos e insolentes son muertos con la espada del Espíritu cuando son arrojados fuera de la Iglesia. Porque no pueden vivir fuera, ya que sólo hay una casa de Dios, y no puede haber salvación para nadie si no es en la Iglesia» (Epístola IV [LXI], A Pomponio, sobre algunas vírgenes, 4)
    • «Porque cuando el Apóstol Pablo dice: “Por esta causa el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer; y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio; pero hablo respecto de Cristo y su Iglesia” [Efesios V, 31-32], cuando, digo, el bienaventurado Apóstol dice esto, y con su sagrada voz testifica la unidad de Cristo con la Iglesia, uniéndose mutuamente con vínculo indivisible, ¿cómo puede un hombre que no está con la esposa de Cristo y en su Iglesia, estar con Cristo? ¿O cómo puede asumir para sí el cargo de regir o gobernar la Iglesia quien ha estropeado y agraviado a la Iglesia de Cristo?» (Epístola LII [XLVIII], A Cornelio, sobre los crímenes de Donato, 1)
    • ¿Puede el poder del bautismo ser mayor o más provechoso que la confesión, que el sufrimiento, cuando uno confiesa a Cristo ante los hombres y es bautizado en su propia sangre? Y, sin embargo, ni siquiera este bautismo beneficia a un hereje, aunque haya confesado a Cristo y haya sido condenado a muerte fuera de la Iglesia, a menos que los patrocinadores y defensores de los herejes declaren que los herejes que son asesinados en una falsa confesión de Cristo son mártires, y concederles la gloria y la corona del martirio contrario al testimonio del Apóstol, que dice que de nada les aprovechará ser quemados y muertos [cf. 1 Corintios XIII, 3]. Pero si no puede servir para la salvación al hereje ni el bautismo de la confesión pública ni el de sangre, porque no hay salvación fuera de la Iglesia, ¡cuánto menos le será de provecho, si en un escondite y cueva de ladrones, manchado con el contagio de aguas adúlteras, no sólo no se ha despojado de sus viejos pecados, sino que ha acumulado otros aún más nuevos y mayores! Por lo cual el bautismo no puede ser común a nosotros y a los herejes, a quiened no le es común ni Dios Padre, ni Cristo Hijo, ni el Espíritu Santo, ni la fe, ni la Iglesia misma. Y, por tanto, a los que han de ser bautizados, que vienen de la herejía a la Iglesia, les conviene, a fin de que los que están preparados, en el bautismo lícito, verdadero y único de la santa Iglesia, por la regeneración divina, para el reino de Dios, sean nacidos de ambos sacramentos, porque escrito está: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” [San Juan III, 5]». (Epístola LXXIII [LXII], A Jubiano, sobre el bautismo de los herejes, 21).
  • SAN AGUSTÍN:
    • «Fuera de la Iglesia él [Emérito, obispo donatista de Cesarea] puede tenerlo todo menos la salvación: puede tener el honor del episcopado, puede tener los sacramentos, puede cantar el “aleluya”, puede responder “amén”, puede tener el Evangelio, puede tener y predicar la fe en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; pero nunca podrá encontrar la salvación sino en la Iglesia Católica» (Sermón a los fieles de la iglesia de Cesarea, 6).
    • «Ahora bien, si es dudoso que constituye un pecado recibirlo [el bautismo] en la facción de Donato, ¿cómo dudar que constituye un pecado cierto no recibirlo precisamente allí [en la Iglesia de Cristo] donde ciertamente no es pecado? Por lo que se refiere a los que por ignorancia se bautizan allí, pensando que aquella es la Iglesia de Cristo, si se les compara con los anteriores, su pecado es menor, aunque queden malheridos por el pecado del cisma. Y no dejan de pecar gravemente porque los otros pequen todavía más gravemente. Efectivamente, al decirles a algunos: “El día de juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti” [San Mateo XI, 24], no se quiso decir que los sodomitas no serán atormentados, sino que los otros lo serían con más rigor» (Tratado sobre el Bautismo, libro primero, cap. V).
    • «Quien recibe el bautismo entre los herejes o en algún cisma fuera de la comunión de la Iglesia, se queda sin percibir fruto alguno en cuanto participa de la perversidad de los herejes y cismáticos» (Tratado sobre el Bautismo, libro tercero, cap. X).
    • «Ni este bautismo aprovecha el hereje, aunque haya perdido la vida fuera de la Iglesia confesando a Cristo. Y es una gran verdad: al morir fuera de la Iglesia manifiesta bien claramente que no tiene la caridad de que habla del Apóstol» (Tratado sobre el Bautismo, libro cuarto, cap. XVII).
  • IV CONCILIO LATERANENSE (Bajo Inocencio III): «Y hay una sola Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual no se salva absolutamente nadie» (Definición de Fe contra los Albigenses y otros herejes, cap. I, 30 de Noviembre de 1215. Inocencio III cita a San Cipriano de Cartago, Epístola a Jubiano, 21).
  • SANTO TOMÁS DE AQUINO:
    • «Seguidamente, él (Inocencio III) llega al artículo sobre el efecto de la gracia. En primer lugar, habla sobre el efecto de la gracia en relación a la unidad de la Iglesia, diciendo: “Hay una Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual no se salva nadie en absoluto”. Así la unidad de la Iglesia depende primariamente de su unidad de fe, porque la Iglesia no es otra cosa que la congregación de los fieles. Dado que es imposible agradar a Dios sin fe, no puede haber lugar de salvación más que en la Iglesia. Además, la salvación de los fieles es consumada mediante los sacramentos de la Iglesia, en los que es operativo el poder de la pasión de Cristo» (Comentario al decreto de Inocencio III sobre los valdenses, en la Decretal I, 16, 305)
    • «La res (realidad) de este sacramento es la unidad de la Iglesia, fuera de la cual no hay ni salvación ni vida» (Comentario al Liber Sententiárum de Pedro Lombardo, Sentencia I, distinción 9.ª, cuestión I, art. 5.º, solución 4.ª a la objeción 2.ª).
    • «La cosa significada es la unidad del cuerpo místico sin la que no puede haber salvación, ya que fuera de la Iglesia no hay salvación, como tampoco la había en tiempo del diluvio fuera del arca de Noé, que significaba la Iglesia». (Suma Teológica, parte III, cuestión 73, art. 3.º).
  • BONIFACIO VIII: «Por imperativo de la fe estamos obligados a creer y a sostener que hay una santa Iglesia católica y apostólica. Nosotros la creemos firmemente y abiertamente la confesamos. Fuera de ella no hay salvación ni remisión de los pecados… Ella representa el único cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo, y Dios la cabeza de Cristo. En ella hay “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Efesios IV, 5). Porque, en efecto, una sola fue el arca de Noé… tenía un solo piloto y un único jefe: Noé. Fuera de ella pereció todo cuanto existía sobre la tierra. La Iglesia, pues, que es una y única, tiene un solo cuerpo, una sola cabeza; no dos, como un monstruo. Es decir, Cristo y el vicario de Cristo: Pedro y el sucesor de Pedro. Pues dice el Señor al mismo Pedro: “Apacienta mis ovejas” (San Juan XXI, 17). “Mis ovejas”, dijo, y de modo general, no éstas o aquellas en particular; por lo que se entiende que se las confió todas. Si, pues, los griegos (ortodoxos) u otros afirman que ellos no han sido confiados a Pedro y sus sucesores, tendrán que confesar que no son ovejas de Cristo; puesto que el Señor dice en Juan que hay “un solo rebaño y un solo pastor” (San Juan X, 16)» (Bula Unam sanctam, 18 de Noviembre de 1302).
  • CONCILIO DE FLORENCIA (Bajo Eugenio IV): «La sacrosanta Iglesia romana… cree firmemente, confiesa y predica que ninguno que esté fuera de la Iglesia católica, no sólo pagano, sino aun judío o hereje o cismático, podrá alcanzar la vida eterna; por el contrario, que irán al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles, a menos que antes de morir sean agregados a ella. Y tan importante es la unidad del cuerpo de la Iglesia, que sólo los que permanecen en ella les aprovechan los sacramentos de la Iglesia para vida eterna. Y que sólo a ellos les proporcionan frutos de vida eterna los ayunos, las limosnas y las restantes obras de piedad y los ejercicios de la ascética cristiana. Y que por muchas limosnas que haga, aunque derrame su sangre por Cristo, nadie puede salvarse si no permaneciere en el seno y en la unidad de la Iglesia católica» (Bula Cantate Dómino, 4 de Febrero de 1441. Se cita a San Fulgencio de Ruspe, Tratado sobre la Fe, a Pedro, cap. XXXVII ss, LXXVIII ss).
  • CONCILIO DE TRENTO: «Cuando dice el Apóstol que el hombre se justifica por la fe, y gratuitamente; se deben entender sus palabras en aquel sentido que adoptó, y ha expresado el perpetuo consentimiento de la Iglesia católica; es a saber, que en tanto se dice que somos justificados por la fe, en cuanto esta es principio de la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual es imposible hacerse agradables a Dios, ni llegar a participar de la suerte de hijos suyos» (Decreto sobre la justificación, cap. VII).
  • PÍO IX: «No sin pesar, hemos sabido que otro error, no menos nocivo, ha tomado posesión de ciertas partes del mundo católico, y ha entrado en las mentes de muchos católicos, que creen que bien pueden esperar la salvación eterna de todos aquellos que de ninguna manera han vivido en la verdadera Iglesia de Cristo. Por esta razón están acostumbrados a preguntar frecuentemente cual va a ser el destino y la condición de aquellos que nunca se han entregado a la fe católica, y guiados por las más absurdas razones, esperan una respuesta que favorezca a su depravada opinión. Lejos de nosotros intentar establecer límites a la misericordia divina, que es infinita. Lejos de nosotros querer escrutar los consejos y juicios escondidos de Dios, que son un `inmenso abismo´ que el pensamiento humano nunca puede penetrar. De acuerdo con Nuestro deber apostólico deseamos alentar vuestra solicitud y vigilancia episcopal para echar de las mentes de los hombres, hasta el punto en que seáis capaces de usar todas vuestras energías, esa impía y nociva idea: que el camino de la salvación eterna puede encontrarse en cualquier religión. Con toda la habilidad y el saber a vuestra disposición, deberíais probar a la gente encomendada a vuestro cuidado, que los dogmas de la fe católica no se oponen de ninguna manera a la misericordia y la justicia divinas. Ciertamente debemos mantener que es parte de la fe que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia apostólica Romana, que es el único arca de salvación y que quien no entra en ella va a perecer en el diluvio. Pero, sin embargo, debemos de la misma manera defender como cierto que aquellos que se afanan en la ignorancia de la fe verdadera, si esa ignorancia es invencible, nunca serán acusados por esto ante los ojos del Señor. ¿Quién hay que se arrogaría el poder de señalar la extensión de tal ignorancia según la naturaleza y variedad de pueblos, regiones, talentos y tantas otras cosas?» (Alocución consistorial Singulári Quádam, 9 de Diciembre de 1854).
Y ya que Cantalamessa citó el caso de los Santos Inocentes (que junto al de San Dimas el Buen Ladrón es citado para intentar justificar que no es necesario el Bautismo), cabe recordar que cuando ellos fueron martirizados, aún no estaba vigente la obligatoriedad del Bautismo.
  
Hoy es fiesta de San Francisco Javier, que con su predicación y ejemplo ha sido constituido junto a Santa Teresita del Niño Jesús patrono de las misiones católicas. Cabe preguntarnos si, a la luz de este malhadado sermón de Cantalamessa, todos los afanes y sufrimientos padecidos por él (y otros miles de misioneros en toda la historia de la Iglesia) para cumplir el mandato positivo de Cristo de predicar el Evangelio a todas las naciones, bautizarlas y enseñarles a guardar la Doctrina recibida, ha sido algo vano e inútil si todas las religiones salvan igual, si Cristo está en pie de igualdad con Buda, Mahoma, la ONU o cualquier gurú que aparezca por ahí. Pero gracias a Dios Uno y Trino, no lo ha sido ni lo será, porque SOLO EN LA IGLESIA CATÓLICA HAY SALVACIÓN.
  
San Francisco Javier, patrono de las Misiones católicas, ruega por nosotros.
  
JORGE RONDÓN SANTOS
3 de Diciembre de 2022.
Sábado de la I Semana de Adviento Romano (III del Adviento Ambrosiano e Hispánico). Fiesta de San Francisco Javier, Confesor.

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