Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
[…] Otro hecho que se puede aducir en confirmación de la existencia de Dios es el de la ley moral. Desde que el mundo es mundo, los hombres siempre han hecho distinción entre el bien y el mal, la virtud y el vicio; se han sentido internamente obligados a hacer el bien y a huir el mal; siempre han probado en su conciencia la alegría por el bien cumplido y el remordimiento por el mal cometido. ¿Por qué esto? ¿Cuál es la razón última de estos hechos?
Los incrédulos hacen esfuerzos inauditos para sustraerlos de toda relación con el más allá. Ellos buscan explicar los dictados morales de la conciencia recurriendo a la educación, a los fenomenos hereditarios, etc. Y todos conocen el intricado laberinto de hipótesis y de sistemas excogitados, especialmente desde Kant en adelante, para explicar la obligación moral sin derivarla de Dios. Es el esfuerzo continuo para sustraerse al gobierno divino.
Pero en vano. Como en el mundo físico no se puede explicar el movimiento sin dirigirse a un primer moviente, así en el mundo moral no se puede explicar la fuerza obligatoria de la ley moral sin dirigirse a un supremo Legislador. Lo habíamos demostrado al confutar la moral independiente [1].
Aquí notaremos solo que la intrínseca diferencia entre el bien y el mal, y la consiguiente obligación moral que de ello deriva –la cual se impone a todos como imperativo absoluto– no se puede ni siquiera concebir sin la idea de Dios. Es verdad que la razón próxima de la bondad o malicia de nuestras acciones está en los dictados de nuestra conciencia, o, mejor, en los juicios de nuestra razón sobre la conveniencia o inconveniencia de nuestras acciones con aquellos dictados. Mas la razón última está toda en la referencia de aquellos dictados a la Suprema Razón y Voluntad Divina, de lancual nuestra razón no hace sino interpretar los entendimientos a través del orden objetivo de las cosas. No tanto que esto se advierta explícitamente –convendría en tal caso analizar el contenido– pero implícitamente sí, porque aquellos dictados morales se nos imponen como mandatos independientes de cualquier autoridad humana y de cualquier provecho o daño temporal, y por ende tales que nos hacen sentir la autoridad del Supremo Legislador Divino.
He aquí por qué los mismos paganos reconocían la ley moral como un mandato o prohibición proveniente de la misma Divinidad [2]: he aquí por qué el mismi Apóstol San Pablo reconocía en los Gentiles una ley escrita en sus corazones según la cual serán juzgados por Dios [3]: y he aquí por qué Manzoni ha podido escribir en Los Novios el célebre diálogo entre el Cardenal Federigo y El Innombrado.
Breve: el hombre siente estar ordenado a Dios como a su último fin, y la ley moral no es sino la dirección de sus acciones hacia este fin.
Cuanto hemos dicho hasta ahora recibe mayor luz por otro hecho: la aspiración del hombre a una felicidad perfecta que no se puede tener aquí en este mundo. Es un hecho que todos los bienes presentes, aun tomados en su conjunto, no pueden aquietar las ansias del hombre y hacerlo plenamente feliz. Esta ilimitación de las ansias por parte de la voluntad, procede de la ilimitación del conocimiento por parte de nuestra mente. Sentimos por íntima experiencia que el intelecto no está hecho para esta o aquella verdad, sino para la verdad ilimitadamente tomado, o sea para la Verdad: como igualmente sentimos por íntima experiencia que la voluntad no está hecha para este o aquel bien, sino para el bien ilimitadamente tomado, o sea para el Bien como tal. En otros términos, solamente la suma verdad y el sumo bien pueden apagar la ilimitación de nuestras ansias. Pero la suma verdad y el sumo bien no es sino Dios. De ahí que la aspiración del hombre a la felicidad, cuando se analiza en todos sus elementos, no es sino la misma aspiración del hombre a Dios. Decía San Agustín: «Fecísti nos, Dómine, ad Te, et inquiétum est cor nostrum donec requiéscat in te» [Nos hiciste, Señor, para Ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descansemos en ti].
Si bien la ley moral y la aspiración del hombre a la felicidad no son pruebas directas de la existencia de Dios, pero la presuponen sin duda […].
Mons. GIUSEPPE BALLERINI, La existencia de Dios.
NOTAS
[1] En el primer volumen de la Breve Apología (6a ed.), cap. XLVIII.
[2] Ver Cicerón, De Légibus, cap. II, c. 4.
[3] Epístola a los Romanos, cap. II, 14-15.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios deberán relacionarse con el artículo. Los administradores se reservan el derecho de publicación, y renuncian a TODA responsabilidad por el contenido de los comentarios que no sean de su autoría. La blasfemia está estrictamente prohibida, y los insultos a la administración es causal de no publicación.
Comentar aquí significa aceptar las condiciones anteriores. De lo contrario, ABSTENERSE.
+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)