CARTA ABIERTA AL PAPA Y MANIFIESTO EPISCOPAL
21/11/1983
Beatísimo Padre
Permítanos Vuestra Santidad que, con filial franqueza, Le presentemos las reflexiones que siguen.
La situación de la Iglesia es tal, hace unos veinte años, que parece una ciudad ocupada.
Millares de sacerdotes y millones de fieles se encuentran en un estado de angustia y de perplejidad, motivado por la “autodestrucción” de la Iglesia: los errores contenidos en documentos del Concilio Vaticano II, las reformas posconciliares, especialmente la Reforma Litúrgica, las falsas concepciones difundidas por documentos oficiales, los abusos de poder cometidos por miembros de la Jerarquía dejan a los fieles perturbados y confusos. Semejante situación viene causando en muchos la pérdida de la fe, el enfriamiento de la caridad, y destruyendo el concepto de unidad de la iglesia en el tiempo y en el espacio.
Sensibilizados por las angustias de tantas almas desorientadas que, en todo el mundo, desean perseverar en la identidad de la misma Fe y de la misma Moral, tal como es definida por el Magisterio de la Iglesia o por Ella enseñada de modo constante y universal, Nos, Obispos de la Santa Iglesia Católica, Sucesores de los Apóstoles, juzgamos que no nos sería lícito callar sin ser cómplices de obras malignas (Cfr. 2. Jo., 11).
Esto porque, saltadas las diligencias hechas, en estos últimos 15 años, en carácter particular, nos vemos obligados a intervenir públicamente junto de Vuestra Santidad para denunciar las causas precípuas de esta angustiante situación de la Iglesia y suplicarle que, usando de Sus poderes pontifícios “confirme a sus hermanos” (Luc. XXII, 32) en la Fe que nos fue fielmente transmitida por la Tradición Apostólica.
Con este propósito, tomamos la libertad de, en anexo, señalar a Vuestra Santidad más pormenorizadamente, aunque no de modo exhaustivo, los errores principales que están en la raíz de esta situación trágica y que fueron condenados por Vuestros predecesores:
- Un concepto “latitudinarista” y ecuménico de la Iglesia, dividida en su Fe (condenado especialmente por el Sýllabus, nº 18; DS 2918).
- Un gobierno colegial y una orientación democrática (condenado especialmente por el Concilio Vaticano I DS 3055).
- El falso concepto de derechos naturales del hombre que aparece claramente en el documento sobre la Libertad Religiosa del Concilio Vaticano II (condenado especialmente por “Quánta cura” de Pío IX y “Libértas” de León XIII).
- La falsa concepción del poder del Papa (Cfr. DS 3115).
- La concepción protestante del Santo Sacrifício de la Misa y de los Sacramentos (condenada por el Concilio de Trento, sesión XXII).
- Y, finalmente, de modo general, la libre difusión de errores y herejías (como el nuevo humanismo, evolucionismo, naturalismo, socialismo, comunismo, etc.), caracterizada por la supresión del Santo Oficio.
Con todo respeto, osamos decir a Vuestra Santidad: es urgente que este malestar cese pronto, porque el rebaño se dispersa y las ovejas abandonadas están siguiendo mercenarios. Nosotros conjuramos a Vuestra Santidad, por el bien de la Fe Católica y de la salvación de las almas, a que reafirme las Verdades contrarias a estos errores, Verdades que nos fueron enseñadas por la bimilenaria Iglesia de Jesucristo.
Nos dirigimos a Vuestra Santidad con los sentimientos de San Pablo con relación a San Pedro, cuando aquél lo censuraba por no seguir la “verdad del Evangelio” (cf. Gal. 2, 11-14). Con esta actitud, cumplimos un deber para con los fieles que peligran en la fe.
San Roberto Belarmino, expresando también un principio general de Moral, afirma que se debe resistir al Pontífice cuya acción sea perjudicial a la salvación de las almas (Cf. “De Romano Pontífice” lib. 2, cap. 29).
Es con la intención de auxiliar a Vuestra Santidad que lanzamos este grito de alarma, que se torna aún más vehemente delante de los errores, para no decir herejías, del Nuevo Código de Derecho Canónico, y las ceremonias y discursos en el seno del 5º Centenario de Lutero. Verdaderamente, se sobrepasaron los límites.
Expresándole nuestra filial devoción, rogamos a la Santísima Virgen María Su especial protección sobre Vuestra Santidad.
Río de Janeiro, 21 de Noviembre de 1983,
Fiesta de la Presentación de Nuestra Señora.
✠ Marcel Lefebvre, Arzobispo – Obispo Emérito de Tulle
✠Antonio de Castro Mayer – Obispo Emérito de Campos
ANEXO: BREVE RESUMEN DE LOS ERRORES PRINCIPALES DE LA ECLESIOLOGÍA CONCILIAR
I. Concepción “latitudinarista” y ecuménica de la Iglesia
La concepción de la Iglesia como “pueblo de Dios”, en adelante ya se encuentra en numerosos documentos oficiales: las actas del Concilio Unitátis Redintegrátio y Lumen Géntium, el nuevo Derecho Canónico ‒(c. 204.1)‒, la carta del
Ella respira un sentido latitudinarista y un falso ecumenismo.
Los hechos manifiestan con evidencia esta concepción heterodoxa: las autorizaciones para la construcción de salones destinados al pluralismo religioso, la edición de biblias ecuménicas que no son conformes con la exégesis católica, las ceremonias ecuménicas como las de Canterbury.
En Unitátis Redintegrátio se enseña que la división de los cristianos:
«Es para el mundo un objeto de escándalo y es un obstáculo para la predicación del Evangelio a toda creatura… que el Espíritu Santo no rehúsa servirse de otras religiones como medios de salvación».Este mismo error es repetido en el documento Catechési tradéndæ de Juan Pablo II. En el mismo espíritu, y con afirmaciones contrarias a la fe tradicional, Juan Pablo II declaró en la Catedral de Canterbury, el 25 de Mayo de 1982, que:
«La promesa de Cristo nos inspira la confianza de que el Espíritu Santo curará las divisiones introducidas en la Iglesia desde los primeros tiempos después de Pentecostés»como si la unidad de Credo no hubiera existido jamás en la Iglesia.
El concepto de “Pueblo de Dios” lleva a creer que el protestantismo no es sino una forma particular de la misma religión cristiana.
El Concilio Vaticano II enseña:
«Una verdadera unión en el Espíritu Santo con las sectas heréticas» (Lumen Géntium, 14), «una cierta comunión, aún imperfecta con ellas» (Unitátis Redintegrátio, 3).Esta unidad ecuménica contradice la Encíclica Satis Cógnitum de León XIII quien enseña que:
«Jesús no fundó una Iglesia que abarque varias comunidades que se asemejan genéricamente, pero que son distintas y que no están unidas por un vínculo que forma una Iglesia individual y única».Lo mismo, esta unidad ecuménica, es contraria a la Encíclica Humáni Géneris de Pío XII, quien condena la idea de reducir a una fórmula cualquiera la necesidad de pertenecer a la Iglesia Católica:
«Del mismo Papa que condena la concepción de una Iglesia “pneumática” que sería un vínculo invisible de las comunidades separadas por la Fe».Este ecumenismo es igualmente contrario a las enseñanzas de Pío XI en la Encíclica Mortálium Ánimos:
«Sobre este punto es oportuno exponer y rechazar cierta opinión falsa que está en la raíz de este problema y de este movimiento complejo por medio del cual los no católicos se esfuerzan por realizar una unión de las Iglesias cristianas. Quienes adhieren a esta opinión citan constantemente las palabras de Cristo: “Que ellos sean uno… y que no exista sino un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 17, 21 y 10, 16) y pretenden que por estas palabras Cristo expresa un deseo o una plegaria que jamás ha sido realizada. Pretenden de hecho que la unidad de fe y de gobierno, que es una de las notas de la verdadera Iglesia de Cristo, prácticamente hasta hoy no ha existido jamás y hoy no existe».Este ecumenismo condenado por la Moral y el Derecho católicos, llega hasta permitir recibir los sacramentos de la Penitencia, Eucaristía y Extrema Unción de “ministros no católicos” (Canon 844 N. C.) y favorece:
«La hospitalidad ecuménica autorizando a los ministros católicos para dar el sacramento de la Eucaristía a no católicos».Todas estas cosas son abiertamente contrarias a la Revelación divina que prescribe la “separación” y rechaza:
«La unión entre la luz y las tinieblas, entre el fiel y el infiel, entre el templo de Dios y el de las sectas» (II Corintios, 6, 14-18).
II. Gobierno colegial-democrático de la Iglesia
Después de haber quebrantado la unidad de la fe, los modernistas de hoy se esfuerzan por quebrantar la unidad de gobierno y la estructura jerárquica de la Iglesia.
La doctrina, ya sugerida por el documento Lumen Géntium del Concilio Vaticano II, será retomada explícitamente por el nuevo Derecho Canónico (Can. 336); doctrina según la cual el colegio de los Obispos unido al Papa goza igualmente del poder supremo en la Iglesia; y esto, de manera habitual y constante.
Esta doctrina del doble poder supremo es contraria a la enseñanza y a la práctica del Magisterio de la Iglesia, especialmente en el Concilio Vaticano I (DS 3055) y en la Encíclica de León XIII Satis Cógnitum. Sólo el Papa tiene el poder supremo que él comunica, en la medida en que lo juzga oportuno y en circunstancias extraordinarias.
Con este grave error se relaciona la orientación democrática de la Iglesia, residiendo los poderes en el “Pueblo de Dios” tal como lo define el nuevo Derecho Canónico. Este error jansenista es condenado por la Bula Auctórem Fídei de Pío VI (DS 2592).
Esta tendencia, de hacer participar a la “base” en el ejercicio del poder, se reencuentra en la institución del Sínodo y de las Conferencias episcopales, de los Consejos presbiteriales, pastorales y en la multiplicación de las Comisiones romanas y de las Comisiones nacionales, así como en el seno de las Congregaciones religiosas (ver al respecto Concilio Vaticano I, DS 3061 - Nuevo Derecho Canónico, can. 447).
La degradación de la autoridad en la Iglesia es la fuente de la anarquía y del desorden que hoy reinan en Ella por todas partes.
III. Los falsos derechos naturales del hombre
La declaración Dignitátis humánæ del Concilio Vaticano II afirma la existencia de un falso derecho natural del hombre en materia religiosa, en contradicción con las enseñanzas pontificias, que niegan formalmente semejante blasfemia.
Así Pío IX en su Encíclica Quánta Cura y el Sýllabus, León XIII en sus Encíclicas Libértas præstantíssimum e Immortále Dei, y Pío XII en su alocución Le Riesce a los juristas católicos italianos, niegan que la razón y la Revelación funden un derecho semejante.
El Vaticano II cree y profesa, de manera universal, que la Verdad no puede imponerse sino por la propia fuerza de la Verdad, lo que se opone formalmente a las enseñanzas de Pío VI contra los jansenistas del Concilio de Pistoya (DS 2604). El Concilio aquí llega hasta el absurdo de afirmar el derecho de no adherir y de no seguir la Verdad, y de obligar a los gobiernos civiles a no hacer más discriminación por motivos religiosos estableciendo la igualdad jurídica entre las falsas y la verdadera religión.
Estas doctrinas se basan en una falsa concepción de la dignidad humana, proveniente de los pseudofilósofos de la Revolución francesa, agnósticos y materialistas, que ya han sido condenados por San Pío X en la instrucción pontifical Notre Charge Apostolique.
El Vaticano II dice que de la libertad religiosa saldrá una era de estabilidad para la Iglesia. Gregorio XVI, al contrario, afirma que es una suprema impudencia afirmar que la libertad inmoderada de opinión sería benéfica para la Iglesia.
El Concilio expresa en Gáudium et Spes un principio falso cuando estima que la dignidad humana y cristiana vienen del hecho de la Encarnación, que ha restaurado esta dignidad para todos los hombres. Este mismo error es afirmado en la Encíclica Redémptor hóminis de Juan Pablo II.
Las consecuencias del reconocimiento, por parte del Concilio, de este falso derecho del Hombre, arruinan los fundamentos del Reinado social de Nuestro Señor, quebrantan la autoridad y el poder de la Iglesia en su Misión de hacer reinar a Nuestro Señor, en los espíritus y en los corazones, conduciendo el combate entre las fuerzas satánicas que subyugan las almas. El espíritu misionero será acusado de proselitismo exagerado.
La neutralidad de los Estados en materia religiosa es injuriosa para Nuestro Señor y su Iglesia, cuando se trata de Estados con mayoría católica.
IV. Poder absoluto del Papa
Sin duda el poder del Papa en la Iglesia es un poder supremo, pero no puede ser absoluto y sin límites, en cuanto que está subordinado al poder divino, que se expresa en la Tradición, la Sagrada Escritura y las definiciones ya promulgadas por el Magisterio eclesiástico (DS 3116).
El poder del Papa está subordinado y limitado por el fin para el cual le ha sido dado. Este fin está claramente definido por el Papa Pío IX en la Constitución Pastor Ætérnus del Concilio Vaticano I (DS 3070). Sería un abuso de poder intolerable modificar la constitución de la Iglesia y pretender apelar aquí al derecho humano contra el derecho divino, como en la libertad religiosa, como en la hospitalidad eucarística autorizada en el nuevo Derecho, como la afirmación de los dos poderes supremos en la Iglesia.
Es claro que en estos casos y en otros semejantes, es un deber para todo clérigo y todo fiel católico resistir y negar la obediencia. La obediencia ciega es un contrasentido y nadie está exento de responsabilidad por haber obedecido primero a los hombres que a Dios (DS 3115): y esta resistencia debe ser pública si el mal es público y objeto de escándalo para las almas (Sto. Tomás, Suma Teológica, parte II-IIæ, cuestión 33, art. 4).
Estos son principios elementales de moral, que regulan las relaciones de los sujetos con todas las autoridades legítimas.
Esta resistencia, por lo demás, encuentra una confirmación en el hecho de que en adelante están unidos quienes firmemente se atienen a la Tradición y a la fe católicas, mientras que aquellos que profesan doctrinas heterodoxas o que realizan verdaderos sacrilegios no son inquietados de ninguna manera. Esta es la lógica del abuso de poder.
V. Concepción protestante de la Misa
La nueva concepción de la Iglesia tal como la define el Papa Juan Pablo II, en la Constitución que precede el nuevo Derecho, evoca un cambio profundo en el acto principal de la Iglesia que es el sacrificio de la misa. La definición de la nueva Eclesiología da exactamente la definición de la nueva misa; es decir, un servicio y una comunión colegial y ecuménica. No se puede definir mejor la nueva misa, que, como la nueva Iglesia Conciliar, está en ruptura profunda con la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.
Es una concepción más protestante que católica la que explica todo lo que ha sido exaltado de manera indebida y todo lo que ha sido disminuido.
En contra de las enseñanzas del Concilio de Trento en la sesión XXII, en contra de la Encíclica Mediátor Dei de Pío XII, se ha exagerado la importancia de la participación de los fieles en la misa y disminuido la del Sacerdote, llegando a ser simple presidente. Se exageró la importancia de la liturgia de la palabra y se disminuyó la del sacrificio propiciatorio. Se exaltó el ágape comunitario y se le laicizó, en detrimento del respeto y de la fe en la presencia real por la transubstanciación.
Suprimiendo la lengua sagrada, se pluralizaron al infinito los ritos profanándolos con aportes mundanos o paganos y se difundieron falsas traducciones en detrimento de la verdadera fe y de la verdadera piedad de los fieles.
Y sin embargo los Concilios de Florencia y de Trento habían pronunciado anatemas contra todos estos cambios y afirmaron que nuestra misa, en su Canon, remontaba a los tiempos apostólicos.
Los Papas San Pío V y Clemente VIII han insistido sobre la necesidad de evitar los cambios y las mutaciones, guardando de manera perpetua el rito romano consagrado por la Tradición.
La desacralización de la misa y su laicización conllevan la laicización del Sacerdocio, a la manera protestante.
La reforma litúrgica al estilo protestante es uno de los mayores errores de la Iglesia conciliar y uno de los más destructores de la fe y de la gracia.
VI. La libre difusión de errores y de herejías
La situación de la Iglesia, puesta en estado de búsqueda, introduce, en la práctica, el libre examen protestante, resultado de la pluralidad de credos en el interior de la Iglesia.
La supresión del Santo Oficio, del Index y del juramento antimodernista, han fomentado en los teólogos modernos una necesidad de teorías nuevas que desorientan a los fieles y los incitan hacia el carismatismo, el pentecostalismo y las comunidades de base. Es una verdadera revolución dirigida, en definitiva, contra la autoridad de Dios y de la Iglesia.
Los graves errores modernos, siempre condenados por los Papas, se desarrollan en lo sucesivo con libertad en el interior de la Iglesia:
- Las Filosofías modernas antiescolásticas, existencialistas, anti-intelectualistas, son enseñadas en las Universidades católicas y en los Seminarios mayores.
- El humanismo es favorecido por esta necesidad de hacer eco al mundo moderno, por parte de las autoridades eclesiásticas, haciendo del hombre el fin de todas las cosas.
- El Naturalismo, la exaltación del hombre y de los valores humanos hace olvidar los valores sobrenaturales de la Redención y de la gracia.
- El Modernismo evolucionista causa el rechazo de la Tradición, de la Revelación, del Magisterio de veinte siglos. No hay más verdad fija, ni dogma.
- El Socialismo y el Comunismo. El rechazo de condenar estos errores por parte del Concilio ha sido escandaloso y hace creer legítimamente que el Vaticano sería favorable a un Socialismo o un Comunismo más o menos cristiano. La actitud de la Santa Sede, durante estos últimos 15 años, confirma este juicio, tanto más allá como más acá de la cortina de hierro.
- En fin, los acuerdos con la masonería, con el Consejo ecuménico de las Iglesias y con Moscú, reducen a la Iglesia al estado de prisionera y la hacen totalmente incapaz de realizar libremente su Misión. Estas son verdaderas traiciones que claman venganza al cielo, igualmente los elogios otorgados en estos días al heresiarca más escandaloso y más nocivo para la Iglesia.
Ya es tiempo que la Iglesia recobre su libertad de realizar el Reino de nuestro Señor Jesucristo y el Reino de María sin preocuparse de sus enemigos.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)