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miércoles, 17 de febrero de 2021

MIÉRCOLES DE CENIZA EN LA LITURGIA PAPAL

Traducción del artículo publicado por Giuliano Zoroddu para RADIO SPADA.
   
     
El miércoles de Quincuagésima, actualmente llamado “de Ceniza”, señala desde los tiempos de San Gregorio Magno el inicio de la santa Cuaresma, y por eso era llamado in cápite jejúnii. En este día se expulsaba a los penitentes que, después de haber transcurrido los cuarenta días en un monasterio revestidos de áspero cilicio, eran readmitidos y absueltos en la mañana del Jueves Santo.
   
Hacia el siglo XI comenzaron los sacerdotes, antes extraños a estas prácticas tan humillantes para la sublimidad del estado sacerdotal, a tomar parte en las ceremonias de penitencia pública, como también el Papa y su corte.
   
Así el Sumo Pontífice, descalzo, con la cabeza esparcida con ceniza y en hábito de penitencia, en cabeza del clero y del pueblo reunido en Santa Anastasia, tomaba la cuesta del Aventino para dirigirse a la basílica de Santa Sabina para ofrecer el Santo Sacrificio.
   
Antes de entrar en la antigua iglesia romana, sucedía una particular ceremonia que aún se encuentra en el Misal Romano:
«En los Órdini Románi del medioevo tardío está prescrito, que después de la imposición general de las cenizas en la cabeza del clero y de los fieles, se salga en procesión a pie descalzo en la colina Aventina hasta la basílica de Santa Sabina, en cuyo atrio había un pequeño cementerio. Aquellas tumbas en aquel lugar reavivaban el pensamiento de la muerte, y por eso la schola cantaba el responsorio fúnebre: Immutémur hábitu… ne súbito preoccupáti die mortis… aún hoy conservado en el Misal. Luego el cortejo hacía una breve pausa, tanto para dar tiempo al Papa de recitar una colecta de absolución sobre estos sepulcros; luego hacía su ingreso en la vasta basílica aventinesa, cantando el responsorio Petre, amas me? con el verso: Simon Joánnis… en honor del príncipe de los Apóstoles. Es extraño cómo entramos en este momento de la ceremonia la memoria de San Pedro; pero, a menos que esto sea un uso papal derivado de la basílica vaticana cada vez que atravesando el pórtico donde estaban los sepulcros, se entraba en procesión, puede ser que esto sea sugerido por la circunstancia que en el siglo XIII en Santa Sabina estaba la residencia Pontificia, y por esto la basílica era considerada como la sede habitual del sucesor de San Pedro». [Cardenal ALFREDO ILDEFONSO SCHUSTER OSBLiber Sacramentórum. Notas histórico-litúrgicas sobre el Misal Romano, Vol. III “El Testamento Nuevo en la Sangre del Redentor” (La Sagrada Liturgia desde la Septuagésima a la Pascua), Roma-Turín, 1933, pág. 41].
En tiempos más recientes, si bien algunos Papas como Benedicto XIV  Clemente XIII, se dirigían a Santa Sabina para recordar la antigua státio, la Capilla Papal se tenía en la Sixtina en el Vaticano.
   
El caballero Gaetano Moroni, erudito y ayudante de cámara de los papas Gregorio XVI y Pío IX, nos explica lo que sucedía:
«Los Cardenales partían con ornamentos y capas, y todo lo demás en morado. Reunidos en la Sala Regia, se ponen las capas y pasan a la capilla donde, por cuadro del altar se expone un lienzo que representa al Salvador que predica a las multitudes. El antipendio era morado. El manto del trono y el tapiz de la sede estaban hechos con hoja de oro y de color morado. El Papa entraba en la capilla con capa pluvial roja, estola púrpura y mitra de hoja de plata y subido al trono, recibe la obediencia de los Cardenales, luego de la cual los mismos Cardenales se revisten con los sagrados ornamentos morados […] haciendo similar los otros. Luego el último auditor de la Rota con la casulla morada plegada como subdiácono apostólico tomaba del altar el plato de plata dorada con las cenizas obtenidas, según el antiguo rito, de los olivos bendecidos el último domingo de ramos y lo lleva al Papa para que lo bendiga, lo que hace con las oraciones del ritual que lee, y el coro no responde. Después de la bendición, el mismo auditor se arrodilla a la derecha del Papa y el Cardenal penitenciario al que le toca siempre en este día a cantar la misa, sin el anillo pontifical y sin mitra, saliendo sobre el escabel de la sede pontificia, hecha una profunda reverencia al Papa, en pie, sin proferir el Meménto homo, impone las cenizas en forma de cruz sobre la cabeza del sedente en el solio. Luego, recubriéndose el Papa con la mitra y en el gremial de lino con las cruces de encaje recamadas de oro, que le pone un clérigo de cámara (el cual mientras dura la función va a la izquierda del decano de la Rota), da las cenizas al mismo Cardenal penitenciario celebrante y haciendo un signo de cruz sobre la trazada sobre él, dice la fórmula Meménto homo quia pulvis es et in púlverem revertéris. Los cantores comenzaban la antífona Immutémur hábitu y entre tanto prosigue la distribución de las cenizas, esto por el Cardenal decano o el obispo suburbicario más anciano hasta los forasteros […] Los Cardenales la reciben de pie y besan al Papa la rodilla izquierda; los patriarcas, arzobispos y obispos la reciben de rodillas y besando la rodilla del Papa; el comendador del Espíritu Santo y los abades mitrados la reciben de rodillas, besando el pie, lo que hacen los otros; ubicándose ante el altar los oficiales de la guardia noble y al lado derecho del trono los cursores pontificios y maceros, luego de lo cual se dirigen los forasteros para recibir las cenizas. Después de los forasteros la recibe por último el auditor de la Rota que ha sostenido el plato del cual el Papa las tomaba. Terminada la distribución, el Pontífice se lava las manos […] Luego de dicho lavado, el Papa desciende del trono para la misa y en el lugar acostumbrado ante el altar se comienza el Introito por el Pontífice con el celebrante […] el procurador general de los teatinos pronuncia el sermón, publicando luego la indulgencia de quince años» [Caballero GAETANO MORONILas capillas pontificias, cardenalicias y prelaticias. Venecia, 1841, págs. 188-190].
Como se ha visto, la imposición de las cenizas sobre la cabeza del Pontífice no era acompañada de la fórmula ritual Meménto, homo, quia pulvis est in púlverem revertéris. Este particular se remite a la norma de excluir de la penitencia pública al clero, tanto más la cabeza suprema del mismo, o sea el Papa. La aspersión de las cenizas, evolución de la imposición de la penitencia a los pecadores públicos, es en cierto modo un juicio eclesiástico y a este juicio no puede sujetarse aquel que, como expresaba el tercero de los Inocencios, «juzga a todos, pero no es juzgado por nadie, solo por Dios». Por esto dl Cardenal Penitenciario imponía las cenizas al Sumo Pontífice en silencio y sin el anillo, símbolo de potestad y jurisdicción. No obstante, la Cabeza visible de la Iglesia se sometía igualmente al rito que le recordaba la condición mortal para inculcar a los fieles cómo, aunque sublimado en la más alta de las dignidades, era siempre un hombre frágil y pecable, necesitado dd gracia y de perdón.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)