Una
ceremonia que desde 1550 se realiza a las 12:00h del Miércoles Santo en
la catedral de Quito es el denominado “Arrastre de caudas” en honor a
la muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
Algunos
historiadores afirman que el arrastre de caudas tiene su origen remoto
en la práctica funeraria de los generales romanos. Cuando un general
moría en batalla, sus soldados conducían su cadáver hacia la ciudad
importante más cercana, donde el capitán de la legión hacía ondear el
estandarte de la legión sobre el cadáver del general para captar su
espíritu y valentía, y luego sobre la tropa, con la creencia que esta
recibiría las cualidades del muerto. Como origen próximo se tiene que la
ceremonia era observada por la Iglesia oriental dentro de la veneración
a la Santa Cruz el tercer domingo de la Gran Cuaresma, y San Leandro
(que conoció esta práctica durante su exilio en Constantinopla del 579
al 582) la llevó a Sevilla, incorporándose en la Liturgia Hispánica que
codificará su hermano y sucesor San Isidoro. Luego de la reconquista por
San Fernando (y de la adopción de la Liturgia Romana), los registros de
la Catedral hispalense refieren que el 18 de Julio de 1469 el
cardenal Jean Jouffroy OSB Clun., obispo de Albi y legado pontificio,
concedió 100 días de Indulgencia por la asistencia a esta ceremonia (que
se documenta también en las catedrales de Córdoba y Pamplona), que se
realizaba también en las primeras y segundas Vísperas del Domingo de
Pasión y el Domingo de Ramos. El 29 de Septiembre de 1478, el
administrador apostólico de la archidiócesis de Sevilla Pedro González
de Mendoza, «el gran cardenal de España» concedió otros 100 días de
Indulgencia.
Cervantes,
en el capítulo XXXVIII de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha,
describe el aparato del cortejo de la Condesa Trifaldi, que hace
reminiscencia del arrastre de caudas o de la Santa Compaña (procesión de
ánimas):
«Detrás de los tristes músicos comenzaron a entrar por el jardín adelante hasta cantidad de doce dueñas, repartidas en dos hileras, todas vestidas de unos monjiles anchos, al parecer, de anascote batanado, con unas tocas blancas de delgado canequí, tan luengas que sólo el ribete del monjil descubrían. Tras ellas venía la Condesa Trifaldi, a quien traía de la mano el escudero Trifaldín de la Blanca Barba, vestida de finísima y negra bayeta por frisar, que a venir frisada, descubriera cada grano del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos. La cola, o falda, o como llamarla quisieren, era de tres puntas, las cuales se sustentaban en las manos de tres pajes, asimesmo vestidos de luto, haciendo una vistosa y matemática figura con aquellos tres ángulos acutos que las tres puntas formaban; por lo cual cayeron todos los que la falda puntiaguda miraron que por ella se debía llamar la Condesa Trifaldi, como si dijésemos la condesa de las Tres Faldas; y así dice Benengeli que fue verdad, y que de su propio apellido se llamó la Condesa Lobuna, a causa que se criaban en su condado muchos lobos, y que si como eran lobos fueran zorras, la llamaran la Condesa Zorruna, por ser costumbre en aquellas partes tomar los señores la denominación de sus nombres de la cosa o cosas en que más sus estados abundan; empero esta condesa, por favorecer la novedad de su falda, dejó el Lobuna y tomó el Trifaldi.Venían las doce dueñas y la señora a paso de procesión, cubiertos los rostros con unos velos negros, y no trasparentes como el de Trifaldín, sino tan apretados, que ninguna cosa se traslucían».
Durante
la Conquista, todas las diócesis de América eran sufragáneas de la
archidiócesis hispalense, hasta que en 1546 las sedes de Santo Domingo,
México y Lima fueron elevadas a archidiócesis metropolitanas. Quito fue
hecha diócesis sufragánea ese año, y el arrastre de caudas llegó allí
con su primer obispo, García Díaz Arias, proveniente de Granada.
La
ceremonia desapareció en España a fines del siglo XIX (en Sevilla, por
ejemplo, debió ser después de 1878, cuando se la menciona por última vez
en el calendario de la Catedral), como también de muchas diócesis del
Nuevo Mundo como México, Guayaquil, Cuenca, Lima, Trujillo, Córdoba y
Buenos Aires (donde fue suprimida en la década de 1970 por el arzobispo
Juan Carlos Aramburu).
Quito
es una de las pocas ciudades en el mundo hispano donde se conserva el
arrastre de caudas como una práctica de ámbito catedralicio (porque en
el Cantón Saquisilí, en la provincia ecuatoriana de Cotopaxi, desde
fines del siglo XIX es una celebración cultural que se realiza el Viernes Santo), junto con Caracas, Maracaibo y Mérida (Venezuela).
El
arrastre de caudas (u Ostensión de la Seña, como también se la conoce)
comienza luego de rezadas las Vísperas en el Coro con una procesión
acompañada por el incienso y las notas de una marcha fúnebre tocada en
el órgano en la cual los canónigos están revestidos con roquete, capa
magna (capa con una cola o cauda –de ahí el nombre de la ceremonia– de
16 pies de largo) y cogulla negras flanqueado cada uno por dos acólitos
con cirios en la mano y un tercero que es llamado caudatario, seguidos
por el arzobispo, que revestido con capa magna, cogulla y velo humeral
morados lleva bajo palio en ostensión una cruz de oro y pedrería que en
su centro contiene una reliquia de la Santa Cruz recorriendo siete veces
las naves de la catedral hasta llegar al altar, cubierto con una
bandera negra con una cruz roja bordada en esta (la “Santa Seña”), que había sido llevada por el chantre (canónigo encargado de dirigir el canto del Oficio en el cabildo catedralicio).
Canónigo con capa magna y portando la Santa Seña (Códice Martínez Compañón, . Madrid, Real Biblioteca).
Canónigo flanqueado por dos acólitos (Catedral de Quito). La capa magna está extendida en su totalidad, como señal de duelo.
Arzobispo de Quito portando bajo palio la reliquia de la Santa Cruz (Catedral de Quito).
Al canto del Vexílla Regis,
los canónigos se postran ante el altar, y el arzobispo hace ondear la
bandera sobre el altar (que representa a Nuestro Señor Jesucristo,
generalísimo de la Iglesia) y luego siete veces sobre los canónigos que
están postrados en el suelo, y luego sobre autoridades, fieles, turistas
y curiosos que presencian la ceremonia (no nos llamemos a engaño, la
Semana Santa ha quedado reducida a un atractivo turístico más del
circuito de ferias y fiestas de nuestros países otrora católicos). Al
final del himno, el arzobispo golpea el suelo tres veces con el asta de
la bandera (en señal de la victoria que Cristo, con su muerte en la
Cruz, obtuvo contra el pecado, la muerte y el diablo), luego los
canónigos se levantan del suelo y finaliza con el prelado dando la
bendición con la reliquia de la Santa Cruz, reanudando el rezo de las
Vísperas.
Existe
en Quito la creencia que si alguno es tocado por la bandera mientras esta es
ondeada por el arzobispo, morirá dentro de un año. En esto, se asimila a
la Santa Compaña, de la cual se cree que quien recibe su visita, morirá
en el plazo de un año.
Un
derivado de la ceremonia de la Ostensión de la Seña era realizado en la
parroquia de San Santiago el Mayor de Alcalá de Guadaíra (prov. de
Sevilla) hasta 1821, y el 14 de Marzo de 2021 la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Alcalá de Guadaíra la hizo por primera vez en 200 años,
con la particularidad que después de las Vísperas, el capitán de los
judíos hacían ondear tres veces su estandarte. Otras hermandades, según
refiere Félix González de León en su Historia crítica y descriptiva de
las cofradías de penitencia, sangre y luz fundadas en la Ciudad de
Sevilla, Sevilla, Imprenta y librería de D. Antonio Álvarez, 1852,
usaban el estandarte negro con la cruz roja: tras el paso de la Santa
Cruz, en el Santo Entierro, la Compañía de Banderas iba arrastrando
banderas de tafetán negro y cruz roja. En las Reglas de 1538 de la
hermandad de la Vera Cruz se prevé que la procesión ha de abrirse por la
seña negra con la cruz roja, portada por un mayordomo, distinta del
estandarte que utilizaba en el resto de las procesiones. En las del Gran
Poder de 1570 se coloca detrás de los veinticuatro Niños de la Doctrina
con su Cruz de los Entierros.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)