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miércoles, 6 de abril de 2022

LOS USOS SÓRDIDOS EN QUE ACABAN LOS ANTIGUOS TEMPLOS USURPADOS

Traducción del artículo publicado en THE PILLAR CATHOLIC.

LOGIAS MASÓNICAS, ÁSHRAMS, CLUBES XXX: ¿QUÉ ES UN USO ‘SÓRDIDO’ PARA UNA EX-IGLESIA?

John D. Flynn y Edward Condon
25 de Marzo de 2022

Sala de reuniones de la Logia Masónica Boyer Mountain #134, en una ex iglesia parroquial renovada. El símbolo masónico se levanta en lo que había sido un altar mayor. Crédito: Boyer Mountain Masonic Lodge #134/Facebook.

Cuando la parroquia católica de la Presentación de Santa María en la ciudad de Deer Park al este de Washington superó el edificio de su iglesia parroquial, los católicos locales supieron que era tiempo de construir una iglesia más grande.
  
La parroquia recolectó dinero, incluso consiguió que alguien diera fondos, y construyó un hermoso edificio en las afueras de la ciudad, al lado de una franja de camino flanqueado por altos pinos y amplios cielos azules.
  
Eso significó que la parroquia necesitaría cerrar su antiguo edificio eclesial en la calle principal de Deer Park, y ponerlo a la venta.
  
Y el 16 de Junio de 2011, la parroquia de la Presentación de Santa María vendió su antiguo edificio eclesial a la Logia Masónica Boyer Mountain #134, el capítulo local de los francmasones.
  
Las cruces salieron de la otrora iglesia, los bancos fueron retirados, y los símbolos masónicos fueron al lugar donde antes había estado el altar mayor. La iglesia devino en un salón, usado para colectas de la Logia y eventos caritativos, rentada para fiestas, y albergar los rituales en los cuales los hombres se hacen francmasones, buscando el “nuevo nacimiento” pidiendo la “remoción del velo que oculta la verdad divina de [su] vista no iniciada”.
   
Cuando un edificio eclesial no puede más ser usado para el culto sagrado, el derecho canónico permite que sean desconsagrados —relegados, en lenguaje canónico, a “uso profano”— un término técnico que significa seglar.
  
Las iglesias desconsagradas a veces son reutilizadas para apostolados católicos, renovadas en salones de conferencias, bancos de alimentos, o incluso refugios. Más frecuentemente son vendidas a compradores buscando un uso seglar del espacio, planeando convertir antiguas iglesias en condominios o restaurantes.
  
Paro la Iglesia no permite que las antiguas iglesias sean puestas para “uso sórdido”. La expresión es otro término técnico, que denota un propósito sacrílego, inmoral o escandaloso.
  
La idea es que un espacio que una vez fue dispuesto para bautismos, confesiones, matrimonios, y el Santo Sacrificio de la Misa no se convierta en un lugar diseñado para algún propósito ofensivo (sería irrespetuoso para los sacramentos ofrecidos allí, para los sacerdotes que los ofrecieron y para los laicos católicos que se sacrificaron para construir el lugar y que adoraron a Dios allí).
  
Por supuesto, eventualmente la Iglesia pierde el control de un edificio que ya no está usando. Una iglesia desconsagrada puede cambiar de manos varias veces, y eventualmente ser usada para un propósito inmoral. O un comprador puede ocultar su intención para un edificio eclesial por el que está pujando.
  
Pero la Iglesia es clara que cuando una iglesia desconsagrada está para ser vendida, el obispo local debería hacer alguna diligencia debida sobre quién lo comprará, para asegurarse que no sea puesto para algún propósito “que pueda traer ofensa al sentimiento religioso del pueblo cristiano”.
 
El obispo no es el único con esa responsabilidad. El derecho canónico requiere que la venta de un antiguo edificio eclesial tenga la aprobación del obispo diocesano, el consejo financiero diocesano, y el colegio diocesano de consultores, un cuerpo de sacerdotes principales en puestos de liderazgo.
  
Eso nos trae de vuelta a Deer Park.
  
Frecuentemente, las logias masónicas son vistas como simples sociedades fraternales, donde hombres de todas las religiones y ninguna pueden reunirse, dejando sus diferencias en la puerta.
  
Pero de hecho, la Iglesia siempre ha enseñado que la francmasonería tiene una naturaleza religiosa explícita, la cual es antitética a la Cristiandad.
  
El ritual para la iniciación en el primer nivel de la Masonería, por ejemplo, implica renunciar al poder salvífico único de la Iglesia y los sacramento, y aceptar que todas las religiones son esencialmente verdades parciales, con la masonería ofreciendo la verdad verdadera y secreta necesaria para entender a Dios.
  
Los grados más altos de algunas ramas masónicas, como el Arco Real y los Ritos Escoceses —cuya membresía ha incluido a algunos masones de Deer Park— tienen rituales explícitamente anticatólicos.
  
En una ceremonia de iniciación [el del grado 30.º REAA, “Caballero Kadosh”, N. del T.], una réplica de una calavera humana portando una tiara papal de burlas es presentada al candidato, para representar “el cruel y cobarde pontífice”, un “impostor” pretendiendo ser el vicario de Cristo. El candidato es invitado a apuñalar la calavera con una daga, y pisotear la tiara.
  
En su catecismo masónico “Moral y Dogma,” el fundador del Rito Escocés y antiguo general confederado Albert Pike describió la sociedad como “dedicada desde sus orígenes a la causa de la oposición a la tiara de Roma”.
  
Por esa razón, el derecho canónico siempre ha descrito a las logias masónicas como “sociedades que maquinan contra la Iglesia”. La Iglesia considera como delito canónico que un católico se haga masón, y mantiene penalidades para cualquiera que lo haga, incluyendo el recién revisado Libro VI del Código de Derecho Canónico, promulgado por el Papa Francisco el año pasado [en realidad, el canon 1374 wojtyliano se limita a decir que el que se inscriba a “sociedades que conspiran contra la Iglesia” recibirá “una pena justa”, mientras que el 2335 pío-benedictino prevé que cualquiera que se inscriba “a la secta masónica o a cualquier otra sociedad de su tipo que maquine contra la Iglesia o las legítimas potestades civiles” es excomulgado ipso facto con excomunión reservada simplemente a la Sede Apostólica, N. del T.].
  
A la luz de esto, no es claro por qué el relevante obispo diocesano en Deer Park (en ese caso, el obispo Blase Cupich de Spokane, Washington) firmó en 2011 la venta de la otrora iglesia parroquial a la logia masónica, ni por qué el colegio de consultores y el consejo financiero diocesano siguieron con el plan.
  
Tal vez habían pocos oferentes para la propiedad. Tal vez, en una ciudad con unos pocos miles de personas, vender la otrora iglesia parroquial a los masones parecía algo amable que hacer. O quizá la oposición eclesial a la francmasonería parecía una idea anticuada y pasada de moda.
   
Pero pocos canonistas disputarían que renovar una ex-iglesia en una logia masónica, cuando la membresía masónica sigue prohibida a los católicos, constituye un “uso sórdido” del edificio.
  
Tal vez la idea parecía más ambigua en 2011. Pero que no quede duda, la directriz de 2013 de la vaticana Congregación para el Clero explicó que sería mejor demoler una ex-iglesia que venderla “para un uso inconsistente con su dignidad”.
  
Con todo, mientras las diócesis en Europa y Norteamérica enfrentan a congregaciones encogiéndose, y mientras los obispos fusionan y cierran parroquias, el Vaticano ha ofrecido pocas directrices concretas sobre dónde encontrar la línea entre el uso “profano” y “sórdido”.
  
Transicionar una ex-iglesia en un salón masónico probablemente golpearía a la mayoría de católicos informados como un uso sórdido. Y otras posibilidades extremas también aparecerán demasiado evidentes por sí mismas: la diferencia entre un restaurante y un lugar de “bailes exóticos”, por ejemplo.
  
Pero otros ejemplos pueden probar ser más duros de analizar: ¿Qué sobre un club nocturno? ¿O un bar?
  
La línea parece difuminarse aún más cuando viene a negociarse con potenciales compradores con un propósito religioso o espiritual. Mientras la Iglesia [Conciliar] enseña el respeto a las personas de otras fes, también ve una diferencia categórica entre el culto a Dios y cualquier otra cosa.
  
La reciente venta de una antigua iglesia católica en la diócesis de Rochester ha hecho la escasez de directrices vaticanas sobre la materia un desafío agudo.
  
Esta semana, The Pillar informó que la iglesia desconsagrada anteriormente conocida como Nuestra Señora de Lourdes fue vendida este año por una parroquia en la diócesis de Rochester a un movimiento hindú, el cual tenía planes de renovar el otrora espacio sagrado en un templo hindú.
  
Los nuevos propietarios de la otrora iglesia anunciaron en Enero sus planes de instalar estatuas de dioses hindúes en lo que fue el santuario de la iglesia, mientras retenían elementos del uso anterior del edificio, incluyendo vidrieras describiendo escenas del Evangelio y las vidas de los santos.
  
Instalar estatuas describiendo otros dioses en el mismo lugar donde la Misa fue ofrecida por años golpearía a muchos católicos como sacrílego, no obstante la desconsagración del edificio.
  
Obviamente, otros pueden ver el viraje de un edificio eclesial por los rituales y ceremonias hindúes como un tipo de gesto laudable de cooperación interreligiosa, a pesar de las persistentes advertencias de la Sagrada Escritura sobre la adoración de algo que sea distinto al único Dios verdadero.
 
Y, de hecho, alguno puede pensar que sería poco amistoso rehusar la venta de una iglesia a un grupo de masones tomando medidas para su logia, aun cuando el Vaticano considera al grupo como una sociedad conspirativa contra la Iglesia.
  
Pero en el momento, los detalles del “uso sórdido” se dejan mayormente al juicio de los obispos individuales, a menos que los parroquianos envíen extensas y costosas apelaciones al Vaticano. Y dados los crecientes promedios de desafiliación religiosa en Occidente, el prospecto para decisiones cuestionables en este frente se está convirtiendo más probable.
   
Sea en una logia masónica del este de Washington o un temlo hindú al norte del estado de Nueva York, vale preguntar si la Congregación para el Clero vaticano pronto emitirá reglas más específicas para las ventas de iglesias, para ayudar tanto a los obispos a tomar decisiones concretas como a los católicos que esperan que sus amadas iglesias parroquiales no sean vendidas a cualquier comprador impropio que presente la puja más alta.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)