San Hilario de Poitiers, aunque desde los comienzos de la Iglesia había sido considerado uno de los mayores teólogos en la historia, fue apenas con Pío IX que fue proclamado Doctor de la Iglesia. Por primera vez traemos en español el breve “Si ab ipsis”, que confiere al santo Obispo pictaviense (de Poitiers) este honor.
BREVE “Si ab ipsis”, POR EL CUAL SAN HILARIO OBISPO DE POITIERS ES PROCLAMADO DOCTOR DE LA IGLESIA
PÍO IX
PARA PERPETUA MEMORIA
Si
casi desde los primeros de la Iglesia naciente el enemigo nunca dejó de
sobresembrar la cizaña en el campo del Señor, esto es, de propagar
falsas doctrinas por medio de los herejes, con todo el providentísimo
Dios, que prometió asistir a su Iglesia hasta la consumación de los
siglos, suscitó hombres insignes, los cuales, como validísimas saetas de
la santidad y de la doctrina traspasaron a los monstruos de las
herejías propagadas y disiparon con la luz de las verdad las tinieblas
del error ampliamente difundidas. Y en verdad, como erupcionó la herejía
arriana, de la cual ninguna horribilísima pestilencia nunca se propagó
tanto para exterminar las almas, además de San Atanasio y otros héroies
invictos, Hilario obispo de Poitiers empuñó la pluma contra aquella
herejía y con la publicación de sapientísimos escritos defendió la
divinidad de Cristo contra las blasfemias de Arrio.
Él
fue en las Galias cual roca de la fe católica para resistir al furor de
los arrianos; anatematizó a Saturnino obispo de Arlés, seguidor de
aquella impía doctrina y los antesignanos de los herejes, Arsacio y
Valente, por cuya obra principalmente puesto en exilio, nada omitió de
su solicitud y alacridad en sostener la verdad católica, luego relegado
en la Frigia, no abatido por las privaciones del exilio, publicó los
egregios tratados en torno a los Sínodos y a la Trinidad. De allá,
intervino en el Concilio de los obispos orientales en Seleucia, donde
defendió la integridad de la fe de los obispos occidentales, pasó a
Constantinopla, donde los obispos arrianos se habían reunido para
propugnar la misma fe ante Constancio; antes contrario, fuerte y
valiente, demandó licencia al emperador para disputar públicamente con
Saturnino arelatense, el cual sin embargo con sus compañeros temiendo la
doctrina de aquel santísimo Obispo, junto con ellos, so pretexto de
turbulencias que iban diciendo suscitarse en Oriente por ocasión de
Hilario, persuadió al emperador regresarlo a su diócesis. Entonces la
Galia feliz acogió a Hilario que regresaba de la batalla con los herejes
y, restituido a su propia grey, defensor constante de la doctrina
católica, solícitamente procuró y obtuvo que Saturnino de Arlés y
Fortunato de Périgeux fuesen depuestos; removidos y expulsados los
cuales, toda la Galia se liberó del veneno arriano.
Habiendo
obrado Hilario tantas y tan grandes cosas para la fe católica, no es de
maravillarse si ganase encomios también de los más doctos entre los
Padres. De hecho, San Jerónimo atestigua que por mérito de su confesión,
por su vida hacendosa y el esplendor de la elocuencia era celebrado en
todas partes y que los dos libros pueden leerse sin prevención. San
Agustín lo llama acérrimo defensor de la Iglesia Católica contra los
herejes. Incluso, con la doctrina de Hilario confutando a los
pelagianos, dijo: “Habla un católico, habla un doctor de la Iglesia,
habla Hilario”. Con igual alabanza elogiaron los Padres griegos la fe y
la doctrina de Hilario, y este consenso de los Padres griegos y latinos
es ampliamente atestiguado por el Concilio ecuménico de Calcedonia,
siendo en él confirmada la fe católica según las exposiciones de los
santos Padres Gregorio, Basilio, Atanasio, Hilario, Ambrosio y Cirilo.
Siendo
esto así, los Padres del último Concilio de Burdeos con vivas súplicas
pidieron a Nos que este prestantísimo y santísimo personaje, cuya
doctrina resplandeciente como hace para fugar las tinieblas del error,
fuese confirmado por la autoridad de esta santa Sede el título de Doctor
del cual ya desde luego fue revestido en distintas iglesias de Francia y
que en su honor, el mismo título, con oficio y misa de rito propio,
fuese extendido a toda la Iglesia.
Antes
sin embargo de establecer algo en torno a esto, lo remitimos al juicio
de Nuestros venerables Hermanos Cardenales de la Santa Iglesia Romana,
encargados de la conservación de los ritos legítimos, los cuales, habida
la audiencia ordinaria en el palacio Vaticano a los 29 de Marzo del año
en curso, vistas las objeciones producidas por el promotor de la Fe y
elegiddas todas las de los defensores, considerado maduramente el asunto
y libradas las razones con voto unánime juzgaron deber responder: “Por
la gracia de la confirmación del título de Doctor y de la extensión del
mismo título con oficio y misa de rito doble a toda la Iglesia en honor
de San Hilario, obispo de Poitiers, si agradare a Su Santidad”.
Por
lo que Nos, querinendo y secundando las súplicas de los Padres del
último Concilio de Burdeos y prestar el debido honor a aquel santísimo
Obispo que con sus escritos ilustró la doctrina católica, siguiendo el
consejo de los predichos cardenales, de ciencia cierta y madura nuestra
deliberación y con la plenitud de la autoridad apostólica, reconocemos y
confirmamos en San Hilario obispo de Poitiers el título de Doctor del
cual goza en las Iglesias particulares; y queremos e imponemos que de
ahora en adelante el mismo santo Obispo sea honrado por toda la Iglesia
con este título y dignidad de Doctor y con oficio y misa de rito doble.
Decretando
que estas presentes letras sean y se tengan firmes, válidas y eficaces,
y que obtengan sus efectos plenos y totales y basten absolutamente para
que por toda la Iglesia sea conferido a San Hilario obispo de Poitiers
el título de Doctor y que así debe ser juzgado y definido por cualquier
juez ordinario y delegado también cardenal de la Santa Iglesia Romana, y
sea inválido y totalmente nulo lo que en torno a esto venga contrario
de cualquier autoridad, conscientemente o por ignorancia. No obstando
las constituciones y ordenaciones apostólicas y publicadas en los
Concilios universales, provinciales o diocesanos o cualquier otra cosa
en contrario.
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el 13 de Mayo de 1861, año quinto de Nuestro Pontificado.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)