María del Sagrado Corazón de Jesús (en el siglo Rafaela Porras y Ayllón) nació en Pedro Abad, Córdoba, el 1 de marzo de 1850. Fueron trece hermanos: once varones, Dolores y Rafaela. Cuatro años tenía Rafaela cuando murió su padre Ildefonso Porras Gaitán, alcalde del pueblo, en medio de la plaga de cólera morbo. Y cuando apenas cuenta 19, pierde a su madre Rafaela Ayllón Castillo. Esta muerte le afectó mucho. «Prometí al Señor no poner jamás mi afecto en criatura alguna». Pero ya a sus 15 años habia hecho voto de castidad perpetua.
Rafaela y Dolores intensifican su piedad y obras de caridad. Pasan un tiempo de reflexión en las Clarisas de Córdoba. Un virtuoso sacerdote, D. Antonio Ortiz de Urruela, las orienta. Entran en contacto con la sociedad de Maria Reparadora. Cuando la sociedad se traslada a Sevilla, ellas se quedan en Córdoba. Con la ayuda del Sr. Obispo, Fray Ceferino González y Díaz-Tuñón, fundan el Instituto de Adoradoras del Santísimo Sacramento e Hijas de María Inmaculada.
Por incomprensiones del Sr. Obispo se trasladan a Andújar y de allí pasan a Madrid. Les acompañan 16 religiosas. Muere su portector, D. Antonio, y le sustituye el P. José Joaquín Cotanilla, jesuita, y el obispo auxiliar, doctor Ciriaco María Sancha y Hervás. Ha sido un viacrucis con muchas estaciones. Pero la nueva Fundadora, Madre Rafaela, lo acepta todo, recitando versículos del Tedeum.
El primado de España, cardenal Juan de la Cruz Ignacio Moreno y Maisonave, les concede la aprobación diocesana en 1877. Por fin el Papa León XIII, el año 1887, aprobaba la Congregación con el nombre de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, y las Constituciones, inspiradas –y bien que le costó– en las reglas de S. Ignacio.
Pronto se multiplicaron las fundaciones de nuevas casas: obras de apostolado y adoración reparadora. En la base de todo estaba la altísima y continua oración, que la M. Rafaela vivía e infundía en sus hijas, y sus heroicas virtudes, sobre todo la profundísima humildad, tanto que alguien llamó a la Madre «La humildad hecha carne».
Surgen pronto las desconfianzas, las incomprensiones, el arrinconamiento, el largo y absoluto olvido. Es un caso quizá único y ejemplarísimo en una Fundadora. Graves dificultades que surgieron en el gobierno, la movieron a renunciar al generalato a favor de su hermana Dolores (en religión María del Pilar). Fue un largo y dolorosisimo calvario. «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?». Estaba en la plenitud de su actividad, a sus 43 años. Es el grano de trigo que muere para fructificar. Y así pasa más de 30 años.
Es difícil comprender el aislamiento, duros trabajos y humillaciones por las que se le hace pasar. Y para explicar esta situación, se divulga la especie de que se ha nublado su razón. La Madre se abraza a la «locura de la cruz», y una vez más, calla, sin una queja, en su pasión. Dolorida, pero serena, recorre ese espinoso camino, sostenida sólo por Dios, que la consuela con gracias internas y manifestaciones extraordinarias.
Sólo tres breves salidas hizo desde la casa de Roma, a Loreto, Asís y España, donde ni siquiera pudo visitar a su hermana en Valladolid, que vivía allí retirada también del gobierno de la Congregación, y «bajó de nuevo a su Nazaret», para seguir allí súbdita hasta la muerte, sirviendo en el silencio y la inmolación. Ni su director podía comprenderla y consolarla, pues hasta ignoraba que ella fuera la Fundadora. Ella callaba.
Pasaba muchas horas ante el Santísimo de rodillas, lo que le causó una enfermedad en las rodillas. Se fue consumiendo poco a poco en holocausto de amor. El día 6 de Enero del Año Santo 1925 volaba a descansar en los brazos del Padre. «El que se humilla será ensalzado». Comprobada la heroicidad de sus virtudes, fue beatificada por Pío XII el 18 de mayo de 1952.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)