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jueves, 5 de mayo de 2022

EL CONTRABANDO REPUBLICANO DE ARMAS NAZIS PARA ACABAR CON FRANCO

Por Israel Viana para ABC (España). 
    
CAOS, SOBORNOS Y DESESPERACIÓN: LA REPÚBLICA COMPRÓ EN SECRETO ARMAS A LOS NAZIS PARA ACABAR CON FRANCO
En su libro ‘Armas para la República’, Miguel Íñiguez Campos desvela los mercados negros internacionales a los que los republicanos tuvieron que acudir, tras el golpe de Estado de 1936, para adquirir material bélico con el que poder enfrentarse a los rebeldes con garantías durante la Guerra Civil.
   
Taller republicano de reparación de ametralladoras en el Frente de Somosierra, durante la Guerra Civil - Martín Santos Yubero
   
Lo primero que hizo José Giral cuando formó Gobierno, el 18 de julio de 1936, fue enviar un telegrama urgente a su homólogo francés, Léon Blum: «Nos hemos visto sorprendidos por un golpe militar peligroso. Ruego disponga ayuda con armas y aeroplanos». Esa primera partida no era muy grande, pero el nuevo presidente republicano la necesitaba para intentar frenar el golpe de Estado que se estaba produciendo: 20 bombarderos Potez con sus pilotos, mil fusiles Lebel, un millón de cartuchos y ocho cañones de 75 milímetros.
   
Blum consultó con su ministro de Defensa, Édouard Daladier, que dio su aprobación cautelosa, y con su ministro del Aire, Pierre Cot, que la dio sin reservas. Todo parecía hecho. El presidente francés, incluso, llamó al embajador español, Juan Francisco de Cárdenas, que en un principio parecía estar al lado de la República.
   
Pronto, sin embargo, demostró que no, porque intentó ganar tiempo en favor de los rebeldes y luego acabó desertando.
   
Francia no envió ni una bala, al igual que ocurrió con Gran Bretaña en los numerosos contactos llevados a cabo por Giral y sus sucesores, Francisco Largo Caballero y Juan Negrín, para adquirir armamento por la vía oficial y diplomática. El mismo Manuel Azaña advirtió que, si estas circunstancias internacionales no cambiaban, la República no sobreviviría. «En verdad, no hubo ni una sola reunión oficial en la que esa ayuda militar estuviera cerca. Los británicos tenían claro desde el primer momento que no iban a inmiscuirse en la guerra de España y que iban a seguir fieles a su política de apaciguamiento. De hecho, son ellos quienes provocan que Francia bascule hacia la no intervención, a pesar de su sí inicial a vender armamento a la República», explica a ABC Miguel Í. Campos en ‘Armas para la República: contrabando y corrupción, julio de 1936 - mayo de 1937’ (Crítica).
    
Portada del libro
    
La necesidad de armarse
En su libro, el autor desvela y analiza dos lagunas muy importantes en la historiografía española: las dificultades que tuvo la Segunda República para abastecerse de armas en los mercados internacionales y, sobre todo, el viraje obligado que tuvo que dar por ello hacia el mercado negro. «Los sublevados también tenían claro que debían armarse, pero ya se habían garantizado el apoyo de Mussolini dos semanas antes del inicio de la Guerra Civil. Luego llegaría el de Hitler», añade Campos.
    
Por las páginas del libro se pasean infinidad de comerciantes y traficantes sin escrúpulos, sedientos de dinero fácil, que no dudan en aprovecharse de las necesidades acuciantes de la República, con el único objetivo de enriquecerse en estos mercados clandestinos. También, un montón de españoles que se esparcieron por toda la geografía europea, cuando se cerraron los arsenales franceses, británicos y de otros Estados democráticos, para buscar desesperadamente cualquier material bélico que ayudara a vencer a Franco.
    
Campos advierte que la mayoría de enviados republicanos no sabían de armas ni de cómo lidiar con traficantes sin recatos morales. Algunos se dedicaron a llenarse los bolsillos y darse una vida mejor en el exilio. Otros hicieron su agosto pactando el cobro de comisiones con los traficantes. Por momentos, todo este escenario podría ser el de una novela de John Le Carre, pero no hay un ápice de ficción en esta historia.
   
«Este contrabando fue totalmente improvisado, sin organización. Los diferentes partidos, sindicatos y regiones de España se hicieron la competencia entre sí y, a su vez, compitieron con el Gobierno. En el libro hay ejemplos dignos de las mejores obras de espías. También hubo mucho estafador que se hizo de oro a costa de las necesidades de una República que teóricamente defendía. Se pueden extrapolar ciertos comportamientos entre este contrabando en la Guerra Civil y la búsqueda de mascarillas al inicio de la pandemia», asegura.
   
Negocios con el Reich
Paralelamente, barcos alemanes e italianos, con el material de guerra más moderno, piezas de repuesto, técnicos, instructores y una cantidad ingente de combustible, llegaban a los puertos franquistas, pero los republicanos estaban tan desesperados que no dudaron en acudir a los nazis para intentar comprarles el material en secreto. «Realmente no fue tan descabellado. Alemania había sido suministrador del Ejército español durante las décadas previas. En un momento en el que los gobiernos presuntamente amigos le dejan sin poder comprar armamentos, ¿por qué no probar suerte en las puertas alemanas? De hecho, aunque oficialmente Alemania le dijo que no a la República, de manera clandestina sí le vendió cierto tipo de armamento. Detrás de la operación estaba el futuro vicecanciller del Tercer Reich, Hermann Göring».
   
El teniente coronel Luis Riaño, por ejemplo, aterrizó en Berlín el 6 de agosto de 1936 como enviado de la República. Allí se reunió con varios funcionarios nazis a los que solicitó bombarderos, cazas, armas y bombas. Dijo que su Gobierno podía pagar en oro si lo deseaban. En un principio, rechazaron «con pesar» de cara a la galería. No podían apoyar a Franco y armar al enemigo.
   
Göring, sin embargo, pensó que con el Tesoro español podría impulsar su propio rearme. El líder nazi se apoyó en traficantes de confianza, que hicieron de intermediarios entre la República y Grecia, cuyo dictador fascista Ioannis Metaxás autorizó dicha venta y fabricó armas en su país con maquinaria, acero y técnicas alemanas. Se contabilizaron hasta 18 navíos, aunque solo dos alcanzaran los puertos españoles. Por ejemplo, el Kimon, que transportó 220 toneladas de cartuchos de fusil, 120 de ametralladora y 100 de obuses.
   
Al final, nada de este contrabando clandestino sirvió de nada, y eso que no se detuvo con la llegada de la ayuda soviética en mayo de 1937. «Es difícil, aunque no imposible, conocer la cantidad de dinero que la República movió en este mercado negro, porque se operó con francos franceses, francos belgas, libras, coronas suecas, coronas checas, marcos alemanes, pesetas y oro, entre otras monedas», subraya el historiador.

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)