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lunes, 10 de julio de 2023

LA RESPONSABILIDAD ABRUMADORA DE MONTINI EN LA NUEVA MISA

Traducción del artículo publicado por el padre Nicolas Portail FSSPX en ACTUALITÉS FSSPX.
   
Pablo VI Montini imponiendo el capelo a Joseph Ratzinger
   
El nombre de Pablo VI está unido a la reforma litúrgica. A partir de Febrero de 1964, bajo el control de Annibale Bugnini, un Consílium para la ejecución de la reforma litúrgica se encargó de aplicar la Constitución conciliar sobre la liturgia, Sacrosánctum Concílium, promulgada el 4 de Diciembre anterior.
     
Una avalancha de decretos modificó entonces la liturgia tradicional: entre 1965 y 1969, el latin es remplazado, se voltean los altares, se introducen las concelebraciones, se componen tres cánones eucarísticos, y se propaga la comunión en la mano mientras se suprimen las oraciones al pie del altar, las preces pío-leoninas, el Ofertorio o incluso el último Evangelio. La misa de Pablo VI, es esto de entrada: una liturgia en reforma permanente.

Finalmente, se promulga una recomposición que da cuenta de estas modificaciones el 3 de Abril de 1969 que vio el nacimiento del Novus Ordo Missæ (NOM). Esto es lo que comúnmente se llama la «misa de Pablo VI», en su estadio consumado y obligatorio.

¿QUÉ PAPEL TUVO PABLO VI EN ESTA REFORMA?
«El Papa Pablo VI decía la misa de San Pío V todos los días en su oratorio privado». Actualmente, parecería evidente la ingenuidad de esta afirmación, mas no para algunos que la repetían en los años 70, queriendo creer en un papa manipulado por el secretario del Consílium. Por otra parte, según testimonio de Mons. Lefebvre, el Secretario de Estado, Amleto Cicognani, habría exclamado un día de Febrero de 1969: «¡El padre Bugnini puede presentarse en el despacho del Santo Padre y le hace firmar todo lo que él quiere!». ¿Señal de que el papa era manipulado?

No lo parece. Al contrario, Pablo VI seguía de cerca los trabajos del Consílium: daba sus avisos, anotaba los proyectos y manifestaba sus preferencias. Promulgó deliberadamente los decretos litúrgicos y, ante los cardenales reunidos en consistorio el 24 de Mayo de 1976, en lo más álgido de la «batalla de la misa» (Jean Madiran), el papa prohibió el misal de San Pío V en beneficio exclusivo de la nueva liturgia. La «misa de Pablo VI» es precisamente la suya.

DOS CARACTERÍSTICAS DE LA NUEVA PRÁCTICA LITÚRGICA
La reflexión del cardenal Cicognani es muy instructiva. Ve las reformas tan divergentes de las letras y del espíritu litúrgicos de la Iglesia, que ha concluido que el papa no podía quererlas libremente. Él comparte aquí la «ingenua» opinión popular del papa molesto con el Novus Ordo. Porque conviene reconocer que, objetivamente, la práctica cotidiana de la misa de Pablo VI hace sorprender. Dos constantes se desprenden en efecto de la práctica litúrgica posconciliar:
  • las diferencias entre las celebraciones devenidas «a la carta»: sacerdotes, animadores litúrgicos y simples fieles reinventan la misa por las modificaciones continuas en los textos y los ritos al punto que Pablo VI concluye, luego de la audiencia del 3 de Septiembre de 1969:
    «No se hablará más de pluralismo en el campo de lo lícito, sino de divergencias, tal vez no solamemte litúrgicas, sino substanciales, (…) trae perjuicio grave a la Iglesia: por el obstáculo que opone a la rerorma disciplinada… por el criterio religioso subjetivista, (…) desorden, y semillas de confusión y de debilidad».
  • la desaparición de lo sagrado y la extinción del espíritu religioso, verdadera «secularización» según Jacques Maritain: mesa desnuda a guisa de altar, pan ordinario, lectores y animadores, comentaristas y servidores (?) de misa sin hábitos litúrgicos, sacerdotes deambulando en la nave, algarabía general de testimonios, chismorreos, cantos profanos  con guitarra (tal vez eléctricas), tambores y baterías, sonorización con canciones a la moda, concurrencia de pie o sentada –raramente de rodillas–, abrazos justo antes de la comunión distribuida por laicos y recibida a lo maldita sea en la mano...
¿Cómo concuerda esto con el acto más sublime de la virtud de religión donde Jesucristo se sacrifica en el altar como allá en la Cruz? ¿En los decretos firmados por Pablo VI, Amleto Cicognani se dio cuenta de estos espectáculos, devenidos habituales en las iglesias católicas? Su descontento es en verdad comprensible.
    
¿SIMPLES ABUSOS, O CONSECUENCIAS DE UNA DINÁMICA CONSTITUTIVA DEL NUEVO RITO?
Dirá alguno: «Estos son abusos y excesos, que no corresponden a la edición típica, la única que el papa ha promulgado». Admitamos que es cierto. Pero esto revela que estos abusos y excesos se han propagado universalmente, como una propiedad del Novus Ordo, como si la «misa de Pablo VI» se prestase, por su misma naturaleza, a estos desórdenes. Desde luego aparecen como pertenecientes a la misma líneá de la liturgia de Pablo VI, a su dinamismo.
    
En efecto, la diversidad es un parámetro querido por la reforma. El concilio Vaticano II previó integrar en la liturgia «el genio y las cualidades [ornaménta] peculiares de las distintas razas y pueblos», y también «variaciones y adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente en las misiones», esto «a partir de las tradiciones y genio de cada pueblo» (Sacrosánctum concílium, n.º 37-40). Él decidió constituir los «rituales particulares acomodados a las necesidades de cada región» (n.º 63), la «“oración común” o de los fieles» (n.º 53), universal, compuesta, inventada en cada misa. El Concilio también dio poder a las Conferencias episcopales y a los simples obispos diocesanos para adaptar los ritos a la culturas locales lanzando tanta necesidad de las experimentaciones (n.º 22, 40, 57…). El mismo Novus Ordo Missæ contiene cuatro cánones más cinco agregados en 1975, y deja la posibilidad a los celebrantes de elegir otras plegarias y ritos.

UNA LITURGIA DESACRALIZADA
En cuanto a la pérdida de lo sagrado, ella se inscribió también en el Ordo Missæ de Pablo VI. Así, la presencia real del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo es literalmente obliterada por la supresión de todos los actos de adoración (genuflexiones de los fieles y del sacerdote; no quedan más que tres en total), el carácter facultativo de las purificaciones de los ciborios, cálices, patenas y de los dedos que han tocado el Cuerpo de Cristo, la ausencia de doraro de los vasos sagrados, la desaparición del comulgatorio, de la comunión y de la acción de gracias de rodillas, de las prescripciones si la Hostia cae a tierra o si la Sangre se derrama, la permisión de usar pan común y no el ácimo, la ausencia de bendición de los ornamentos o de los lienzos sagrados, etc. Todo concurre a la vulgarización y al desfiguramiento del carácter sagrado de la liturgia.

Pablo VI quiso la simplificación de los ritos para acrecentar su claridad. Para hacer esto, él desconoció completamente el principio litúrgico recordado por el Catecismo del Concilio de Trento (cap. 20, § 9): ninguna disposición es «inútil y superflua, sino que todas ellas se ordenan a hacer resaltar más la majestad de tan gran sacrificio y a llevar a los fieles, de la visión terrena de los sagrados misterios, a la espiritual contemplación de las divinas realidades eternas, ocultas en ellos». El resultado hace creer, por lo menos, en una extrema imprudencia y en una trágica inconsecuencia.
    
Se concluye que los excesos y los abusos no son sino la consecuencia del olvido de los principios litúrgicos y de la dinámica intrínseca a la práctica moderna de la liturgia, y que estos tienen como fundamento las prescripciones contenidas en el Novus Ordo Missæ. Pero hay más.
   
ATACANDO EL CORAZÓN DE LA MISA
El examen del rito de Pablo VI muestra también que se ha atentado gravemente contra la esencia de la Misa.
    
De entrada, la Institútio generális (Introducción al nuevo misal) en su primera versión definía la misa como «la reunión [cena] sagrada o congregación de los hijos de Dios se reunieron, el sacerdote que preside, para celebrar el memorial del Señor» (n.º 7). Semejante definición implica:
  • una doble omisión: 1) la identidad entre la cruz y la misa, esto es, renovar de forma incruenta la muerte de Cristo; 2) la naturaleza sacrificial de la misa, realizada por la separación sacramental del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en las dos consagraciones pronunciadas por el sacerdote. El concilio de Trento dijo que la Misa es «verdadero y propio» sacrificio, que aplica los méritos de la Cruz para cuatro fines, en especial la gloria de Dios y expiar los pecados de los hombres (propiciación). Así la misa manifiesta que la muerte de Cristo es el único sacrificio que salva a los hombres. Estas dos omisiones son graves.
  • una doble afirmación: la misa es 1) una cena y 2) un memorial, lo que es contradictorio con la noción de sacrificio sacramental. De entrada porque un memorial supone la ausencia real de la persona de la que se hace memoria, mientras que el sacramento es el signo eficaz y productor de una persona o de una cosa realmente presente y activa. Ítem, porque la misa no es una cena: incluso la comunión, donde son consumidos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no tiene sino una lejana semejanza con una cena, puesto que la comunión es la consumación del sacrificio por la destrucción de la víctima por vía de manducación. Si la liturgia habla de banquete sagrado, no es para reducir a la misa a una simple cena.
Esta definición errónea de la Institútio generális es extremadamente grave. Por sus omisiones y sus contradicciones, la nueva misa vuelve incomprensible lo que hace el sacerdote hace en el altar. Por ende, todas las desviaciones son posibles.
    
UNA FALSA DEFINICIÓN ENCARNADA EN EL NOVUS ORDO
Esta falsa definición de la misa se verifica exactamente por los ritos del Novus Ordo Missæ.

En efecto, ha desaparecido toda alusión precisa al sacrificio. Comenzando por la desaparición de la primera parte esencial del sacrificio: el Ofertorio, que pone la víctima a la disposición de Dios ante Quien será sacrificada. El nuevo rito ha sustituido el Ofertorio con simples alabanzas a Dios por sus beneficios, utilizando fórmulas de bendición empleadas en la sinagoga. Esta desaparición plantea un problema litúrgico cierto.
    
Hay también otras partes del rito donde han desaparecido numerosas expresiones del sacrificio: el crucifijo del altar, las signaciones, las palabras hostia, víctima, sangre derramada, etc. Es a causa de esta puesta en sordina del carácter sacrificial de la miss que el fraile Max Thurian de Taizé (una comunidad protestante instalada en Borgoña) pudo decir que nada impedía a los católicos y a los protestantes celebrar juntos (La Croix, 30 de Mayo de 1969). El Novus Ordo Missæ favorece también el ecumenismo, en cuya dimensión esencial está [1].
   
Se comprende la conclusión que los cardenales Ottaviani y Bacci dieron en 1969 en el Breve examen crítico del nuevo Ordo Missæ:
«El nuevo Ordo Missæ –si se consideran los elementos nuevos susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen en él sobreentendidas o implícitas– se aleja de modo impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la teología católica de la Santa Misa tal como fue formulada por la 20.ª sesión del Concilio de Trento».
La liturgia romana había sido reformada por San Pío V para exponer los dogmas definidos en Trento; el concilio y la misa estaban intrínsecamente ligados por el principio Lex orándi lex credéndi: La ley de la creencia fija la ley de la oración. Alterar el rito de la misa romana antigua no podía sino corromper la fe de la Iglesia…
    
EN EL PRINCIPIO DE LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II
Queda la cuestión de saber por qué se emprendió semejante reforma. La respuesta la da el mismo concilio Vaticano II citado por la constitución Missále Románum que instituye la nueva misa: «Al reformar y fomentar la sagrada Liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo» (Sacrosánctum Concílium, n.º 14). De ahí la lengua vernácula comprendida por todos, los ritos simplificados que presentan «con más claridad las realidades santas que significan», la multiplicación de las lecturás de la Biblia (n.º 21), etc. La reforma se emprendió en nombre de la «participación activa de los fieles». ¿Qué significa esta expresión?
   
No se trata solamente de la multiplicación de los cánticos y de las oraciones de los fieles. Eso no es aquí sino una fachada. Se trata más que todo de una actividad verdaderamente propia: «Los fieles hacen presente la nación santa (…) para dar gracias a Dios y para ofrecer la víctima inmaculada» (Institúio generális, n.º 62), siendo reducido el sacerdote a presidente de la asamblea. Hay una inversión completa: los fieles no se unen más al sacrificio sacerdotal, sino que el sacerdote presenta a Dios el culto ofrecido por los bautizados (Sacrosánctum Concílium, n.º 48). El Concilio habla aquí de «sacerdocio común» de los fieles que «participan del único sacerdocio de Cristo» (Constitución sobre la Iglesia Lumen géntium, n.º 10).
    
La liturgia de Pablo VI se adapta la teología del Concilio que concibió al culto como emanación del corazón de los fieles, sin que la jerarquía ejerciera más que una suerte de control, velando por la organización del culto adaptándose a las culturas de los creyentes y a las initiacivas dejadas a los laicos que «viven su fe». Tal es la razón teológica de la subversión litúrgica.
    
Pablo VI hizo suya esta teología desde su vocación, en 1913 con los benedictinos de Chiari. Desde 1931 y 1932, él simplificó la liturgia de la Semana Santa para favorecer la «participación activa» de los estudiantes de la Federación Universitaria Católica Italiana (FUCI). Adhirió al Movimiento Litúrgico de dom Lambert Beauduin Lavigne OSB y tomó por confesor y director al padre Giulio Bevilacqua Olivari CO (1881-1965), uno de sus propagadores, a quien además nombrara en el Consílium, entre los principales artesanos de las reformas, poco antes de morir. En el Concilio, el 11 de Noviembre de 1962, el futuro Pablo VI no intervino más que para aprobar el esquema sobre la liturgia…
    
Y si él advierte, a partir de 1966, el enloquecedor caos litúrgico en el cual está hundida la Iglesia, él no cuestionará los principios que fueron su causa. ¿Cómo podía hacerlo? No fueron otros que sus propios principios, los del «culto del hombre» y del «humanismo integral» [2], en los cuales se identifican los principios de la nueva liturgia.

Padre Nicolas Portail FSSPX
27 de Noviembre de 2018
    
Bibliografía:
  • El papel G. B. Montini-Pablo VI en la reforma litúrgica, Instituto Paolo VI, Brescia-Roma, 1987, XI-86 páginas.
  • La misa cuestionada: En torno al problema de la reforma litúrgica, Actas del V congreso teológico de Sì sì No no, París, 2002, 505 páginas (sobre los principales problemas del Novus Ordo Missæ).
  • Fraternidad Sacerdotal San Pío X, El problena de la reforma litúrgica. La misa del Vaticano II y de Pablo VI, s. l., 2001, 125 páginas (sobre la nueva teología de la misa).
  • Cardenales Ottaviani y Bacci, Breve examen crítico del nuevo Ordo Missæ (primer análisis detallando las modificaciones de los ritos; múltiples ediciones después de 1971).
  • Yves Chiron, Pablo VI, París, 2008, 325 páginas (para las notaciones históricas).
  • Philippe Chenaux, Pablo VI, el soberano esclarecido, París, 2015, 346 páginas (escrito en vista de la canonización).
NOTAS
[1] Cf. Grégoire Celier, La dimensión ecuménica de la reforma litúrgica, Fideliter, 1987.
[2] Pablo VI, Discurso de clausura del Concilio, 8 de Diciembre de 1965; Carta encíclica Populórum progréssio, 1967.

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