Traducción del artículo publicado por Stefano Mossolin para RADIO SPADA.
En los últimos años, la celebración de la Navidad ha sufrido distintos ataques, en algunos casos explicados como necesarios al “bien común”, en otros a través de una una presunta “fraternidad universal” en virtud de la cual es justo rechazar las raíces propias como signo de buena voluntad hacia quien se siente ajeno a ellas. Sin embargo, nada es nuevo realmente en la historia, y la hostilidad hacia la Navidad incluso en los países cristianos no es la excepción a esta regla.
En Inglaterra, por ejemplo, la Navidad de 1644 fue abrogada, no permitiendo formalmente a los cristianos festejar tan esperado aniversario. A decir verdad, no era la primera vez que los frutos de la “reforma” protestante, diferenciados entre sí en muchas corrientes y formas religiosas diferentes, atacaban y envilecían, tanto como el de los sacramentos, el papel de las fiestas religiosas de la Iglesia.
Ya se había realizado un ataque frontal a la fiesta de la Navidad en las áreas en que se había difundido el calvinismo y el presbiterianismo, donde las celebraciones navideñas fueron vetadas por un tiempo. Los presbiterianos escoceses habían de hecho prohibido la Navidad scozzesi en el año 1640. La puritana en particular, era una fe muy alejada del catolicismo y del anglicanismo. No por ventura el padre del puritanismo fue John Knox, intransigente discípulo de Calvino, a cuyas enseñanzas en realidad fusionó elementos tomados de los anabaptistas holandeses.
En efecto, el ataque más decisivo a la Navidad fue realizado por los protestantes ingleses y en especial precisamente por los puritanos, cargados de hostilidad y rivalidad hacia el anglicanismo [al que aún tachaban de “papista”, N. del T.]. No obstante, de hecho, su figura de referencia fuese Oliver Cromwell, el Parlamento británico había llegado a estar abarrotado de puritanos no menos fervientes e intolerantes que su líder. Estos en realidad eran fanáticos que se atenían a las doctrinas y prácticas (descontextualizadas) del Antiguo Testamento.
Una fuente preciosa en tal senrido es la obra del historiador Heinrich Graetz, que en su Historia de los judíos (Geschichte der Juden, 1853-1875), en respecto a las ideas y a la influencia de los puritanos, relata por ejemplo que en Inglaterra la misma vida pública recibió en un cierto sentido la impronta judía. Un escritor [Theophilus Brabourne, N. del T.] llegó incluso a formular la propuesta de celebrar el sábado en lugar del domingo como día de reposo. Otros deseaban, explica siempre Graetz, que la Inglaterra adoptase las leyes políticas de la Torá. Esta afinidad entre el puritanismo y el judaísmo fue muy positiva para los pocos judíos “ingleses”, que vivían en la isla fingiéndose cristianos. Su situación, además, mejoró posteriormente con la visita del rabino portugués de Ámsterdam Mennasseh ben Israel [מְנַשֶּׁה בֶּן יִשְׂרָאֵל, nacido Manoel Dias Soeiro, N. del.T.], hecha con el fin de obtener para los judíos la posibilidad de establecerse en Inglaterra. Una misión que tuvo un éxito solo parcialmente. De hecho se les permitió a los judíos establecerse en Inglaterra, pero solo “de hecho” y no “en derecho”. Situación que se regularizó plenamente más tarde con la subida al trono del rey Carlos II.
En todo caso, el eminente rabino pudo regresar a Holanda llevando consigo una victoria parcial, muchos honores y una pensión asignada por Cromwell, devenido en 1653 Lord Protector de la Mancomunidad de Inglaterra. En realidad su dictadura militar estaba destinada a durar unos pocos años.
Por tanto, si por un lado el puritanismo fue favorable al judaísmo, su sentimiento hacia el catolicismo fue todo lo contrario. Una aversión que se tradujo en una serie de actos duros, entre los cuales, quizá el más icónico fue precisamente el ataque progresivo a las celebraciones navideñas.
De hecho, el primero de estos decretos de prohibición de 1644 fue emitido realmente a pocos días de la Navidad [la “Ordenanza para la mejor observancia del ayuno mensual, especialmente el siguiente miércoles, comúnmente llamado la Fiesta de la Natividad de Cristo, en todo en el Reino de Inglaterra y el Dominio de Gales”, emitida el 19 de Diciembre de 1644, N. del T.], en un país drásticamente dividido por la guerra civil entre realistas y parlamentaristas (que concluyó con la ejecución de Carlos I y el ascenso de Cromwell al poder). Por tanto, es poco probable que la ley tuviera una aplicación generalizada. En cambio, la prohibición se hizo “absoluta” el 8 de Junio de 1647 [la “Ordenanza para la abolición de las Fiestas y Días santos, y establecer en su lugar los Días de recreación”, N. del T.]. Esta nueva ordenanza del Parlamento prohibía la Navidad, la Pascua y el Pentecostés. Además de las celebraciones, también se prohibieron las fiestas en casa, estableciéndose multas para los infractores. Lo que obviamente hizo que una parte importante de la población se sintiera insatisfecha y provocara disturbios.
Sin embargo, la prohibición fue mantenida y reforzada aún más en 1652 por el Parlamento. Aun así, se implementó con gran dificultad. De hecho, en 1656 el propio Parlamento se quejó de que la prohibición seguía siendo ignorada por muchos valientes ingleses que, a pesar de tener que limitar sus celebraciones al ámbito más privado, no permitían que el fanatismo puritano los privara del espíritu de la Santa Navidad. La prohibición persistió formalmente hasta 1660, año en el que con la Restauración y la llegada al trono del rey Carlos II Estuardo, fue finalmente removida.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)