Noticia tomada de GLORIA NEWS, ampliada en algunos lugares.
Kay Martín Schmalhausen Panizo, de 60 años, obispón emérito de la Prelatura de Ayaviri (Perú), es un antiguo miembro del Sodalicio de Vida Cristiana (SVC). En 2018, abandonó el grupo después de 46 años.
En Abril de 2021, dimitió a la edad de 56 años, alegando razones familiares, y ahora parece estar viviendo en Alemania.
«Denuncié a Figari [el fundador de la SVC] por abusos sexuales a principios de 2013 y sólo encontré puertas cerradas y selladas, a pesar de ser obispo», declaró Schmalhausen a Religión Digital el 17 de Diciembre.
Schmalhausen afirma que convertirse en obispón en 2006 fue su salida de un pernicioso sistema de manipulación y control.
Describe el SCV como «una comunidad sectaria, como una jaula invisible de encierro mental, como una organización de dependencia y control. Con el abuso convertido en sistema, con una cultura interna tóxica, con comportamientos mafiosos, siempre actuando en la sombra y tras el trono. Un pulpo con tentáculos en todos los ámbitos de poder: eclesiásticos, financieros y civiles».
Schmalhausen ingresó en el VPC a los 14 años: «Sufrí diversas formas de abusos, maltratos, humillaciones, burlas e insultos. Para la mayoría de las personas, inimaginables. Lo que quiero decir es que, en el rango de los abusos de los que se acusa al Sodalicio, no quedé libre de ninguno» por parte de Alberto “Beto” Víctor Manuel Gazzo Baca, director de novicios de la casa “Nuestra Señora del Rosario” en el distrito limeño de San Bartolo. “Instalado” presbítero por Juan Pablo II el 2 de Febrero de 1985 en un servicio que se celebró en el Hipódromo de Monterrico, Gazzo fue fundador de la comunidad Nuestra Señora de Guía en Río de Janeiro, y el primer presbítero sodalité en abandonar la comunidad y pedir laicización
Su primer año en la casa de “San Ælredo”, cuando tenía 18 años, fue «mi año de infierno y horror. Tuve a Germán Doig de superior, con su estrategia de palo y caramelo, y a Figari, quien llegaba todos los sábados a cenar para, semana tras semana, con denigraciones, burlas e insultos, someter mi voluntad», dijo.
Schmalhausen acusó a Luis Fernando Figari Rodrigo de abusos sexuales a principios de 2013. Germán Doig había muerto 12 años antes, y tenía abierta abierta causa de “beatificación”, la cual se cayó poco después de las denuncias.
En 2015 y 2016, advirtió en Roma de los graves problemas de la comunidad como tal, tanto verbalmente como por escrito: «Me reuní con el Secretario de Estado, Pietro Parolin: silencio romano".
Llevó personalmente su queja a la entonces Congregación para la Vida Religiosa: «Otro esfuerzo en vano. Y quiero añadir que esto último vino acompañado de una denigración como pocas he padecido, por parte de José Rodríguez Carballo, el segundo al mando de dicho dicasterio. Un año después, él mismo me pidió que le enviara mi denuncia por correo electrónico».
«También advertí al cardenal Seán O’Malley, responsable de la Comisión para la Prevención del Abuso de Menores, con un largo informe escrito: Silencio bostoniano», añadió. En cambio, «Conforme avanzaba el tiempo, me fui enterando de las difamaciones y calumnias que en mi contra se sembraron dentro y fuera de Roma. Sus promotores fueron algunas autoridades del Sodalicio, entre ellos Enrique Elías, su procurador ante la Santa Sede. A esta campaña se sumaron algunos de mis hermanos de la Conferencia Episcopal Peruana. Los típicos mecanismos de empoderarse en el control de la narrativa, al estilo de Goebbels: “miente, miente, que algo queda”».
Tras sus acusaciones, fue rechazado por quienes detentaban el poder, afirma: «Aún hoy recuerdo, durante la visita papal del 2018 al Perú, las miradas y gestos evasivos a mi saludo de los dos cardenales Parolin y O’Malley, parte de la comitiva pontificia. La indiferencia y frialdad fueron absolutas. Quedé devastado. Entonces me di cuenta de dos cosas: de la dimensión institucional -sistémica- del encubrimiento en la Iglesia y de que probablemente mi ministerio episcopal estaba llegando a su final».
«Viví en carne propia la gravedad perniciosa del abuso espiritual y de conciencia, por parte del mismísimo Luis Fernando Figari, preso de la arrogancia patológica de sustituir a Dios», dijo Schmalhausen. «He experimentado en carne propia la vía dolorosa de la resolución de los traumas. Las fobias, los ataques de pánico, las pesadillas, el miedo, el delirio de persecución, la ansiedad, y tantos otros síntomas que acompañan este calvario prolongado. Conozco de primera mano las dinámicas de manipulación, sometimiento y quiebre de la voluntad».
Afirmó que en 2021, Nicola Girasoli Elicio, entonces nuncio en Perú, llamó por teléfono a Schmalhausen y le exigió a gritos su dimisión. Schmalhausen dice al respecto: «¿A qué venía ya resistir a una maquinaria cuyos engranajes no se detendrían? Bastó una simple carta y una excusa de corte diplomático: “Mons. Kay debía atender a su madre muy anciana”».
Según Schmalhausen, el SCV intentó hacerse con el control de su prelatura a sus espaldas, «y de hecho lo consiguió":
«Estando yo en Ayaviri, en medio de las tensiones originadas por Erwin Scheuch, entonces superior regional del Perú, para hacerse a mis espaldas del control de la Prelatura, buscó además controlar (y de hecho, lo logró) los dineros del Fondo Minsur para programas sociales, sin yo conocer aún de los malos manejos de altas sumas de dinero. De esto me enteraría años después por algunos testigos.Más por intuición que por certezas, decidí cortar a mitad de camino dicho programa. Apenas lo hice recibí la llamada de Jaime Baertl, a gritos destemplados e insultos de todo calibre, reclamándome por la decisión tomada. No hacía mucho, Andrés Tapia, encargado regional de comunicaciones de turno, había intervenido y comprometido con un programa de hackeo la computadora de mi secretario. De esa manera, la cúpula sodálite tenía acceso a mi correspondencia, itinerarios y comunicaciones».
Para él, la Comisión Scicluna-Bertomeu creada por Francisco Bergoglio hizo un «trabajo impecable». «Para quienes conocemos y padecimos la corrupta urdimbre interna [del Sodalicio], las expulsiones están más que justificadas. Pretender quitar crédito, relativizar o peor aún demandar civil y eclesiásticamente a la Comisión, concretamente a uno de sus actores, el P. Jordi Bertomeu no me lo explico sino como una ceguera voluntaria a la trama aquí en juego (pues la información está al alcance de todos) o acaso un actuar malévolo con los mismos viejos mecanismos de difamación y calumnia para controlar la narrativa».
En declaraciones al opusino Servicio de Noticias Crux cuatro días después, el cardenal Seán Patrick O’Malley OFM Cap. calificó el testimonio de Schmalhausen de «Un relato de los hechos muy injusto».
Según la periodista Elise Ann Harris (actual esposa del fundador y editor general de Crux John L. Allen Jr.), «O’Malley dijo que ambos habían tenido una conversación inicial por teléfono sobre el SCV en Junio de 2017, y que Schmalhausen envió su informe después de eso. Una vez que recibió el informe, O'Malley dijo que intentó comunicarse con Schmalhausen nuevamente por teléfono, pero no pudo comunicarse con él» [lo que suena extraño].
Siempre según Harris, O’Malley «no recuerda» haberse encontrado con Schmalhausen durante aquella visita a Perú, que recuerda el capuchino como «un momento particularmente difícil», por coincidir con la develación del escándalo de abusos en el vecino Chile y que a él mismo lo fustigaron por haber criticado la defensa que Bergoglio hizo del entonces obispón de Osorno Juan de la Cruz Barros hasta el punto de tildar de difamadores a los que lo denunciaban como cómplice de Karadima (entre esos críticos el primero fue “El biógrafo” de Bergoglio y editor en Crux Austen Ivereigh), y añadió que le hubiese encantado hablar con él. «Estoy seguro de que nunca lo habría ignorado… No soy ese tipo de persona».
Parolin, por su parte, no se pronunció.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)