Traducción del artículo publicado por el padre Thomas John Ojeka.
Tomar a la ligera las cosas divinas como si fueran ordinarias y mundanas… conduce a la muerte, la muerte del alma…
Considera que en el año cristiano, los domingos se organizan en base a un conjunto de “fiestas cardinales” de nuestro Santísimo Señor: tenemos domingos después de Epifanía, domingos después de Pascua y domingos después de Pentecostés.
El tiempo de la Epifanía celebra la triple manifestación del Verbo hecho Carne: la adoración de los Magos manifiesta su realeza. Su primer milagro en Caná lo muestra como Señor de toda la creación. Y su bautismo en el Jordán lo revela como el verdadero Hijo de Dios.
El Tiempo después de Pascua trae a la memoria los cuarenta días durante los cuales el Señor Resucitado estuvo con Sus Discípulos, hablándoles del Reino de Dios: obrando la organización de Su Iglesia, Su Reino en la tierra.
El tiempo de Pentecostés trae a la mente el reinado del Espíritu Santo en el reino de Dios en la tierra.
Una cosa es obvia: no hay nada ordinario en ningún momento del año cristiano:
Por alguna razón, ya sea ecuménica o por algún otro motivo modernista, los domingos después de la Epifanía y los domingos después de Pentecostés son rebautizados como «Domingos del tiempo ordinario» por revolucionarios litúrgicos modernistas e innovadores en un intento de actualizar el año litúrgico católico a un estándar que agrade al hombre moderno en su yo ordinario: es decir, el hombre moderno que no tiene ningún uso para la revelación divina o el misterio, sino que está contento con su sentimiento religioso que brota de su subconsciente.
Su mayor crimen, por supuesto, es su hipocresía al presentar este acuerdo de cambio de marca como un asunto católico.
Sin duda, si uno oye hablar de «Domingos después de la Epifanía o Pentecostés», sería llevado a considerar los misterios celebrados durante la Epifanía o Pentecostés, sin necesidad de explicación como tal… cuando uno oye hablar de «Domingos en tiempo ordinario», serían necesarios volúmenes de líneas para explicar qué significaría “tiempo ordinario” tal como se usa en el año litúrgico. Al final del día, la explicación básicamente no dice nada de interés para un sentido común católico informado: precisamente porque en el año cristiano, no hay nada ordinario.
Pero, esa es la táctica de los modernistas: te hacen tomar las cosas divinas a la ligera pretendiendo usar expresiones familiares, y luego te inundan con palabras para explicar la simplicidad de tales expresiones familiares y su adecuación. Pero al hacer esto, conducen lenta pero seguramente al ateísmo, el camino iniciado por su antepasado, el apóstata Martín Lutero.
Debe decirse con palabras claras: no existe tal tiempo como “tiempo ordinario” en el año cristiano.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)