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jueves, 14 de marzo de 2024

PRESBÍTERO ESTADOUNIDENSE NIEGA EXPIACIÓN DE LA MUERTE DE CRISTO

Traducción del artículo publicado en NOVUS ORDO WATCH.
   
PRESBÍTERO NOVUS ORDO NIEGA EXPIACIÓN DE CRISTO: «JESÚS NO MURIÓ PARA APACIGUAR UN PADRE ENOJADO».
La Cuaresma en la religión Novus Ordo…
   

Es Cuaresma, incluso en la religión del Vaticano II. Si bien es algo noble prescindir de cosas como dulces y entretenimiento durante esta temporada sagrada de penitencia, se lograría mucho si los presbíteros del Novus Ordo pudieran al menos renunciar a la herejía durante la Cuaresma.

No así el Rev. Terrance W. Klein, retratado arriba. Ex profesor asociado de la facultad de teología en la Universidad de Fordham, es autor del libro Vanity Faith: Searching for Spirituality among the Stars (2009) y ahora sirve en la parroquia de San José en Ellinwood (Kansas), parte de la diócesis de Dodge City.
    
El 6 de Marzo de 2024, el periodicucho jesuita poscatólico America publicó una homilía por el Rev. Klein para el IV Domingo de Cuaresma. El mero título es herético:
En esta homilía, el “padre” Klein (¿por qué “padre” entre comillas?) responde a una mujer que lo contactó porque estaba molesta por algo que él había dicho en un sermón anterior, a saber: «Lo que Dios finalmente no nos pediría, Dios da gratuitamente. El Padre sacrifica a su hijo Jesús, su único hijo, a quien ama».
     
Eso fue suficiente para que ella objete: «Me encantaría verte abordar el terrible [sic] tema de la expiación. ¿Jesús no murió para apaciguar a un Dios enojado, ni, a través de su tortura y muerte aterradora, para expiar el pecado, a menos que el Padre sea así de sediento de sangre?».
    
En respuesta, el reverendo Klein está escandalosamente de acuerdo con el argumento básico de su objetora: «Mi corresponsal rechaza con razón la noción de Dios Padre exigiendo airadamente la muerte de Dios Hijo… Tiene toda la razón. Jesús no murió para apaciguar a un Dios enojado, pero aun así dejaría mis palabras como estaban». ¡Señor, ten misericordia!
  
HABLAR CORRECTAMENTE DE DIOS
Lo que vemos aquí es el fruto podrido de la Nouvelle Théologie, la “Nueva Teología”, que comenzó a asomar su fea cabeza en la década de 1930. Ella fue criticada por el Papa Pío XII en varios discursos en la década de 1940, y muchos de sus errores fueron condenados en la magistral encíclica Humáni géneris in rebus (1950), con una encíclica secuela en proceso pero que nunca se completó.
    
Varios de los defensores de la Nouvelle Théologie (oficialmente llamada teología de los recursos) fueron silenciados y sospechosos de herejía por el Santo Oficio. Lamentablemente, sin embargo, estas medidas papales resultaron demasiado débiles, demasiado ineficaces para oponerse a una corriente tan fuerte. Cuando Angelo Roncalli (“Papa Juan XXIII”) se apoderó del Vaticano en 1958, se abrieron las esclusas: Muchos de los neoteólogos fueron rehabilitados y se convirtieron en peritos (consejeros teólogos expertos) en el Concilio Vaticano II (1962-1965). Desde entonces, el recurso a los recursos ha sido la teología preferida del Vaticano, con resultados innegablemente desastrosos.

Uno de los principales errores de la Nueva Teología se refiere a la relación entre el contenido de los dogmas (y, por extensión, de otras verdades teológicas) y su expresión  (ver Humáni Géneris, nn. 14ss.). Parecería que esta cuestión, o alguna variación de la misma, es parte de lo que subyace en la afirmación herética del “P.” Terrance Klein de que Cristo no murió para apaciguar a Dios Padre, justamente enojado por cuenta de nuestros pecados. Así el reverendo empieza la parte explicatoria de su sermón con la siguiente advertencia:
«Como la mayoría de las declaraciones teológicas, la verdad de mis palabras no debe ser juzgada por correspondencia: no podemos presentar nuestras palabras a Dios para que las inspeccione. En cambio, las afirmaciones teológicas se juzgan principalmente por su coherencia. ¿Cómo encajan con todo lo demás que podemos afirmar correctamente de Dios?» (Rev. Terrance Klein, Jesús no murió para apaciguar a un Dios enojado, revista America, 6 de Marzo de 2024).
Aunque esto pueda parecer razonable al principio, lo que Klein afirma aquí es peligroso. Es cierto, por supuesto, que cuando hablamos de Dios, estamos necesariamente limitados porque Dios es infinito y cualquier cosa que podamos decir sobre Él se basa en conceptos meramente finitos extraídos de nuestro mundo creado y finito. Sin embargo, esto no significa que no podamos hablar sinceramente acerca de Dios, que no tengamos forma de saber si lo que decimos corresponde a la realidad.

Una de las claves para entender esto se puede encontrar en la doctrina de la analogía de Santo Tomás de Aquino (algo respaldado por el propio Klein hacia el final de su homilía). El filósofo tomista Dr. Edward Feser ofrece una buena explicación al respecto en su libro sobre la existencia de Dios:
«El uso analógico de los términos suele contrastarse con el uso unívoco y el uso equívoco. Usamos un término unívocamente en dos contextos cuando lo usamos en el mismo sentido en ambos contextos. Por ejemplo, si digo que Rover es un perro y que Fido es un perro, estoy usando el término “perro” de forma unívoca. Usamos un término de manera equívoca en dos contextos cuando lo usamos en un contexto en un sentido completamente diferente del sentido que tiene en el otro. Por ejemplo, si digo que el jugador de béisbol balanceó el bate y que había un murciélago volando por el ático [en inglés, “I say that the baseball player swung the bat and that there was a bat a flying around the attic”, N. del T.] estoy usando el término “bat” de manera equívoca. El uso analógico de términos es un tipo de uso intermedio. Cuando un término se usa analógicamente en dos contextos, el término no se usa exactamente en el mismo sentido en ambos contextos, pero los sentidos tampoco son completamente diferentes. Por ejemplo, si digo que el vino sigue siendo bueno y que George es un buen hombre, no estoy usando el término “bueno” exactamente en el mismo sentido (ya que la bondad del vino es algo muy diferente a la bondad de un hombre), pero los dos usos tampoco son completamente diferentes o no están relacionados. La bondad de uno es análoga a la bondad del otro, aunque no sean la misma cosa. Nótese que el uso analógico de los términos (o al menos el tipo de uso analógico que nos ocupa aquí) no es lo mismo que un uso metafórico. Tampoco hablamos metafóricamente cuando decimos que el vino es bueno o que George es bueno. En ambos casos seguimos utilizando el término literalmente, aunque no de forma unívoca o equívoca.
    
Cuando decimos de Dios que es poderoso, que tiene intelecto o que es bueno, entonces deberíamos (así lo sostiene Tomás de Aquino, acertadamente en mi opinión) entender estos términos de forma analógica. Estamos diciendo que hay en Dios algo análogo a lo que llamamos poder en nosotros, algo análogo a lo que llamamos intelecto en nosotros y algo análogo a lo que llamamos bondad en nosotros. Estos no están del todo ajenos al poder, el intelecto y la bondad tal como existen en nosotros (del mismo modo que ser un bate de béisbol no tiene ninguna relación con ser el tipo de murciélago que vuela por el ático). Pero tampoco el poder, el intelecto y la bondad de Dios son exactamente iguales a lo que existe en nosotros. En particular, lo que llamamos poder, intelecto y bondad de Dios (así como los demás atributos divinos) son, en última instancia, una y la misma cosa vista desde diferentes puntos de vista, mientras que lo que llamamos poder, intelecto y bondad en nosotros no son lo mismo» (Edward Feser, Cinco pruebas de la existencia de Dios [San Francisco, CA: Ignatius Press, 2017], págs. 78-79; cursiva en el original).
Esta lúcida explicación del Dr. Feser nos permite comprender que aunque lo que podemos decir sobre Dios está necesariamente limitado por nuestro habla y comprensión humanas, por medio de analogías se dice sin embargo con verdad. Cuando afirmamos que Dios es Amor, por ejemplo, lo que decimos es verdad, aunque nuestra propia comprensión del amor sea finita y esté sujeta a las limitaciones de nuestras mentes creadas. Y cuando decimos que es verdad queremos decir que se corresponde con la realidad. ¡Dios realmente es Amor, Amor infinito!
    
Klein parece negar esto cuando afirma que «las afirmaciones teológicas se juzgan principalmente por su coherencia». Sin embargo, la coherencia por sí sola, o incluso principalmente, no es ni podría ser un criterio de conocimiento. Se puede ser muy coherente y seguir equivocándose. El mero hecho de que una afirmación sea coherente con otras afirmaciones no significa que sea verdadera, sólo que armoniza con otras afirmaciones. Pero, ¿ellas son ciertas y, de ser así, queremos decir con ello que son coherentes o que corresponden a la realidad? Si es lo primero, entonces somos víctimas del razonamiento circular; pero si es esto último, entonces acabamos de admitir que la correspondencia con la realidad es posible para las afirmaciones teológicas.
    
Por tanto, la posición de Klein prácticamente se refuta a sí misma. Esto lo vemos en su pregunta explicativa sobre la coherencia: «¿Cómo encajan [mis palabras] con todo lo demás que podemos afirmar correctamente de Dios?». ¿Cómo puede hablar de lo que podemos «afirmar correctamente de Dios». cuando su enfoque se basa en la coherencia y no en la correspondencia con la realidad?
  
Klein se enfrenta aquí a un dilema: o debe admitir que lo que se dice correctamente de Dios se corresponde con la realidad, en cuyo caso estaría socavando sustancialmente su tesis; o debe argumentar que lo que se cree que Dios afirma correctamente es simplemente otra serie de afirmaciones coherentes, que sólo son “verdaderas” en la medida en que armonizan con otras afirmaciones que son… ¡oh, bueno! – simplemente coherentes con otra serie más de… ya entiendes la idea. Por lo tanto, se quedaría con una regresión infinita que, en última instancia, no se basa en la nada. Pero la coherencia sólo tiene significado para el conocimiento si tiene un fundamento en correspondencia con la realidad. De cualquier manera quiere dividirlo, por lo tanto, se demuestra que su posición es falsa.
    
Ahora bien, Klein podría responder señalando que simplemente dijo que “la mayoría” de las declaraciones teológicas no pueden juzgarse por correspondencia, no todas, y que la coherencia es sólo “principalmente” el criterio por el cual juzgar la verdad de una declaración teológica, no el único criterio. Sin embargo, dado que no aclara ni elabora, no hay forma de saber exactamente qué afirmaciones en su opinión pueden ser juzgadas por correspondencia, y qué otros criterios de juicio podría permitir además de la coherencia, y por qué.
    
Además, aunque primero dice que la verdad de «la mayoría de las declaraciones teológicas... no debe juzgarse por correspondencia», rápidamente elimina el determinante “la mayoría” en la siguiente oración y afirma sin reservas que «las afirmaciones teológicas se juzgan principalmente por la coherencia». Esto plantea la pregunta obvia de que si la coherencia es sólo el criterio principal, ¿cuáles son los otros criterios que podemos utilizar y por qué deberían ser secundarios a la coherencia?
    
De todos modos, la razón que da para preferir la coherencia a la correspondencia es que «no podemos presentar nuestras palabras a Dios para que las inspeccione». Pero si este es el caso sólo para “la mayoría”, no para todas, las declaraciones teológicas, entonces debe estar diciendo que algunas declaraciones teológicas pueden presentarse ante Dios para su inspección. ¿Cuáles son y por qué se puede establecer correspondencia para ellos pero no para los demás?
    
Lamentablemente, Klein ni siquiera comienza a responder estas preguntas y el lector debe sacar sus propias conclusiones.
   
¿POR QUÉ DIOS SE HIZO HOMBRE? LA POSICIÓN CONFUSA Y CONFUSIVA DE KLEIN
Lo que sigue a continuación en la homilía del reverendo Klein es una mezcolanza de afirmaciones sobre la libertad, el pecado, el castigo y la redención. Declaraciones como las siguientes dejan al lector más perplejo que informado:
  • «Cuando pecamos, nos alejamos de nosotros mismos».
  • «Y somos nosotros quienes debemos deshacer lo que hemos hecho. Una vez colocados en el ámbito de la libertad, todo lo que hagamos debe ser luchado y elaborado dentro de su libertad».
  • «Ninguno de ellos [Dios Padre y Dios Hijo] hace un sacrificio, en el sentido religioso, al Maligno o a algún código impersonal de justicia. El amor sacrifica lo que exige la necesidad».
La vaguedad, ambigüedad y oscuridad intencionales son bastante características de la Nueva Teología, por lo que citas como la anterior no son una sorpresa. Ésa es la teología que los sacerdotes del Novus Ordo estudiaban en el seminario y, a menudo, no conocen nada diferente.
    
Klein finalmente llega a su conclusión blasfema y herética:
«Asimismo, es aborrecible y tonto pensar que la ira de Dios se apacigua con la muerte de su Hijo. La voluntad de Dios es eterna, inmutable. Cuando las Escrituras aplican nuestras emociones a Dios, lo hacen a modo de analogía. Todo el compromiso personal que expresamos a través de nuestras emociones encuentra resonancia en Dios. Pero así como el Dios eterno no pasa de una acción a otra, el corazón de Dios es firme. Es mejor pensar en Dios como alguien a la vez enojado y compasivo, afligido y regocijado. El nuestro es el movimiento que revela la variación» (subrayado añadido).
¡Lo que es aborrecible y tonto es la negación de Klein de que la ira de Dios se apacigua con el sacrificio de Su Hijo!
    
La objeción tanto de Klein como de su corresponsal anónima no es nueva. Los acatólicos lo han logrado una y otra vez. Se abordó brevemente, por ejemplo, en el vol. 1 de las famosas Radio Replies, publicadas por primera vez en 1938:
«744. La idea de la expiación mediante sacrificio humano me llena de horror y debe ser aborrecible para un Dios bueno y misericordioso.
    
No aborrecerías la muerte de Cristo por la humanidad si entendieras el pleno significado de la acción. Lejos de oponerse a la bondad y misericordia de Dios, es la manifestación suprema de esa bondad, el hecho de que Dios ame tanto al mundo como para dar a su Hijo unigénito» (Padres Leslie Rumble y Charles Mortimer Carty, Radio Replies, vol. 1 [San Pablo (Minesota): Radio Replies Press Society, 1938], pág. 155; en negrita).
Observa cómo la respuesta dada por los padres Rumble y Carty es diametralmente opuesta a la dada por el “P.” Klein. Mientras que los “Padres de la Radio” rechazan la afirmación de que la Expiación es incompatible con un Dios bueno y misericordioso, porque de hecho es la prueba definitiva de que Dios es en verdad todo bueno y todo misericordioso, el sacerdote del Novus Ordo coincide con quien se opone a hasta el punto de afirmarse blasfemamente que «es aborrecible y tonto pensar que la ira de Dios se apacigua con la muerte de su Hijo». ¡Qué diferencia hace la teología equivocada!
     
La tortura y la muerte de Jesús son en verdad una prueba magnífica de la bondad y el amor infinitos de Dios. Los horrores y la crueldad que soportó Cristo nos muestran (a) cuán terrible es realmente el pecado, y (b) ¡cuánto nos ama Dios que está dispuesto a soportar un sufrimiento tan incomprensible para redimirnos! «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo, y tengo poder para ponerla, y tengo poder para volver a tomarla. Este mandamiento he recibido de mi Padre» (Jn 10, 17-18). De ahí que el P. Rumble y el p. Carty habla de “la manifestación suprema” de la bondad divina en el Sacrificio del Calvario.
    
En lugar de ayudar a su corresponsal a comprender estas hermosas verdades, que también son muy útiles para iluminar por qué Dios nos permite sufrir y requiere que carguemos con nuestra cruz (ver Luc. 14:27), el reverendo Klein habla oscuramente del «viaje [de Cristo] hasta el punto más lejano de nuestra alienación»:
«Por eso, cada miembro de la Trinidad quiere que el Hijo, que es Dios y hombre, viaje hasta el punto más lejano de nuestra alienación. Allí, con la fuerza de su humanidad y de su divinidad, pasa resueltamente por la muerte en su regreso al Padre. Y por supuesto, nos trae con él».
Si Dios Hijo no ofreció un sacrificio expiatorio del pecado para apaciguar la justa ira de Dios Padre, ¿qué hizo en el Monte Calvario? ¿Para qué fueron su Pasión y Muerte, según el “P.” Klein?
    
Basado en su homilía del IV Domingo de Cuaresma, la respuesta parece tener algo que ver con el deseo de Cristo de experimentar el sufrimiento y la muerte como nosotros: «El Hijo de Dios debe venir por nosotros, y debe viajar hasta el nadir de nuestra vida. autonegación, nuestra alienación de Dios. Debe aceptar la misma muerte que trae el pecado». Esto recuerda bastante a la tesis herética del “Arzobispo” alemán Robert Zollitsch Geiger proclamó en 2009, pero eso lo dejaremos para más adelante.
   
¿ES LA IRA DE DIOS UNA SIMPLE METÁFORA?
Primero debemos abordar el argumento de Klein de que la ira de Dios no puede ser apaciguada por la muerte de Su Hijo porque esto implicaría que Dios puede cambiar, lo cual es imposible. Invocando la doctrina de la analogía, Klein afirma que las declaraciones bíblicas que involucran las emociones de Dios no deben tomarse literalmente. Pero no tan rápido…
   
Es muy cierto que no hay cambio en Dios, porque Él es eternamente inmutable: «Porque yo soy el Señor, y no cambio…» (Malaquías 3, 6). También es cierto que Dios no tiene pasiones humanas (fuera de las de Cristo Encarnado, claro). Sin embargo, de estas verdades no se sigue que la justa indignación de Dios no sea apaciguada por la muerte de Nuestro Señor en la Cruz.

El P. José M.ª Dalmau y Puig de la Bellacasa SJ, explica:
«Muchos afectos se atribuyen a Dios en la sagrada Escritura y en la predicación de la Iglesia, de entre los cuales unos se dan formal y propiamente en la voluntad de Dios, y otros solamente se dan en esta voluntad “secúndum quid” o metafóricamente.
  
EL AMOR, EL GOZO, LA AVERSIÓN, deben atribuirse a Dios en sentido propio, porque no implican en sí ninguna imperfección o limitación. Acerca de estos trata bellamente Santo TOMÁS, I q.20. EL DESEO, si denota simplemente la voluntad antecedente respecto de la creatura, y la INDIGNACIÓN o ENOJO en cuanto que por estas dos palabras se da a entender solamente la justicia que conlleva el castigo, se dan también con propiedad en Dios; no en cambio si con estas palabras se significan pasiones propiamente tales, que al igual que otras afecciones o estados de esta índole de tristeza, de esperanza, de desesperación y de temor, según su propia naturaleza no pueden apartarse o prescindir de la imperfección, las cuales no pueden ser compatibles con la suma bienaventuranza y el supremo poder de Dios; así pues se da un sentido metafórico o metonímico en las expresiones con las que se atribuyen a Dios estas afecciones» (P. José M.ª Dalmau y Puig de la Bellacasa SJ, Sobre el Dios Uno y Trino, en Sacræ Theologiæ Summa, vol. IIA, n. 204, pág. 174; subrayado añadido).
Esto muestra que es incorrecto sostener, como lo hace Klein, que la ira de Dios, entendida como Su justicia vengativa, es una mera metáfora. No lo es. Invocar la doctrina de la analogía no ayudará aquí, porque, como vimos explicar anteriormente a Ed Feser, «el uso analógico de los términos… no es lo mismo que un uso metafórico». Todo lo que afirmamos de Dios lo afirmamos analógicamente, ya sea literal o metafóricamente.
    
Sí, se puede hablar de Dios metafóricamente. Por ejemplo, el Salmo 90:4 dice: «Él te cubrirá con sus hombros, y bajo sus alas estarás seguro». Evidentemente se trata de metáforas, ya que Dios no tiene cuerpo y por tanto no puede tener hombros ni alas. Es cierto que Dios asumió la naturaleza humana en la Encarnación, pero obviamente no es de eso de lo que habla el versículo.

Aunque podemos hablar metafóricamente de Dios, la ira que podemos atribuirle apropiadamente a Dios es Su justicia vindicatica, y no es una metáfora. Pero esta justicia vindicativa se satisface con la expiación adecuada, y es en este sentido que hablamos de que Dios es apaciguado por el sacrificio de su Divino Hijo. Sin embargo, esto no implica ningún cambio en Dios, porque es desde toda la eternidad que Dios se siente ofendido por el pecado y apaciguado por el Sacrificio del Calvario: «Dios a lo largo de toda la eternidad posee el acto de irritación y de amor respecto al tiempo en el que el hombre es pecador y justo» (Dalmau, Sobre el Dios Uno y Trino , pág. 97).
   
¿Por qué estas verdades son tan difíciles de aceptar para el “P.” Klein, ¿y con qué las está reemplazando? Su sermón está lejos de ser lúcido e introduce más oscuridad que luz en la discusión. De hecho, parece que incluso ha entendido mal la preocupación de la objetora que citó al principio: «Me encantaría verte abordar el terrible [sic] tema de la expiación. ¿Jesús no murió para apaciguar a un Dios enojado, ni, a través de su tortura y muerte aterradora, para expiar el pecado, a menos que el Padre sea así de sediento de sangre?».

Claramente, el problema de la mujer es la idea de que Dios exigiría un sacrificio de sangre en expiación por los pecados de la humanidad, aparentemente algo de lo que nunca antes había oído hablar en la religión del Vaticano II (no es demasiado sorprendente). En lugar de explicarle esto de acuerdo con la doctrina católica perenne, Klein le indica que está de acuerdo con ella en que afirmar esto sería realmente aborrecible y luego se refiere a la inmutabilidad (inmutabilidad) de Dios. Como si al objetor le preocupara que un Dios enojado, apaciguado por la Pasión de su Hijo, constituyera un cambio en el Dios inmutable. ¡Claramente eso no es lo que preocupa a la dama!
   
EL TESTIMONIO DE LA DIVINA REVELACIÓN Y EL MAGISTERIO
La evidencia bíblica de la ira de Dios a causa de nuestros pecados y la subsiguiente naturaleza propiciatoria (expiadora de pecados) de la Pasión y Muerte de Cristo en la Cruz es sobreabundante. Nos limitaremos a examinar algunas citas.
    
El Antiguo Testamento está lleno de ejemplos de Dios expresando, amenazando y dispensando o reteniendo Su justa ira, pero el concepto no se limita únicamente al Antiguo Pacto. El Nuevo Testamento también habla de la ira de Dios:
  • Pero él es misericordioso y perdonará sus pecados, y no los destruirá. Y muchas veces aplacó su ira, y no encendió toda su ira. (Sal 77:38)
  • Conviértenos, oh Dios nuestro salvador, y apaga de nosotros tu ira. (Sal 84:5)
  • ¿Quién puede decir si Dios se volverá y perdonará, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos? (Jonás 3:9)
  • Hemos pecado, hemos hecho maldad, hemos actuado injustamente, oh Señor Dios nuestro, contra todas tus justicias. Aparta de nosotros tu ira, porque somos pocos entre las naciones a donde nos dispersaste. (Baruc 2:12-13)
  • Oh Señor, contra toda tu justicia: apártate, te ruego, tu ira y tu indignación, de tu ciudad Jerusalén, y de tu santo monte. Porque a causa de nuestros pecados y de las iniquidades de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son oprobio para todos los que nos rodean. (Daniel 9:16)
  • Y viendo venir a su bautismo muchos de los fariseos y saduceos, [St. Juan el Bautista] les dijo: Generación de víboras, ¿quién os mostró cómo huir de la ira venidera? (Mt 3:7)
  • Que nadie os engañe con palabras vanas. Porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de incredulidad. (Efesios 5:6)
  • Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de aquellos hombres que retienen la verdad de Dios en la injusticia. (Romanos 1:18)
Para evitar nuestra ruina eterna, el Dios todo misericordioso se complació en enviar a su propio Hijo para hacer expiación por nuestros pecados, para ser el «Cordero de Dios... que quita el pecado del mundo» (Jn 1:29). En esto mostró su infinita misericordia y amor: «En esto está la caridad: no como si hubiésemos amado a Dios, sino porque él nos amó primero a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4:10). En efecto, «él es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Jn 2,2).
   
Que Dios mismo sería el Cordero, y que este Cordero sería inmolado, fue presagiado y profetizado en el Antiguo Testamento:
  • Y Abraham dijo: Dios se proveerá de víctima para un holocausto, hijo mío. (Génesis 22:8)
  • Di a los pusilánimes: Confiad, y no temáis: he aquí vuestro Dios traerá venganza de recompensa: Dios mismo vendrá y os salvará. (Is 35:4)
  • Y el Señor agradó herirlo en su enfermedad: si pone su vida por el pecado, verá una descendencia duradera, y la voluntad del Señor será prosperada en su mano. (Is 53:10)
  • ¿Quién es éste que viene de Edom, con vestiduras teñidas de Bosra, este hermoso en su manto, caminando en la grandeza de su fuerza? Yo, que hablo justicia, y soy defensor para salvar. ¿Por qué, pues, son rojos tus vestidos, y tus vestidos como los de los que pisan el lagar? Pisé solo el lagar, y de los gentiles no hay hombre conmigo; los pisoteé en mi ira, y los pisoteé en mi ira, y su sangre fue rociada sobre mis vestidos, y manché toda mi ropa. Porque el día de la venganza está en mi corazón, el año de mi redención ha llegado. (Is 63:1-4)
Para aquellos que hacen uso apropiado del Sacrificio Redentor del Calvario, les servirá para la salvación, lavando sus pecados y regenerándolos para una vida nueva y sobrenatural de gracia. Pero aquellos que lo rechacen no se librarán de la ira de Dios:
  • ¿Y piensas esto, oh hombre, que juzgas a los que hacen tales cosas, y haces lo mismo, que escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su bondad, paciencia y paciencia? ¿No sabes que la benignidad de Dios te lleva a la penitencia? Pero según tu dureza y tu corazón impenitente, atesoras para ti la ira, para el día de la ira, y la revelación del justo juicio de Dios. El cual pagará a cada uno según sus obras. A los que con paciencia en el buen trabajo buscan la gloria y la honra y la incorrupción, la vida eterna; pero a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que dan crédito a la iniquidad, la ira y la indignación. (Romanos 2:3-8)
  • Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios propuso como propiciación, mediante la fe en su sangre, para la manifestación de su justicia, para la remisión de los pecados anteriores, mediante la paciencia de Dios, por la manifestación de su justicia en este tiempo; para que él mismo sea justo y justificador del que es de la fe de Jesucristo. (Romanos 3:24-26)
  • Cristo murió por nosotros; Así que mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. (Romanos 5:9)
  • Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos. Y oí una gran voz desde el templo, que decía a los siete ángeles: Id y derramad las siete copas de la ira de Dios sobre la tierra. (Apocalipsis 15:7; 16:1)
Dos mil años de catolicismo son impensables sin la verdad divinamente revelada de que Jesucristo ofreció un sacrificio expiatorio de los pecados a su Padre para la redención del mundo, aplacando así la justa ira de Dios y restaurando su honor ultrajado. No sorprende, por lo tanto, que encontremos la clara evidencia bíblica también afirmada por el magisterio de la Iglesia Católica.
    
En primer lugar, consideraremos el Concilio de Trento, que dejó en claro que nuestra justificación fue ganada por Jesucristo cuando se ofreció a sí mismo en la Cruz:
«…pero la causa meritoria es su amadísimo Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo, “que siendo enemigos” [Rom 5,10], “por la gran caridad con que nos amó” [Ef 2,4], mereció la justificación por nosotros por su santísima pasión en el madero de la Cruz, y dio satisfacción por nosotros a Dios Padre…» (Concilio de Trento, Sesión VI, Capítulo 7; Denz. 799 )
Dado que la Santa Misa es el mismo Sacrificio del Calvario que Nuestro Señor ofreció hace 2000 años, también es propiciatorio:
«Y como en este divino sacrificio, que se celebra en la Misa, está contenido e inmolado incruentamente ese mismo Cristo, que en el altar de la Cruz “una vez se ofreció a sí mismo” sangrientamente [Heb 9,27], el El santo Sínodo enseña que esto es verdaderamente propiciatorio, y tiene este efecto: que si contritos y arrepentidos nos acercamos a Dios con un corazón sincero y una fe recta, con temor y reverencia, “obtenemos misericordia y hallamos gracia en el socorro oportuno” [Heb 4, 16]. Porque, apaciguado por esta oblación, el Señor, concediendo la gracia y el don de la penitencia, perdona los crímenes e incluso los grandes pecados. Porque es una y la misma Víctima, la misma que ahora ofrece por ministerio de los sacerdotes como Aquel que entonces se ofreció a sí mismo en la Cruz, siendo diferente sólo el modo de ofrecer. Los frutos de esa oblación (es decir, sangrienta) se reciben más abundantemente a través de esta incruenta; hasta ahora esto último está lejos de ser despectivo para Él de alguna manera. Por lo tanto, se ofrece justamente según la tradición de los apóstoles, no sólo por los pecados de los fieles vivos, para sus castigos y otras necesidades, sino también por los muertos en Cristo que aún no han sido completamente purificados» (Concilio de Trento, Sesión XXII, Capítulo 2; Denz. 940).
Si el Sacrificio de Cristo en el Calvario no fuera de naturaleza propiciatoria, ¿qué significaría esto para la Santa Misa católica?
    
La religión del Vaticano II bajo el 'Papa' Pablo VI resolvió ese dilema con bastante rapidez, por supuesto, con la institución del Novus Ordo Missæ ('Nueva Misa') en 1969. Esta parodia del rito romano de la Misa prácticamente ha terminado. Eliminó la noción de la Misa como sacrificio expiatorio del pecado y en su lugar introdujo el concepto de la Misa como una cena litúrgica. Atrás quedó la Misa como 'Santo Sacrificio'; ahora el término preferido es 'celebración eucarística'. No es de extrañar que el feligrese promedio esté confundido acerca de la naturaleza del Sacrificio del Calvario.
   
Volviendo al Papa León XIII, encontramos la doctrina católica relativa a la Redención expresada de la siguiente manera:
«Por tanto, como llegase el tiempo de realizarse el divino decreto, el unigénito Hijo de Dios, hecho hombre satisfizo ubérrima y cumplidamente con su sangre al Dios ofendido por los hombres, y reivindicó para sí al género humano, a tanto precio redimido. “No estáis redimidos por el oro y la plata corruptibles, sino por la preciosa sangre de Cristo, que es como la de un cordero inmaculado e inocente” (1 Pedro I, 18-19). […] Y como Jesús borrase el documento de aquel decreto que era contrario a nosotros, fijándolo en la cruz (Colosenses II, 14), las celestiales iras se aplacaron para siempre, quedando rotos los lazos de la antigua servidumbre en que estaba el conturbado y errante género humano, reconciliada ya la voluntad divina, devuelta la gracia, abiertas de par en par las puertas de la eterna bienaventuranza y restablecido el derecho con los medios de conseguirla. Entonces, despierto el hombre de aquel mortífero y continuo letargo en que yacía, vio la luz de la verdad tan deseada que buscaron en vano siglos y siglos» (Papa León XIII, Encíclica Tamétsi futúra prospiciéntibus, n. 3; subrayado añadido). 
El Papa Pío XII también afirmó esta maravillosa y hermosa verdad divinamente revelada en la que reside toda nuestra esperanza:
«¡Oh sublimidad de la misericordia y justicia divina, que socorrió a los culpables y se forjó hijos! ¡Oh cielos abajados hasta nosotros para que, alejando a las brumas infernales, aparecieran las flores sobre nuestra tierra [cf. Cant. II, 11ss] y nosotros fuéramos hechos hombres nuevos, nueva creatura, gente santa y prole celestial! Es decir, que el Verbo ha padecido verdaderamente en su carne, ha derramado su sangre en la cruz y ha pagado al Eterno Padre un precio sobreabundante por nuestras culpas; de donde resulta que resplandece segura la esperanza de salvación para aquellos que, con fe sincera y caridad operosa, se adhieren a Cristo, y, con la ayuda de la gracia por Él procurada, producen frutos de justicia» (Papa Pío XII, Encíclica Sempitérnus Rex Christus, n. 36; subrayado añadido).
Estos “frutos de justicia” incluyen “frutos dignos de penitencia” (Lc 3:8). En su carta encíclica sobre la reparación al Sagrado Corazón de Jesús, el Papa Pío XI señaló específicamente la satisfacción que debemos ofrecer a Dios de esta manera (cf. Lc 13, 3; Col 1, 24), para no ser merecedores de castigo (cf. Lc 12, 58-59):
« si unas mismas razones nos obligan a lo uno y a lo otro, con más apremiante título de justicia y amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de, justicia, en cuanto a la expiación de la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y en cuanto a la reintegración del orden violado; de amor, en cuanto a padecer con Cristo paciente y “saturado de oprobio” (Lam. III, 30) y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo.

Pecadores como somos todos, abrumados de muchas culpas, no hemos de limitarnos a honrar a nuestro Dios con sólo aquel culto con que adoramos y damos los obsequios debidos a su Majestad suprema, o reconocemos suplicantes su absoluto dominio, o alabamos con acciones de gracias su largueza infinita; sino que, además de esto, es necesario satisfacer a Dios, juez justísimo, “por nuestros innumerables pecados, ofensas y negligencias”. A la consagración, pues, con que nos ofrecemos a Dios, con aquella santidad y firmeza que, como dice el Angélico, son propias de la consagración (Suma Teológica, parte II-IIæ, qu. 81, a. 8. c.), ha de añadirse la expiación con que totalmente se extingan los pecados, no sea que la santidad de la divina justicia rechace nuestra indignidad impudente, y repulse nuestra ofrenda, siéndole ingrata, en vez de aceptarla como agradable» (Papa Pío XI, Encíclica Miserentíssimus Redémptor, n. 7; subrayado añadido).
Todas estas sublimes verdades espirituales no sólo corresponden a la realidad, sino que también son extremadamente coherentes. ¿No debería el 'Padre' Klein estar dispuesto a aceptarlas, no como metáforas sino como literalmente verdaderas?
   
OBSERVACIONES FINALES
Los neomodernistas de nuestros días tienen un gran problema con la expiación de Cristo porque implica que el pecado es real y verdaderamente ofende a Dios. En otras palabras, el pecado tiene consecuencias tan reales y graves que Dios no perdonaría ni siquiera a su propio Hijo para liberarnos de su esclavitud.
   
Recordamos a Robert Zollitsch Geiger, ex 'arzobispo' de Friburgo (2003-2013) y antiguo jefe de la Conferencia Episcopal Alemana del Novus Ordo (2008-2014), quien negó escandalosamente la Redención de Cristo en una entrevista pública transmitida el 11 de Abril de 2009:

    
Que no hubo absolutamente ninguna consecuencia disciplinaria para 'Monseñor'. Zollitsch, no hace falta decirlo. Si hubiera dicho, por el contrario, que sólo la religión católica romana es verdadera y que sólo la Iglesia católica es la verdadera Iglesia establecida por Jesucristo y que, por lo tanto, no se puede encontrar salvación fuera de ella, la indignación habría sido ensordecedora y el Vaticano habría se han apresurado a intervenir.
     
Del mismo modo, el sucesor de Zollitsch al frente de la conferencia episcopal, el 'cardenal' Reinhard Marx (2014-2020), afirmó en 2012 que es imposible insultar a Dios; y así parece que la teología de Zollitsch y Marx está cortada del mismo patrón herético: después de todo, si no hay pecado que ofenda a Dios, ¡no hay necesidad de un sacrificio propiciatorio sangriento!
   
Semejante sofisma teológico perverso es precisamente lo que el Papa Pío XII condenó en su encíclica contra el neomodernismo de la nueva teología cuando dijo:
«Pasando por alto las definiciones del Concilio de Trento, se destruye el concepto de pecado original, junto con el de pecado en general en cuanto ofensa de Dios, como también el de la satisfacción que Cristo ha dado por nosotros» (Papa Pío XII, Encíclica Humáni géneris in rebus, n. 26).
La noción de un Dios enojado, de hecho un Dios que se ofende y juzgacondena y castiga, no encaja en la religión del Novus Ordo, especialmente en su edición bergogliana, según la cual incluso el Juicio Final no es algo que le quite el sueño.
   
Después de casi seis décadas de la 'Nueva Misa', catequesis basada en el Vaticano II y la Nueva Teología, e incesantes sermones de «Dios te ama siempre» que se centran sólo en la misericordia y el perdón de Dios, los sentados en los bancos del Novus Ordo han llegado al punto de preguntarse ¡Cómo podría alguien creer que Dios sería tan cruel como para exigir a su único Hijo la expiación de los pecados de los hombres mediante una Pasión y Muerte sangrientas!

Quieren un 'catolicismo sin calvario', pero tal cosa no existe. Con las verdades sobrenaturales sobre el pecado, el castigo (eterno) y nuestra Redención dejadas de lado, ya no se piensa más en la importante tarea de llegar al cielo. Por lo tanto, no es de extrañar que lo único que les preocupe ahora sea «crear el cielo en la tierra».

Por desgracia, el 'padre' Klein no está ayudando.

Fuente de la imagen: Composicióm con elementos de Shutterstock (welburnstuart) y americamagazine.org
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)