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viernes, 12 de noviembre de 2021

LOS PENSAMIENTOS DE UN EXCOMULGADO (AMIGUÍSIMO DE RONCALLI)

Traducción del artículo publicado por Aurelio Porfiri en GLORIA NEWS.
   
La excomunión infligida por la Iglesia es la pena máxima para un creyente. Lo pone fuera de la comunión con la Iglesia cuando se hace culpable de ofensas que minan la unidad de la Iglesia y la integridad de la doctrina.
  
Leemos en las obras de San Antonio: «excommunicátus est separátus a septem bonis. 1) A cœlo; 2) Ab omni Sacraménto; 3) Ab Ecclésiæ suffrágio; 4) A divíno offício; 5) A fidélium consórtio; 6) A quólibet actu; 7) A fidélium sepúlcro» (en Gaetano Moroni, Dizionario di erudizione storico-ecclesiastica, Vol. 72, 1853).
   


Gaetano Moroni (+1883) en su extraordinaria entrada sobre la excomunión, explica que la excomunión es menor o mayor, la última obviamente la más temida, y que esta se distingue en latæ senténtiæ (se incurre automáticamente en la pena cuando se realizan los actos para los cuales se estableció) y feréndæ senténtiæ, que es impuesta por un juez después de un juicio canónico.
   
El canon 1364 del Código [wojtyliano] de Derecho Canónico declara que los apóstatas, herejes y cismáticos incurren en excomunión latæ senténtiæ [En el Código Pío-Benedictino, el canon 2314 agrega además que quedan privados de todo beneficio, dignidad y cargo, cargados de infamia, si son clérigos son depuestos y degradados según el canon 188 §4, y su absolución es especialmente reservada a la Sede Apostólica –en dado caso de abjuración, el Obispo diocesano, no el Vicario General, puede absolverlos en fuero externo–, N. del T.]. Y aquí habría verdaderamente mucho que decir, pero no lo haremos hoy.
   
Hay un tipo particularmente duro de excomunión, llamado vitándo, la cual tenía que ser afirmada públicamente y golpea al ofensor con penas muy restrictivas. En la entrada sobre la excomunión en la enciclopedia italiana Treccani escrita por Agostino Testo and Nicola Turchi (a historian of religions and a modernist priest) in 1936, it is said, among other things:
«En cuanto a los efectos, conviene distinguir tres clases de excomulgados, a saber, los de excomunión simple, los afectados por sentencia o sentencia declaratoria o condenatoria, y los excomulgados vitándi.
     
El simple excomulgado no puede recibir los sacramentos, asistir a los oficios divinos, realizar actos jurídicos eclesiásticos, ejercer un oficio eclesiástico, utilizar los privilegios obtenidos, ni elegir ni nombrar ni presentar; no participa en las indulgencias, sufragios y oraciones públicas de la Iglesia; no puede obtener oficio o pensión eclesiástica, ni celebrar y administrar sacramentos y sacramentales, ni realizar actos de jurisdicción.
      
La persona excomulgada golpeada por sentencia declaratoria o condenatoria, además de los efectos anteriores, no puede tener participación activa en los oficios divinos, debiendo ser expulsada de ellos; no puede recibir sacramentales ni tener un entierro eclesiástico; no puede recibir ninguna gracia pontificia y pierde los frutos del oficio eclesiástico o de la pensión con que está investido.
      
El excomulgado vitándo, además de todos los efectos de las dos clases anteriores, pierde no sólo los frutos sino la misma dignidad, oficio o pensión eclesiástica; debe ser expulsado si asiste a los oficios divinos, o deben cesar; no es lícito tratar con él, excepto con los de la familia, con los sirvientes y súbditos, y con los demás siempre que exista una excusa razonable.
     
En el derecho actual es vitándo solamente aquellos que utilizaron la violencia contra el Papa y que nominalmente fue excomulgado por la Santa Sede con juicio público, en el que se dice explícitamente que es vitándo: por lo tanto, es un caso muy raro».

En este contexto, y hablando de Nicola Turchi, debemos mencionar a Ernesto Buonaiuti, cuyo compañero de estudios fue, y fue excomulgado tres veces [la primera el 14 de Enero de 1921 y la segunda el 26 de Marzo de 1924, N. del T.], la última vez el 25 de Enero de 1926 con la excomunión vitándo. Si queremos leer los pensamientos de un excomulgado, debemos ir al “Pellegrino di Roma” (Peregrino de Roma), su autobiografía escrita al final de su vida, en la cual recuerda el efecto que la excomunión tuvo en él:
«Por si fuera poco, pude experimentar de inmediato la invalidez práctica de todos estos cánones oxidados. El decreto que me señaló ante los hermanos de mi tradición y de mi Iglesia como un excomulgado vitándo no me quitó una amistad, ni hizo un vacío a mi alrededor, ni me expuso a amargos desvelos.
   
Puedo decir que la red de mis amigos se multiplicó, al contrario, más estrecha y más ferviente en torno mío, aun cuando alguno de mis amigos fue, por la constancia en las cordiales y aficionadas comunicaciones conmigo, expuesto a un rechazo de absolución por parte de algún confesor zelote, más adherente a la letra de los códigos que al espíritu del Evangelio.
    
El único recuerdo en mi mi memoria de un verdadero valor conminatorio reconocido en el nuevo decreto de condena y en mi designación de vitándo es la de una sutil emoción de temor y de consternación que me parece llegar en el apretón de mano de un colega universitario, el primer día que me presenté, después de la sentencia inquisitorial, en la sala de profesores en la Universidad de Roma».
En resumen, Buonaiuti fue afortunado y con él muchos otros modernistas que, afectados por esta terrible censura, no fueron abandonados por sus colegas, amigos y estudiantes. Por supuesto, otra cosa sería describir el sufrimiento interior que este castigo causó en Buonaiuti, que hasta su muerte quiso a toda costa ser sacerdote, pero de una Iglesia que solo existía en su imaginación.
   
***
      
En el artículo italiano aparece el siguiente comentario:
«El herético Buonaiuti fue también compañero de estudios del joven Roncalli (futuro Papa Juan XXIII), junto a otros dos futuros modernistas, y todos juntos tenían el hábito, como relata el difunto senador Giulio Andreotti en su libro “I quattro del Gesù” (Andreotti se casó con la sobrina de uno de ellos, me parece fuese don Antonio Manaresi, que fue también su profesor [si bien Manaresi fue profesor de Andreotti, su mujer Livia Danese era en realidad sobrina de don Giulio Belvederi Delfini-Dosi, N. del T.]: leí su libro hace algunos años, y ahora no lo tengo más), de hacer una visita cada tarde al Santísimo Sacramento en la famosa iglesia romana del Gesù (entonces a los seminaristas todavía inculcaban algunas buenas costumbres); pero poco después se lanzaron a discusiones “progresistas”, tal vez aún no modernistas, pero peligrosísimas especialmente para jóvenes mentes inexpertas.
   
Recuerdo que esto me ha hecho pensar mucho: yo sé precisamente que muchas decisiones tomadas por Roncalli devenido Papa fueron influenciadas por aquellas pésimas discusiones juveniles con futuros modernistas, todos después excomulgados.
 
Como la historia no puede modificarse a posterióri, y sin embargo debemos sorbernos hoy al Papa Bergoglio, que es solo la última consecuencia del “buenismo” y del “aperturismo al mundo” del Papa Roncalli. El cual no por casualidad fue aplaudido, en la época, por todos los medios masivos y llamado “el Papa bueno” (bueno, en el sentido de adaptado, para comenzar a destruir la Iglesia). Él después murió durante “su” Concilio, pero dejó su herencia a los pésimos Papas posteriores: Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco I...
   
Jesús, María Santísima, San José, dadnos finalmente un Papa Católico y santo!» (Don Andrea Mancinella, ermitaño de la Diócesis de Albano).
Al respecto, Juan XXIII bis Roncalli, en un cuaderno entre 1962 y 1963 y publicado en su Giornale dell’anima e altri scritti di pietà, editado por su secretario Loris Francesco Capovilla Callegaro, le dedica este escrito a Buonaiuti, citado por su sobrino-nieto Marco Roncalli Villa en su libro:
«Recuerdo triste de Don Ernesto Buonaiuti. Nacido en Roma el 24 de junio de 1881. Estuve un año con él (1901) en el seminario romano. Sacerdote el 19 de diciembre de 1903. Mi ordenación, el 10 de agosto de 1904 en Santa María in Monte Santo. Estaba a mi lado entre don Nicola Turchi y yo: me había vestido y sostenía entre nosotros dos el misal. Excomulgado en 1921, de nuevo el 26 de marzo de 1924. Declarado vitándus en enero de 1926. Muerto el 20 de abril de 1946, sábado santo. Cuando las campanas comenzaron a elevar sus voces después del silencio de la Pasión, él hizo abrir la otra ventana de su habitación para oír mejor su canto. Hacia la una después del medio día de pronto se llevó la mano a la frente diciendo: “Me voy, me voy”, y expiró. Eran las 13:15. Murió así, pues, a los 65 años, sine luce et sine cruce. Sus admiradores escribieron de él que era un espíritu profunda e intensamente religioso, adherido al cristianismo con todas sus fibras, adherido al cristianismo con todas sus fibras, unido por vínculos irrompibles a su querida Iglesia católica. Naturalmente, ningún eclesiástico bendijo sus restos: ningún templo para acoger su sepultura. Palabras de su testamento espiritual entre el 18 y el 19 de marzo de 1946: “Puedo haberme equivocado, pero no encuentro en la sustancia de mi enseñanza materia de desaprobación o retractación”. Dóminus parcat illi».

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)