Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 3.ª: Sic Deus diléxit mundum, ut Fílium suum unigénitum daret (De tal manera Dios amó al mundo, que dio a su Hijo unigénito, San Juan III, 16).
Considera
cómo el eterno Padre, dándonos al Hijo por Redentor, por víctima y por
precio de nuestro rescate, no podía darnos motivos más poderosos de
esperanza y de amor, para inspirarnos confianza y para obligarnos a
amarle. Dándonos el Padre su Hijo, dice San Agustin, no sabe ni tiene
más que darnos. Quiere que nosotros apreciemos este inmenso don, a fin
de adquirirnos la salvación eterna y toda gracia que nos sea necesaria
para conseguirla, mientras que en Jesús hallamos cuanto podemos desear:
luces, fortaleza, paz, confianza, amor y gloria eterna. Siendo cierto
que Jesucristo es un don que contiene todos los otros dones, ¿qué
podemos buscar y desear? ¿Cómo no nos donó con él todas las cosas?,
dice San Pablo 1 (Romanos VIII, 32). Habiéndonos Dios dado a su amado
Hijo, que es la fuente y tesoro de todos los bienes, ¿quién puede temer
que quiera negarnos alguna gracia que le pidamos? Jesucristo, dice el mismo Apóstol, ha sido hecho por Dios, sabiduría y justificación, y santificación, y redención
(I Cor. I, 30). Dios le ha dado a nosotros ciegos e ignorantes, como
luz y sabiduría, para caminar por la senda de la salvación, a nosotros
reos e ingratos, como justicia, para satisfacer por nuestras culpas, a
nosotros pecadores, para santificarnos. Finalmente, Dios le ha dado a
nosotros esclavos del demonio, como rescate, para adquirir la libertad
de hijos de Dios. En suma, concluye el Apóstol, con Jesucristo nosotros somos enriquecidos en todas cosas, de manera que no nos falte cosa alguna en ninguna gracia
(I Corintios I). Y este don que nos ha hecho Dios de su Hijo, es un don
hecho a cada uno de nosotros; pues que Él le ha dado todo a cada uno,
como si a él solo fuese donado; así es que cada uno de nosotros puede
decir: Jesús es todo mío; mío es su cuerpo y su sangre: mía es su vida,
sus dolores, su muerte: míos son sus méritos. Por esto decía San Pablo: Me amó y se entregó a Sí mismo por mí
(Gálatas II, 20). Y lo mismo puede decir cada uno: Mi Redentor me ha
amado, y por el amor que me ha tenido, se ha entregado todo a mí. AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Oh
Dios eterno!, ¿y quién jamás podía hacer este don que es de infinito
valor, sino Vos que sois un Dios de amor infinito? ¡Oh Criador mío!, ¿y
qué mas podíais hacer para darnos confianza en vuestra misericordia y
ponernos en la obligación de amaros? Señor, yo os he pagado con
ingratitudes; pero Vos habéis dicho por vuestro Apóstol, que a los que
aman a Dios todas las cosas les contribuyen al bien: ómnia cooperántur in bonum.
No quiero, pues, que el gran número y enormidad de mis pecados me hagan
desconfiar de vuestra bondad; quiero que me sirvan para más humillarme
cuando reciba alguna afrenta. Muchas merece quien ha tenido el
atrevimiento de ofenderos, bondad infinita: quiero que me sirvan para
mejor resignarme con las cruces que me enviéis: para ser más diligente
en serviros y honraros, a fin de compensar las injurias que os he hecho.
Quiero, sí, acordarme siempre, oh Dios mío, de los disgustos que os he
causado, para alabar más vuestra misericordia, y para encenderme siempre
más en el amor hacia Vos, que se me habeis acercado cuando huía de Vos,
y me habéis hecho tanto bien después que yo tanto os he maltratado.
Espero, Señor, que ya me habréis perdonado. Me arrepiento, y quiero
siempre arrepentirme de los ultrajes que os he hecho. Quiero seros
agradecido, compensando con mi amor la ingratitud que con Vos he usado.
Pero Vos debeis ayudarme, y a Vos pido la gracia de cumplir esta mi
voluntad. Haceos amar mucho de un pecador que os ha ofendido también
mucho. Dios mío, Dios mío, y ¿quién podrá jamás dejar de amaros, y
separarse nuevamente de vuestro amor? ¡Oh María, reina mia!, socorredme;
Vos sabeis mi debilidad: Haced que yo me encomiende a Vos siempre que
el demonio pretenderá separarme de Dios. Madre mía, esperanza mía,
ayudadme.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)