Traducción del artículo publicado por el Dr. Remi Ameluxen en TRADITION IN ACTION.
Hay
una tendencia general en la “Iglesia” post-conciliar de negar el pecado
original, un error que afecta a la vida espiritual de cada católico.
El
cardenal Alfredo Ottaviani testificó que esa tendencia se estaba
ampliamente infiltrando en la teología poco después del concilio. En una
carta privada que envió en 1966 a todos los obispos del mundo, él
enumeró 10 errores principales que preocupaban a la Iglesia en ese
momento. El primero era la negación de la inspiración bíblica y la
objetividad histórica de los textos revelados, incluidos los de Génesis
sobre el pecado original.
El
cardenal Ottaviani (1890-1979) es considerado por muchos
tradicionalistas como un campeón de la ortodoxia. Fue nombrado cardenal
por el Papa Pío XII en 1953 y fue también secretario del Santo Oficio
entre 1959-1966. Él fue una de las voces “conservadoras” en el Concilio
Vaticano II que señaló varias desviaciones doctrinales en sus
documentos. Muy conocida en los ambientes tradicionalistas, es la
intervención Ottaviani-Bacci, que mostraba los peligros progresistas de
la “Misa del Novus Ordo”.
Por
desgracia, en 1966, el prefecto del Santo Oficio aceptó el concilio por completo, sin reservas, diciendo en una carta a los obispos que el
concilio había promulgado “muy sabios documentos sobre doctrina y
disciplina”. También aconsejó a la jerarquía “que luchara con todo
ahínco para poner en práctica todo lo que se propuso o decretó
solemnemente por esa amplia reunión de obispos [el Concilio Vaticano II] bajo la guía del Espíritu Santo” (cursivas en el original).
Él
continuaba diciendo que los documentos y decretos del concilio tenían
que ser “interpretados correctamente”. Por lo tanto, el supuesto
“campeón” de la ortodoxia instruyó a todos los prelados a aceptar y
poner en práctica aquellas mismas enseñanzas del concilio que aprobó los
errores que él antes había criticado en su carta, incluyendo la
negación del relato del Génesis sobre el pecado original.
Negación del pecado original basada en la evolución
La
advertencia de Ottavianni a los obispos acerca de la interpretación
errónea de las Escrituras incluye el tercer capítulo del Génesis, es
decir, donde se relata la caída del hombre, el pecado original. La
negación que el progresismo hace del pecado original está incluida en el
rechazo de la misma existencia de Adán y Eva, nuestros primeros padres.
Este rechazo se basa en la creencia en la teoría de la evolución del
hombre desde las formas inferiores de vida, propuesta por Charles Darwin
en su obra de 1859 Sobre el Origen de las Especies. Una
traslación de las especulaciones de Darwin a la doctrina católica fue
intentada por el filósofo francés Henri Bergson y sus discípulos, los
modernistas Edouard Le Roy y el jesuita Pierre Teilhard de Chardin.
Le
Roy fue incluido en la condenación del modernismo, pero Teilhard escapó
de la condenación directa e hizo renacer las mismas tesis en los años
1920 y 1930.
La
teoría de la evolución se refuta fácilmente por la evidencia
científica; muchos científicos prominentes, incluyendo premios Nobel en
diversas ramas de la ciencia, la han rechazado [1]. No obstante,
continua siendo abrazado y sostenida por los progresistas, a quienes los
modernistas pasaron su antorcha.
El
primer efecto desastroso de esa teoría evolucionista aplicada a la
doctrina católica es que se supone que Dios creó a un hombre imperfecto.
El mal y el derramamiento de sangre que han asolado el mundo a través
de los siglos es un factor negativo inherente a la etapa inferior de la
evolución del hombre, y tiene poco que ver con la culpa moral. Esto no
es lo que enseña la Iglesia.
La enseñanza de la Iglesia sobre el pecado original
En
el Génesis leemos que después de crear al hombre, “Dios vio todas las
cosas que Él había hecho y ellas eran todas muy buenas (1, 31). El
hombre fue creado perfecto en su naturaleza y adornado con todos los
beneficios sobrenaturales de la gracia divina. Esto es lo que la Iglesia
llama el estado de inocencia o natura integra [el estado de la
naturaleza sin defectos].
En
el jardín del edén, un verdadero paraíso, nuestros primeros padres,
Adán y Eva fueron sometidos a una prueba. Dios les dio a elegir entre el
bien y el mal; ellos eligieron el mal y perdieron la gloriosa
participación en la gracia divina y su estado de justicia original. El
hombre se hizo propenso al error en su inteligencia, al mal en su
voluntad y sujeto al desorden de sus pasiones; su cuerpo quedó sometido a
las enfermedades y a la muerte (Génesis 3, 1-3; 14-20).
Este
pecado original de los primeros padres fue heredado por toda la
posteridad de Adán por descendencia (a excepción de la Santísima Virgen
María). La culpa de Adán se transmite a través de la herencia por línea
de sangre. Para rescatar a la humanidad de esta culpa hereditaria,
Cristo tomó carne humana, nació de la Virgen María, y fue crucificado en
el Calvario y murió para alcanzar la redención de la humanidad. San
Pablo habla de esto en el capítulo 5 de la epístola a los romanos.
El sacramento del bautismo nos restaura a la participación de la gracia divina por los méritos de la Redención de Jesucristo.
Esta ha sido la enseñanza constante de la Iglesia sobre el pecado original hasta el Concilio Vaticano II [2].
Fue
la herejía de Pelagio, en el 415, que afirmó que el pecado original no
se trasmitía de padre a hijo. Por su herejía, Pelagio fue excomulgado.
Después de la condena de esa herejía, la transmisión del pecado original
fue reafirmada en el Concilio de Trento el 17 de junio de 1546, así
como por otros concilios de la Iglesia y por innumerables doctores,
incluyendo a Santo Tomás de Aquino.
El rechazo del relato del Génesis se basa en la evolución
¿Qué razón hay para rechazar la creación del hombre en el Génesis?
Como
se señaló anteriormente, esta denegación se basa en la arbitraria
teoría de la evolución, una teoría que nunca ha sido probada.
A
pesar de carecer de pruebas científicas sólidas, vemos que la teoría de
la evolución se enseña como un hecho en nuestras escuelas desde la
primaria hasta los niveles universitarios. Y lo que es más devastador
para la fe, es que muchos profesores de seminarios “católicos” aseguran a
sus alumnos que esta teoría, contraria a la realidad de los hechos,
está demostrada.
El
rechazo de la Sagrada Escritura y el magisterio sobre el creacionismo
es una negación de las verdades contenidas en el Génesis. San Pío X, a
través de la Comisión Bíblica, emitió una enérgica condena de esta
herejía modernista, prohibiendo cualquier otra interpretación que no sea
literal a la que aparece en los capítulos del Génesis [3].
Esta
censura, junto con muchas otras, envió a los modernistas a refugiarse
en los subterráneos por unas pocas décadas. Pero, poco después, los
progresistas alegaron a favor de la posibilidad de una interpretación
“científica” de los primeros capítulos del Génesis [4]. Después del
concilio, los progresistas ―ahora con el apoyo del Vaticano que promueve
la apertura al mundo moderno― comenzaron a promover y enseñar
abiertamente las teorías evolucionistas.
Este
gran énfasis en la evolución representa la virtual destrucción del
catolicismo. Porque, si Adán y Eva no existieron, no existe tal cosa
como el pecado original. Si se rechaza el dogma del pecado original, no
habría necesidad de ser redimido de él. Si no hay necesidad de un
Redentor, entonces no hay necesidad de que Nuestro Señor Jesucristo se
haya hecho hombre y muerto en la cruz por nuestros pecados. De ello se
desprende como consecuencia de que no hay necesidad de los sacramentos,
que son una forma de distribuir las gracias de la redención. Además, en
la misa no habría sacrificio, y sería suficiente la cena conmemorativa
de los protestantes [5].
Además,
si se niega el dogma del pecado original, automáticamente se rechaza el
dogma de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, es
decir, que Ella fue concebida sin pecado original. En 1854, el Papa Pío
IX proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción y, cuatro
años después, en 1858, Nuestra Señora dijo a Santa Bernardita Soubirous
en Lourdes: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
En
resumen, al seguir la moderna moda de la evolución, el progresismo
arrasa con los siguientes dogmas: la infalibilidad de la Biblia en
cuanto revelada por Dios, el pecado original, la Redención de
Jesucristo, el valor del bautismo y los demás sacramentos, y la
Inmaculada Concepción de Nuestra Señora.
La
herejía de Pelagio ha vuelto en nuestros días, mucho peor de lo que fue
en el pasado. Los cánones de los concilios y los decretos papales han
sido despreciados por los “teólogos” progresistas. Sin dudarlo, ellos
niegan el pecado original y no tienen miedo a que sean expulsados de los
seminarios “católicos”, donde ellos siguen enseñando que la evolución
es un hecho y que no existe el pecado original. Estos clérigos no son
pastores, sino lobos, que causan la pérdida de las almas inmortales.
Todavía
queda por analizar la gran influencia de las tesis de Teilhard de
Chardin, incluso en los cardenales, como el cardenal Pell de Australia, y
los “papas”, como Benedicto XVI. Este será el tema del próximo artículo.
NOTAS
[1] Gerard Keane, Creation Rediscovered, Doncaster, Australia, Credis Pty Ltd., 1991, págs. 41, 79, 81, 101, 115, 123, 151.
[2] Esto se muestra en The Fundamentals of Catholic Dogma por el P. Ludwig Ott,
y repite la enseñanza en Concilio de Trento, Decreto sobre el pecado
original, sesión V, de 1546 que sigue las decisiones de los Sínodos de
Cartago y de Orange, San Luis: Herder Book Co, 1960, 4.ª ed., pág. 108. Ver también el capítulo IV, 3 en Atila S. Guimarães, Ánimus Injuriándi II, pág. 212-213.
[3] Guimarães, Ánimus Injuriándi II, págs. 214-215, nota al pie 42.
[4] Como se ve en Ánimus Injuriándi II, ibid.
[5] P. John W. Flanagan, Introduction to A Periscope on Teilhard de Chardin.
[4] Como se ve en Ánimus Injuriándi II, ibid.
[5] P. John W. Flanagan, Introduction to A Periscope on Teilhard de Chardin.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)