Tomado de la obra publicada por el P. Luis Ángel Torcelli OP, traducida y publicada por don Leocadio López en Madrid, año 1861, con aprobación eclesiástica.
PREFACIO DEL AUTOR
Entre las obras que en estos últimos tiempos han ilustrado el misterio de la Inmaculada Concepción, no me ha sido posible ver ninguna que, adaptándose a la común inteligencia, sea a propósito para satisfacer tanto el corazón como el entendimiento de los fieles con las bellezas de aquél. El llenar este vacío, el proveer esta necesidad, es el objeto que nos hemos propuesto en la presente obrita, en la que hemos incluido consideraciones, cánticos y oraciones, dispuestas de manera que puedan consagrarse como un mes en honor de la Inmaculada Virgen. Oh tú, que has procurado satisfacer el mes de Mayo, que una piadosa costumbre ha consagrado a María, si deseas pasar las largas noches de Diciembre, verdadero mes de la Inmaculada, con el recuerdo de la Virgen de tu corazón, encontrarás en ello, si no un pasto, un germen al menos para elevarte a las más devotas contemplaciones, que yo he procurado excitar en tu ánimo, aunque con escasa habilidad. Vive feliz y ruega por mí.
MES DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
℣. Abrid, Señor, mis labios.
℞. Desatad mi lengua para anunciar las grandezas de la Virgen Inmaculada, y cantaré las alabanzas de vuestra misericordia.
℣. Venid en mi auxilio, oh Reina inmaculada
℞. Y defendedme de los enemigos de mi alma.
Gloria al Padre, gloria al Hijo y al Espíritu Santo, que preservó inmaculada a María por los siglos de los siglos. Amén.
HIMNO
Coro: Oh Madre dulce y tierna
Oye la triste voz,
La triste voz del mundo,
Que te demanda amor.
I
Salve, salve, Inmaculada,
Clara estrella matutina,
Que los cielos ilumina
Y este valle de dolor;
Tú, con fuerza misteriosa
Por salvar la humana gente,
Quebrantaste la serpiente
Que el infierno suscitó.
II
Salve, salve, Madre mía,
Tú bendita por Dios eres
Entre todas las mujeres
Y sin culpa original.
Salve, ¡oh Virgen! esperanza
Y remedio apetecido
Del enfermo y desvalido,
Y del huérfano sin pan.
III
Tú del nuevo eterno pacto
Eres arca y eres sello;
Luz espléndida, iris bello
De la humana redención.
Tú llevaste en tus entrañas
El que dio á la pobre tierra
Paz y amor, en vez de guerra,
Ya sus crímenes perdón.
IV
Eres bella entre las bellas,
Eres santa entre las santas,
Alabándote a tus plantas
Coros de ángeles están.
Resplandece tu pureza
Más que el campo de la nieve,
Y de ti la gracia llueve
Sobre el mísero mortal.
V
Virgen cándida, cual lirio,
Eres fuente cristalina
Donde el triste que camina
Va a calmar la ardiente sed.
Gentil palma del desierto,
Que da sombra protectora
Al que su piedad implora
Consagrándole su fe.
VI
¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo,
En la tierra y en el cielo!
¡Gloria al que es nuestro consuelo,
Al Espíritu de Amor!
Y la Virgen sin mancilla
Siempre viva en la memoria,
Y en su honor repita Gloria
Nuestro amante corazón.
DÍA PRIMERO - LA INOCENCIA
Oye la triste voz,
La triste voz del mundo,
Que te demanda amor.
I
Salve, salve, Inmaculada,
Clara estrella matutina,
Que los cielos ilumina
Y este valle de dolor;
Tú, con fuerza misteriosa
Por salvar la humana gente,
Quebrantaste la serpiente
Que el infierno suscitó.
II
Salve, salve, Madre mía,
Tú bendita por Dios eres
Entre todas las mujeres
Y sin culpa original.
Salve, ¡oh Virgen! esperanza
Y remedio apetecido
Del enfermo y desvalido,
Y del huérfano sin pan.
III
Tú del nuevo eterno pacto
Eres arca y eres sello;
Luz espléndida, iris bello
De la humana redención.
Tú llevaste en tus entrañas
El que dio á la pobre tierra
Paz y amor, en vez de guerra,
Ya sus crímenes perdón.
IV
Eres bella entre las bellas,
Eres santa entre las santas,
Alabándote a tus plantas
Coros de ángeles están.
Resplandece tu pureza
Más que el campo de la nieve,
Y de ti la gracia llueve
Sobre el mísero mortal.
V
Virgen cándida, cual lirio,
Eres fuente cristalina
Donde el triste que camina
Va a calmar la ardiente sed.
Gentil palma del desierto,
Que da sombra protectora
Al que su piedad implora
Consagrándole su fe.
VI
¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo,
En la tierra y en el cielo!
¡Gloria al que es nuestro consuelo,
Al Espíritu de Amor!
Y la Virgen sin mancilla
Siempre viva en la memoria,
Y en su honor repita Gloria
Nuestro amante corazón.
DÍA PRIMERO - LA INOCENCIA
Vidit Deus cuncta quæ fecérat, et erat valde bona (Génesis I, 31)
A la historia de la humanidad, historia que cuenta tan pocas glorias y tantas desventuras, no era posible dar un principio más bello ni más sublime que el que la cupo en suerte. La primera escena en que aparece la humana naturaleza, es para tomar posesión de ese orden admirable del universo, y de cuanto más tierno, más interesante y más augusto puede imaginarse, no diré únicamente por la mente humana, expuesta a los dolores, las amarguras y la desgracia, sino por la mente angélica, habituada a las más elevadas contemplaciones del poder del Criador. No había entonces lágrimas, trabajos, tribulaciones ni muerte; un jardín plantado por la mano del mismo Dios, adornado con todas las bellezas de la naturaleza, y colmado de las bendiciones del cielo, era la mansión bienaventurada de los dos únicos habitantes de la tierra. El mismo Señor los gobernaba, y reinaba entre ellos la paz, porque eran inocentes. No tenían más vestido que el de la inocencia, ni más pensamientos ni palabras que los de la inocencia, y Dios se complacía en hablar con ellos (San Agustín, Libro II De Génesis, en Epístola 100, 34), y mandar a las hermosas criaturas, que eran el adorno del cielo; por manera que Dios, los ángeles, el hombre y la mujer formaban un feliz consorcio: el de la inocencia. Pocos momentos después todo había cambiado: desapareció como un relámpago la terrestre bienaventuranza; un ángel empuñó una espada de fuego, y lanzó del paraíso a los que le habitaban; la muerte siguió muy de cerca de la culpa, y se apresuró a herir la cabeza de los culpables; el infierno, dando espantosos bramidos, ¿abrió sus puertas... y la inocencia? ¡Ah! la inocencia, esa hermosa prerrogativa del paraíso, fue abandonada, despreciada y reemplazada por la humana soberbia: Dios la recogió en sus brazos y la colocó en María. He ahí, la dijo: «Oh, tú, bendita entre todas las mujeres; he ahí ese don precioso que conservarás como el anillo de esposa, el anillo de amor que deberá reunir otra vez las criaturas con su Criador». Y aunque María no estaba todavía bajo el dominio del tiempo, se hallaba ya concebida en el pensamiento de Dios, recibió con júbilo el don celestial; consigo le llevó al seno de su madre, la sacó nuevamente a la luz del día, y consigo hizo que se la prestase otra vez el homenaje más grato al Señor, el homenaje de la criatura inocente. Aquel fue el feliz momento en que la tierra recobró aquella inocencia que había gozado en sus primeros instantes, y cuya pérdida debía llorar hasta la consumación de los siglos. Aquel fue el bienaventurado momento en que dirigiendo Dios una mirada a la tierra, pudo encontrar un objeto que no mereciese su ira, un objeto que le invitase con un suspiro de inmaculado amor a desplegar la misericordia establecida en los eternos decretos. ¡Salve, oh dulce momento!... ¡Salve, oh inmaculada Virgen María!... ¡Salve!... ¡Salve!...
CÁNTICO
Entonemos a María un nuevo cántico; felicitemos a la Señora de nuestra alegría.
Corramos a su encuentro con alabanzas, y ofrezcámosla los cánticos de nuestro corazón.
Porque es la Virgen inmaculada, la bendita sobre todas las criaturas.
Porque fue la que acogió la inocencia en su pecho, y la estrechó en él, como una tierna madre a su hijo.
Abrazó a la inocencia, y se hizo más hermosa al hallarse en sus brazos.
La inocencia era hermosa colocada en el árbol de la vida; pero lo fue mucho más recogida en el corazón de María.
Era hermosa la inocencia adornada con la serenidad del cielo del paraíso; pero adquirió mucha mayor belleza con la dulce y apacible serenidad de los ojos de María.
Era hermosa la inocencia con las delicias del paraíso de Edén; pero acrecentó su hermosura inmaculada de María.
Sonrió la inocencia en sus brazos, y aquella sonrisa fue recogida en las alas de los serafines.
Volaron al cielo con aquella preciosa sonrisa: era la sonrisa de la inocente María.
Y fue festejada en el cielo por las potestades y dominaciones y por los querubines y serafines.
Y la ensalzaron las virtudes y los principados, y los arcángeles y los ángeles exclamaban:
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que ha conservado inmaculada a María por los siglos de los siglos. Amén.
ORACIÓN
A la historia de la humanidad, historia que cuenta tan pocas glorias y tantas desventuras, no era posible dar un principio más bello ni más sublime que el que la cupo en suerte. La primera escena en que aparece la humana naturaleza, es para tomar posesión de ese orden admirable del universo, y de cuanto más tierno, más interesante y más augusto puede imaginarse, no diré únicamente por la mente humana, expuesta a los dolores, las amarguras y la desgracia, sino por la mente angélica, habituada a las más elevadas contemplaciones del poder del Criador. No había entonces lágrimas, trabajos, tribulaciones ni muerte; un jardín plantado por la mano del mismo Dios, adornado con todas las bellezas de la naturaleza, y colmado de las bendiciones del cielo, era la mansión bienaventurada de los dos únicos habitantes de la tierra. El mismo Señor los gobernaba, y reinaba entre ellos la paz, porque eran inocentes. No tenían más vestido que el de la inocencia, ni más pensamientos ni palabras que los de la inocencia, y Dios se complacía en hablar con ellos (San Agustín, Libro II De Génesis, en Epístola 100, 34), y mandar a las hermosas criaturas, que eran el adorno del cielo; por manera que Dios, los ángeles, el hombre y la mujer formaban un feliz consorcio: el de la inocencia. Pocos momentos después todo había cambiado: desapareció como un relámpago la terrestre bienaventuranza; un ángel empuñó una espada de fuego, y lanzó del paraíso a los que le habitaban; la muerte siguió muy de cerca de la culpa, y se apresuró a herir la cabeza de los culpables; el infierno, dando espantosos bramidos, ¿abrió sus puertas... y la inocencia? ¡Ah! la inocencia, esa hermosa prerrogativa del paraíso, fue abandonada, despreciada y reemplazada por la humana soberbia: Dios la recogió en sus brazos y la colocó en María. He ahí, la dijo: «Oh, tú, bendita entre todas las mujeres; he ahí ese don precioso que conservarás como el anillo de esposa, el anillo de amor que deberá reunir otra vez las criaturas con su Criador». Y aunque María no estaba todavía bajo el dominio del tiempo, se hallaba ya concebida en el pensamiento de Dios, recibió con júbilo el don celestial; consigo le llevó al seno de su madre, la sacó nuevamente a la luz del día, y consigo hizo que se la prestase otra vez el homenaje más grato al Señor, el homenaje de la criatura inocente. Aquel fue el feliz momento en que la tierra recobró aquella inocencia que había gozado en sus primeros instantes, y cuya pérdida debía llorar hasta la consumación de los siglos. Aquel fue el bienaventurado momento en que dirigiendo Dios una mirada a la tierra, pudo encontrar un objeto que no mereciese su ira, un objeto que le invitase con un suspiro de inmaculado amor a desplegar la misericordia establecida en los eternos decretos. ¡Salve, oh dulce momento!... ¡Salve, oh inmaculada Virgen María!... ¡Salve!... ¡Salve!...
CÁNTICO
Entonemos a María un nuevo cántico; felicitemos a la Señora de nuestra alegría.
Corramos a su encuentro con alabanzas, y ofrezcámosla los cánticos de nuestro corazón.
Porque es la Virgen inmaculada, la bendita sobre todas las criaturas.
Porque fue la que acogió la inocencia en su pecho, y la estrechó en él, como una tierna madre a su hijo.
Abrazó a la inocencia, y se hizo más hermosa al hallarse en sus brazos.
La inocencia era hermosa colocada en el árbol de la vida; pero lo fue mucho más recogida en el corazón de María.
Era hermosa la inocencia adornada con la serenidad del cielo del paraíso; pero adquirió mucha mayor belleza con la dulce y apacible serenidad de los ojos de María.
Era hermosa la inocencia con las delicias del paraíso de Edén; pero acrecentó su hermosura inmaculada de María.
Sonrió la inocencia en sus brazos, y aquella sonrisa fue recogida en las alas de los serafines.
Volaron al cielo con aquella preciosa sonrisa: era la sonrisa de la inocente María.
Y fue festejada en el cielo por las potestades y dominaciones y por los querubines y serafines.
Y la ensalzaron las virtudes y los principados, y los arcángeles y los ángeles exclamaban:
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que ha conservado inmaculada a María por los siglos de los siglos. Amén.
ORACIÓN
¿Con qué expresiones podré ensalzaros, oh inmaculada María? Despojado por la falta de Adán de aquella inocencia que debía ser mi herencia, he adquirido otra segunda inocencia, que el divino Redentor me conquistó con su preciosa sangre. La hizo descender sobre mi cabeza con el agua del santo Bautismo, y mi alma, purificada de la culpa, brilló como una estrella en el firmamento. ¡Ay! ¿por qué no ha permanecido siempre en un estado tan feliz? ¿Con qué júbilo podría pensar ahora en vos, oh María? ¿Con qué confianza podría presentarme a saludaros, oh inocentísima entre todas las criaturas? Os ofrezco un corazón, que fue redimido por vuestro Hijo inocente. ¡Ay de mí! Si es muy duro el recordar los tiempos felices en los días de tribulación, todavía es más amargo el recordar los venturosos momentos de una inocencia que ya no se posee. Desaparecen los años, y van a perderse en el seno de la eternidad; bórrense los días de la desgracia, dejando expedito el camino a horas todavía más desventuradas; pero cuando la inocencia llega a perderse, no vuelve a recobrarse jamás... El tiempo en que podía ofreceros un corazón inocente ha pasado... Han trascurrido largos años antes de que pudiera conocer el valor de tan precioso tesoro. ¿Qué me queda que ofreceros ahora sino la confusión que produce en mi espíritu una consideración tan funesta? Madre inmaculada de un Dios de misericordia que no desprecia jamás a un corazón contrito y humillado, dignaos acoger benévolamente los afectos que en el curso de este mes me propongo ofreceros; serán viles, imperfectos e indignos; más, sin embargo, los elevaré hacia vos, para que los hagáis más aceptos, cubriéndolos con esa aura de inocencia, que siempre acompañó todos vuestros actos y vuestras obras. Así, cuantas veces me dirija al trono del Altísimo, podrá, por medio de vuestra intercesión, ser admitida mi oración, para salvación de mi alma y honra y gloria de Dios, que tanto os ha amado, y que nos ha concedido a nosotros, pobres miserables, el poder ser partícipes del fruto de vuestra inmaculada Concepción. Tres Ave Marías.
CONCLUSIÓN PARA CADA UNO DE LOS DÍAS
Después de la Letanía Lauretana, se concluirá así:
LATÍN
Tota pulchra es, María,
Et mácula originális non est in Te.
Et mácula originális non est in Te.
Tu glória Jerúsalem,
Tu lætítia Ísraël,
Tu honorificéntia pópuli nostri,
Tu advocáta peccatórum.
Tu lætítia Ísraël,
Tu honorificéntia pópuli nostri,
Tu advocáta peccatórum.
O María, Virgo prudentíssima,
Mater clementíssima,
Ora pro nobis,
Intercéde pro nobis ad Dóminum Jesum Christum.
Mater clementíssima,
Ora pro nobis,
Intercéde pro nobis ad Dóminum Jesum Christum.
℣. In Conceptióne tua, Virgo, immaculáta fuísti;
℞. Ora pro nobis, Patrem, cujus Fílium peperísti.
ORATIO
Deus, qui per immaculátam Vírginis conceptiónem dignum Fílio tuo habitáculum præparásti: † quǽsumus; ut, qui ex morte ejúsdem Fílii tui prævísa, eam ab omni labe præservásti, nos quoque mundos ejus intercessióne ad te perveníre concédas. Per eúmdem Dóminum nostrum Jesum Christum Fílium tuum: Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus, per ómnia sǽcula sæculórum. Amen.
℞. Ora pro nobis, Patrem, cujus Fílium peperísti.
ORATIO
Deus, qui per immaculátam Vírginis conceptiónem dignum Fílio tuo habitáculum præparásti: † quǽsumus; ut, qui ex morte ejúsdem Fílii tui prævísa, eam ab omni labe præservásti, nos quoque mundos ejus intercessióne ad te perveníre concédas. Per eúmdem Dóminum nostrum Jesum Christum Fílium tuum: Qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus, per ómnia sǽcula sæculórum. Amen.
TRADUCCIÓN
Sois toda hermosa, María,
Y no hay en vos mancha original.
Sois la gloria de Jerusalén,
Sois la alegría de Israel,
Sois la honra de los pueblos,
Sois la abogada de los pecadores.
Oh María, Virgen prudentísima,
Madre de toda clemencia,
Rogad por nosotros,
Interceded por nosotros con Jesucristo, nuestro Señor.
Rogad por nosotros,
Interceded por nosotros con Jesucristo, nuestro Señor.
℣. En vuestra concepción, Virgen Santísima, fuisteis inmaculada.
℞. Rogad por nosotros al Padre, cuyo hijo disteis a luz.
ORACIÓN
Dios mío, que por medio de la inmaculada concepción de la Virgen preparasteis una habitación digna para vuestro Hijo, concedednos por su intercesión que conservemos fielmente inmaculado nuestro corazón y nuestro cuerpo para vos, que le preservasteis de toda mancha. Por el mismo Jesucristo, Señor nuestro. Amén.En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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