Por Roberto Gómez Bastida, director del Círculo Tradicionalista de Baeza. Tomado de PERIÓDICO LA ESPERANZA.
Ya
se ha constituido −de nuevo− el Emirato Islámico de Afganistán tras
veinte años de invasión liderada por los EEUU. A partir de ahora, nos
queda ver reflejado en los juicios del régimen teocrático los avances
revolucionarios de las democracias occidentales.
Queda fuera de consideración el juego del lenguaje donde los colaboracionistas pasan por ayudantes, la invasión por civilización −el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell llegó a afirmar que «lo ocurrido en Afganistán es una derrota del mundo occidental»−, la huida por retirada y las negociaciones por rendición.
Realmente, es difícil de explicar veinte años de presencia militar, mostrando las excelencias de la «civilización» del McDonald’s y el Netflix, con el consiguiente agotamiento de recursos humanos y materiales para un fin tan banal. En el caso de España ha supuesto 100 vidas de sus militares y policías y un gasto de 3.500 millones de euros. Entre tanto, hemos podido ver como a los afganos se les mostraban las bondades de una sociedad cuyo motor es el consumismo que infunde, como único anhelo en sus miembros, el ser propietario de un móvil de quinta generación.
El régimen talibán ha pasado de ser un enemigo mortal merecedor de «la madre de todas las bombas» −año 2017, contra Dáesh en Afganistán−, a ser considerado un gobierno moderado al que se le exige sea inclusivo. A tal efecto, el enviado afgano ante la ONU pide que se reconozca únicamente un gobierno que sea «verdaderamente inclusivo» y dé cierta libertad a las mujeres (resolución 1325 del Consejo de Seguridad de la ONU).
La ideología liberal sólo exige lo que pregonan sus adláteres en su penúltima fase revolucionaria: feminismo. En realidad esta exigencia no es más que propaganda dirigida a sus propios fieles al objeto de convencerlos que la religión del «yo» es la verdadera. Nadie espera –ni lo desea, por la apreciable reverencia hacia los migrantes mahometanos frente al desprecio hacia los católicos− que el Corán acceda a la adoración del hombre y a su autonomía; además, ellos no han celebrado un Concilio Vaticano II. Llegados a este punto, lo que se exige es lo que se ofrece.
Así podemos ver testimonios televisados de mujeres afganas que han logrado huir de la barbarie talibán. Generalmente se trata de deportistas de élite o profesoras universitarias. Ni una sola campesina, ni una sola madre de familia. Todo ello con el propósito de identificar que aquellas que se entregan en los brazos de occidente son las «triunfadoras». Pero éstas tampoco abandonan el hiyab.
La democracia carece de «valores y derechos», sólo puede ofrecer propaganda. Porque la «libertad, igualdad y fraternidad» es el reverso de un dólar; y Afganistán puede ayudar a acuñarlo más resplandeciente con sus inmensas reservas de bauxita, cobre, hierro, litio y tierras raras.
Da igual que sea una sociedad fundada en una religión falsa −«rezo para que muchos países acojan y protejan a quienes buscan una nueva vida» dijo el
¿No será que la revolución nada tiene que ofrecer? No hubo ni un solo un disparo en el paseo militar de los talibanes hasta su entrada en Kabul por parte de aquellos que se suponen defendían su Constitución de 2004.
Las democracias nacidas de la revolución se seguirán quedando con sus eslóganes vacíos. En cambio, España construyó la Hispanidad, y pudo hacerlo porque sólo puede dar el que tiene: a Cristo Rey.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)