Corría el año de 1582; cuando llegaban flotando al puerto del Callao (Perú), dos cajones que con letras marcadas tenían inscriptas: «UN SEÑOR CRUCIFICADO PARA LA IGLESIA MATRIZ DE LA CIUDAD DE SALTA, PROVINCIA DEL TUCUMÁN, REMITIDO POR FRAY FRANCISCO VICTORIA, OBISPO DEL TUCUMÁN», y el otro: «UNA SEÑORA DEL ROSARIO, PARA EL CONVENTO DE PREDICADORES DE LA CIUDAD DE CÓRDOBA, PROVINCIA DEL TUCUMÁN, REMITIDO POR FRAY FRANCISCO VICTORIA, OBISPO DEL TUCUMÁN». El Santo Cristo sería llamado más tarde por la piedad del pueblo salteño con el nombre de Señor del Milagro; mientras que la imagen de la Virgen del Rosario recibiría el nombre de Nuestra Señora del Rosario del Milagro de Córdoba, a cuya protección colocaría el Virrey Santiago de Liniers la ciudad de la Santísima Trinidad, puerto de Santa María de los Buenos Ayres, con motivo de la segunda invasión inglesa, derrotada bajo tan poderoso amparo.
Tras
largo camino, en carro, en carreta, a lomo de mulas y a hombro, llegó a
la ciudad de Salta, el día 15 de septiembre de 1592 la imagen del Señor
Crucificado, siendo recibida por el pueblo salteño con grandes
homenajes en el sitio conocido como Campo de la Cruz, para ser
posteriormente instalada en el Altar de Ánimas, sito en la sacristía de
la Iglesia Matriz, donde permanecerá en olvido hasta un siglo más
tarde.
Según una tradición muy antigua, ya
estaría en esa ciudad una imagen de la Purísima e Inmaculada Madre de
Dios, que la habría enviado el mismo obispo fray Francisco Victoria OP,
de regreso de Lima, después de asistir al Concilio convocado por Santo
Toribio de Mogrovejo.
La
tierra comienza a temblar, el cielo color de plomo, los montes tiemblan
y los ríos amenazan salir de su cauce. Es el 10 de septiembre de 1692
cuando un espantoso terremoto arrasa la ciudad de Esteco (ciudad que,
como dijera Fray Melchor Maldonado y Saavedra OSA, obispo del Tucumán,
estaba entregada a todos los vicios e iniquidades), pereciendo sus
familias bajo los escombros, sumergidas las ruinas por el torrentoso río
de las Piedras que formó, en el lugar donde estuviera una de las más
comerciales ciudades de Tucumán, un lago que duró más de ocho años.
Las
familias sobrevivientes comenzaron la huida hacia el Norte, pasando por
Salta, pero no se detuvieron allí; la hermosa ciudad era víctima
también de la furia de la naturaleza, mano de Dios que castiga a sus
hijos para que hagan penitencia y no se hundan en el fango del pecado.
En
la mañana del 13 de septiembre, cuando todo anunciaba paz y calma en la
ciudad de Salta, tiembla de repente la tierra, comienza a sacudirse el
suelo, se mueven los edificios y con ellos el pueblo entero que trata de
encontrar un lugar seguro para no ser aplastado o tragado por la
tierra. Los edificios se desploman y el polvo de las ruinas y los gritos
de espanto de la gente forman una escena dantesca y cunde el terror.
Todos
a una, dejando de lado los medios humanos —que no los hay— recurren a
Dios Nuestro Señor y abren sus corazones a los llamados de la Fe.
En
el año 1692 la imagen de Inmaculada Concepción de María, que luego se
llamaría Virgen del Milagro, se encontraba a tres metros de altura en un
nicho del retablo del Altar Mayor de la Iglesia Matriz, donde la había
dejado una familia local desde el 8 de septiembre. Cuenta la historia
que aquel 13 de septiembre, pasados los primeros momentos de espanto
a raíz de los fuertes y reiterados temblores que destruyeron la ciudad
de Esteco y fueron percibidos con singular intensidad en la ciudad de
Salta, luego que el sacristán Juan Ángel Peredo abrió la puerta de la
sacristía para salvar el Santísimo Sacramento, se encontró la imagen de
la Inmaculada en el suelo sin que sufrieran daño su rostro (que estaba
hacia arriba, como si mirase al Sagrario, adorando a Su Divino Hijo,
implorando misericordia) y manos, y perdió los colores del rostro que
quedó pardo y macilento; mientras que el dragón, que estaba a sus pies,
tenía destrozada un
ala, una oreja y deformada la nariz, y la media luna colocada también a
los pies, estaba rota.
La Virgen
Inmaculada fue sacada fuera a la casa del alcalde Bernardo Díez
Zambrano. Al día siguiente, 14 de septiembre, se colocó la imagen, que
todos
querían venerar, en el exterior de la Iglesia Matriz donde continuaron
los cambios de colores del rostro, manifestando los sentimientos de
dolor y angustia por sus hijos que estaban pasando
una dura prueba por haber apartado sus corazones de Nuestro Divino
Redentor y Su Santa Ley, a los ojos de los innumerables fieles que,
contritos y apesadumbrados, rezaban fervorosamente pidiendo la
misericordia de Dios para la ciudad y sus habitantes, reconociendo las
faltas cometidas y convirtiendo sus corazones a Dios; y fue entonces
cuando muchos fieles
comenzaron a llamarla “del Milagro”.
Inicialmente
la Virgen del Milagro fue una Inmaculada de bulto completo con manto,
todo tallado en madera. Esta imagen fue labrada nuevamente para hacerla
articulada y poder vestirla con indumentarias de tela. Al respecto,
Monseñor Toscano escribió: «La novedad que todo lo invade, comenzó por
ponerle vestidos de tela, costumbre que se ha perpetuado hasta hoy,
desperfeccionándosele, con este motivo, algo de la cabeza para
acomodarle pelo postizo, y los brazos para hacerlos susceptibles de ser
cubiertos de ropa». El
ajuste a la nueva moda fue realizado por Tomás Cabrera, como consta en
la tarjeta orlada sobre el pecho que dice: “Tomás Cabrera, la encarnó.
Año 1795” (encarnar significa darle color carne a las esculturas, y nada
tiene que ver con el tallado del cuerpo completo). La túnica tallada
está ornamentada con finas líneas de oro sobre pintura que simulan
brocato y una ancha faja de pan de oro en su borde inferior.
Así, a las
primeras horas de la tarde, llevada en hombros de las principales
autoridades, sale la Imagen del Santo Cristo Crucificado de su encierro; y puesto frente a la iglesia que la Compañía de
Jesús tenía en el centro de la ciudad. La imagen fue sacada en imponente procesión
por las principales calles de la ciudad, acompañada del pueblo, clero y milicia, que unánimes rogaban de que cesaran los temblores.
Ante
Su presencia se realiza el milagro: la tierra hasta ese momento
enfurecida contra los ingratos hijos de Eva, se calma inmediatamente a
la vista del Divino Crucificado. Salta entona un himno de júbilo y de
acción de gracias para quienes desde ese momento son bautizados
definitivamente con los nombres de el Señor y la Virgen del Milagro. Al
cesar los estremecimientos, el día 16 renació la calma y con ella se
comenzó a hablar del «milagro». Días más tarde se tuvo noticias de la
destrucción de Esteco, lo cual aumentó la magnitud del «milagro» obrado
por la Virgen y el Señor de la iglesia de Salta.
En
la ciudad de Salta, todos los años, del 6 al 15 de septiembre, se
llevan a cabo las celebraciones del Milagro, como se juró repetir desde
aquel año 1692. Es la mayor manifestación de fe de la provincia en honor
a las sagradas imágenes de Señor y la Virgen del Milagro, patronos de
Salta. El día 15 culmina con una multitudinaria procesión de la que
participa el pueblo de Salta y peregrinos de todo el país.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)