Por
Carlos Restrepo, del Círculo Cultural Gaspar de Rodas (Nuestra Señora
de la Candelaria de Medellín). Tomado de PERIÓDICO LA ESPERANZA (Parte 1 y Parte 2).
Hace
poco el presidente Iván Duque anunció que Colombia aceptaría a 4000
refugiados afganos, los cuales, asegura, permanecerán en la capital del
país. Lejos de ser un acto caritativo, es una muestra de la sumisión a
la hegemonía de la OTAN; con tal de quedar bien ante Joe Biden,
cualquier cosa. ¿Exactamente quiénes vendrán a Colombia? Es difícil
saberlo.
No
obstante, si hay una característica peculiar de Colombia es la poca
cantidad de migrantes que ha recibido a lo largo de su historia. Si
excluimos las recientes migraciones de venezolanos, el porcentaje de
inmigrantes en Colombia sería despreciable. Incluso cuando las élites
liberales decimonónicas intentaron fomentar la migración de germanos,
éstos nunca llegaron.
Los pocos europeos que llegaron fueron muy mal recibidos. Entre 1876 y 1877 se desarrolló la Guerra de las Escuelas,
donde el pueblo católico se alzó en armas contra el gobierno liberal
que buscaba contratar maestros protestantes suizos y alemanes. La guerra
la perdió el pueblo católico, pero el gobierno fracasó en su reforma
educativa. Unos años más tarde Rafael Núñez llegaría a la presidencia,
aliado con Miguel Antonio Caro y comenzaría la Regeneración.
A
Colombia vinieron entonces unos pocos alemanes. El más importante de
ellos fue el judío Leo Kopp, fundador de la Cervecería Bavaria, la cual
se encargaría de desprestigiar la chicha. No obstante, no todo fue malo;
llegaron también siriolibaneses que huían de la persecución cristiana
del Imperio Otomano. Apodados como turcos de manera despectiva, en un principio no fueron bien recibidos, en especial por los liberales que veían en ellos una mala raza.
Incluso
el célebre Jorge Eliécer Gaitán se opondría al futuro presidente Julio
César Turbay sólo por su herencia árabe. Turbay por desgracia fue parte
del partido liberal y pocas cosas buenas se pueden decir sobre su
persona, salvo su indudable carisma. Los libaneses y sirios triunfaron
como comerciantes y aceptando los ritos latinos de la Iglesia,
elementos de su cultura.
En
Colombia también acabó instalándose otro grupo católico: los lituanos.
El lector puede deducir que efectivamente inmigraban cristianos en su
mayor parte. Entre los lituanos surgiría el político progresista Antanas
Mockus, en el cual no hace falta profundizar, salvo que fue
presidenciable en el 2010. Volviendo a Asia y preparando el terreno para
hablar de los afganos, hubo una segunda migración árabe, esta vez
mahometana. En el municipio de Maicao reside una importante población
árabe, la cual sorprendentemente convive de manera pacífica con los
wayúu y demás colombianos. Allí se ubica la tercera mezquita más grande
de Hispanoamérica y su actual alcalde, Mohamad Jaafar Dasuki Hajj, es el
primer musulmán en Colombia en ocupar una alcaldía.
El
Círculo Gaspar de Rodas no tiene ninguna acusación contra la persona de
Dasuki, quien dice respetar todas las religiones. Como tradicionalistas
afirmamos que sólo debería existir libertad para la Fe Verdadera, la
Católica y si bien los musulmanes de Colombia nunca han causado ningún
daño, no es razón suficiente para apoyarlos. Incluso existen rumores de
la conversión de indígenas wayúu a la secta de Mahoma, los cuales
parecen ser casos anecdóticos y de poca relevancia.
Los
afganos, sin embargo, son distintos a los árabes. Estos últimos
vinieron como comerciantes, provenientes en su mayoría del Líbano, donde
ya vivían con pocos conflictos con los cristianos. Como ya se mencionó
en la primera parte de este artículo,
no hay muchos detalles sobre los afganos que vienen a Colombia. De
hecho, es posible incluso que la élite servil ignore las diferencias
étnicas entre los propios afganos.
¿Vendrán
pastunes o tayikios? ¿Hablan persa darí? ¿En verdad podemos confiar que
se mantendrán de manera temporal hasta que ingresen a los Estados
Unidos? La respuesta a estas preguntas tardará, pero debiera extrañar a
nadie que la prensa liberal mejore la imagen del mahometanismo ante la
opinión pública.
La
ciudad de Bogotá ya posee una mezquita y esperamos que no se construya
otra. Tampoco extrañaría si entre los afganos hubiera unas cuantas
personas occidentalizadas dispuestas a dar clases de democracia. Y ni
hablar de las feministas, quienes desde ya deben estar buscando la
próxima Malala y preparando un video explicando las razones por las
cuales los colombianos somos machistas.
¿Hay
lugar entonces para los afganos? La opinión del autor es que hay lugar
para aquel que esté no sólo dispuesto a aceptar la cultura colombiana,
sino a Nuestro Señor Jesucristo. Si nos remontamos a Francisco de
Vitoria podemos afirmar que es lícito aceptar extranjeros si pueden
aportar a la res pública, como en el pasado se aceptaron sirios y libaneses.
Por
desgracia, los mejores escenarios son solo hipotéticos. Para el Estado,
los 4000 afganos son únicamente una estadística: una cuota a cumplir
para complacer al Tío Sam. Lo mejor hubiese sido no aceptar a ningún
inmigrante, mucho menos durante la actual crisis sanitaria y económica. Y
si algún afgano desea quedarse, quiera Dios que encuentre la Fe
Verdadera en esta tierra y los salve de ser peones del globalismo o de
los talibanes.
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