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lunes, 20 de marzo de 2023

LA VISIÓN CATÓLICA SOBRE EL SÉPTIMO DÍA (DESENMASCARANDO A LOS ADVENTISTAS DE ELENA WHITE

Traducción del artículo publicado por Diego Rafael Moreira en CONTROVERSIA CATÓLICA. Para los textos bíblicos se usó la versión de Mons. Félix Torres Amat.
  
EL SÉPTIMO DÍA EN LA VISIÓN CATÓLICA: UN ESTUDIO BÍBLICO
  
   
Tú ya debes haber oído hablar de los Adventistas del Séptimo Día, discípulos de Elena G. White, a quien ellos consideran una profetisa y a quien deben entender que el día de sábado debe ser observado en lugar del domingo, atribuyendo su inobservancia, en nuestros días, principalmente a los católicos, que, en los tempos de Constantino, habrían sustituido el sábado por el domingo.
    
Como muchas cosas en las obras de Elena G. White, aquí tenemos algo históricamente inexacto y ciertamente calumnioso a los católicos, puesto que esta visión no solamente no coincide con la realidad de los hechos, sino que exagera la importancia del séptimo día para los cristianos, lo que revela una postura claramente judaizante, explícitamente condenada por la Biblia y por los primeros cristianos.
   
En este artículo, probaré tres tesis sobre el Séptimo Dia, a saber, 1.ª Según la Biblia, el Séptimo Día es como mucho facultativo a los cristianos, de modo que imponer su observancia sería una falta de caridad; 2.ª El Séptimo Día es cosa de judíos y siervos, no de cristianos y libres; 3.ª El Séptimo Día es una señal, una sombra de lo que había de venir en la plenitud de los tiempos, que era el domingo, el día del Señor.

LA OBSERVANCIA DEL SÉPTIMO DÍA ES FACULTATIVA

Primeramente, como una consecuencia de nuestra redención, operada por el sacrificio de Cristo en la Cruz y consumada por su Resurrección, la guarda del sábado dejó de ser obligatoria, pudiendo cada uno proceder según su propia conciencia. Esta diferencia está bien registrada en la Epístola de San Pablo a los Romanos, capítulo 14, versículo 5: «Del mismo modo también uno hace diferencia entre día y día observando escrupulosamente las fiestas legales, al paso que otro tiene todos los días por iguales: cada uno obre segun le dicte su recta conciencia».

Como se ve por el contexto de todo el capítulo, San Pablo habla de los cristianos venidos del judaísmo, donde unos continuaban distinguiendo el sábado de los otros días y se abstenían de determinadas carnes, mientras que otros –más versados en la religión cristiana– no hacían distinción alguna entre los días y las carnes, bien conscientes de que estos preceptos de la Antigua Ley no valen más para los cristianos, pues fueron abolidos por Cristo en la Cruz. Ahora, el Apóstol manda que procedan con caridad unos con los otros, dando a entender que es una falta de caridad censurar a los demás por no guardar el sábado. Ahora, ¿no es esta falta de caridad el alma del adventismo? ¿No son ellos que viven censurando a los que no distinguen el sábado de los otros días?
   
LA OBSERVANCIA DEL SÉPTIMO DÍA ES PROPIA DE JUDÍOS
   
Si bien hubo, por un tiempo, tolerancia con los cristianos que, venidos del judaísmo, continuaban observando el sábado, no había semejante tolerancia con los gentiles que juzgasen estas prácticas necesarias para la salvación. San Pablo explica en el capítulo cuarto de la Epístola a los Gálatas que no conviene a quien llegó al conocimiento de Cristo retroceder a una época de servidumbre y preparación, cual fue el tiempo de la ley mosaica, observando los días y fiestas guardados por los judíos. Así dice él:
«Digo además: Que mientras el heredero es niño, en nada se diferencia de un siervo, no obstante ser dueño de todo; sino que está bajo la potestad de los tutores y curadores, hasta el tiempo señalado por su padre. Así nosotros, cuando éramos todavía niños, estábamos servilmente sujetos a las primeras y más groseras instrucciones que se dieron al mundo. Mas cumplido que fue el tiempo, envió Dios a su Hijo, formado de una mujer, y sujeto a la ley, para redimir a los que estaban debajo de la ley y a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto vosotros sois hijos, envió Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual nos hace clamar: “¡Abba!”, esto es: “¡Padre mío!”. Y así ninguno de vosotros es ya siervo, sino hijo. Y siendo hijo, es también heredero de Dios por Cristo. Verdad es que cuando no conocíais a Dios, servíais a los que realmente no son dioses. Pero ahora, habiendo conocido a Dios, o por mejor decir, habiendo sido de Dios amados y conocidos, ¿cómo tornáis otra vez a esas observancias legales, que son sin vigor ni suficiencia, queriendo sujetaros nuevamente a ellas? Observáis todavía los ritos de los días, y meses, y tiempos, y años, esto es, los sábados, las lunas nuevas y otras fiestas de los judíos. Témome de vosotros, no hayan sido inútiles entre vosotros mis trabajos» (Gálatas 4, 1-11).
Como es evidente por el contexto de toda la epístola que los gálatas no querían retornar al paganismo, antes contrario, so influencia de los judaizantes, inclinábanse a introducir ciertas observancias judaicas en medio suyo, como el sábado, queda evidente que el Apóstol considera esa actitud equivalente a ir del estado de hijo y herddero de Dios al estado de slervo. ¿No es eso lo que promueven los adventistas? Al final, ¿lo que ellos quieren? Ellos quieren hacer que los cristianos retrocedan a una práctica judaica caduca, que era propia de siervos, esto es, de los judíos, y no de los hijos que Dios adoptó para sí en Cristo, esto es, los cristianos. 
    
EL SÉPTIMO DIA ES UNA SEÑAL O SOMBRA DE COSAS FUTURAS
    
Concuerdan el Antiguo y el Nuevo Testamento en que el sábado había sido estabelecido como una señal. Con todo, el Antiguo Testamento apenas dice que es una señal, mientras que el Nuevo Testamento aclara que es una señal semejante a una sombra que viene antes y anuncia la llegada del cuerpo. Veamos la evidencia de esto en los siguientes pasajes:
  • Éxodo 31, 13: «[Habló el Señor a Moisés diciendo:] Amonesta, y di a los hijos de Israel: “Mirad que guardeis mi sábado; porque él es un monumento establecido entre mí, y vosotros y vuestros descendientes, a fin de que reconozcáis que yo soy el Señor que os santifico”».
  • Colosenses 2, 16-17: «Nadie, pues, os condene por razón de la comida, o bebida, o en punto de días festivos, o de novilunios, o de sábados, u otras observancias de la Ley, cosas todas que eran sombra de las que habían de venir; mas el cuerpo, o la realidad de ellas, es Cristo».
De acuerdo con la visión cristiana, esta señal de la Alianza entre Dios y la casa de Israel, que también era tiempo de descanso y benignidad para con los siervos, era apenas una sombra de lo que había de venir, que era Cristo. Esta distinción entre sombra y cuerpo es por sí misma muy clara: la sombra solamente existe en razón del cuerpo y, en el caso de la sombra del sábado, ella existe como preparación de la plenitud que vendría en el futuro con Cristo. Como la plenitud ciertamente no es la observancia del sábado, que es la sombra, ¿cuál sería esta plenitud?
   
Basta mirar al cuerpo, que es Cristo. 
    
Nuestro Señor Jesucristo resucitó el Domingo (Mateo 28, 1), consumando así nuestra redención (Romanos 6, 9; 1.ª Corintios 15, 13-15); este incluso envió el Espíritu Santo a los Apóstoles en un domingo, esto es, exactamente cincuenta días después de la Pascua judaica (Hechos 2, 1); los cristianos, sus fieles discípulos, igualmente se reunían el domingo para la celebración de la Santa Misa, donde el pan partido por el sacerdote es el propio Cuerpo de Cristo (Hechos 20, 7; 1.ª Corintios 16, 2) y tenían este día como el día del Señor, como ya dice San Juan en el Apocalipsis (1, 10) y lo confirma la obra contemporánea llamada Didajé (14, 1), la cual expresamente llama «día del Señor» al día en que los cristianos se reunían para la Misa. Ahora, como se sabe, nuestro domingo viene precisamente del latín dies domínicus, no siendo otra cosa que día dominical, día del Señor. Por tanto, vamos a Misa y hacemos nuestras colectas y buenas obras el mismo día en que San Pablo, San Juan y los cristianos lo hacían desde el principio. Con mucha satisfacción podemos decir que no retrocedemos ni adoptamos el camino de la servidumbre judaizante de los adventistas.
    
Aparte de esto, no estamos solos. Así fue durante toda la historia de la Iglesia, y ciertamente mucho antes e independientemente de Constantino, que en su legislación a favor del domingo no procedió sino como un buen gobernante, haciendo que la ley civil reconociese lo que ya era una práctica generalizada entre sus súbditos cristianos. De hecho, de las personas más insospechadas, de mártires que aún en el tiempo de las persecuciones derramaron su sangre por Cristo o de autores eclesiásticos antiquísimos, aprendemos que el cristiano no observa el sábado, sino el domingo.

San Ignacio de Antioquía, Mártir, por el año 107 A.D., dirá en su epístola a los de la iglesia de Magnesia:
«No os dejéis seducir por doctrinas extrañas ni por fábulas anticuadas que son sin provecho. Porque si incluso en el día de hoy vivimos según la manera del Judaísmo, confesamos que no hemos recibido la gracia… Así pues, si los que habían andado en prácticas antiguas alcanzaron una nueva esperanza, sin observar ya los sábados, sino moldeando sus vidas según el día del Señor, en el cual nuestra vida ha brotado por medio de Él y por medio de su muerte» (Epístola a los Magnesios 8-9)
El autor de la Epístola que muchos autores atribuían a San Barnabé, fechada entre 70 y 132 A.D., confirma la misma observancia de parte de los cristianos. Después de hablar sobre el sentido espiritual y esjatológico del sábado, dice lo siguiente: «Por eso justamente nosotros celebramos también el día octavo con regocijo, por ser día en que Jesús resucitó de entre los muertos» (15, 9). Ahora, el octavo día es precisamente el domingo, el día después del séptimo.

Así como ya vimos en la Didajé, San Justino Mártir, alrededor del año 150, también dirá, en su Primera Apología (en algunas ediciones, número 67), que los cristianos se reúnen para la Missa el domingo, que los paganos conocían como el día del sol.
    
Tertuliano, en el año 197, en su célebre Apologético, describiendo las falsas descripciones que los paganos hacían del Dios cristiano y del culto que Le era prestado, confirma una vez más la observancia del domingo:
«Otros que nos miran con más humanidad, han creído con más verosimilitud que el sol es nuestro dios. Por ventura éstos nos querían hacer persas, aunque no adoramos al sol pintado: ¿y para qué se ha de buscar el sol en lienzos, teniéndolo tan patente en su globo? Esta sospecha nació de vernos orar hacia el Oriente, y que celebramos en el día del sol nuestra fiesta. Y vosotros cuando fingís arrobos furiosos en la oración, ¿no estáis mirando al sol y haciendo visajes con la boca? Nosotros nos alegramos el domingo espiritualmente, no por el culto o veneración del sol, sino por fines más altos. Los gentiles en sábado celebran sus fiestas a Saturno, diferenciándose mucho del rito judaico, que ignoran que en los judíos el ocio del sábado es misterio; en los gentiles soltura para ocuparse en todo género de lascivias» (Apologético 16).
Nótese que Tertuliano identifica el sábado como una práctica judaica, mientras el domingo es entendido como una práctica cristiana.
   
Creo que bastan estos testimonios para demostrar que siempre fue unánime entre los cristianos la observancia del domingo, al tiempo que el sábado siempre fue visto como una práctica judaica, tolerable durante un cierto tempo, pero cuya observancia no se podía obligar sin pecado contra la caridad cristiana, y –después de Cristo– tampoco se podía seguir como necesaria para la salvación sin pecado grave contra la fe cristiana. 
    
Es así que los católicos entienden el cambio del sábado para el domingo, no como una sustitución posterior de una práctica cristiana (algo que solo existe en la imaginación de los adventistas), sino como el paso del Antiguo al Nuevo Testamento, de la señal a aquello que esta significa en plenitud, de la sombra al cuerpo, que es Cristo.
    
Por tanto, la Sagrada Escritura y la historia de la Iglesia muestran que es justa la observancia del domingo, día del Señor, más tarde ratificada por los jefes de la Iglesia en diversos Concilios y debidamente reconocida por la legislación civil. Los que piensan diferentemente, quieren el retroceso y el pecado, y promueven antes el judaísmo caduco que el cristianismo de verdad. 
    
En cuanto a nosotros, seguiremos firmes en la fe de Cristo y de los Apóstoles, no dejándonos jamás seducir por los falsos doctores que desean hacernos observar los sábados de la Ley que Cristo abolió con su preciosísima Sangre.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)