San Rodrigo, cuya imagen encabeza esta reseña, fue martirizado durante la persecución del emir Mohamed I, hijo de Abderramán II. Había nacido el 18 de enero del 831 junto a la ciudad de Egabro, llamada posteriormente Cabra, y cursó sus estudios eclesiásticos en Egabro, donde fue ordenado sacerdote.
Como
escribe San Eulogio al comenzar sus Actas, «En aquellos días, por un
justo designio de Dios, España estaba oprimida por los moros». Los
cristianos que vivían bajo el dominio de la media luna no daban ejemplo
de su fe: las familias estaban divididas, los matrimonios mixtos y la
apostasía eran algo común, tanto que los sarracenos les reprochaban a
los cristianos su inconstancia en la fe solo por querer mejorar su
situación económica y social. A estos apóstatas se les llamaba muladíes (مُوَلَّد, de donde deriva nuestro mulato).
Rodrigo
tenía pues dos hermanos, uno que se hizo musulmán para poder ser
inspector de mercados, y otro mal cristiano, que prácticamente había
abandonado su fe. Una noche, los dos hermanos tuvieron un altercado y se
acaloraron tanto, que llegaron a las manos; Rodrigo se apresuró a
separarlos y al punto, ellos se volvieron contra él y lo golpearon hasta
dejarlo sin sentido. El mahometano lo puso sobre una camilla e hizo que
lo llevaran por las calles, en tanto que él caminaba a su lado,
proclamando a voces: «Este hermano mío es cristiano y sacerdote, pero ha
escogido el culto de nuestra fe. Está en las últimas y no quiere
marcharse de este mundo sin que lo supierais todos». En cuanto se
presentó la oportunidad, Rodrigo logró huir a la sierra de Córdoba
durante cinco años. Poco después, su hermano el mahometano se lo
encontró en el mercado de Córdoba y acto seguido se precipitó sobre él,
lleno de odio, y lo llevó a rastras ante el cadí (juez musulmán),
acusándole de haber vuelto a la fe cristiana después de haberse
declarado él mismo mahometano. Es de advertir que entonces, igual que
ahora, apostatar del islam era castigado con la muerte.
Ante
el cadí, Rodrigo protestó diciendo: «Nunca me he separado de Cristo y
nunca he profesado la religión de Mahoma. Más aún, soy cristiano y
además sacerdote». Pero el cadí no le creyó, y mandó que le encerraran
en un siniestro calabozo.
Por
la misma causa estaba en la cárcel un cristiano mozárabe, de nombre
Salomón, del que no se conoce mayor antecedente, salvo que él sí había
apostatado, pero después se arrepintió y volvió al catolicismo. Los dos
se alentaban mutuamente durante su largo y tedioso encierro, con el cual
el cadí esperaba acabar con su constancia. A las promesas con las que
el cadí quiere atraerlos, Rodrigo responde: «Haz propuestas, así, a
quienes buscan antes conveniencias de esta tierra que felicidad eterna;
nosotros sólo vivimos en Jesucristo; y morir por Él es la mejor
ganancia. Solo Cristo tiene palabras de vida eterna».
Una contestación similar, consignada por San Eulogio, encuentran en San Rodrigo las amenazas del cadí: «No intentes luchar con nuestra alma, y superar nuestro espíritu, firme en la confesión; a más furor en el tormento, más feliz gloria nos deparas».
Finalmente,
el cadí los condenó a morir decapitados. Y el 13 de marzo del año 857,
los santos Rodrigo y Salomón aprestan sus cuellos a la cimitarra con
tanta firmeza como alegría. En el patíbulo, el juez hizo un último
intento, pero Rodrigo contestó: «¿Cómo quieres que abandonemos nuestra
religión y nos apartemos de nuestro camino, vosotros que estáis en
tamaño error?». La cabeza de Rodrigo cayó al suelo, mientras que la de
Salomón seguía pendiendo del tronco, por haber errado el verdugo.
San
Eulogio, que vio los cadáveres de Rodrigo y Salomón expuestos cabeza
abajo en la orilla del río Guadalquivir, notó que los guardias arrojaban
a la corriente los guijarros teñidos con la sangre de los mártires para
que la gente no los recogiera y los conservara como reliquias. El
cadáver de Rodrigo fue recuperado veinte días después y enterrado en el
Monasterio de San Ginés del Arrabal de Tercios, mientras que el de
Salomón, descubierto algo más tarde, recibió sepultura en la Basílica de
los Santos Cosme y Damián.
ORACIÓN
Oh
Dios, que nos concedes celebrar la solemnidad de tus Santos Mártires
Rodrigo y Salomón, concédenos te suplicamos, que sus ejemplos nos
provoquen a mejor vida a cuantos con devoción recordamos cada año su
venerable martirio. Por J. C. N. S. Amén.ORACIÓN
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)